(Se conserva la escritura original)
I
No todos los que pasan por este mundo merecen i pueden ser recordados, después que han salido para siempre de él, ni todos los que, precoz u oportunamente, bajan a la tumba pueden i merecen ser olvidados después que han dejado de vivir: sino que se recuerda tan sólo —i debe siempre hacerlo— a los que han ejecutado algo de grande, han intentado algo de manifiestamente bueno, han aspirado a algo de verdaderamente elevado, en cualquiera de las zonas del pensamiento o en cualquiera de las regiones del pensamiento del hombre. ¿Por qué se recordaría a aquellos que no quisieron ni pudieron ni supieron levantarse más arriba de las esferas de la existencia animal? Lo más decoroso para ellos, lo más provechoso para los contemporáneos, es olvidarlos.
II
Pedro Pablo Muñoz no merece ni puede, cualesquiera que sean los defectos que se quiera imputar a su carácter o los errores que se pretenda señalar en su conducta, ser olvidado entre i por aquellos que, sea en el estrecho haz de los deudos, sea el ancho círculo de los amigos, sea en el innumerable ejército de los correlijionarios, estuvieron en situación i tuvieron ocasión, harto frecuentemente, de conocer, por esperiencia propia, el fervor, la intensidad i la nobleza de sus afecciones, la enerjía, la persistencia i la actividad de sus convicciones, la altura, al amplitud i el desprendimiento de sus aspiraciones, como soldado de la idea, como apóstol del derecho i la libertad.
III
Puede haber i es frecuente —i cada día lo ha de ser más en las nuevas jeneraciones que hoy tienen a su alcance tantos medios de instrucción— que haya cerebros mejor provistos i más instruidos que el de Pedro Pablo Muñoz; pero es raro i siempre lo será, que haya corazones tan noblemente inspirados i tan honradamente dirijidos como el suyo.
¿Por qué gran causa, ese noble corazón no palpitó, regocijándose cuando estaba triunfante, lacerándose cuando quedaba derrotada?
¿Por qué elevado principio no se inflamó ese bien organizado cerebro, dispuesto siempre a servir al derecho, a la patria, a la verdad, a la humanidad? ¿Por qué jenerosa bandera no se batió ese valeroso soldado, i por qué fecunda doctrina no hizo propaganda ese convencido apóstol, sometiéndose a toda clase de molestias i corriendo toda especie de riesgos?
Política e industria, guerra i paz patria i partido, fueron, ya en tiempos diversos, ya en un mismo tiempo mismo, campo en que dio la medida de la pertenencia de su voluntad, la ilustración de su intelijencia, de la elevación i de la honradez de su conducta.
IV
Para Pedro Pablo Muñoz fue la vida, desde casi su comienzo hasta su fin, una prolongada i variada lucha, un combate sin cesar concluido i que renacía sin cesar i que no agotó las fuerzas ni estinguió las esperanzas con las cuales trabara el combate i sostuviera la lucha, sin acobardarse ni exasperarse, fiando el éxito al tesón, al brío, al cálculo i al acierto de sus actos.
V
Ya en la escuela i en el colejio, por su modo de proceder con respecto a sus compañeros i a sus superiores, dejaba él ver que los obstáculos o los enemigos, mientras él contase con medios para vencerlos o para sobreponerse a ellos, no habían de ser impedimento contra la realización de sus planes i sus propósitos.
Batallador, desde que entró en la liza de la vida, tuvo, por nacimiento o por adquisición sucesiva, las condiciones de carácter que hacen que las batallas no sean nunca una derrota irremediable i que lleguen a ser victorias definitivas: el aguante inquebrantable en el esfuerzo, la fe incontrastable en el triunfo.
VI
I de esa fe i de ese aguante necesitó para salir de lances serios, en la vida pública i en la privada, que, más de una vez, pusieron en peligro su presente i su porvenir, toda su existencia de hombre i de ciudadano.
VII
Mientras la ráfaga de libertad, a los 20 años de edad, lo arrebató a los bancos de las aulas, a su parte de nido en el hogar i al círculo de los amigos en su ciudad natal —La Serena— para dejarlo, vencido, derrotado, empobrecido de recursos i de ilusiones, pero aleccionado i enriquecido con los ejemplos i con los consejos, severos pero claros, del destierro i del infortunio, criáronse dificultades, tejiéronse conflictos, desarolláronse antagonismos de interés que, durante muchos meses i aun años, dieron suficiente i amarga ocupación a sus aptitudes para la lucha.
Yo ignoro los pormenores, los antecedentes precisos i las consecuencias sucesivas de la lucha, en la propia familia, porque nunca nos ocupamos en hablar de ella; tan sólo sé que el resultado, favorable a las pretensiones de Pedro Pablo Muñoz, se debió a su pertinacia activa, intelijente, bien calculada, para ir en busca de la realización de su propósito, empleando los recursos i los ajentes, i siguiendo los consejos de que mejor podían conducirlo al buen éxito que buscaba i necesitaba para sus planes industriales i políticos que casi siempre andaban juntos para él, pero únicamente por el lado noble, pues nunca pretendía ni quiso hacer servir la política a las especulaciones industriales o comerciales i siempre casi, en el desarrollo i en la prosperidad de sus negocios, veía i trataba de fortalecer i multiplicar los elementos de fuerza i de prestijio para sus principios políticos, para su partido.
VIII
Como casi todos los hombres que figuran con alguna distinción en el mundo político de Chile, Pedro Pablo Muñoz fue dos veces revolucionario, i no sé si alguna llegara a ser conspirador.
En esas dos veces, sus cualidades, físicas i morales, encontraron rudo i continuo empleo que las pusieran a prueba, aquilatando la fuerza de su convicción i la enerjía de su voluntad: en 1851 i en 1859.
Detengámonos un momento a contemplar esas dos épocas i démonos cuenta de los móviles i de los propósitos de los hombres que, ya en las filas de la Autoridad i del Gobierno, ya en las de la Oposición i de la Revolución, errando i acertando, i tal vez, tomando por aciertos sus errores, i vice versa, han criado, a la postre, la sólida situación política en que los partidos empiezan a vivir como deben i como es menester que vivan, en las Democracias republicanas; rivalizando por el deseo i en los modos i con los esfuerzos, para disminuir o alejar el mal i el error i para aumentar i acercar el bien i la verdad.
IX
Los que hoy llegan a la juventud, fecunda i activa, i ven la situación criada i pueden i quieren usufructuarla en beneficio de la patria i en abono de sus opiniones, no saben, no quieren comprender, a veces, que esa situación pudo nacer i al fin solidificarse, merced al efecto que produjeron las dos corrientes de ideas que, durante más de treinta años, se venían encontrando hechas por hombres que se combatían, se perseguían, en las calles, en las plazas, en las ciudades, en las campiñas de Chile que eran campo de batalla a dolorosa lucha fraticida. Pocos hai —quizá ninguno— de los que cuentan más de cincuenta años que hayan estado entre los vencedores i perseguidores o entre perseguidos i vencidos i que no tengan, sea como revolucionarios, sea como autoritarios, su parte de honor, en los saludables i grandiosos efectos, su parte de censura, en los efectos desastrosos de esas luctuosas luchas.
¡Guerra i sangre i heroísmo cimentaron al gobierno patrio que es la destrucción del coloniaje; i sangre i guerra i heroísmo tuvieron que cimentar el gobierno liberal que es la destrucción del abuso!
Pero, con una diferencia: en el primero fue la espada i fueron los vencedores los que dictaron la lei e hicieron la nación, i en el segundo, ha sido la razón, i por medio de los vencedores, han sido los vencidos los que están dictando i arraigan i robustecen la libertad!
Por eso, los frutos ordinarios de la victoria i de la derrota, la prepotencia, en el victorioso, el despecho, en el vencido, han ido disminuyendo hasta casi haber desaparecido por completo en la actualidad; aun cuando esto no quiera decir que tengan razón i haya derecho en atribuirse, unos u otros esclusivamente, los resultados obtenidos i que son el efecto de circunstancias, de condiciones i de transformaciones que tenían que suceder pero que no se previeron ni podían preverse; i menos, por aquellos que, en nombre de la autoridad en obsequio del orden, comprimían la actividad, reprimían la espansión i oprimían la voluntad de Chile, con mui buena intención —sin duda alguna,— pero con malos medios que hacían profunda i mantuvieron viva la mala intelijencia entre gobernantes i gobernados, la cual iba siempre a desenlazarse luctuosamente en banquillos i en campos de batalla empapados con sangre jenerosa de hermanos.
X
De las filas de estudiantes que estaban para concluir su carrera, en 1851, pasó P. P. Muñoz a la de los revolucionarios que, desde mediados de setiembre, se lanzaron contra el gobierno establecido que se personificaba en el jeneral don Manuel Búlnes, hasta el 18 de ese mes, i que, desde esa fecha en adelante iba a personificarse en don Manuel Montt.
En aquellas, con todo el entusiasmo de la juventud, con toda la seriedad de la convicción, al lado de muchos de sus contemporáneos i comprovincianos, desempeñó P. P. Muñoz su papel de soldado de la insurrección, tocándole, como a oficial pundonoroso e intelijente, más una comisión peligrosísima, de las cuales salió el joven capitán con una aprobación cada día mayor de sus superiores i con una confianza también mayor en sí mismo.
XI
Largo sería i no lo necesitamos para nuestro propósito biográfico, trazar la historia de la Revolución de 1851, en que tomó parte la mayoría del país i que habría triunfado, si el recelo del renacimiento del militarismo no hubiese disminuido los recursos i adherentes de ella, al mismo que aumentaba los del gobierno, a pesar de la poca simpatía que inspiraba a muchos que lo sirvieron, i de la ninguna confianza que tenían en él muchos otros que no quisieron prestar su apoyo a la resurrección del imperio de la bayoneta i del sable que aparecían como elemento principal y resultado casi inevitable de la ajitación revolucionaria. P. P. Muñoz, en los cuatro meses que duró la lucha i en los dos prolongadísimos i amargos meses del memorable sitio de La Serena, sufrió, trabajó, peleó, esperó i cayó junto con sus correlijionarios i a la sombra de su bandera, que él creyó siempre la del derecho i de la libertad.
XII
Siete años habían transcurrido i causas parecidas, quizás las mismas que habían permanecido latentes i que manifestaban a la luz del día, merced a la decisión en las filas de los vencedores, por un lado, i al empuje de las nuevas jeneraciones, por el otro, volvían a traer la insurrección, en nombre de la reforma, por parte de la Oposición del país, casi entero, la represión por parte del Gobierno i de la autoridad en nombre del Orden.
El movimiento tan valiente i airosamente empezando en Copiapó i que llegó bien pronto victorioso a La Serena, contó, entre sus fervorosos i activos adherentes, a P. P. Muñoz, quien, como muchos de los vencidos de 1851, reconocían i saludaban en la bandera de 1859, el mismo ideal, más deslumbrador todavía, porque aparecía exento de los recelos de la resurrección del militarismo.
Tampoco, para decir que P. P. Muñoz fue fervoroso adepto i persistente i activo capitán de la revolución, desde que tomó puesto i antes de tomarlo en sus filas, hasta que cayó junto con la bandera i con las esperanzas más elevadas de reforma de nuestras instituciones, en la tristísima jornada del 29 de abril, precursora de las otras en que, sucesivamente i a impulsos de la misma fuerza militar triunfó en el norte, fueron sucumbiendo los mal armados i no bien dirigidos aunque abnegados revolucionarios del sur de Chile, tampoco, repetimos, necesitamos i no podríamos ni queremos hacer aquí la historia, todavía no hecha, de ese gran movimiento revolucionario que vino por sus doctrinas, por sus ajentes, por sus propósitos i por sus resultados definitivos, a sellar ¡ojala sea para siempre! el abismo de las malas intelijencias entre gobernantes i gobernados, i de las desconfianzas por recursos propios i por las leyes nacionales, del cual habían brotado todas las guerras civiles i todas las insurrecciones i de donde brotaba esa última, debelada, vencida, a pesar i ¡quién sabe! si a causa de su vastísima i elevadísima aspiración de libertad, de verdad i de patriotismo!
XIII
Pedro Pablo Muñoz, escapado a los lances mortales de la batalla i de la persecución, fue, como tantos otros de sus jóvenes i nobles correlijionarios, al destierro que entonces, lo pasó todo entero en San Juan i Mendoza, en donde gran número de chilenos ilustrados e industriosos ocupaban puestos preeminentes, merced de su intelijencia, a su laboriosidad i a su honradez reconocida.
Los años, la mayor esperiencia, el mejor criterio, todas sus aptitudes, puestas a prueba, resultando cada vez vigorizadas i mejor bruñidas por el nuevo destierro, más corto pero mucho más accidentado que el anterior —de lo que dan testimonio inolvidable, las sangrientas asonadas de San Juan i la espantosa catástrofe del terremoto de Mendoza— produjeron en P. P. Muñoz el efecto que produce, en un árbol vigoroso i que está en buen terreno, al época de la fructificación, después de la turbulenta i esplosiva escención de la savia por su tronco i por sus ramas a influjos de los rayos de un sol de verano; dar de sí todo lo que pude. I ello era menester i era natural i fue una ventaja para el hombre, para su bandera i para nuestro país.
XIV
Su vuelta a Chile, en virtud i a consecuencia de la amnistía con que se inauguró la Administración Pérez, en fines de 1861, fue para P. P. Muñoz casi una nueva era. Propaganda política, negocios industriales, relaciones sociales, jestiones ante los jueces, conferencias i litijios con acreedores i con deudores, todo fue tomando el sesgo i llegando al resultado que una esperiencia mayor i un criterio más firme i más claro podía determinar.
Sin descuidar la política que se transformaba, conciente o inconcientemente, en sus modos de proceder i en los ajentes que había de emplear, así como visaba un objetivo más alto, P. P. Muñoz se consagró principalmente a poner en claro los negocios propios ideando el plan i aceptando o exijiendo las condiciones que eran las más adecuadas para las que produjese el más fructuoso resultado.
Secundado fue en ésta por benévolos auxiliares i por las circunstancias propicias que, en las labores de las minas, i en el mercado con el alza del precio del cobre, le permitieron rescatarse en menos tiempo i con más facilidad que lo que había podido calcularse algunos meses antes i contribuir, no sólo con su buen ejemplo sino con un enérjico impulso, al desenvolvimiento de la industria minera i de las que le son cooperadoras i accesorios principales en la Provincia. Desde 1868 o 1869, ya Pedro Pablo Muñoz, aunque necesitando atender i trabajar incesante i minuciosamente en sus faenas de minas i fundición de cobre, dejó de estar inquieto, embarazado i casi imposibilitado por los compromisos que tenía i que siempre quiso satisfacer i que al fin, satisfizo, a lo que creemos, por completo, antes de que lo sorprendiese la muerte.
XV
En la formación, en el desarrollo, en el prestijio i en el triunfo de las ideas del programa radical, cúpole a P. P. Muñoz una parte mui principal, siendo, en toda la provincia de Coquimbo, el más ardoroso, constante i acertado propagandista de las doctrinas que dieron siempre, a nuestro partido, fuerza i aliento para luchar i resistir, en los comicios de Oposición, durante más de diez años, i que le han mantenido el prestijio i la influencia que se requieren, cuando, por i para el bien del país como para el triunfo de un réjimun de libertad en el gobierno, ha tenido su parte de acción i de responsabilidad en las esferas del ministerio.
Como representante del radicalismo, el cual daba, desde el primer empuje, una prueba de sus bríos i de sus recursos, salió P. P. Muñoz diputado suplente por los departamentos de La Serena i de Coquimbo en la lista de oposición, 1864, en la cual el diputado propietario era el prestijioso liberal señor don Pedro Félix Vicuña.
La presencia del señor Vicuña en Santiago i sobre todo, el estado de los negocios a los cuales P. P. Muñoz tenía que consagrar todo su tiempo i toda su atención, le impidieron hacer otra cosa que una brevísima aparición en la cámara de diputados.
Su acción, después; sus luchas, sus derrotas i sus victorias eleccionarias en los años de 1866, 67, 70, 71, 73, 76, 79, 80 i 82 están demasiado recientes i son demasiado conocidas para que haya necesidad de historiarlas.
En ellas, con sus cualidades de hombre i de partidario, no escaseó las fatigas i los sacrificios, como no huyó ni evitó provocar ni el resentir las antipatías de los adversarios, las simpatías de los correlijionarios que, con tal abundancia i tal violencia, se exhiben en esas épocas de rivalidad de patriotismo i de ambiciones i de vanidades, más o menos, disculpables i fundadas.
P. P. Muñoz fue miembro de la municipalidad de La Serena, dos veces diputado por el departamento de Coquimbo, varias veces elector de senador o de presidente, por otros departamentos de la provincia, comandante del batallón cívico de La Serena, siempre en representación i como buen soldado del radicalismo coquimbano.
XVI
Aún, cuando era hombre de discusión i que gustaba de ella, no fue en el Congreso ni en la Municipalidad en donde más brillaron e influyeron sus dotes de patriota i hombre público: sino en los círculos de amigos, en los clubs políticos, en las reuniones electorales, en las sesiones que se celebran con algún fin trascendental de industria o de política, de ferrocarriles o de escuela, de progreso intelectual o material, de defensa del país o de propaganda de partido, en las que se dejaba llevar de toda la jenerosidad de sus sentimientos i se complacía en desarrollar prolijamente planes i proyectos, a la realización de muchos de los cuales, después de exponerlos, supo contribuir a llevarlos a cabo i aún efectuarlos él mismo, solo o con ayuda de los amigos más íntimos.
La guerra en que nos hemos comprometido, con el Perú i Bolivia, las necesidades i las luchas de partido en la Prensa que hicieron nacer en Santiago o en La Serena, órganos autorizados del radicalismo, dieron ocasión a que P. P. Muñoz manifestase otra vez la eficacia de sus convicciones i probase, con los hechos, la seriedad i la practicabilidad de sus consejos i de sus planes.
Mientras i en donde quiera que estuvo i encontraba o tenía, por si o por adeptos, medios de efectuar lo que él proponía o él aceptaba, nunca dejó de hacerse por falta de quien asumiera la iniciativa de la empresa i cargara con la responsabilidad de todas sus consecuencias.
Conducta que, injustamente, le suscitó a veces, la ojeriza o el enfriamiento de algunos no bien instruidos de los correlijionarios, i le atrajo más injustamente todavía i con mayor frecuencia, de parte de los adversarios, el reproche de presunción excesiva, de amor propio exajerado, de vanidad i de terquedad intolerantes, cuando toda ella no era sino el eco i el reflejo de sus fervorosas convicciones, siempre impacientes de traducirse en hechos concretos.
XVII
Mui pocos días antes de su muerte —en 9 de julio— escribía una carta que transcribimos a continuación porque, en su contenido, se refleja, de la manera más gráficamente exacta, su particular i noble fisonomía. Descartando preguntas i asuntos personales que se refieren al amigo a quien está dirijida la carta, la publicamos casi integra como espresión veraz i fidedigna de sus aspiraciones i de sus deseos políticos que, para él, fueron siempre los primordiales, si no los únicos en la vida de un hombre.
“La Serena, julio 9 de 1882.
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¿Qué debemos hacer? ¿Cuál es la actitud que debemos adoptar?
Para mí, tengo que no es útil la oposición sistemática; pero creo que es necesario que propaguemos activamente nuestra doctrina, buscando i procurando órganos de publicidad que la hagan conocer al país. En la prensa i en el Congreso debemos manifestar con altura nuestras doctrinas, defendiéndolas, sin escusarnos de las combinaciones razonables con otros grupos liberales, para hacer surjir, aunque sea una parte de ellas. Obrando así, haremos una labor eficaz, llenando en el hecho, para el país una parte de sus aspiraciones i de sus justos deseos.
Esto por lo que toca a las cuestiones palpitantes, a la política de actualidad; después continúa:
Por hoi estoi dedicado a hacer una escuela para niños i para adultos, en la cual pueden recibir, por lo menos, algunas nociones de artes i oficios. Ya tengo el edificio mui adelantado i es probable que, para el 18 de setiembre, esté casi concluido. En esa escuela procuraré a reunir a los jóvenes intelijentes de buena voluntad para el bien i a otras jentes de alguna posición con el objeto de sostener una sociedad de instrucción primaria que les tengo indicada i cuyo pensamiento han recibido con buena aceptación.
Si mis deseos se consiguiesen por este camino, si yo pudiese ver en mi tierra un plantel de esta naturaleza, floreciendo, el cansancio de los años, la falta de salud i las decepciones que jamás faltan, los creería regularmente compensados con la satisfacción que da al ver el bien de muchos niños, donde muchos individuos no habían pensado ni siquiera en buscarlo!
I volviendo a los asuntos personales entre él i el amigo a quien escribe, dice de sí mismo:
En los negocios, aunque mejorados indirectamente, no he mejorado en conformidad a mi trabajo i creo que tendré aún que trabajar asiduamente dos o tres años. Sin embargo, no me quejo i espero que la fortuna no me sea adversa del todo”.
Así pensaba, así hablaba, así obraba P. P. Muñoz quince o diez i seis días antes de que, a sus propósitos elevados, a sus proyectos jenerosos, a sus aspiraciones bienhechoras, pusiera término la mano helada de la irresistible muerte.
XVIII
Aunque su fallecimiento fue repentino, él, desde tiempo atrás, conocía que la dolencia que hizo estallar el precioso vaso de su vida, no es de las que dejan mucho i largo plazo; i por eso, en los tres últimos años, sin desviarse de sus senderos acostumbrados ni desprenderse de los medios i recursos usuales que le eran familiares, tenía cierta fiebre de acción, cierta ansia que, justificadísima por su nobilísimo i elevado objeto, daban a su ingenua palabra, más pertinencia i prolijidad, a su desinteresada i patriótica acción, más persistencia i continuidad que de ordinario.
¡Los que él juzgaba que serían pocos años, fueron pocos meses, pocos días, ¡ai! de vida que consagrar a la estirpación del error, a la propaganda de la verdad, al triunfo definitivo e incontrastable de la libertad!
XIX
Cuando el cerebro de P. P. Muñoz dejó de pensar; cuando su corazón cesó de sentir; cuando sus labios quedaron en la imposibilidad de predicar la buena doctrina, i sus manos, en la de hacer benéficas obras; cuando el silencio, la inercia i la descomposición química de la muerte hubieron sucedido a la palabra, a la actividad i a la esplendidez vigorosa de la vida; la primera idea que brotara en la mente de sus correlijionarios, fue la de la incalculable pérdida que ellos sufrían con la desaparición de un soldado de sus numerosas, fecundas e inquebrantables, las cuales, sin embargo, pueden hallarse, si no en un solo individuo, en varios que, más pronto o más tarde, lo habrán de reemplazar.
Pero la segunda idea que despierta ese triste acontecimiento, no por restrinjirse a un espacio reducido a un corto número de personas, deja de ser la más dolorosa, la más intensa, la más llena de indecibles angustias; la idea de un hogar desolado, en el cual, cuatro o cinco pequeñuelos que recibían alborozados, poco había, las caricias paternales, ven i oyen, sin esplicarse todo el alcance de sus causas, el llanto de la madre aflijida que no puede i que no quiere ser consolada.
En las filas radicales, en la patria chilena, en la provincia coquimbana, en el Partido, en la Ciudad o en la Nación, tarde o temprano, se llena el vacío que alguien ha dejado, por grande i prestijios, de que sea la personalidad de aquel que lo acusa.
¿Quién ni qué será capaz de reemplazar al padre, al esposo, desaparecido?
La luz del hogar, apagada, no puede volver a ser encendida; las esperanzas del porvenir, deshechas, no pueden volver a ser reconstruidas; las alegrías del presente, convertidas en llanto, no pueden volver a ser suscitadas; los cariños e inefables vínculos de la familia, violentamente despedazados, no pueden volver a ser unidos entre sí; nada de lo que fue, puede volver a ser; i sin embargo ¡depende de la madre, ahora i dependerá, después, de los hijos que en el hogar, i el porvenir, en el presente, i en la familia, en donde no se ve ni se oye, al esposo siempre llorado, al padre nunca demasiado sentido, viva i continúe mientras haya en el nido que él construyó con lo mejor de su existencia, quienes alienten sentimientos nobles, sentimientos jenerosos, proyectos i anhelos patrióticos i humanos, como fueron los que él alentó, cuando pasó por este mundo, amando el bien, combatiendo el mal i adorando la verdad!
XX
No es estraño que la viuda i los hijos necesiten de mucho tiempo i de toda la presión que la ruda mano de la realidad ejerce sobre chicos i grandes, sobre felices e infortunados, para que vuelvan en sí i quieran quizá consolarse, buscando, en la realidad misma, los medios de aplacar, al principio, de transformar, enseguida, lo que es hoy manantial de amargura i de aflicción, en fuente de animación i de consuelo.
Ni para la familia ni para la amistad ni para la patria, puede uno morir todo entero, mientras haya quienes lo recuerden i mientras subsistan las obras, los actos, las palabras, los pensamientos, por los cuales merezca ser recordado i deba ser reverenciado con mayor o menor fidelidad.
Nuestros actos, nuestros pensamientos, nuestras ideas que son todo mientras dura lo que se llama la vida, no dejan de serlo, también, o por lo menos, mucho, mientras dura lo que se llama la muerte, la cual empieza sólo i es la verdadera cuando no hai quien invoque nuestro nombre en el dolor o en el regocijo, en la lucha i en triunfo contra el abuso, contra el infortunio, contra el error i contra el mal.
Por eso, aún cuando P. P. Muñoz haya desaparecido, el 26 de julio, de entre todos los que le conocían i a quienes inspiraba, casi siempre, sentimientos de afección, rara vez de aversión, nunca, de desprecio, o de indiferencia, vive, i vivirá, no sólo en el recinto de su familia sino en el vasto círculo de sus amigos i en la numerosa hueste de sus correlijionarios i conciudadanos.
XXI
Otras sociedades, otras doctrinas, otras épocas han comprendido o simbolizado mejor que las nuestras, la relación en que permanecen, con los que les sobreviven, aquellos que, en la jornada de la existencia terrestre, supieron sacar toda su tarea, dejando para su ciudad natal, para su patria, para la Humanidad, según los casos i sus esfuerzos, memorias i esperanzas, renacientes i anunciadoras siempre de todo lo que propende eficazmente a su verdadero progreso material e intelectual.
La humanidad —para no mencionar sino los de la época moderna— tiene a Garibaldi, a Watt, a Newton, a Miguel Ángel, a Lucero, a Guttemberg, a Colón; la América tiene a Bello, a Bolívar, a Washington, a Franklin, a Las Casas; Chile tiene a Infante, a Carrera, a O´Higgins, a Paula Jara; i mientras la humanidad, la América, Chile vivan, habrán de vivir i con la vida respectiva de ellas, los que más indelebles señales han dejado en sus destinos.
En los de la Provincia de Coquimbo, P. P. Muñoz ha grabado profundamente i para siempre la marca de su voluntad i de su intelijencia que se consagran, sin cesar, a la ilustración i a la prosperidad de ella. I si no ha de alcanzar una pájina en la historia de la Humanidad; si no puede dársele muchas, en la de Chile, Pedro Pablo Muñoz merece i ha de tener, en la de Coquimbo, muchas de las mejores i más brillantes; i ha de vivir lo que vivan Chile i una de sus más viriles i progresistas Provincias.
XXII
Aunque alcanzó a efectuar parte de lo que se proponía, P. P. Muñoz habría hecho más i valía i podía mucho más de lo que hemos podido ver, física e intelectualmente.
Su cuerpo robusto i vigoroso, forjado como para resistir un siglo, en su espíritu despejado i abierto como para abarcar todo el horizonte del progreso, cedieron a la lima de una dolencia, originada quizá, en los continuos esfuerzos, en las incesantes luchas, en la inquietud i la esperanza sin cesar desvanecida i renacientes, de su existencia de combate, como industrial, como partidario, como ciudadano i como hombre.
Su primero i único día de descanso ha sido aquel en que, el esposo amante, el padre cariñoso, el radical convencido i entusiasta, el patriota ardiente, siempre anheloso de mayores adelantos para Chile, dejó de responder a la desconsolada viuda que lo llora, a los hijos que no saben esplicarse por qué no vuelve a hacerles las caricias acostumbradas, a los correlijionarios i conciudadanos que conocen todo lo que, con su muerte, han perdido i lo que necesitan hacer para reemplazarlo.
Agosto 27 de 1882.