Para entretener y documentar las inquietantes horas que estamos viviendo, escribo esta página que contiene parte importante del devenir histórico de Chile. Esta página pretende abrir una ventana al pasado con la finalidad de aportar al rescate de la historia, antes de que ingresemos definitivamente al siglo XXI y los sucesos aquí reunidos se vayan esfumando cada dia hasta terminar en el olvido. Además, la consigna es: valorar la ruta de nuestros antecesores,conocer sus realidades, sus motivaciones para alimentarnos con sus más eficientes lecciones de vida.
Conocido es que cada cierto tiempo Chile sufre desastres naturales; sismos de gran magnitud, aluviones, erupción de volcanes que llegan a tener calificativo de “desastres” y que dejan a la vista la vulnerabilidad de la población debido a que los desastres naturales tienen un poder que sobrepasa a la humanidad. También hemos vivido desasatres de índole social sea cual fuere el motivo, la causa o la razón siempre han dejado en el país una huella de dolor, muerte y desolación.
Uno de estos episodios de emergencia nacional fue, sin duda, la guerra del Pacífico (1879- 1884) que provocó una movilización nacional y el rodaje de los días nos llevaron a asumir tristes consecuencias tanto económicas como sociales. Jamás se había tenido un enfrentamiento bélico con estas características, no había conocimiento ni experiencia de maniobras o campañas asi como movimiento y disposición estratégicas de los ejércitos, ni menos en el desierto más arido del mundo, por tanto se desconocía la manera de hacer frente a una guerra: lejos del agua, de los alimentos, de los centros poblados y además tener la capacidad y competencia de encarar a un enemigo numeroso y conocedor de su propio territorio.
Chile se había despoblado para atender el momento ineludible de la guerra. Muchos hogares no recibieron de regreso a padres, hijos, que marcharon al norte.
Para identificar nuestra página de la historia primero ubicaremos los acontecimientos en el tiempo y en el espacio. Por esta razón, nuestro pensamiento viajará al norte de Chile:
Arica era la roca que se atravesaba en el camino, el obstáculo que impedía la llegada al Pacífico ya dominado por la escuadra chilena y que guardaba todos los elementos que necesitaba nuestro ejército para sobrevivir. Arica, verdaderamente era una fortaleza: tiene el mar por el oeste, y un cordón montañoso de este a oeste, el valle que cruza para terminar también en el mar y además los seis fuertes que la envolvían.
El 7 de junio de 1880, dos mil soldados chilenos treparon las escarpadas murallas ante la admiración de los extranjeros que presenciaban desde la bahía la audacia de los chilenos. Fue el dia en que el pabellón chileno flameó celebrando la toma del Morro de Arica
Llegaba el mes de noviembre de 1880, habían transcurrido seis meses y todas las innumerables gestiones a nivel diplomático no fueron exitosas y por tanto ¡No fue posible conseguir la paz!,
Entonces el gobierno chileno decide que el próximo destino debía ser LIMA: la ciudad virreinal.
¡A Lima! A Lima!. Las bandas de músicos tocaban la canción nacional, seguida de dianas y animados pasodobles. Y entonces todos las acciones se concentraron sólo en preparar la campaña a Lima. El ejército fue reorganizado en tres divisiones. Nuestro Regimiento “Coquimbo” quedó en la primera división junto a los Regimientos 4ª de Línea, Chacabuco y el Batallón Quillota. Se decide concentrar las fuerzas en el valle de Lurín.
Recién el día 11 de enero de 1881 se leyó la proclama del General en Jefe del Ejército, Manuel Baquedano, que disponía la marcha al norte, en pos de las fuerzas peruanas.
Recurro al testimonio escrito durante la campaña por el periodista Daniel Riquelme ( 1857-1912) quien al estallar la guerra del Pacífico se enrola como corresponsal del periódico “El Heraldo” de Valparaíso. Riquelme convivió junto a la oficialidad y la tropa compartiendo las penurias y los sacrificios de los soldados. En sus crónicas de guerra logra captar lo que en cada lugar vivió, y hoy nos lleva hasta el campamento chileno ubicado en el valle de Lurín en el momento en que lo abandonan para seguir marcha a Lima:
“Adiós a Lurín”: Era el inolvidable 12 de enero de 1881.
“El ejército alzaba sus reales para marchar sobre Lima. El dia, desde el “toque de diana” había tenido los afanes de una gran mudanza, la emigración de veintitrés mil hombres que se lanzaban a lo desconocido.
“Cada encuentro era una lluvia de adioses, promesas y apresurados encargos. ¡Y cuántas manos estrechamos entonces por última vez!
“Luis Larraín Alcalde con su barba nazarena de campaña, prometiendo otro desquite ahora ¡Ay! en Lima. Dejé al Chacabuco y al Coquimbo, que vecinos estaban, para despedirme y darme la triste satisfacción de recorrer por última vez el hermoso campo de Lurín.”
“A medianoche se puso en movimiento a los regimientos, mientras los “Cazadores del Desierto” seguían a la retaguardia después de avivar las fogatas del rancho, para que el enemigo siempre acechante, creyera que aún los chilenos permanecían tranquilos en los campamentos.”
Lo que ha continuación sucede en el sitio de los hechos lo encontrarás en el siguiente escrito:
EL PERRO DEL REGIMIENTO.- Daniel Riquelme (Extracto)
“Entre los actores debe contarse, en justicia, al perro del “Coquimbo”; perro abandonado y callejero, recogido un día a lo largo de la marcha por el piadoso embeleco de un soldado, en recuerdo, tal vez, de algún otro que dejó en su hogar al partir a la guerra.
Imagen viva de tantos ausentes, muy pronto el aparecido se atrajo el cariño de los soldados, y éstos, dándole el propio nombre de su Regimiento, lo llamaron «Coquimbo» para que de ese modo fuera algo de todos y de cada uno.
Su humilde personalidad vino a ser, en cierto modo, el símbolo vivo y querido de la personalidad de todos; de algo material del Regimiento, así como la bandera lo es de ese ideal de honor y de deber que los soldados encarnan en sus frágiles pliegues.
El de su lado, pagaba a cada uno su deuda de gratitud, con su amor sin preferencia, eternamente alegre y sumiso. Como cariño de perro. Comía en todos los platos; diferenciaba el uniforme; según los rotos, hasta sabía distinguir los grados, y por un instinto de egoísmo, digno de los humanos, no toleraba dentro del cuartel la presencia de ningún otro perro que pudiera, con el tiempo, arrebatarle el aprecio que se había conquistado.
Llegó, por fin, el día de la marcha sobre las trincheras que defendían a Lima.
«Coquimbo», naturalmente, era de la gran partida. Los soldados, muy de mañana, le hicieron su tocado de batalla.
Pero el perro -cosa extraña para todos- no dio, al ver los aprestos que tanto conocía, las muestras de contento que manifestaba cada vez que el Regimiento salía a campaña. Triste y casi gruñón, se echó desde temprano a orillas del camino, frente a la puerta del cañal en que se levantaban las «rucas» del Regimiento, como para demostrar que no se quedaría atrás y asegurarse de que tampoco sería olvidado.
La noche cerró sobre Lurín, rellena de una niebla, que daba al cielo y a la tierra el tinte lívido de una alborada de invierno.
Casi confundido con la franja de argentada espuma que formaban las olas fosforescentes al romperse sobre la playa, marchaba el Regimiento Coquimbo cual una sierpe de metálicas escamas.
El eco de las aguas apagaba los rumores de esa marcha de gato que avanza sobre su presa.
Todos sabían que del silencio dependía el éxito afortunado del asalto que llevaban a las trincheras enemigas.
Y nadie hablaba y los soldados se huían para evitar el choque de las armas. Y ni una luz, ni un reflejo de luz.
Y así habían caminado ya unas cuantas horas.
Las esperanzas crecían en proporción; pero, de pronto, inesperadamente, resonó en la vasta llanura el ladrido de un perro, nota agudísima que, a semejanza de la voz del clarín, puede, en el silencio de la noche, oírse a grandes distancias, sobre todo en las alturas.
-«¡Coquimbo!» -exclamaron los soldados.
Y suspiraron como si un hermano de armas hubiera incurrido en pena de la vida.
De allí a poco, se destacó al frente de la columna la silueta de un jinete que llegaba a media rienda.
Reconocido con las precauciones de ordenanza, pasó a hablar con el comandante Soto -el bravo José María 2.º Soto-, y tras lacónica plática, partió con igual prisa, borrándose en la niebla, a corta distancia.
Era el jinete un ayudante de campo del jefe de la primera división, coronel Lynch, el cual ordenaba redoblar «silencio y cuidado» por haberse descubierto avanzadas peruanas en la dirección que llevaba el Coquimbo.
A manera de palabra mágica, la nueva consigna corrió boca en oreja desde la cabeza hasta la última fila, y se continuó la marcha, pero esta vez parecía que los soldados se tragaban el aliento.
Una cuncuna no habría hecho más ruido al deslizarse sobre el tronco de un árbol.
Sólo se oía el ir y venir de las olas del mar, aquí suave y manso, como haciéndose cómplice del golpe, allá violento y sonoro, donde las rocas lo dejaban sin playa.
Entre tanto, comenzaba a dividirse en el horizonte de vanguardia una mancha renegrida y profunda, que hubiera hecho creer en la boca de una cueva inmensa cavada en el cielo.
Eran el Morro Solar ( conjunto de cerros del distrito de Chorrillos al sur de la ciudad de Lima) y el Salto del Fraile, lejanos todavía, pero ya visibles.
Hasta ahí la fortuna estaba por los nuestros, nada había que lamentar. El plan de ataque se cumplía al pie de la letra. Los soldados se estrechaban las manos en silencio, saboreando el triunfo; mas, el destino había escrito en la portada de las grandes victorias que les tenía deparadas, el nombre de una víctima, cuya sangre, obscura y sin deudos, pero muy amada, debía correr la primera sobre aquel campo.
«Coquimbo» ladró de nuevo, con furia y seguidamente, en ademán de lanzarse hacia las sombras. En vano los soldados trataban de aquietarlo por todos los medios que les sugería su cariñosa angustia.
¡Todo inútil!
«Coquimbo», con su finísimo oído, sentía el paso o veía en las tinieblas las avanzadas enemigas que había denunciado el coronel Lynch, y seguía ladrando. Pero lo hizo allí por última vez para amigos y contrarios.
Un oficial se destacó del grupo que rodeaba al comandante Soto Agûero, separó dos soldados y entre los tres, a tientas, volviendo la cara, ejecutaron a «Coquimbo» bajo las aguas que cubrieron su agonía.
En las filas se oyó algo como uno de esos extraños sollozos que el viento arranca a la arboladura de los buques… y siguieron andando con una prisa rabiosa que parecía buscar el desahogo de una venganza implacable.
Y quien haya criado un perro y hecho de él un compañero y un amigo, comprenderá, sin duda, la lágrima que esta sencilla escena que yo cuento como puedo, arrancó a los bravos del Coquimbo, a esos rotos de corazón tan ancho y duro como la mole de piedra y de bronce que iban a asaltar, pero que en cuyo fondo brilla con la luz de las más dulces ternuras mujeriles este rasgo característico: Su piadoso cariño a los animales.”
Hemos recuperado una página de nuestra historia en donde ha quedado de manifiesto la importancia que reviste la adhesión, la entrega, la cooperación que el país requiere para detener el peligro cuando lo acecha y de nuevo se comprueba que el soporte, la esencia y el amparo lo encontraremos siempre en el sustento que nos entrega la Disciplina y el Amor a la tierra que nos vio nacer.
Susana Pacheco Tirado.
Junio 2020
POSTDATA
Te invito a buscar respuesta a las siguientes interrogantes:
- ¿Quién fue Luis Larraín Alcalde? Nombre de una arteria importante de La Serena.
- ¿Dónde se ubica el Valle de Lurín.
- ¿Qué acción ordena el “toque de diana”
- ¿Cuál es la diferencia entre cuento y crónica?
Te invito a leer:
-“Bajo la Tienda”: Daniel Riquelme.
-“Historia, Música y Poesía para Chile: región de Coquimbo”: Susana Pacheco Tirado.-