Por Arturo Volantines
Guitarrero y truhanesco, Cayetano Vallejo, el “Tile”, alimentaba las tertulias, los velorios y las fiestas en Copiapó del siglo XIX. El apodo viene del tordo chimbero. Era un personaje bien vestido, de bigote y, sobre todo, asumía las circunstancias en su rostro: hablaba bien y se hacía querer por el paisanaje. Cayetano empieza su vida de pícaro a mediados de ese siglo, en medio del albor de la plata y del ronroneo de las armas. Recorría toda la región, pero básicamente era bien recibido en los campamentos mineros, donde iluminaba sueños y abrigaba esperanzas.
Pedro Pablo Figueroa, en su folleto “El Poeta Popular Pedro Díaz Gana”, se refiere también al “Tile”: “Era un viejecito pequeño, de faz movible, de ojos colorados, dotado de una locuacidad y de una imaginación traviesa hasta la picardía”.
Pero hay más información en el texto llamado “El Tile Vallejo y sus cuentos” (Ediciones Fantasía, 1963, Santiago) de la autoría de Sady Zañartu. Este libro reúne sinnúmero de relatos contados por el “Tile”, donde indudablemente se ve este envuelto en diversas peripecias. Sady Zañartu ha tocado en otros textos la fabulosa imaginería y paradojas de Copiapó; pero, aquí, es magistral su relación de las hazañas del “Tile”, que son parte en sí del Patrimonio leyendesco de Chile. Además, estos chascarros permanecen en el fabulario local en forma parcial o achacada a otros relatos o, simplemente, como rezos en los labios de los más viejos.
Algunos de los relatos que aparecen en el libro son: “De las andanzas que se reconocen de Cayetano Vallejo, muchas fueron de narradores anónimos y otros pormenores que lo hacen aparecer hablando de los curas Carmona y Cárter”; “de la manera que se averiguó el “Tile” para enseñar a volar a un arriero cuyano que por medios brujos quería alcanzar a Famatina a ver a su padre moribundo”; “de la venta fulera que hizo el “Tile” de los potreros de Escuti a los arrieros de Catamarca y de las artimañas que se valió para no ser descubierto”; “el “Tile” Vallejo se hace titiritero en el año del bloqueo de la escuadra española y las primeras funciones en Copiapó con otras cosas bastantes divertidas”; “un día de santo en Punta del Cobre y de lo que acaeció con el Tuerto Raimundo en celebración de Merceditas Araya”; “de las circunstancias que el “Tile” se convirtió en convidado de piedra en banquete de Don José Ossa”; “donde se encuentra el fin de la historia que tuvo Don Cayetano al aparecer en la veta andando con los arrieros y que nadie supo si estuvo allí o fue invención de los fiesteros”; “del suceso en que se vio envuelto Vallejo al salir a la calle a pedir limosna para el entierro de su mujer”, etc.
Estos relatos dominados por la geografía del valle, nos indican un primer panorama de continuidad: Nantoco, La Chimba, Caldera, Chañarcillo, Pabellón, Punta del Cobre, etc. De allí sostengo que no es posible hablar de Copiapó como un espacio cerrado, sino tenemos que hablar de un espíritu del valle. Luego, de los relatos de un lugareño y su imbricación con la geografía humana venida de los cuatro vientos. Resulta significativo y clarificador el aparecer en estos relatos de hombres que fueron constructores de la nacionalidad y que pertenecen, como los pimientos, al ser de Copiapó: Tomás Gallo, Santiago Edwards, José Ossa, Guillermo Matta, Manuel Tocornal, Juan Agustín Cardoso, Arturo Sierwerts, Santiago Escuti, Manuel Antonio Matta, los curas Carmona y Cárter y varios otros. Además, tienen los relatos un gran dominio del pueblo de este valle, donde el chascarro, la picardía, el lenguaje enjundioso, el artificio popular, la parodia truhanesca y la travesura fabulesca dan a Copiapó características únicas y distinguibles.
Atacama en el siglo XIX fue esplendorosa; de revoluciones, de inmigraciones, de descubrimientos despampanantes y también de grandes fiestas. No sólo el “Tile” anduvo como el Alicanto sino muchísimos otros despilfarrando fortunas. La bibliografía es profusa: “Andanzas de un alemán en Chile” de Paul Treutler; “Chañarcillo” de Antonio Acevedo Hernández, “Recuerdos del Pasado” de Vicente Pérez Rosales, y tantos más. Recientemente Milton Godoy Orellana ha publicado un texto muy aclarador: “¡Cuándo el siglo se sacará la máscara! Fiesta, carnaval y disciplinamiento cultural en el Norte Chico. Copiapó, 1840-1900” (Ediciones Historia del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile, 2007).
Atacama no hizo porque sí o por resentimiento la revolución; la hizo porque era una provincia alada; quería construir un mundo nuevo.
Al cerrar el libro de Sady Zañartu algo de melancolía, también, me alimenta: veo a través de las aventuras del “Tile”, el peso de los arrieros del valle en cuanto a conectar espiritualmente las mil huellas y el peso de un pueblo bendecido por la misión de estar convocado a grandes tareas. Sin embargo, los grandes logros requieren muchísimos pequeños triunfos, como la cola dorada que suelen dejar las poruñas. Y esos pequeños logros casi no se atisban en el actual horizonte de Copiapó.