Al celebrar el sesquicentenario conmemorativo de las glorias constituyentes de 1859, antecedidas a la epopeya cívico-popular de 1851, es justo y necesario que como sociedad regional nos preguntemos ¿Quién fue don Pedro Pablo Muñoz?
Indudablemente es muy escasa la bibliografía que acredite fehacientemente la vida y obra de este prohombre multifacético. No obstante, ello, daremos aquí un justo esbozo, habida cuenta que otros trabajos se adentrarán en materias más específicas, tales como la minería y el apoyo social y educativo, al artesanado.
Don Pedro Pablo Muñoz Godoy, nació pues en La Serena en 1828; poco se sabe de él[1], pero según el acucioso relato de don Benjamín Vicuña Mackenna que lo conoció en persona, don Pedro Pablo nació bajo la estrella del dolor y la pobreza, luego de transitar por una niñez oscura, con mucho esfuerzo viajó a Santiago a proseguir estudios. Retirado y casi inadvertido por sus propios compañeros, realizó con brillo y tesón su curso de matemáticas, hasta los últimos ramos de ingeniería. Aunque, quizás contrariado por su situación de estudiante de provincia se enroló en 1849 en un club de jóvenes que propiciaban el estudio de la historia nacional, allí se destacó por un hablar lento, cadencioso, propio de quien tiene el tinte del dogmatismo aprendido tras largos años de estudio.
Sin embargo, su verdadero nacimiento a la vida cívica regional ocurrió en la noche del 4 de junio de 1851, en el discurso que dio tras la cena de camaradería ofrecida por el bienamado vecino serenense don Nicolás Munizaga[2], allí don Pedro Pablo Muñoz, tras esperar que los asistentes hubieran apurado las primeras copas, se levantó de su asiento, sus coterráneos le observaron y vieron a un joven desconocido, de hecho mucha parte de la concurrencia lo veía por vez primera, notaron en él su aspecto modesto, su frágil complexión, su rostro pálido, su mirada melancólica y profunda, este frío examen hizo que se aguardara su palabra con una involuntaria curiosidad. En efecto, él habló; y cuando hubo concluido, a la inicial extrañeza del auditorio sucedió una honda impresión. Se generó un eco viril, empapado en el cálido aliento del pecho, pues él había lanzado palabras vehementes llenas de convicción y de esperanza, con invocaciones ardientes a los derechos del pueblo y a la santidad de la misión del hombre, derivada de los preceptos del Evangelio, influido tal vez por la filosofía sansimoniana de boga en aquellos días. Su palabra arrancó chispas, su voz se aceraba en sus labios y rompía con ecos de fuego; he aquí la forma y el giro que este joven desconocido había dado a su brindis, y he aquí por qué en aquella junta puramente política, aquel acento que hablaba con unción de la fraternidad y de la igualdad de los hombres, según la Ley Divina, había encontrado un asentimiento unánime e irresistible. Desde ése día don Pedro Pablo Muñoz fue irrefutablemente reconocido por las gentes de La Serena como el tribuno del pueblo y futuro caudillo de la revolución.
Según su gran amigo, Santos Cavada, don Pedro Pablo Muñoz fue siempre un orador popular, de pie sobre la plaza pública, que poseía la inusual capacidad de agitar en derredor suyo a las masas tumultuosas; este tribuno y caudillo regionalista, más preparaba al pueblo para el combate que lo instruía en sus derechos ¿Por qué? pues porque quería dotarlo de la convicción ciega de los principios que defendían. Él tenía pocas nociones de derecho público, conocía aún menos sobre las ciencias administrativas, no ignoraba la idiosincrasia de los hombres a quienes combatía; pero en cambio, tenía un talento perspicaz, una mirada notoriamente adivinadora de la senda revolucionaria que se seguía y de los destinos a que todos eran arrastrados. Poseía además la unción de una fe viva, que era su elocuencia, la constancia inflexible de una convicción, que era su sistema, la audacia del corazón, que era su carácter y, como corolario, tenía además la lealtad, la honradez y el generoso convencimiento, de que era posible fundar en la Patria una república igualitaria y democrática, que era su única aspiración.
Como ya señalamos, tras la epopeya de 1851 parte al destierro, radicándose en el Perú, posteriormente regresa, dedicándose a la actividad minera. La Revolución Constituyente lo sorprende en La Serena, pues tras observar las tropas comandadas por José Silva Chávez y oír los sucesos revolucionarios de Copiapó, decide junto a un puñado de serenenses huir a caballo, llegando hasta el campamento constituyente de Pichincha, en donde se pone a las órdenes del General don Pedro León Gallo, quien sabedor de su destacadísima participación en la Revolución de 1851, lo nombra coronel y miembro de su Estado Mayor (dicho grado ya lo había ostentado con gallardía el ’51 al frente del Batallón Igualdad); dividió pues el General Gallo su Ejército en tres divisiones entregándole al Coronel don Pedro Pablo Muñoz el mando de la Primera División del Ejército Constituyente, la cual constaba de un escuadrón de carabineros, la 1° Compañía del Batallón 1° de Línea, una pieza de artillería ligera y el escuadrón de lanceros.
Cabe destacar que según es consignado Figueroa[3], fue gracias al talento oratorio y de persuasión de don Pedro Pablo Muñoz que el General Gallo se decidió a realizar la larga travesía por el desierto con miras a proveer los pertrechos necesarios para que las buenas gentes de Coquimbo se pronunciasen a favor de la causa constituyente.
El 10 de marzo de 1859, se produjo el primer triunfo constituyente en La Higuera, el cual se debió fundamentalmente al genio militar de don Pedro Pablo Muñoz, al realizar una escaramuza, cortando la retirada de las fuerzas gobiernistas apostadas en la Higuera, ese mismo día y en horas de la tarde habían llegado procedentes de La Serena una columna de más de 300 vecinos, armados de lanzas, los cuales fueron incorporados para el transporte de los cañones y en el piquete de artillería.
Posteriormente al amanecer del día 14 de marzo de 1859[4], prudentemente el General Gallo dejó a cubierto los víveres y animales en la colina cercana a la quebrada de Los Loros, ubicándose en la meseta del lado oriental de dicho accidente geográfico, las tropas de Silva Chávez advirtiendo dicho movimiento se situaron en el lado poniente de la quebrada. La línea constituyente se encontraba situada en su flanco izquierdo por el batallón de los Zuavos de Atacama, en el centro estaba la artillería y el grueso del ejército constituyente comandados por el Coronel don Pedro Pablo Muñoz y, tras éste, la caballería; por último en el ala derecha apegada al cerro, para evitar ser flanqueada se situó el batallón Cívico formado en posición de martillo.
La batalla comenzó a las 8 de la mañana, por más de dos horas hubo fuego graneado de ambos bandos sin variar posición alguna, desde ese mismo momento comenzaron a silbar airosas las míticas balas de plata del Ejército Constituyente; acto seguido el batallón de Zuavos cargó al ala derecha gobiernista hasta desalojarla, en tanto el Coronel Silva Chávez ordena una carga general, pero la caballería a su mando rehúsa el combate y se niega a cargar quebrada abajo; paralelamente las tropas del Buín descendieron valerosamente por la quebrada quedando a dos fuegos, los de la línea del centro y los del martillo de cívicos, llegando incluso hasta cerca de la artillería constituyente, entonces el Coronel Arancibia transmite la orden del General Gallo y dispone el toque de ¡a la carga! Dicho toque se repitió incesantemente cuando todos marcharon de frente quebrada abajo, en sólo unos instantes ambos bandos se trenzaron en feroz lucha cuerpo a cuerpo, sobretodo en el menguado lecho de la quebrada, muy abrupta y cubierta de quiscos, peñas y matorrales. Pronto la artillería enemiga quedó en poder de los constituyentes, con todos sus pertrechos de guerra. Desde ese momento ya no fue posible coordinar movimiento alguno, pues los gritos de ¡a la carga! Nuestros bravos con impetuosidad, provocaron la turbación y luego el pavor descontrolado del enemigo, quién lastimosamente emprendió la retirada, dando la espalda y lo que es peor para ellos abandonando sus armas, huyendo penosamente quebrada arriba, siendo fácilmente alcanzados por los constituyentes, tomándolos por sus terciados, para ese momento, ya se tocaba a degüello y los mineros – soldados, con el corvo atacameño empuñado, rasgaban las gargantas invasoras de oreja a oreja. A pesar de encontrarse doblemente herido de guerra, la última carga de la batalla fue dirigida en persona por el General Gallo y secundada por el Coronel Arancibia, al mando de los cívicos en martillo, Zuavos y de líneas que no habían perdido en ningún momento su posición. A las 12 del día el triunfo fue completo, quedando libre el camino a La Serena y pasadas las tres y media de la tarde tomaron posesión de ella, en medio de los vítores del pueblo que recibió a Gallo cual si fuera un Aníbal redentor.
Es bueno que se sepa que anterioridad a la batalla, el Coronel Silva Chávez, ocultando su triple huida (de Copiapó, Vallenar y Huasco) se atrevía en Santiago a burlarse del General Gallo y de sus partidarios, decía que: “Ese tal Gallo, no es gallo de pelea, es un simple pollo” y, por tanto “pollos” eran todos los partidarios que lo seguían. Tras saberse la augusta victoria del Ejército Constituyente, comenzó a circular una rima ofensiva a Silva Chávez y al gobierno de Manuel Montt, la cual dice así:
Sí, mi don Manuel (Montt),
Como te cercan escollos,
Pregúntale a Silva Chávez
¿Cómo le fue con los pollos?
No obstante, todo lo aquí relatado, la destacada participación de don Pedro Pablo Muñoz no concluye en 1859, ya que 20 años después, como chileno, patrióticamente solventó gran parte de los gastos de los uniformes y pertrechos necesarios para armar al Regimiento Cívico Movilizado Nº 1 “Coquimbo” y al Batallón del mismo nombre.
Si bien no abundan los antecedentes escritos, la oralidad atesora bastante más sobre este afamado serenense, por ende, se podrían señalar más entretelones de su vida y obra, especialmente, respecto de todos los hechos que sucedieron hace ciento cincuenta años, pero nada esto tendría sentido y alcance en nuestras vidas, sino supiéramos siquiera contextualizarlo en los tiempos presentes.
Don Pedro Pablo Muñoz, él genuinamente representa nuestro más insigne vecino serenense, benefactor de La Higuera, doble tribuno y caudillo de todas las gentes de Coquimbo. Emulemos, pues a este soldado de la libertad, apóstol de la justicia y obrero de la minería, pues ha sido en las batallas, en los comicios, en la tribuna, en la prensa, en el hemiciclo de la Cámara y en las nortinas faenas, hijo fiel de la causa libertaria, constituyente y, por sobre todo, regionalista; al erguirse como adversario tenaz del odioso centralismo santiaguino, ya que don Pedro Pablo jamás fue cortesano —ni del miedo ni del poder— antes bien siempre buscó, sin exclusivismo, la fortuna y la gloria por el sólo bienestar de la patria, oigamos pues la memoria de la sangre, el llamado de la tierra. Ya que Atacama y Coquimbo, mucho más que regiones hermanables son compadres y compinches desde siempre, abanderados de la causa regionalista y maestros entre sus pares, de dignidad, de justicia y de libertad para la Nación. Hoy como ayer estos ideales siguen plenamente vigentes, ya es hora que el pueblo regionalista exija el reconocimiento de sus fueros y ponga fin al centralismo asfixiante que todos sufrimos; insisto, a nosotros nos corresponde siempre imitar su ejemplo en la senda de la paz y el progreso, por ello, a don Pedro Pablo Muñoz y, junto a él, a todos los bravos y héroes caídos, reciban pues eterno honor y gloria, ya que son parte esencial del ilustre panteón de la causa regionalista.
[1] http://www.corporacionlaserena.cl/cementerio/ppmunoz.php. En 1851 fue aquí uno de los promotores de la República de Los Libres. Vencida la revolución serenense, se proscribió al extranjero y a su regreso se dedicó a la minería. Participó en la Revolución Constituyente de 1859. Formó parte del Estado Mayor del Ejército Constituyente y luchó en las Batallas de Los Loros y Cerro Grande. Vencido en esta última, se refugió en el destierro hasta 1862 en que regresó del Perú. Fue elegido diputado en 1879. Se casó con Doña Josefa Espinosa Varela, teniendo sólo una hija, Doña Pepita Muñoz. Empresario minero; se le considera benefactor del pueblo de La Higuera, al dotarlo de escuela y terrenos para edificios administrativos: Correo, sitio de postas y Registro Civil, falleció en 1884.
[2] Vicuña Mackenna, Benjamín. Historia de los Diez Años de la Administración de don Manuel Montt. Pp. 36 y ss. Imprenta Chilena. Santiago. Año 1862.
[3] 3.- Figueroa, Pedro Pablo. Historia de la Revolución Constituyente (1858-1859); Imprenta Victoria, Santiago, 1889.
[4] Encina – Castedo; Historia de Chile, Tomo II, Pp. 1117 y ss.