Por Arturo Volantines
Lambert es un pequeño pueblo. Se encuentra a 20 kilómetros al noreste de La Serena. Tiene cerca de 1.000 habitantes. Fue una Estación de trenes. Le rinde homenaje al Charles Lambert (1793—1876), el cual introdujo adelantos a la minería de la época y trajo a Chile al sabio, Ignacio Domeyko.
Este pueblo tiene a su haber una pléyade de hijos ilustres: mujeres y hombres que han saltado a ser figuras sobresalientes del país. Y tiene una cantera grande de leyendas asociadas a la minería, a su legendaria Estación de trenes y a sus mujeres amazónicas de rara belleza y de armas tomar. No tiene cementerio ni bar. El quita penas, era casi un cabildo, donde se ventilaban las controversias y se componían las infidelidades. Hasta que cuando los caballos empezaron a golpearse, se impuso la aparente ley seca. Lo que sí tiene este pueblo, es un poeta y muy destacado: Sergio Godoy Galleguillos.
El texto denominado Ritual de espejos, que resultara ganador del “Concurso literario de poesía Stella Díaz Varín” de la Ilustre Municipalidad de La Serena, fue publicado por el Fondo Editorial de este municipio. Es un texto bien diagramado y diseñado por LOM, bajo el esfuerzo de la poeta, Marcela Reyes. Lo que permite ver mejor sus alcances y méritos. Y de paso apagar la histeria de algunos perdedores.
No hay duda que este textualizador propicia un estilo propio, muy abonado por el imaginario y el patrimonio de su pueblo: “Si preguntan por mí, digan que no he nacido/ que no han visto mi rostro o mi sonrisa/ que se vino a habitar en mí el silencio…”. Y, por el pesimismo cercano a César Vallejo y a la antipoesía: “Detesto cofradías/ que me nieguen/ la SECH/ y la SALC,/ me declaro/ inoxidable/ y renegado;/ animal solo,/ solo animal”. Y, fundamentalmente, por su experiencia subversiva, vinculado a la dictadura y a su estadía en conventillos, cités y otros lares sórdidos: “Como garra asesina es esta pena/ como esperpento vivo, como llagas,/ yo, que tenía tan bellos propósitos/ no acerté con los pies/ las huellas del camino/ no por capricho, sino inducido,/ digamos bien las cosas,/ mis días transcurrieron/ como en la cuerda floja/ entre vorágine y miedo,/ destruyeron sus cuerpos mercaderes/ sicarios de inhumana decencia,/ y sus cuerpos danzando,/ cuales un borracho ciego/ aferrado a un túnel, de tiempo/ sin olvido”.
No solo este individuo de pueblo, sino muchas generaciones de Lambert han contribuido a la forma única de la región. Sergio, blande como un cuchillo su forma de ser: originario de Lambert. Y, como este pueblo lo ha motivado a ser algo más que un gorrión huraño, su obra es pedregosa; reverbera experiencias vitales; hambruna de ir y venir por la huella de sus raíces. Es fundamental su ethos, donde aún le perviven sus fantasmas y sus comienzos de andaduras que parecieran que no terminan. Es habitante de un páramo de sueños. Sus revelaciones y revoluciones existencialistas golpean en sus versos con cierto desánimo típico del secano. Por eso, también, bordea la frondosa tradición nortina de Gabriela Mistral.
Su poesía es fuerte: garúa desolación, angustia suicida y desenfado. Sus versos parecieran que fueron escritos en el fondo de un pozo. Sale, como un cururo, del espacio esquizoide. Se vuelve un saltimbanqui humoroso e, incluso, chacotea: bailotea, como un viejo boxeador, al próximo y la prójima. Aunque, al final, ande arropado en su ritualismo. Allí, va creando un corpus muy propio; donde, en lo fundamental, su épica y creatividad no están sostenidas por riegos o meros desenfados versosos sino por un volcán que atormenta y visualiza.
No hay duda que es un poeta hablando desde la marginalidad, desde el territorio de la desesperanza; habla reiteradamente con Dios en la soledad de su cité, entre el descaramiento de su alma y de sus fetiches. Es un poeta contrariado con Dios, con el establishment y el entorno: dispara contra moros y cristianos; contra las instituciones y la globalidad. Pero, lleva su yo, como un capacho minero, por sobre sus inquietudes sociales.
Es poeta huraño y solitario. Sin embargo, se le ve en clubes de veteranos, en sitios de mala muerte y en prostíbulos de escritores. Su hablante es su semejante. Flanea bien provisto de angustia; rabia que rabia —al decir de Armando Uribe—, en su Ritual de espejos.
Su poesía reside, como un perro sarnoso, en este gran mall de lágrimas. Es notorio que Sergio Godoy Galleguillos no es un hacedor versoso sino de fuegos.