En la alborada de nuestra tierra limarina, la palabra surcaba el aire sin fronteras; nombraba y signaba las fuentes, bendecía y alababa la ofrenda de la vida. Era símbolo y cantaba.
Luego vino el galope destemplado, las hordas segando la floresta de las horas. La signatura del pecado y sus anatemas paralizando. La palabra entonces ocultó su melodía dulce, le robaron el alma y su sonido tornó hueco, se hizo piedra y desde el silencio encriptó los significados y los significantes.
Porque la lengua invasora no moduló la música del amauta. No contuvo el aire en su flauta libre. Su ancho cuerpo no se acomodaba a este ropaje de colores. Por ello trocóse en mortaja y silencio. Trasmutó la fluidez de la barca y sus remos por cortos no alcanzaron el horizonte.
Mas esta palabra, aún mutada en su grafía mestiza, conservó de su origen el misterio en su alianza demudada. En las quebradas ocultas pervivió, en la montaña olvidada nombró promontorio y herida, fue señal y vigía, canto del agua y santuario olvidado.
Por ello es ardua tarea el traducir su voz originaria. Hay que vestirse de sacerdote para entrar en su ceremonial alumbrando. Sólo así nos entregará su clave afirmante, las llaves que nos abran la página abierta del suyo origen.
Y arropado de saberes, provisto del compás y la medida, el profesor Herman Carvajal acepta el desafío y se disfraza de chamán para dilucidar los enigmas en sus bases. Le ha llevado tiempo de caminar escuchando, de comparar contrastando; como un paciente orfebre ha pesado y medido sonido y ritmo, color y origen. Y gracias a ello, hoy Limarí comienza a recuperar su voz dormida, deja la pátina gris de los años y reverdece. La ceremonia de los días cobra valor y nos enaltece. Agradezcamos al oficiante.
Hay que decir que estos nombres, señalados “toponomásticos amerindios” por nuestro erudito investigador, constituyen auténticos relictos de un lenguaje claramente desaparecido. Junto a los diseminados petroglifos y a la antigua escuela ceramista, que distinguió a los pueblos originarios de nuestros valles transversales, constituyen los escasos elementos distintivos que prueban que hubo un tiempo pasado del cual necesariamente todos somos deudores.
Y en aquel lejano tiempo, nuestro territorio fue visitado por voces diversas, desde el adelantado picunche y el trashumante diaguita, hasta el dominador inca, su paso dejó huella en el soporte onomástico del habitante y el lar acogido. Por ello no debe extrañar que el recuento general estadístico establecido por el autor, aparezcan mayoritariamente los topónimos de origen mapuche y quechua (42% y 35%, respectivamente).
Junto a ello, los topónimos de origen desconocido (16%) junto a los dudosos (4%), comprueban en ello, la mixtura cultural que ya se había constituido aún antes de la llegada del conquistador español.
Lo anterior, tiene su correspondencia con el soporte de antropónimos que nosotros registramos en investigación anterior, donde mayoritariamente éstos acusan grafía de origen mapuzugun 47%, sumados a los de origen quechua, 17%, otros 7%, adicionando un alto porcentaje de desconocidos, 29%[1].
Hay sí una consideración que quisiéramos hacer, al revisar el planteamiento original según declara el autor, que tuvo al registrar la información toponímica del sector estudiado: El Valle de Limarí, en el sentido que fue tomada del respaldo expresado en las cartas geográficas emitidas por el Instituto Geográfico de Chile. Todo lo cual nos parece legítimo y pertinente, aún así, algunos alcances.
Es sabido, como lo expresamos anteriormente, y reafirmado por lingüistas especialistas, que el idioma español manifiesta diferencias en el total de fonemas correspondientes a los de nuestros pueblos originarios.
Especialmente se ha señalado esto con respecto al lenguaje del mapuzugun[2]. Por ello la necesaria adaptación de los fonemas a los grafemas propuestos a fin de construir un lenguaje y una gramática consensuada, ha entrañado dificultades en la adaptación de los lenguajes orales amerindios a la grafía del español. Por ello no es de extrañar que en los años iniciales de la conquista estas voces adolecieran de grandes omisiones, reducciones y alteraciones que modificaron su sonido originario.
Además de ello conviene informar, que estos topónimos amerindios transcritos por el conquistador, siguieron en el tiempo sufriendo mutilaciones o cambios, que desperfiló aún más el sonido original del vocablo respectivo.
Por todo lo cual, creemos, debiera examinarse la información más antigua que dice relación con el topónimo estudiado, por ejemplo, en lo pertinente señalado en la documentación inicial correspondiente a las primeras mercedes de tierra otorgadas en la zona, donde la delimitación de las extensas tierras concedidas a los primeros conquistadores españoles, da cuenta de referentes geográficos nombrados de forma distinta a la que actualmente están en uso.
Esto lo decimos, sobre todo, cuando existan dudas de la procedencia del topónimo o se carezca de antecedentes que avalen alguna definición más cercana sobre los mismos.
Al respecto, citaremos algunos ejemplos que nosotros hemos detectado en nuestro trabajo investigativo, que creemos oportuno señalar como dato que complemente la información que se tiene sobre el topónimo respectivo:
1.- Por Combarbalá, se cita a Cocambalá;
2.- Con respecto a los vocablos Fundina y Pichasca, las actuales Comunidades de igual nombre han antepuesto la voz: Inga, lo que se supone que la tradición de estos sectores ubicados en el actual Valle de Río Hurtado, han conservado los nombres de dos curacas inkas que tuvieron relevancia en el antiguo período del dominio del imperio incaico en dicho Valle (1470-1536).
3.- Un caso significativo lo constituye la adoptada al cerro actualmente nombrado Guayaquil sitio en la Comuna de Monte Patria, la que por deformación, trocó la voz original Guaiquilón, como reiteradamente lo hemos visto nombrado en las mercedes de tierra otorgadas en el sector[3].
4.- Sobre la voz Limarí que da nombre a nuestro valle, la que aún es motivo de discrepancia en cuanto a su significado, ha surgido una nueva aproximación, la que fue hecha por el Dr. Carlos Ruiz Rodríguez, etnohistoriador y académico en la USACH, quien ha afirmado que debiera tomarse en cuenta el vocablo Liq Malliñ, original del mapuzugun, de significado Estero Blanco, que el español habría trocado en Limarí[4]. Por otra parte, la declaración de los caciques antiguos expresada en juicio contra Antonio Barraza Crespo el año 1638, deja claramente especificado que Limarí fue el propio nombre del sector donde hoy se asienta el poblado de Barraza, término que por extensión fue dado más tarde a todo el valle[5].
5.- Lutuhuasi. La documentación antigua, da clara referencia al nombre original de la estancia correspondiente al sector como Urituhuasi[6], que en idioma quechua significaría casa del lorito. Posteriormente la deformación modificó su pronunciación a Lutuhuasi y también Lutuhuás, como es que los lugareños actualmente se refieren al cerro que dio nombre al sector.
6.- Pachingo, sector agrícola en la zona costera del Valle de Limarí bajo. En documentación antigua se nombra a esta merced como las tierras del cacique Pachingo.
7.- Soco. Por nombrar estas tierras de estancia, hemos encontrado la antigua voz Sotoco[7].
8.- Tulahuén. Estas tierras en documentación antigua son nombradas como Tungahueno[8].
Por otra parte, conviene señalar un hecho muy significativo, que dice relación con la antroponomastia amerindia, que es otro elemento que constata la notoria presencia indígena en la época colonial, constitutiva de los valles limarinos. Esto es, la ausencia de apellidos amerindios en las primeras nóminas citadas de indígenas pertenecientes a las primeras encomiendas otorgadas en el área que estudiamos. Sólo se nombra al cacique y el listado sólo recoge oficio, pero no registra nombre propio[9].
Esto lo vemos repetido, al revisar las inscripciones efectuadas en las partidas bautismales, matrimoniales y de entierro en las primeras parroquias cabeceras de la zona, como lo fue la del Corpus de Sotaquí, la que iniciada el año 1648, abarcaba todo el territorio de los sectores Limarí Bajo y Alto.
Sin embargo, ya a finales del siglo XVII, los apellidos amerindios tornan a incrementarse paulatinamente, desplazando a los antropónimos relativos a los oficios o peyorativos. Un caso muy significativo lo detectamos en el matrimonio de los encomendados, el cacique don Rodrigo Contulian y Ana, su esposa de igual condición: al principio se le señala Ana Garabato, luego Ana Sargento y, por último ella refrenda su nombre verdadero y lo registra Ana Seura[10].
Esta situación, que nosotros hemos visto extendida al revisar las partidas parroquiales, nos lleva a pensar que el indígena en condición de encomendado, al principio, por desconocimiento de la lengua impuesta, el español arcaico, no podía expresar su nombre tal como era este. Luego, al adquirir por contacto paulatinamente el idioma, se torna “ladino”, como nombraban los españoles al indígena que era capaz de entender y hablar el español, y creemos que fue esta condición, lo que le permitió reivindicar la voz original que lo nombrara en el pasado.
Finalmente, no nos queda más que agradecer la paciente labor investigativa del profesor Herman Carvajal, trabajo que en parte se expresa en la obra que hemos tenido el honor de prologar. Sin duda, toda la Región de Coquimbo, foco mayoritario de su exploración investigativa, es la gran beneficiada con el develamiento amplio que nuestro autor ha efectuado de su Toponimia, elemento indispensable para aunar criterios científicos afines, los que en el futuro consigan ir entregando una aproximación histórica más integral, menos mixtificada y sin duda más verdadera.
[1] Vega, Guillermo: Antroponimia Indígena, Valle de Limarí. Poblaciones originarias, onomástica y genealogía. Imp. Alcance Visual, La Serena, 2008. Págs.45 a 53.
[2] Al respecto véase. Gramática del Idioma Mapuche, del profesor Raguileo Rancupil.
[3] Merced de Tierras al Capitán Santiago Pizarro del Pozo. Año de 1690. Not. La Serena, Vol 1
[4] Ruiz Rodríguez, Carlos: Prólogo a Antroponimia Indígena, Valle de Limarí, pág. 8.
[5] Pizarro Vega, Guillermo: La Villa San Antonio del Mar de Barraza; págs. 40 a 42.
[6] Codicilo a Test. de D. Diego Pizarro del Pozo y Clavijo, fech.1647, en Not. La Serena, Vol 4 a fs.12
[7] Test. De D. Gabriel de Galleguillos. Not. La Serena a fs. 17. A 82. Fech. 13-XII-1734.
[8] Igual a cita N°3.
[9]Cortés Olivares, Hernán et alter: Relación de la Visita del Oidor Fernando de Santillán, en Pueblos Originarios del Norte Florido de Chile. Págs. 11-273.
[10] Arch. Parr. Sotaquí, Lib. 2 Matr. a fs. 51 y Arch. Par. Barraza Lib. 1 de Matr. a fs. 187.