Los diaguitas en la perspectiva del siglo XX. Prólogo
Es para mí una feliz coincidencia que se me haya invitado a escribir el prólogo de la nueva edición de este libro, justo cuando el museo donde trabajo está planeando montar una exhibición ―la segunda en 30 años― sobre la cultura Diaguita Chilena. Aquella vez, en 1986, fui el editor del catálogo de la exposición Diaguitas: Pueblos del Norte Verde, cuyo artículo de fondo, “Antiguas culturas del Norte Chico”, fue escrito por Gonzalo Ampuero. Nuestro autor era entonces la voz más autorizada sobre esta materia y me complace constatar que continúa siéndolo. Porque, digamos las cosas como son: difícilmente hay otro investigador que maneje tan vivencialmente la historia de la investigación arqueológica y tan panorámicamente el desarrollo cultural de los pueblos prehispánicos de esta zona del país como él. Allí radica el principal valor de este libro. Escrito por alguien que domina el tema, dueño además de una gran capacidad narrativa, se lee como un ensayo erudito, pero, a la vez, como un entretenido relato de comienzo a fin.
Después de sintetizar con oficio once de los doce mil años de desarrollo cultural de la zona en unas pocas páginas y de recordarnos que Ricardo E. Latcham fue el creador del concepto de cultura Diaguita Chilena, en el Capítulo III Gonzalo Ampuero aborda la historia de los primeros cuarenta años (1936 – 1976) de investigación de esta cultura arqueológica, revisando críticamente la contribución de figuras señeras de la arqueología de Atacama y Coquimbo, ―Francisco Cornely, Jorge Iribarren, Junius Bird, Julio Montané― y reseñando sus propios aportes iniciales al tema (1966 – 1976). De estos antecedentes se concluye que, además del hallazgo y excavación de numerosos sitios arqueológicos Diaguita, en estos primeros estudios la preocupación principal de los investigadores estuvo en establecer las fases de desarrollo de esta cultura, dilucidar sus orígenes, determinar su ubicación dentro de la secuencia prehispánica del Norte Chico y conocer sus relaciones con áreas vecinas. Es destacable en este capítulo cómo los minuciosos trabajos e innovadores planteamientos de Montané sobre las cuatro fases de la cerámica de Las Ánimas fueron comprobados estratigráficamente por Ampuero. A tal punto que le sirvieron para plantear la existencia del complejo Las Ánimas como sucesor del complejo El Molle y como base de sustentación de la cultura Diaguita Chilena a partir del siglo X. También para proponer que la cerámica Ánimas IV de la tipología de Montané integra la primera fase de esta cultura, denominada Diaguita I.
La historia de la investigación continúa en el Capítulo IV abarcando los siguientes 30 años, desde la síntesis sobre la prehistoria del Norte Chico que Ampuero escribió con Jorge Hidalgo, en 1976, hasta el trabajo de Gabriel Cantarutti y Claudia Solervicens sobre la cultura Diaguita en el valle de Limarí, en 2005, pasando por los importantes aportes de Ángel Durán en los túmulos de La Puerta, de Marcos Biskúpovioc en el sitio Las Chilcas, de Gastón Castillo en la plaza Gabriela Mistral de Coquimbo y de Ivo Kúzmanic en el sitio Chanchoquín en Huasco, entre varios otros. Especial mención dedica nuestro autor al libro Culturas Prehistóricas de Copiapó, publicado por Hans Niemeyer, Gastón Castillo y Miguel Cervellino en 1998, calificándolo como “una obra que abre nuevas perspectivas para la arqueología del Norte Chico, particularmente para la Región de Atacama”. De su análisis crítico de este libro, sin embargo, se desprende que entre 1976 – 2006 temas histórico culturales como la cronología de las influencias de culturas argentinas en El Molle y, sobre todo, en Las Ánimas, así como la exacta ubicación de uno u otro tipo cerámico de este último complejo dentro de la secuencia maestra regional y sus respectivas áreas de dispersión tanto hacia los extremos como en el corazón del territorio de la cultura Diaguita, siguieron concentrando la mayor parte del debate arqueológico. Por cierto, ahora con un mayor nivel de detalles y sofisticación que en la época anterior. Quien quiera conocer los complicados entresijos de estas discusiones tiene un buen punto de partida en los capítulos III y IV del presente libro, y si desea ahondar más en algunos de esos temas, no tiene más que acudir a la selecta bibliografía citada en las notas.
En los capítulos V y VI, Ampuero expone de manera sintética su visión actual sobre el “estado del arte” de los estudios de la cultura Diaguita Chilena, tanto desde la perspectiva de la arqueología como de la etnohistoria, la lingüística y otras disciplinas auxiliares, como los estudios iconográficos. Es una revisión tan pormenorizada y bibliográficamente respaldada como las de los capítulos previos. En ella, aborda los principales puntos que han preocupado a los arqueólogos hasta ahora, aunque, salvo unas pocas excepciones, la actualización parece haber sido cerrada hacia mediados de la década pasada, que es la fecha de publicación de la primera edición de este libro. Son capítulos de fino escrutinio, generosos en el reconocimiento del aporte de otros colegas, pero frontales en la crítica, en los que el autor toma posiciones respecto a diferentes tópicos y problemas. Quizás, una de las mayores contribuciones de estos capítulos sea, a mi modo de ver, la inclusión en forma subyacente de una verdadera agenda de trabajo para las investigaciones que vienen. Casi cada tópico contenido en ellos podría ser el tema de una tesis o de un proyecto.
Por el primero de estos dos capítulos pasan temas como la distinción de un territorio de la cultura Copiapó y otro de la cultura Diaguita cuyo límite estaría en el interfluvio Huasco–Elqui; el comportamiento de las cerámicas de Las Ánimas en uno y otro territorio a lo largo del tiempo, donde se desliza la posibilidad de que la cerámica Aconcagua de Chile central sea también parte de este proceso; el rol de la entidad cultural La Aguada del N.O. Argentino en el surgimiento de Las Ánimas y Diaguita; una caracterización actual de las tres fases de la cultura Diaguita Chile, incluyendo la fase correspondiente a la ocupación incaica o Diaguita III; el perenne desconocimiento arqueológico de los patrones de asentamiento de esta cultura, aunque Ampuero confidencia que conoce sitios habitacionales que esperan una investigación; la reiterada extrañeza del autor por la presencia de materiales Diaguita en cementerios de Taltal, hecho no tan raro, a nuestro juicio, si en lugar de entenderlos como individuos Diaguita enterrados allí, se les entiende como pescadores locales que incorporan en sus tumbas materiales exógenos mediante intercambios a lo largo del litoral; y el hallazgo de evidencias físicas tangibles de un ramal transversal de camino inca en río Turbio, que reflota las esperanzas de registrar el trazado de la red del Qhapaq Ñan en el Norte Chico. Se echa de menos, sin embargo, una referencia a recientes estudios de arte que han atribuido ciertos estilos al período Diaguita.
El segundo de estos dos capítulos, titulado El Período Protohistórico, es algo inconsistente en cuanto a los temas que trata, cosa que, por supuesto, no le quita interés. Por él desfilan temas tan variopintos como los siguientes: el rol de la etnohistoria y el impacto de los trabajos de John Murra y Jorge Hidalgo a partir de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta; las estimaciones de montos de población para el Norte Chico, unas 25.000 almas según Hidalgo, unas 20.000 según Ampuero; los patrones de asentamiento locales según los cronistas; la organización social dual al momento del contacto y su posible existencia en tiempos preincaicos; el empleo de naturales de la zona como mitimaes del Inca en los valles de Huasco, Aconcagua y Mapocho, así como en regiones trasandinas; el vestuario local, ya sea de acuerdo a las crónicas o según se aprecia en los personajes de los jarros–pato; la religión y la cosmovisión en la cultura Diaguita, reflejadas en el uso de instrumentos para inhalar alucinógenos, el culto al felino, las formas de enterramiento y los adoratorios incaicos en las cumbres de ciertos cerros del Norte Chico; los changos del litoral (y su posible papel como balseros en la dispersión de materiales Diaguita a lo largo de la costa, agregaría yo); los estudios de patronímicos y las referencias a una composición multiétnica de la población en estas regiones; y la economía agrícola, marina y ganadera de esta cultura según la arqueología y los relatos etnohistóricos (aunque no deja de llamar la atención la confianza con que el autor afirma la existencia de alpacas en el medio local antes de los incas).
El capítulo final es un duro contrapunto argumental entre las evanescentes huellas documentales de un pueblo cuyos integrantes parecieran haberse esfumado no mucho después de la llegada de los españoles y la reciente cristalización de una etnia diaguita contemporánea. En un país como el nuestro, de tantas desapariciones, la desaparición de la lengua, las costumbres y los propios miembros de la vieja cultura Diaguita Chilena ocurrió ―como dice nuestro autor― por etnocidio, por mestizaje, por asimilación, que son distintas maneras de borrar a un pueblo de la historia. Por eso, si se trata de poner a los antiguos diaguitas en una perspectiva del siglo XXI, ―como propone este libro― era importante repasar estos 80 años de investigación para saber de dónde vinieron, qué intervalo ocuparon en la línea del tiempo, que estilos prevalecieron en cada momento de su desarrollo, qué territorios ocuparon, con quiénes se relacionaron y por quiénes fueron conquistados, pero lo que quizás difícilmente sabremos es en quiénes se convirtieron. De ahí que el mejor recurso para que los nuevos diaguitas construyan una identidad basada en ese pasado precolombino no sea despreciar el conocimiento científico–académico, sino acudir a los archivos de la arqueología, porque solo en ellos podrán encontrar la memoria de los suelos ancestrales.