MINAS Y CATEADORES, DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO. Ediciones Volantines, 2019.
Prólogo: Claudio Canut de Bon Urrutia[i]
Domingo Faustino Sarmiento (1811 – 1888), fue un notable personaje multifacético del siglo XIX de la República Argentina; en especial, de las provincias montañosas del interior, San Juan y otras, colindantes con la gran cordillera limítrofe con Chile. El personal interés en la cultura se manifestó como educador y en los escritos de actividad política, entre muchos otros temas que abordó. Lector incansable; tuvo una prolífica producción de artículos en periódicos y libros sobre los sucesos históricos, políticos, de la barbarie y revueltas en las luchas fratricidas de su país. Estos escritos son muy conocidos, los que han sido recopilados y publicados en muchas ediciones en Argentina y el mundo.
En otro aspecto, hay tres periodos de su vida que se relacionan con Chile, que fue el refugio en dos exilios forzosos, y el que se encuentra con la minería chilena. Lo que persigue este libro es destacar el interés en esta actividad, como la observó, vivió; ideas planteadas en párrafos que formaron parte de su pensamiento a futuro.
La primera estadía fue entre 1831 y 1836. Es conocida esta actividad inicial como maestro de escuela cerca de la localidad de Los Andes. Luego viaja de Valparaíso a Huasco y sigue a Copiapó, donde en Chañarcillo (1832) se vivía la fiebre minera por los descubrimientos de minas de plata. Estas faenas requerían trabajadores duros en labores de minas, pero, además, necesitaban personas instruidas para la administración. Entonces en 1834 lo contratan como mayordomo de mina, que vendría a ser como un jefe de obras, y adopta el típico traje de minero chileno. Su espíritu investigador se hace presente como gran observador estudioso en esta nueva actividad: la minería, tan natural para el atacameño, como tan extraña para el argentino de San Juan de la Frontera. La estadía en Chañarcillo fue por cerca de dos años, y en 1836 regresa a Argentina.
Consideramos este primer periodo de gran importancia como aprendizaje, desde la base de la minería, al conocer el día a día de la producción de minerales; ver la importancia como creadora de fuentes de trabajo y riquezas para una provincia. Pero, también, las deficiencias técnicas y legales, además, lo necesario de aprender la ciencia y la técnica para saber hacer. Porque vivir y trabajar en una mina ubicada sobre cerros, es una experiencia única, muy distinta al trabajo agrícola, ganadero o de la ciudad.
En forma paralela –como información histórica que tendrá suma importancia después–, la enseñanza de la minería en Chile se había considerado necesaria en el Liceo de La Serena. Iniciada en 1838 con el arribo de Ignacio Domeyko: polaco, nacido en Lituania; ingeniero de minas con estudios en la Ecole du Mines du Paris, durante su exilio en Francia. Curiosas coincidencias.
En 1840, Sarmiento regresa a Chile por segunda vez, procedente de San Juan; cruza la cordillera en un exilio, como ya dijimos, forzoso, ya que los acontecimientos políticos violentos y la participación en ellos lo expusieron sufriendo, incluso, agresiones públicas. En esta oportunidad, llega a Santiago. A pesar de la situación económica precaria inicial, de a poco se hace conocido. Inicia relaciones, y empieza a participar en la vida capitalina. Sus biógrafos lo destacan como educador y polemista por los precisos y apasionados artículos de prensa en temas variados. Pero, lo principal que queremos destacar con este libro, regional y nortino, es que, desde 1842, escribe una sucesión de artículos en la prensa chilena (El Mercurio y otros) sobre minería.
Estos textos de Sarmiento sobre la temática minera, recopilados entre muchos otros artículos diversos en sus obras, no pasarían más allá de ser costumbristas o de opinión para la mayor parte de estudiosos, o de lectores ocasionales que son habitantes de las mayores ciudades de ambos países. Sin embargo, para un copiapino como Arturo Volantines, que realizó la recopilación selectiva, son cuadros vivos del norte minero chileno. Rescates necesarios del pasado, redactado por el educador argentino que trabajó, vistió y vivió como minero atacameño del siglo XIX y que, en forma muy acertada, describe la importancia de la minería chilena: los mineros, sus exploraciones o cateos, hallazgos, pensamientos, hábitos y costumbres del ambiente que se vivía en Copiapó. El incentivo mayor, señala Sarmiento, es saber que el esfuerzo personal de cavar en las rocas del desierto puede resultar en un cambio de fortuna y de situación personal, pasando a ser dueño legal de su descubrimiento.
Domingo Faustino Sarmiento expone en forma prolija, con la intensidad de la enseñanza del maestro, las cualidades del minero cateador: buscador de minas. Como profesor observa, estudia los detalles de esa importante profesión, que se aprende con la práctica en el gran libro abierto que es el desierto. Cada cerro es una página que se escribe con martillo y cuña, y se lee mirando los minerales como letras. El cateador es un autodidacto como se reconoce Sarmiento en el capítulo: Mi educación.
En 1843, en el artículo Cateo en el desierto de Atacama, hace una descripción, con frases de admiración, para los diversos tipos de mineros y, en especial, para el cateador chileno personificado en Diego Almeyda, a los ochenta años, ágil y resistente:
“Tal es el cateador chileno; ser aparte que vive fuera de las ciudades, trepando las crestas erizadas de nuestros cerros con los ojos fijos en las rocas estudiando su contextura…”. Examina: “… el color de los panizos, la dirección de sus vetas, los cruceros que sobre ella caen, los pedruscos que rueda el agua, hasta las plantas que cubren las superficies”.
Lo anterior, es una descripción de un profesional geólogo; sin haberlos visto, ya que la ciencia geológica solo llevaba poco más de una década de existencia desde el primer libro de Charles Lyell (Inglaterra, 1830), pero igual usa palabras precisas para describir.
“Así como el baqueano argentino es el geógrafo práctico, así el cateador es geólogo, mineralogista y naturista sin saberlo él mismo”.
Sus observaciones, además, no solo son de la práctica del minero; también tiene una visión política, de la proyección económica y de la importancia de la minería en el desarrollo de las provincias de un país con montañas; sus frases son el inicio de la visión del estadista:
“…la apariencia metalífera de los cerros…”.
“…y que pudieran dar ocupación a millares,…”.
“El carbón transportado con poquísimo costo al norte, puede dar vida a los inmensos minerales del Huasco, Copiapó y Coquimbo, sino también al despoblado, utilizando por su medio, inmensas riquezas abandonadas hoy sin provecho de la nación”.
En su visión panorámica regional no olvida su país:
“…a medida que se avanza de Coquimbo al norte, la mineralización es más abundante, los veneros más ricos e inextinguibles, y las vetas de cobre, plata y oro, más frecuentes; Potosí y Chañarcillo son testimonios irrecusables que dan valor a esta conjetura, y también Famatina al otro lado de Los Andes”.
Sarmiento es el político agudo. Visualiza y propone medidas para mejorar la administración provincial; advierte falta de “agrimensores y ensayadores” (ingenieros y químicos). Propone indicaciones necesarias sobre catastros y censos, un cuerpo de peritos y tribunales mineros, caminos, bancos de rescate (compra de metales) y otros. Se da cuenta que, por muy admirable que sea el entusiasmo minero, también hay inexperiencia, ignorancia en el arte de trabajar una mina; en las técnicas y aspectos legales, ya en 1844.
Podemos decir que Sarmiento aprendió muy bien de la minería en Chile, y que en la visión analítica captó lo básico y el detalle para escribir y opinar sobre ella. Poquísimos políticos podrían decir lo mismo, y, además, mostrar experiencia sobre este tema, incluso hoy.
La producción de escritos sobre minería de Sarmiento entre 1841 – 1845, más otros son el objeto de este libro. Su lectura ameniza, pero también transmite la idea que él se dio cuenta de cómo la civilización tenía bases mineras; que llegaba a territorios difíciles. Daba trabajo y riqueza, que el aliciente estaba en la ley minera que otorga el cateador la propiedad de su descubrimiento. Bien lo dice Sarmiento: “…las minas son la poesía del pobre”.
En Chile, la educación minera ya se había iniciado en La Serena en 1838, que es la primera del país con Ignacio Domeyko, quien siguió en Santiago, ocho años después en la Universidad de Chile (fundada en 1842). La fama de docente del polaco era conocida por Sarmiento, ya que lo menciona en un artículo (El Progreso); de alguna manera el ejemplo de la educación minera quedaría en su mente. Solo esperaría la ocasión.
De regreso en Argentina en 1855, superadas las revueltas, se radica en Buenos Aires, reiniciando la vida política es elegido senador. En 1862 fue gobernador de la provincia de San Juan. La ocasión, ahora muy favorable para él, le permite mostrar en su patria, y, particularmente, en dicha provincia, toda la fuerza de sus ideas sobre educación, más la experiencia de maestro (y minera) que había adquirido en Chile, ya que por encargo del presidente chileno Manuel Montt, había viajado a Francia y Norteamérica a conocer experiencias docentes, lo cual enriqueció su visión. Luego, en Argentina, es nombrado ministro de Instrucción Pública en Buenos Aires (1864). Llegó su momento.
En 1862 – 1863, Sarmiento le dio máxima importancia a la minería y a la educación de esta especialidad. Declaraba que había que fomentar la minería en Argentina. También, inicia esa enseñanza con lo básico; crea la Cátedra de Mineralogía en el Colegio Preparatorio en San Juan (1862). Históricamente y con los años esto sería la base, paso a paso, de las futuras universidades en esa provincia, como se detalla más adelante.
Es del caso hacer notar que, en forma simultánea en 1862, se le ofertó el cargo de inspector general de minas al ingeniero de minas: Francis Ignacio Rickard, inglés, que se encontraba en Chile desde hacía seis años. Aceptó y viajó a Argentina cruzando la cordillera a lomo de mula, y vía Mendoza llegó a San Juan. Fue recibido por el ya gobernador Domingo Faustino Sarmiento, a quien se refiere como “muy estimado amigo”. Se le encomienda de inmediato iniciar un estudio: recorriendo todos los yacimientos mineros y minas conocidas en esos años en las montañas de la provincia de San Juan. Este informe minero fue entregado en 1863 al presidente argentino (Bartolomé Mitre). También, fue publicado en Londres en el English Mining Journal; además, se editó como libro (en inglés). En 1999, fue publicado y traducido al español (Emecé editores, Buenos Aires).
Lo anterior, no fue el único informe minero de F. I. Rickard. Cinco años después, cuando Sarmiento era presidente, le encargaron la revisión general de los otros distritos mineros. Este trabajo se realizó en siete meses, y recorrió 8.000 kilómetros entre San Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja (Famatina), Catamarca y Córdoba. Entregó otro informe entre 1868-1869, que fue muy comentado por Sarmiento (El Nacional, 1869, Buenos Aires). Había llegado el tiempo de dictar leyes para fomentar la minería, antigua aspiración desde 1862.
En la enseñanza minera argentina se avanza: creando el Colegio Nacional de San Juan en 1864, agregando un curso de Mineralogía en 1865. En 1871, se crea el Departamento de Minería, anexo al colegio, donde se estudia la profesión de ingenieros de minas. En 1877, comienza la Escuela Nacional de Ingenieros de San Juan. Fueron la base, después de algunos cambios, la Universidad Nacional de Cuyo en 1939 y, con posterioridad, de la Universidad Nacional de San Juan, en 1973.
La semilla del pensamiento minero de Domingo Faustino Sarmiento había fructificado en Argentina al ser plantada por el educador visionario y político constructivo.
En La Serena, la educación minera, iniciada por Domeyko en 1838, continuó hasta 1846; siguiendo esta senda tres de sus alumnos, becados en Francia (Teodosio Cuadros, Antonio Alfonso, Marco Osorio). Siguió ésta en el Liceo hasta 1887, donde se traspasó a la recién fundada Escuela de Minas. En 1951, prosiguió como sede de la Universidad Técnica del Estado (UTE.) y, en 1981, como Universidad de La Serena, Facultad de Ingeniería Ignacio Domeyko.
El presente libro, como ya hemos dicho, rescata y valoriza los artículos mineros de Domingo Faustino Sarmiento publicados en la prensa chilena y argentina. Además, se menciona la importante contribución al conocimiento minero de Argentina, de F. I. Rickard. Examinamos paralelos entre los orígenes de la educación minera entre Coquimbo y San Juan. Y, se presenta, como un lazo más que une ambas regiones, ahora por un (futuro) túnel: simbólicamente una labor de ingeniería minera por excelencia.
La Serena, verano de 2019.
[i] Nació en La Serena. Ingeniero Industrial de Minas; académico (Senior) de Geología de la Universidad de La Serena. Especialista en temas de la historia de la minería chilena. Ha publicado diversos libros y monografías e investigaciones científicas en mineralogía. Fotógrafo científico y submarino; bombero, andinista y minero. Es miembro del Colegio de Ingenieros de Chile, de la Sociedad Nacional de Minería (SONAMI), de la Sociedad de Creación y Acciones Literarias Región de Coquimbo (SALC) y de la Sociedad Patrimonial Pedro Pablo Muñoz Godoy (SPPMG). Recibió Medalla al Mérito Profesional del Instituto de Ingenieros de Minas de Chile, 2011. Y la Medalla ciudad de La Serena (2018). Reside en su ciudad natal.