No ha sido la Revolución de Pedro León Gallo (1859), la primera ni la única revolución en Atacama. Ya, a principios de la República, en Chañarcillo, hubo varias rebeliones[1].
Desde el comienzo del siglo XIX, la oligarquía agraria, comercial y centralista fue adueñándose del Estado de Chile. Los gobiernos de Prieto y Bulnes y, luego, Montt fueron afectando los intereses de los mineros. A finales de 1840, impusieron nuevos gravámenes a la minería y un aumento por la Ordenanza de Aduanas. En cambio, se dictaron leyes que favorecieron sistemáticamente a los terratenientes, como fue el caso, ese mismo año, en donde una ley declaraba exentos de impuestos al trigo y la harina[2].
Indudablemente, el aglutinamiento pluriclasista, especialmente, la incorporación de masas de obreros y artesanos en organizaciones sociales, permitió o impulsó la Revolución de 1851. La “Sociedad de la Igualdad”, creada por Francisco Bilbao y Santiago Arcos (1850), se empezó a manifestar públicamente, llegando a juntar cientos de trabajadores. Cuando se volvió insoportable el centralismo autoritario, varias provincias se rebelaron, y, especialmente, el “Norte Chico”, que tenía inusitada actividad minera con nuevos descubrimientos y adelantos en el proceso de extracción.
Por otra parte, asoma una cultura más propia. Copiapó es bullente de diarios y escritos, encabezados por los hermanos Matta, que ayudan a formar la Generación de 1842. La Revolución Francesa influye tanto, que, en la Revolución siguiente, en 1859, las tropas del Norte marchan bajo la primera bandera francesa y el himno marcial de “La Constituyente”, semejante a la Marsellesa[3].
Este movimiento pluriclasista, desarrolla un motín el 20 de abril de 1851, en Santiago, y provoca la llamada: “Rebelión de Aconcagua”. En este contexto, el 7 de septiembre, se da inicio a la mayor rebelión de los pueblos de las provincias chilenas: “El Sitio de La Serena”.
“La Sociedad Patriótica”, encabezada por Nicolás Munizaga y Antonio Pinto, se adhiere al movimiento político y militar de Concepción, dirigido por el general José María de la Cruz, aglutinando a los partidos más tradicionales de la vieja provincia de Coquimbo. Pero, cuando Pedro Pablo Muñoz Godoy y otros artesanos forman la “Sociedad de la Igualdad”, logran la adhesión multitudinaria del pueblo de La Serena.
Esta adhesión queda marcada y estimulada en la prensa de la época, donde Juan Nicolás Álvarez “el diablo político” y primer escritor genuinamente de la provincia de Coquimbo (La Serena, l810 — El Callao, 1858)[4], mantiene profusa y notable difusión durante la revolución, en el diario llamado: “La Serena” y en otros, y crea un magnífico testimonio epocal llamado: “El periodiquito de la plaza”.
Los hombres más nobles de la ciudad, mayoritariamente, suscribieron el “Acta revolucionaria”, el 8 de septiembre de 1851, que se levantó en la sala municipal de La Serena. Firmaron, entre otros: Vicente Zorrilla, los Concha, los Cordovez, los Ravets, los Varela, los Munizaga, los Vicuña, los Argandoña, los Alfonso y casi toda la curia local[5].
El día 7 de septiembre, habían sido reducidas las fuerzas militares del gobierno en la ciudad, especialmente las correspondientes al batallón Yungay, que había sido traído del sur. El 28 del mismo mes, en el campamento Punitaqui, quedó conformada la División Coquimbo: General en Jefe, José Miguel Carrera Fontecilla; secundado por el General Justo Arteaga. También, estaban en el mando: Nicolás Munizaga, Victoriano Martínez, Ricardo Ruiz, Benjamín Vicuña Mackenna, José Silvestre Galleguillos, entre otros. Los batallones eran mandados por Pedro Pablo Muñoz Godoy, Benancio Barrasa, Manuel Bilbao, Salvador Cepeda y Mateo Salcedo[6]. Los rebeldes llegaron a ser cerca de 4.000, y sólo un tercio de ellos, fueron acogidos como soldados.
Los revolucionarios ocuparon el valle de Elqui, Huasco, Ovalle, Combarbalá e Illapel. Tuvieron que retroceder desde Illapel por el acoso del ejército del Gobierno. En octubre, este ejército arribó a La Serena. Entonces, empezó una fiera resistencia con excursiones, barricadas y minas explosivas. El 7 de ese mismo mes, se inicia el bombardeo de la ciudad y asalto a las trincheras, pero las tropas del Gobierno fracasan, como fracasarían también las fuerzas extranjeras, tanto de los ingleses como de las tropas argentinas.
El himno llamado: “La Coquimbana”, hecho por el capitán José María Chabot, y encabezada por Francisca Barahona, mantiene el entusiasmo por varios meses. Las audacias del comandante José Silvestre Galleguillos y sus carabineros, que salían temerariamente del Sitio, permitía un nimio abastecimiento de alimentos y metales. Además, que los británicos habían bloqueado el puerto y las andanzas y saqueos de las tropas argentinas, enviadas por el Gobierno de Atacama y contratadas por Jotabeche, hacían más difícil la situación. Sólo entonces, después de varios meses, los Igualitarios evacuaron la ciudad. Finalmente, las tropas de Gobierno, entraron al centro de la ciudad incendiada y con sus iglesias destruidas, el 31 de diciembre de 1851, sin lograr que las tropas revolucionarias se rindieran. Así, la segunda ciudad más antigua de Chile, logra su mayor gloria.
Al saberse de la “Revolución de los Libres” en Copiapó, encabezada por el pequeño y “joven comerciante de Coquimbo”[7] (o del Huasco[8]), Bernardino Barahona (Varaona) y por los obreros ferroviarios; 200 soldados Igualitarios, sobrevivientes de “El Sitio de La Serena”, con un cañón, tomaron el camino hacia el Norte.
Los soldados mineros se encontraban en descanso en la “Cuesta de Las Arenas”, camino a Copiapó, a la salida norte de La Serena, cuando fueron sorprendidos y tuvieron que presentar combate a las tropas cuyanas enviadas por Jotabeche. El degüello fue el tono de las tropas argentinas acostumbradas al facón; fueron masacrados los mineros, y sólo se salvaron algunos, cuando un sacerdote se presentó en el campo de batalla y logró salvar a los heridos. Entre las tropas de Lanceros y Carabineros de Atacama, venían algunos de los caudillos más ilustres de Argentina, como el caso de Felipe Varela[9]. Jotabeche, que se había olvidado de su extracción proletaria y que había sido educado por las familias nobles de La Serena, quedó para siempre manchado con sangre de estos héroes.
Indudablemente, “El Sitio de La Serena” se vuelve memorable; incide en el levantamiento de Copiapó (26 de diciembre de 1851), e incide profundamente en el ser del Norte chileno, repercutiendo en lo inmediato y en los siglos siguientes, en el imaginario de los habitantes del Norte Infinito.
En el “Periodiquito de la Plaza”[10], número 4, publicado en La Serena, el 5 de diciembre de 1851, aparece el siguiente artículo, que señala con claridad la emoción y la resolución que tenían estos nortinos, que se habían opuesto al centralismo autoritario: “No voy a hablar del Sitio de Troya, ni del de Siracusa, ni del de Saragoza, ni de otros muchos que nos recuerda eso que se llama historia de la humanidad, o tejido de crímenes y virtudes, de grandes hechos de armas y de sublimes rasgos de la inteligencia y del genio.// Hablaré, pues es tal la obligación que me he impuesto, del célebre Sitio de La Serena, de que la posteridad tendrá que ocuparse.// Este Sitio, establecido por un Dictador, erigido en este absoluto poder a despecho de los pueblos, puede muy bien llamarse el Sitio de los Demonios.// Si el Emperador Infernal hubiese decretado este sitio, habría sido menos bárbaro que el Dictador chileno.// Se decreta el sitio en un momento de desesperación y de furor, y vinieron sobre este pueblo todos los males y desgracias que no sufrieron otros pueblos sitiados en otros siglos.// Se ordenó la perpetración de todo género de crímenes, el asesinato, el robo, el estupro, el incendio, y la destrucción y profanación de los templos.// Al pie de la letra han cumplido, los sitiadores, las órdenes del Dictador.// Tres veces han sido heroicamente rechazados, y no hallan donde ocultar su ignominia, ni adonde librarse del rayo de la justicia.// Son perseguidos por la mano de Dios y la de los pueblos.// Si buscan el mar, en sus abismos serán hundidos.// Los enemigos de la humanidad no pueden huir del castigo de la Providencia.// La corona es para el pueblo vencedor, y la pena para los bárbaros invasores”.
[1].- Hernández, Roberto; El roto chileno, ps. 71, 72; Imprenta San Rafael, Valparaíso, 1929.
[2].- Vitale, Luis; Las guerras civiles de 1851 y 1859 en Chile, p.8; Instituto Central de Sociología, Universidad de Concepción, 1971.
[3].- La Marsellesa fue escrita en 1792 por Claude Joseph Rouget de Lisle. El himno oficial de Francia ha sido un canto de resistencia contra la tiranía, tal La Constituyente. Su espíritu de esperanza es tan fuerte, como lo fue La Constituyente para el Ejército Libertador del Norte, y sigue siendo para los verdaderos atacameños. De allí, que Napoleón, dijo: “Esta música nos ahorra muchos cañones”. La letra de La Constituyente es sublime; uno de los mejores poemas escrito en Atacama e inspirada en la Revolución Francesa.
[4].- Soto Ayala, Luis Carlos; Literatura coquimbana, p.3; s/i; Santiago, 1908.
[5].- Vicuña Mackenna, Benjamín; Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt, levantamiento y sitio de La Serena, ps. 331, 332, 333; Imprenta chilena, Santiago, 1862.
[6].- Vicuña Mackenna, Benjamín; Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt, levantamiento y sitio de La Serena, ps. 333, 334, 335; Imprenta chilena, Santiago, 1862.
[7].- Hernández, Roberto; El roto chileno, ps.71, 72; Imprenta San Rafael, Valparaíso, 1929.
[8].- Encina, Francisco A.; Historia de Chile, tomo XIII, p. 121; Editorial Nascimento, Santiago, 1949.
[9].- Ortega, Rodolfo y Duhalde, Eduardo Luis; Felipe Varela, caudillo americano; Colección Sudestada, Editorial El Buque, Buenos Aires, Argentina, 1992.
[10].- Archivo Nacional; Archivo Vicuña Mackenna, vol. 157, piezas: 4v y 5.