Introducción
En Chile, el 28 de agosto de 2006 fue promulgada la ley 20.117 que incluye a los denominados Diaguitas, como una de las principales etnías que habitan el país[i].
Este pueblo ha subsistido a casi cinco siglos desde la intervención española, manteniendo en el entretanto algunas características peculiares; muchos de los elementos culturales que lo caracterizaban, se han perdido como consecuencia de la dura persecución de que fueron víctimas desde 1536. El reconocimiento legal del pueblo diaguita, corona merecidamente el esfuerzo de sus hijos por defender su identidad y recuperar sus valores y tradiciones ancestrales, con lo que contribuirán a enriquecer la diversidad cultural del país, el que esperamos concluya por reconocerse como un Estado multicultural.
A partir de la intervención de los etnógrafos, hoy antropólogos, se ha difundido erradamente que entre los valles de Copiapó y Aconcagua, antes de la llegada de los españoles (y antes, de los incas) existió un solo pueblo, los “Diaguitas”. Hemos intentado probar que este espacio fue compartido por varios pueblos diferentes y no solo por uno; especialmente, desde el valle de Choapa hemos planteado el predominio del pueblo mapuche, que no excluía la presencia de asentamientos pertenecientes a otras culturas, de acuerdo con patrones andinos de asentamiento y desarrollando relaciones de complementariedad y reciprocidad.
En la actualidad se ha producido la refundación de la identidad Diaguita, y se trata de un hecho de trascendencia histórica. Acaso ya esté de más la discusión acerca de la filiación de sus descendientes, respecto de las antiguas culturas surandinas (hasta ahora se descarta que fuesen grupos mapuche, aymara o quechua). No se ha podido probar su filiación con estas ni otras culturas. Acaso no se pueda establecer exactamente la correspondencia entre identidades del presente y pueblos del pasado; habría que saber de qué forma se trasladaban los miembros de los pueblos vecinos, como los nombrados y los lickan antai (o atacameños): pudo haber migraciones o traslados voluntarios u obligatorios en una dirección u otra, norte – sur y oriente – poniente.
Sabemos que los diaguitas de la actual Argentina experimentaron un proceso histórico diferente. Mantuvieron sus características centrales como pueblo al menos un siglo más que sus vecinos del occidente de la Cordillera de los Andes, defendiendo su autonomía territorial. Por eso, se conoce más de estos diaguitas propiamente tales que de los así llamados del “lado chileno”. La comparación lingüística, etnográfica, arqueológica, entre unos y otros, nos puede arrojar luces acerca del pasado de ambas agrupaciones identitarias.
Sin duda los Aballay, Campillay, Huanchicay, Liquitay, Quilpatay, Sacmay, Sulantay, Tamblay, etc., pertenecieron a alguna de las etnías instaladas en las regiones de Atacama y Coquimbo. Estos apellidos constituyen una característica particular de este pueblo, ya que los hace distinguirse de los otros grupos andinos. Hoy son autoidentificados como diaguitas. Nos interesa conocer más acerca de sus raíces, de su procedencia, de sus particularidades. Creemos que así podemos contribuir a su proceso de recuperación de la identidad y valores tradicionales, no descartando lo que algunos denominan ‘re-etnificación’. Consideramos que ésta es un proceso válido, como lo es el derecho a asumir la identidad propia.
Además, encontramos en estas regiones otros apellidos como Alquinta, que parece de raíz mapuche, Payacta, Atuntalla, Alcota y otros que son de raíz quechua, además de Saguas, sin definir, y Cayo, que aparece entre quechuas y mapuche (del numeral Kayu, seis).
Además de quienes llevan un apellido diaguita, buena parte de los pobladores de las Regiones III de Atacama y IV de Coquimbo provienen del o los pueblos que constituyen esta identidad.
Si se pueden filiar como diaguitas determinados apellidos indígenas presentes en las áreas diaguita, huarpe y otras (del territorio argentino), se puede hacer lo mismo con sus homónimos del lado chileno. Pero primero hay que establecer genealógicamente de qué lado de los Andes era originalmente cada familia que lleva los apellidos que estudiamos, y en qué época y circunstancias pasó al otro lado. El estudio de la toponimia del área diaguita de Chile requiere un serio complemento, aportado por los especialistas del área diaguita argentina, de la que hay un conocimiento mucho mejor que de la de sus homónimos chilenos.
Plantearemos la metodología y el estado de la cuestión, invitando a otros investigadores a unirse a nuestros esfuerzos. El resultado nos puede arrojar luces sobre el poblamiento originario de ambas vertientes de los Andes, las relaciones interétnicas y trasandinas, la respuesta de las culturas originarias ante los Incas y ante los españoles, y por último, acerca de la unidad y diversidad en la región.
En la ponencia que leímos en el II Congreso Argentino-Chileno en 1997, presentamos nuevos aportes al conocimiento de los llamados “Diaguitas” de Chile, tratando de mostrar los elementos que los distinguían con respecto a los Diaguitas de Argentina, que nos hacían verlos como pueblos o etnías diferentes y decíamos que si tenían un origen común, éste se remontaba a un período bastante remoto. Propusimos realizar estudios comparativos desde la arqueología, la etnohistoria y la onomástica. Entonces planteábamos la necesidad de emprender una investigación de la onomástica indígena de las áreas ocupadas por diaguitas de Argentina y los llamados “diaguitas” de Chile[ii]. Después de casi diez años, no hemos encontrado una contraparte interesada en el tema, por lo que lo volvemos a plantear en esta ocasión, esperando a partir de esta comunicación, iniciar una correspondencia y un trabajo conjunto.
En el presente, proponemos estudiar casos concretos de topónimos y antropónimos de filiación conocida en Argentina, para establecer su relación con sus homónimos en Chile.
El tema del uso de la lengua Kakán al occidente de los Andes
Ricardo E. Latcham adujo parentescos lingüísticos entre los diaguitas de Argentina y Chile; dijo, sin citar documentos, que los indígenas de Jujuy y Catamarca, que los españoles traían en 1535-1536, podían entenderse con los indígenas de Copiapó al Choapa, que hablaban una lengua diferente al quechua, al aymara y al mapuche (Cornely 1956: 40).
Después Latcham agregó una cantidad de nombres propios y de topónimos que se hallan a ambos lados de los Andes. Entre los topónimos, están Antofagasta, Calingasta, Conil, Sapotil, Mialqui, Elqui, Sotaquí, Atacama, Calama, Tilama, Toconao, Lamar, Camar, Ticnamar, Combarbalá, Salalá. Cornely observaba en 1956 que algunos de ellos son atacameños. Convendría verificar este aserto mediante el estudio de la toponimia argentina.
Como apellidos, cita Albayay (Alballay), Albancay, Calchín, Campillay, Caymanqui (que es en realidad mapuche), Chavilca, Chupiza, Liquitay, Lainacache, Pachinga, Payman, Quilmatai, Quismaichai, Sapiaín, Talinay, Tamango, Salmaca y Chillamaco. Como plantas con nombre diaguita, cita el chañar, yalipalqui, copao, jume, gualtata, ataco y chilca[iii]. Observamos que algunos de estos nombres y apellidos provienen tanto de la lengua Kunza como de la Mapuche, debiéndose descartar de la lista. Lo que nos interesa verificar es si aquellas voces se hallan en territorio argentino.
Estamos realizando una recopilación de los apellidos indígenas que se encuentran en la documentación colonial temprana, y sin intentar cuantificar estadísticamente el hecho, podemos probar que en la región del Norte Chico hay tantos apellidos de origen mapuche como de otras procedencias.
Jorge Iribarren demostró que las analogías lingüísticas definitivas entre diaguitas de Chile y Argentina eran muy escasas[iv]. También sabemos por el cronista Vivar, que no había unidad lingüística en la región llamada diaguita chilena.
En vista de los antecedentes que entregábamos en 1997, no encontrábamos fundamentos para probar que la lengua de los diaguitas argentinos haya sido hablada por una parte de los indígenas del norte de Chile. Ahora, de lo que se trata es de comenzar a establecer un Thesaurus de la lengua kakán y de otras que aparezcan en las áreas que pretendemos comparar.
El casi insalvable obstáculo que nos dificulta aquilatar la presencia diaguita en el norte de Chile, es el desconocimiento de la lengua Kakán hablada por los diaguitas argentinos. Por ello no se pueden hacer sin gran dificultad las debidas comparaciones entre la toponimia del territorio diaguita argentino con la del norte chileno.
Hay un trabajo de Lafone que hemos visto citado por Lenz (1910: 69) y que podría entregarnos algunos vestigios de la lengua kakán, si bien Lenz indica que algunas explicaciones etimológicas (o traducciones), “naturalmente, en condiciones tan difíciles, dejan a menudo lugar a duda”. Incluso Lenz arriesga la hipótesis de que los mapuches “en época prehistórica han entrado a Chile por ese camino que tomó también el primer conquistador castellano, Almagro”, por hallarse voces comunes al kakán y al mapuche en el diccionario de Lafone[v].
Hemos intentado hacer un léxico de la toponimia del Norte Chico, estableciendo el origen de los topónimos, a partir de la hipótesis de que los que no pertenecen a las conocidas lenguas mapuche, quechua, aymara o kunza podrían ser diaguitas. los primeros resultados obtenidos, nos permiten ver que algunos topónimo tienen un claro origen, mientras que otros podrían pertenecer a más de una lengua, y los nombres de lugares que quedan sin traducción son escasos. Este argumento debería ser más que suficiente para probar que si los llamados diaguitas de Chile tuvieron una lengua propia, éstos estuvieron establecidos en lugares muy delimitados y no alcanzaron la difusión que la historiografía chilena les ha atribuido.
No queda claro el origen etnolingüístico de gran número de topónimos del Norte Chico de Chile. Ejemplifiquemos: el nombre de Copiapó (Codpayapu, Campo de Turquesas o Vega Verde (Moesbach 1991: 59) es aymara. En el caso de Coquimbo, su nombre antiguo es Cuquimpu, traducido por Moesbach (1991: 60) como Keshua, de Cullqui = plata, tampu = tambo, posada. Posada de plata. Pero también puede provenir del Mapuche Konn = entrar y Kümpun = destrozar, despedazar (Augusta (1916) I: 94 y 105). Entrar despedazando. Hay un lugar Coquimbo cerca de la desembocadura del Mataquito, donde no alcanzó la influencia de la lenguas Keshua ni Aymara, lo que puede reforzar su filiación mapuche[vi]. Si se probare que el origen del nombre Coquimbo fuese keshua, deberá tenerse en cuenta que según el cronista Mariño de Lobera, éste se aplicaba a una parte del valle del Elqui, donde residían “los capitanes del rey del Perú”, es decir los gobernadores incaicos y su gente de guerra, a una legua río arriba desde la ciudad de La Serena. Luego, no era una denominación que abarcase todo el valle o toda la región, como llegó a serlo desde la conquista española.
La ciudad de La Serena se levantó en el lugar que los indígenas llamaban Tequirqui, “y aunque comúnmente le llamamos Coquimbo no lo es en rigor porque el valle que los naturales llamaban Coquimbo está adelante una legua arriba”[vii]. En cualquier caso, sin conocer la lengua originaria de los llamados diaguitas, no podemos establecer una conclusión sobre el origen de estos nombres.
La única palabra que hemos encontrado que se le atribuya (y aun inciertamente) origen diaguita, es Gasta: caserío, población[viii]. Esta palabra, que debería constituir un importante topónimo del norte chileno, si en él se hubiese hablado el Kakán, sólo aparece usada en un nombre: el de Antofagasta, nombre al parecer puesto recién en el siglo XIX. En cambio, abunda en el lado argentino.
Se ha justificado la denominación de Diaguitas para los indígenas del Norte Chico chileno, dado que existe un pueblo con este nombre, en la parte superior del valle de Elqui. Pero la toponimia del sector revela la presencia del idioma Keshua. El lugar llamado hoy Cochiguás (o Cochiguaz) aparece en una escritura de 1700, como el potrero de Cuchiguasi, lo que nos permite traducirlo del Keshua como Casa del Cerdo, Chiquero)[ix].
En otro título en el sector llamado “el valle de los Diaguitas”, en 1606, se citan los linderos llamados Amipun y Paiguani”. Amipun era el nombre del río del dicho valle, hoy llamado río Claro; también se cita otro topónimo, Castum[x]. En el mismo expediente, en un documento de 1618, se cita también a “los indios Churumatos”, quienes solían sacar oro en cierto lugar cerca del “asiento viejo de las minas de Quilacán”, en la quebrada llamada entonces de Titón[xi], y hoy de Talca. Hay también una mina de oro llamada la veta Churumata en Andacollo, en explotación durante la Colonia[xii]. La cita parece referirse a una etnía o identidad territorial diferente a la de sus convecinos. Las referencias que tenemos acerca de los Churumatos es que eran un pueblo “aborigen chicha que ocupaba algunas zonas periféricas en la región de los Humahuacá en la época de la conquista española, especialmente en la actual frontera (argentina) con Bolivia. Eran mitimaes llevados a aquella región por los incas, para que poblaran y defendieran los territorios incaicos amenazados por los chiriguanos”[xiii]. Por lo tanto, nos encontramos en presencia de una etnía poco estudiada en la región del norte chileno, pero se nos presenta la duda de saber si los churumatas de Elqui y Andacollo habían sido instalados como mitmac por los Incas o si su emigración había sido espontánea.
En todo caso, a comienzos del siglo XVII, en consecuencia, en la memoria colectiva había cierta conciencia de la diversidad étnica que se manifestaba en la región. Los que usaban la denominación “Valle de los (las) Diaguitas” para referirse a un punto preciso, sabían que los que allí vivían procedían del pueblo Diaguita propiamente tal, lo mismo que al hablar de los Churumatos se aludía a una cierta parcialidad. Por lo tanto, el extender la denominación de Diaguitas a los habitantes originarios de todo el valle de Elqui y aun de toda la región, es tan peregrino como el que se denominara Churumatas a todos ellos.
El expediente que citamos, cita el camino que pasaba por Rivadavia, seguía el río Cochiguasi, después llegaba al lugar de Los Patos (que no precisamos) para de allí ir a Pismanta y a Salta[xiv]. Esta debió de ser la ruta que hicieron los primeros diaguitas en llegar a los valles de Elqui y Amipun y que pudieron haber seguido recorriendo en sus contactos transcordilleranos. Un estudio acucioso de la toponimia de esta ruta y su zona adyacente, nos permitiría saber si hay semejanzas lingüísticas entre ella y alguna zona del lado chileno.
Algunos de los sitios donde se ha hallado presencia llamada diaguita, corresponden a lugares con nombres quechuas o mapuches. No puede discutirse la diversidad lingüística en la región, y puede formularse que ello es una prueba de la COEXISTENCIA de diversas etnías en diferentes zonas de la región del Norte Chico, tal como ha probado John Murra para los Andes Centrales[xv].
Comparación a realizar entre los Diaguitas argentinos y los llamados Diaguitas chilenos
Para obtener un cuadro correcto de la etnografía y la etnohistoria de los pueblos del norte de Chile y noroeste argentino, es necesario comparar sus elementos culturales haciendo un paralelo en el tiempo y considerando la diversidad étnica y cultural al interior de la genérica denominación “Diaguita” en ambas vertientes del macizo andino.
En concreto, dejando para otro estudio la comparación de la ergología misma, es importante comparar los siguientes elementos:
– Palabras de origen indígena, no filiables con el quechua o el aymara. Puede tratarse de verbos, acciones o sustantivos, que pueden hallarse en el nombre de ciertos objetos. Por ejemplo, Cornely plantea la importancia de filiar la palabra “chancuana”: en Chile se conoce la piedra “chancuana” o “chanquana”, para moler (chancar). Cornely dice “sería interesante saber si en las provincias diaguitas argentinas existe también esta denominación, aunque la palabra ‘chanquana’ parece de origen quechua” (1956: 156).
– Topónimos. Entre éstos, Antofagasta, Calingasta, Conil, Sapotil, Mialqui, Elqui, Sotaquí, Atacama, Calama, Tilama, Toconao, Lamar, Camar, Ticnamar, Combarbalá, Salalá.
– Nombres y apellidos indígenas. Latcham cita Albayay (Alballay), Albancay, Calchín, Campillay, Chavilca, Chupiza, Liquitay, Lainacache, Pachinga, Payman, Quilmatai, Quismaichai, Sapiaín, Talinay, Tamango, Salmaca y Chillamaco. Además encontramos los Alcota, Alquinta, Atuntalla, Cayo, Payacta, Quilpatay, Sacmay, Saguas, Tamblay, etc.
– Nombres de plantas autóctonas. Latcham cita como plantas con nombre diaguita: chañar, yalipalqui, copao, jume, gualtata, ataco y chilca. El chañar, desde luego, provendría de la lengua Likan Antai o atacameña; chilca, del quechua.
Es necesario definir, en cada caso, la filiación de las voces encontradas; no necesariamente, los topónimos encontrados en el lado chileno, pertenecerían al Kakán; puede haber relictos de las lenguas huarpe, Milcayac y Allentiac. Por cercanía geográfica, el Norte Chico chileno debería estar más emparentado con la región de San Juan.
Lo mismo debe hacerse con los apellidos, es necesario reconstruir las historias de algunas de las familias que llevan estos apellidos, para saber de qué zona son originarias y cuántas generaciones o años tienen en su lugar; podría ser que vinieran del lado chileno o de otras regiones y dejar de ser testimonio de la filiación diaguita, pero en tal caso abrirían nuevas interrogantes.
Diversidad cultural en el Norte Verde
Debemos aceptar la hipótesis de que a la llegada de los españoles coexistieron varias culturas en el espacio que denominamos Norte Chico, Semiárido o Verde, que es parte de la llamada Área Andina Meridional, denominación que nos permite comprender la filiación de dichas culturas dentro del contexto andino y la especificidad de éstas como culturas de las regiones situadas al sur del centro de los Andes.
La coexistencia de culturas diversas queda probada por los siguientes criterios que creemos se cumplen en el caso:
a) Por las diferencias de estilos de los ceramios provenientes de distintos valles o diversas localidades dentro de un valle.
b) Por la información etnohistórica temprana acerca de los valles transversales, que da cuenta acerca de diferencias de lengua, de vestuario y de otros elementos ergológicos.
c) Por la toponimia que permite identificar entidades locales con nombres traducibles a las lenguas mapuche, quechua y likán antai, o que se refieren a la presencia de gente diaguita[xvi] y churumata.
d) Por la antroponimia, que permite identificar linajes de origen diaguita, mapuche, quechua y, eventualmente, aymara y likán antai. Esta disciplina se alimenta mediante el estudio de listas de encomiendas, padrones locales, libros parroquiales, archivos judiciales y administrativos y, en la actualidad, mediante datos del Registro Civil, guías telefónicas, etc.
e) Por la etnografía y etnohistoria, que permite identificar los grupos humanos y formas de vida que sobrevivieron a la conquista, resaltando por ejemplo la especificidad de la forma de vida Chango, persistente al menos durante todo el siglo XIX.
La multietnicidad del poblamiento indígena es planteado como hipótesis por Patricio Cerda, quien señala que los distintos grupos étnicos del Norte Semiárido, se hallaban en interacción cultural y biológica, es decir en proceso de mestizaje, tanto endógeno como alimentado por sucesivas corrientes migratorias desde el Altiplano Central, Meridional y del Noroeste argentino, tal como ocurrió en las épocas arcaicas en que surgieron culturas locales con influencia trasandina, por ejemplo la conexión entre la cultura Ciénaga-Condorhuasi con la cultura u horizonte Molle[xvii].
Podemos comprobar que la creencia en una supuesta uniformidad étnica en el Norte Verde, ha impedido plantearse estudios que conduzcan a probar lo contrario:
– Se ha utilizado el topónimo de la localidad de Diaguitas como prueba de la denominación de la etnía predominante en la región, pero no conocemos estudios arqueológicos que permitan conocer la secuencia cultural en el lugar mismo, el sitio tipo.
-No se ha puesto atención a la presencia del topónimo Churumata, en tanto que una investigación arqueológica en el lugar permitiría conocer la vinculación de sus antiguos habitantes con la etnía homónima.
– No se ha resuelto suficientemente el punto de si el valle de Copiapó constituye o no una entidad diferente al área “diaguita” ni se han sacado las conclusiones correspondientes.
– No se ha abordado un estudio acabado del área de Combarbalá-Choapa, con el fin de precisar sus diferencias ergológicas y otras, con respecto al área diaguita, pese a que la etnohistoria está probando la presencia de comunidades provenientes del tronco mapuche-pikunche en Combarbalá y a que la arqueología hasta ahora muestra que en el área de Choapa no se encuentra abundante cerámica diaguita.
– Tampoco se han abordado estudios de antropología física que involucren a pobladores contemporáneos de origen indígena, y que podrían establecer afinidades genéticas con poblaciones ya filiadas y caracterizadas.
Luego de plantear la coexistencia de diferentes culturas en el área del Norte Verde, debemos manifestar que casi todas ellas tienen rasgos comunes, a partir de su pertenencia al mundo andino. Ello permitió que diversos rasgos del mundo andino se hiciesen presentes en la mayor parte de estas culturas, dando una apariencia de uniformidad, que es lo que ha generado la imagen de uniformidad étnica bajo la denominación artificial de “Diaguitas”.
La presencia mapuche a partir de los traslados forzosos de la conquista.
Ha sido un argumento que termina siendo manido, el que atribuye toda la presencia de apellidos e incluso topónimos mapuche a los traslados forzosos que se realizaron de sur a norte a partir de la conquista, especialmente cuando decayó la abundancia de mano de obra en Copiapó y Coquimbo. Estos traslados son innegables, pero fueron precedidos por otros movimientos migratorios de más antigua data, en medio de los cuales la cultura mapuche se fue desarrollando a la par que otras de Copiapó al sur.
Si se tratase de descalificar a los descendientes de los mapuche del sur y negar su calidad de sujetos de derecho, por haber sido sus ancestros llegados al Norte Verde desde otras regiones, creemos que no hay ninguna base para que alguien intente esta argumentación que les quiere negar derechos ancestrales.
Si la población de origen mapuche asentada en el Norte Verde correspondiese a los traslados forzosos desde el sur, y no a un poblamiento prehispánico y de larga data, significaría que os descendientes de estos mapuche desarraigados, semiesclavizados y sometidos a poblar un espacio ecológica y climáticamente hostil a su naturaleza, tendrían un indesconocible derecho a la reparación de parte del Estado y la sociedad que se autoidentifican como legatarios de la conquista europea.
La percepción de los estudiosos anteriores a la intervención de Latcham.
El Diccionario de Riso Patrón (1924) no considera a los diaguitas como pueblo originario de Atacama y Coquimbo. Bajo ese nombre sólo registra a la villa Diaguitas y consigna: “El nombre actual proviene de los indios que hablaban el idioma kaká o diaguita y ocupaban todas las provincias del noroeste argentino, desde San Juan hasta la puna de Jujui, los que pasó a conquistar don Francisco de Aguirre en 1553”[xviii]. Incluso, Riso Patrón considera que los atacameños eran los mismos diaguitas de las crónicas españolas: “Atacamas (Indios). Se llaman también atacameños, cunzas, lickantai o lican-antai, ocupan el desierto y las punas de Atacama y Jujuy y forman parte de aquellas gentes, a quienes las antiguas crónicas designan con el nombre colectivo de diaguitas”[xix]. En su introducción, bajo el epígrafe Etnografía, Riso Patrón distingue a “los atacameños del desierto de Atacama” de “los diaguitas de San Juan y Jujuy”, pero no habla de diaguitas en territorio de Chile:
“Fuera de los aimaraes y quechuas de las provincias de origen peruano, de los atacameños del desierto de Atacama, de los diaguitas de San Juan y Jujuy y de los changos de la costa, que han tenido una restringida influencia en la constitución de la raza chilena, encontramos como parte principal de ella, a los indios que habitaban el país entre el Choapa y el Maule y ocupaban más densamente los valles del Aconcagua y del Maipo, a quienes originariamente se atribuye la formación de la lengua araucana y cuya fusión con los españoles se efectuó en pocas generaciones”[xx].
Pese a no haber tenido la formación de un etnólogo, Riso Patrón presentó un cuadro bastante acertado de la etnografía del norte y centro de Chile, al dar mayor importancia como ancestros de la “raza chilena” a los indígenas habitantes entre el Choapa y Maule, formadores de la que él llama “lengua araucana”. Este esquema es mucho más correcto que aquél posterior (y aceptado por autores destacados de textos escolares y universitarios) que “rellena” de diaguitas todo el territorio entre el Choapa y el Aconcagua, desconociendo en él la presencia mapuche-pikunche. Donde yerra es al aceptar que los mapuche son sólo los que emigraron desde las pampas argentinas y se fusionaron con los cuncos, quedando entre el Itata y poco más al sur del Cautín: en este aspecto, Riso Patrón aceptaba la teoría de la “cuña de Latcham” y deja una “tierra de nadie” entre el Maule y el Itata. Incluso, en el cuerpo de su diccionario, bajo la voz Araucano (Indio), dice que éste “habitaba la región situada hacia el sur del río Biobío”[xxi], lo que contradice el límite norte en el Itata, que él mismo exponía en su introducción[xxii].
De esta forma, antes de la adopción del término diaguitas por Latcham, se postulaba que al nombre genérico “diaguitas” utilizado por las crónicas españolas, correspondería el mismo que designaba a los atacameños, y que su equivalente ancestral sería el de lickan antai. Una forma de resolver a qué culturas correspondían los habitantes de San Juan a Jujuy, incluidas las punas de Atacama (repartidas entre Chile y Argentina), sería estudiando a la par la lengua kunza (parcialmente conocida y recopilada en Chile) y los relictos de la kakán (más estudiados y conocidos en Argentina). Todo ello debe hacerse, sin perder de vista que en ese vasto territorio pudieron coexistir varios pueblos o culturas indígenas diferentes: no sólo lickan antai, no sólo “diaguitas”, y que estos últimos pueden desglosarse en diversas culturas o diversas identidades, pudiendo ser el término genérico sólo producto de la percepción española de ese Otro tan difícil de definir correctamente, al no contar con una epistemología adecuada para conocer y definir la etnía o la cultura tal como lo intentamos hoy, con instrumentos metodológicos supuestamente más adecuados.
Sobrevivencia y persistencia de patrones culturales de los pueblos originarios del Norte Verde
No compartimos la idea de que haya habido en el Norte Chico una sola cultura bien definida, los Diaguitas, ni la conclusión de Gonzalo Ampuero de que hoy en día nada quede de sus creencias, tradiciones o valores culturales[xxiii]. El mismo autor intenta reconstruir una aldea “diaguita” y la supone formada por ranchos de quincha “a la manera de los que aún podemos ver en la región y en Chile Central”[xxiv]. Estos ranchos son precisamente un resabio de la ergología de los llamados diaguitas. Debiéramos ser capaces de visualizar este rasgo de supervivencia cultural en la vivienda campesina de la región,
Algo (o mucho) de las tradiciones de los diversos pueblos indígenas queda. Los ritos sincréticos de Andacollo (con su cofradía regida por “caciques”) y otros santuarios atestiguan sin lugar a dudas la supervivencia de una tradición espiritual. En la quebrada de Pinte (Huasco Alto, III Región) encontramos un lugar de culto actual, en una ladera de cerro, que supone una actividad espiritual paralela a la celebrada en la capilla del bajo; ambos están dedicados a la manifestación femenina de la Divinidad. El sitio no ha sido estudiado y debe de ser una de las muchas sorpresas que nos depara la determinación de iniciar el reconocimiento, estudio y rescate de la tradición local. Otro lugar sagrado es la sepultura situada en las alturas de Guanaqueros, de data no muy antigua, y que esperamos no sea profanada a partir de esta revelación. Existen comunidades como la de Valle Hermoso, provincia de Choapa, que hasta hace poco no renegaba de su condición indígena e incluso era regida por un “cacique”.
Supuesto que existieron varias culturas en el Norte Verde, debemos plantearnos cómo fue que sus portadores lograron enfrentar la conquista y colonización española y trasmitir parte de su legado cultural.
Ninguna conquista, colonización o imposición cultural supone la desaparición total de los patrones culturales ancestrales. Éstos se mantienen tras la mediación de un mestizaje, y precisamente las culturas para vivir deben ser dinámicas, por lo que la prueba de que una cultura está viva, es que se haya transformado a lo largo del tiempo, incorporando transferencias desde otras culturas.
En el caso de la región, debemos intentar reconstruir la secuencia de la supervivencia de los pueblos originarios a lo largo de los períodos colonial y republicano.
El primer período fue de enfrentamiento y sometimiento y supuso la derrota militar de las culturas originarias. En él se inician la encomienda y el mestizaje. La encomienda supone una alteración global de las formas de vida y concepciones del cosmos, de la religión, de la filosofía, del sentido de la vida, del uso del tiempo, etc. Este período va de 1536 a 1560, aproximadamente.
El segundo período es de consolidación de la sumisión, la encomienda y la cristianización. Se consolida por tanto el mestizaje en todas sus formas. El período se extiende hasta fines de la Colonia. Se puede distinguir dentro del período una segunda fase (en caso de que no fuese un período aparte), iniciada con la política de fundación de ciudades bajo la dinastía borbónica. Ello introdujo una nueva alteración en las formas de vida indígena y criolla, al extender por el área la concepción de ciudad o villa, modificando los ordenamientos de espacio y tiempo propios de las comunidades[xxv]. Ello, unido a la reforma administrativa borbónica consistente en el establecimiento de la Ordenanza de Intendencias (la que acerca más el gobierno local al poder centralizador de la monarquía), constituye la segunda conquista de América, la “conquista burocrática”, común a todos los dominios hispánicos. Esta fase se cierra con la abolición de las encomiendas decretada por Ambrosio O’Higgins y ratificada por la Corona en el marco del reformismo borbónico.
En este período, la comunidad originaria se convierte en el “pueblo de indios” y la autoridad ancestral (kurakas, lonkos, “señores” al decir de los españoles) es transformada por los colonizadores, en “caciques”, de sumisión funcional al nuevo orden.
La religión ancestral se refugia en el culto clandestino o recurre al sincretismo con el cristianismo para mantener vigentes algunas prácticas.
Un tercer período, muy breve, que podemos llamar “de O’Higgins a O’Higgins” va de la abolición de la encomienda a la abolición (formal) de la calidad de indígenas, decretada por Bernardo O’Higgins. Se trató de una transición hacia la descomposición y desintegración de la comunidad indígena, bajo un paradigma globalizante racionalista que fue impuesto a lo largo del período republicano.
El cuarto período se caracteriza por la readaptación de las entidades indígenas y mestizas al contexto republicano. En algunos casos, la comunidad indígena se mimetiza bajo nuevas identidades, como la comunidad de agricultores (por ejemplo, la existente hoy en Los Choros, o la de Valle Hermoso, Choapa, que hasta hace poco no negaba su condición indígena y era regida por un “cacique”). La readaptación se manifiesta principalmente en la mimesis de lo indígena y mestizo en lo campesino en general. Lo mestizo se oculta por lo general, y cuando es puesto de manifiesto por el propio sujeto, lo es en forma genial y señera, como en el caso de Gabriela Mistral. Pero cuando son los otros los que hacen visible el mestizaje, lo hacen para evidenciar los aspectos más negativos: “se le salió el indio”. Este período llega hasta 1992, año en que se manifiesta a nivel continental un renacer de las identidades originarias; al año siguiente, en Chile fue aprobada la Ley 19.253, que reconoce la existencia de etnías originarias[xxvi]. Desde esta coyuntura, los pueblos originarios han comenzado a reagruparse, a reconstruir su identidad y a demostrar que sus culturas, aunque influidas por siglos de predominio de un sistema globalizante, no están extinguidas.
Ha sido el Estado chileno que en 1818 por decreto negó la condición jurídica de indígenas a los habitantes originarios, si bien la práctica jurídica fue ambigua al respecto. El Estado, para el caso del pueblo mapuche e incluso para comunidades indígenas de Chile Central, sin derogar el decreto de O’Higgins, en la práctica debió tácitamente reconocer la vigencia de la calidad de indígenas a las gentes de los pueblos. Ya en 1823, el Senado Consulto reconoció la perpetua y segura propiedad de los indígenas sobre su propia tierra. Algunos “pueblos de indios” de Chile central siguieron cohesionados en torno a los caciques.
El mismo Estado quiso liquidar la condición de indígenas (y a la persona misma del indígena) bajo el régimen dictatorial que impuso el Decreto-Ley 2.568 en 1979. Y el mismo Estado, bajo otra conducción temporal, ha restablecido la condición de indígenas de acuerdo a la ley de 1992.
El período de negación formal (y ni siquiera absoluta) de la condición de indígena de la población originaria, va por tanto de 1818 a 1993: 175 años, período mucho más corto que el de vigencia de tal calidad, que fueron 282 años que corrieron de 1536 a 1818, a los cuales deben sumarse los diez años corridos desde 1993. En la historia corrida desde 1536 a la fecha, en el 37% del tiempo se ha negado formal y parcialmente la realidad de la existencia de pueblos originarios; antes y después, en el 63% del período, esta realidad se ha reconocido. Esta estadística tiene que ver con que a través de un tiempo histórico de larga duración, es una realidad innegable la persistencia de las culturas originarias y su influencia recíproca sobre la sociedad mayoritaria.
Hecha esta explicación, debemos plantear que es necesario investigar e inventariar cuáles fueron los elementos de las culturas originarias que se mantuvieron, con o sin mezcla, en medio de la realidad globalizada.
¿CÓMO HAN SOBREVIVIDO LAS CULTURAS INDÍGENAS EN EL MUNDO HISPANIZADO Y GLOBALIZADO?
Presencia indígena contemporánea en la Región de Coquimbo. Realidad censal.
Los censos de población de 1992 y 2002 nos acercan a la presencia de los pueblos originarios dentro de la IV Región. Las estadísticas oficiales nos indican que al menos hay más de 5.000 personas mayores de 14 años que se autocalifican de indígenas dentro de la Región. Los datos de 2002 han sido cuestionados por organizaciones indígenas, en cuanto se cree haya habido problemas de medición que explicarían la baja de la población indígena desde el censo de 1992. Visto así, y de acuerdo a estimaciones de las propias organizaciones, si el censo de 1992 resultó “inflado” en cuanto a población indígena, de acuerdo a la autocalificación, se puede promediar con el de 2002 para estimar que la población indígena nacional sería de un 8% del total nacional; a nivel de la IV Región, aplicando ese criterio, tendríamos una población promedio estimada en unas 13.000 personas. Debe considerarse, además, que el censo de 1992 consultó sólo acerca de tres “etnías”, mapuche, aymara y Rapa Nui, mientras que el de 2002 lo hizo acerca de las principales ocho etnías del país. En ningún caso se consultó sobre la autoidentificación de las personas con respecto al pueblo diaguita, el cual está en vías de ser reconocido oficialmente por una reforma a la ley 19.253. Por ello los censos no miden la presencia diaguita, que deberá ser estimada o medida como dato adicional a la muestra censal de 2002.
En conclusión, podemos estimar en unas 13.000 personas, si no más, la población indígena de la IV Región. Esta cifra es alta, ya que sumados los indígenas de diferentes pueblos habitando la región, resultan ser más numerosos que cinco de las ocho principales etnías del país. Es decir, habría más indígenas en la IV Región que la suma de, por ejemplo, todos los quechua, rapa nui, yámana y kawashkar del territorio de Chile.
POBLACION INDÍGENA POR PUEBLO Y SEXO EN LA IV REGIÓN
Pueblo | Hombres | Mujeres | Total |
Aymara | 223 | 227 | 450 |
Colla | 175 | 150 | 225 |
Kawashkar | 21 | 16 | 37 |
Lickan Antai | 368 | 296 | 664 |
Mapuche | 1.883 | 1.666 | 3.549 |
Quechua | 32 | 26 | 58 |
Rapa Nui | 31 | 32 | 63 |
Yámana | 31 | 17 | 48 |
Total Indígenas | 2.764 | 2.430 | 5.194 |
Población no indígena | 294.393 | 303.623 | 598.016 |
Población total | 297.157 | 306.053 | 603.210 |
La población indígena de la IV Región es diversificada, ya que está constituida tanto por indígenas provenientes de otras regiones, y sus descendientes en una a tres generaciones, sino también por los indígenas originarios de la propia región, como descendientes de los que habitaron antes de la constitución del Estado chileno, en los llamados “pueblos de indios” de ella, o formando parte de la población libre de tributo. Los indígenas originarios de la región o descendientes de quienes se instalaron en ella en siglos anteriores, provienen de una diversidad de pueblos:
- De los llamados “diaguitas”.
- De mapuche pikunche.
- De changos en la costa.
- De grupos trasladados por los Incas a la región a partir de los años de 1470, entre los que se contaron quechuas y aymaras, y posiblemente lickan antai, diaguitas del oriente de los Andes y de otros grupos étnicos.
- También se cuenta entre la población indígena de antigua data, los churumatos y los capayanes, asimismo provenientes del oriente de los Andes (hoy Argentina).
Cada uno de estos aportes migratorios no llegó a la región de una sola vez, parte de estas poblaciones puede haber estado en ella antes de la llegada de los españoles y otra parte puede haber sido trasladada a ella por los encomenderos y los gobernadores. Asimismo, se pueden registrar migraciones espontáneas desde los países de la Macrorregión Andina, tanto en el período colonial como en la época republicana.
En el presente, se ha englobado bajo la denominación “diaguitas” a los pobladores originarios de los valles transversales de Copiapó a Choapa, sin haber entrado a definir las diferencias culturales entre grupos de valles diferentes. Así como el término fue acuñado por Ricardo Latcham a partir de indicadores ergológicos como la cerámica, en la actualidad el mismo criterio permite establecer diferencias al menos entre los indígenas de Copiapó y de Huasco, con respecto a los de los valles constituyentes de la IV Región.
Sin entrar a cuestionar la denominación, debemos constatar la existencia históricamente comprobada de pobladores originarios, pertenecientes a un pueblo que resalta en el conjunto de etnías que habitaron la IV Región, y cuya característica principal ha sido su particular cerámica. De ellos, quedan evidencias lingüísticas en la toponimia y en la antroponimia. Aunque no son mayoritarios los topónimos “diaguitas”, se les encuentra en la región y no han podido ser traducidos a otras lenguas indígenas; lo mismo sucede con algunos apellidos, que se han calificado como típicamente “diaguitas”. Todo ello otorga una característica particular a este pueblo, cuyos descendientes hoy en día siguen establecidos en la misma región en que nacieron sus antepasados en los últimos cinco a diez siglos.
De la cultura originaria de los diaguita y otros pueblos que se han interrelacionado durante varios siglos, hasta casi fundir sus características ergológicas y acaso culturales en su conjunto, se han conservado diversos elementos que hasta ahora eran calificados de parte de la “cultura campesina”: formas de construcción de la vivienda, hábitos alimentarios, estilos de fabricación de utensilios de cerámica y madera, vocablos y no pocas tradiciones y prácticas espirituales. En la región, el sincretismo religioso entre las creencias ancestrales y el catolicismo, ha dado como fruto la devoción popular manifestada en los “bailes chinos”.
La autoidentificación con el sustrato o raíz indígena, ha sufrido el peso de la discriminación “racial” y cultural ejercida desde la época de la conquista y no mitigada por las ideas “progresistas” de los siglos republicanos y de la Modernidad. Gabriela Mistral expresó que como mestizos, “somos frutos de una violencia sexual”. Esta discriminación ha inhibido la autoidentificación de los individuos. A casi nadie le interesa ni gusta, en Chile, ser despreciado por “indio”. Los emblemas dan cuenta de que la historia la escriben los vencedores: el escudo de La Serena es el mismo que le concediera por real cédula, Felipe II de España; la principal arteria (en lo simbólico) de La Serena antigua, capital regional, se denomina Francisco de Aguirre y sus monumentos son duplicados de modelos clásicos y neoclásicos: los físicos apolíneos de sus esculturas marcan un ideal corpóreo muy distante de los cánones indígenas. Hemos conocido sujetos de apellido Antivilo que se atribuyen origen milanés (según datos tomados de Internet) y unos Tamblay que creían ser de origen francés.
ALGUNAS CONCLUSIONES
Sobre el hecho de que los llamados diaguita del lado chileno, no hayan hablado como propia la lengua kakán de los diaguitas de Argentina, el asunto parece generar consenso entre todos los autores y no hallaremos trabajo serio que siga afirmando que ese pueblo haya hablado dicha lengua.
Todo ello nos obliga a revisar el panorama que nos muestran las obras de divulgación y los textos escolares, de una unidad cultural prehispánica de Copiapó al Choapa, cuando no al Aconcagua.
Postulamos que el espacio que incluye las hoyas de los ríos Copiapó a Choapa fue compartido por varios pueblos diferentes y no solo por uno, los diaguitas, como se ha difundido erradamente, pero no se ha podido probar la filiación de los llamados apellidos diaguitas con las culturas surandinas, por lo que se hace indispensable avanzar en estudios comparativos entre los diaguitas de Chile, los de Argentina y otros pueblos y culturas andinas.
Creemos necesario repetir aquí parte de nuestras conclusiones de 1997: “El debate no puede considerarse agotado. En favor de nuestras hipótesis será necesario presentar nuevas pruebas documentales (historiográficas y arqueológicas), toponímicas, lingüísticas, etc. El estudio y elaboración que conjuntamente o por separado llevemos a término los investigadores tanto en Chile como en Argentina, usando entre las fuentes escritas los archivos de nuestros países, además de los de España, Perú y Bolivia, será precisamente lo que nos permita avanzar en el estado actual de este tema y emitir “conclusiones” que serán válidas hasta que aparezcan nuevas evidencias, a partir de un mejor manejo de archivos y de material arqueológico, posibilitado por nuevas técnicas y mejores recursos materiales y económicos. Hasta entonces, procuremos presentar un cuadro de conclusiones coherentes con el estado actual de los estudios, el cual nos prueba al menos que los pueblos que habitaban el Norte Chico chileno eran diversos en lengua y cultura y a su vez estaban separados por desarrollos locales diferentes, con respecto a los Diaguitas del lado argentino”.
La constatación de que el panorama étnico de las regiones de Atacama y Coquimbo haya sido de diversidad cultural, no se contradice con las aseveraciones que nosotros y otros autores hemos planteado, acerca de que la conquista española constituyó un factor de homogenización, pero ésta a la vez significó la reetnificación o la transformación radical de las diversas culturas existentes. Fue surgiendo una identidad indígena con rasgos mestizas, que en la práctica deriva en una identidad evidentemente mestiza, pero que puede reconocer o no su raigambre indígena. La cultura “campesina” del Norte Verde y Chile central, es parte de una tradición de raíces indígenas. Junto a esta cultura “campesina”, y muchas veces confundida o asimilada a ella, ha sobrevivido una forma especial de vida, que, en el fondo, con o sin autorreconocimiento, es la supervivencia del mundo indígena anterior a la conquista.
En la actualidad existe un numeroso conglomerado de descendientes de aquellas antiguas culturas indígenas que, con mayor o menor prolongación en el tiempo prehispánico, se insertaron y habitaron el espacio geográfico de las regiones de Atacama y Coquimbo. Hoy sabemos que la calidad de indígena es una cuestión a la vez de autoidentidad y una calificación social. Además, dada la legislación chilena, hay una calificación jurídica la que queda en manos de funcionarios gubernamentales. Más allá de que corresponda o no, a empleados de gobierno, historiadores y antropólogos, “conferir” la calidad de indígenas a esta población, o cuestionar su “pureza” en términos racistas o su grado de “globalización” y “modernización”, en términos positivistas, más allá de que estos funcionarios e intelectuales puedan o no asignarles (en forma científica, convencional cuando no arbitraria) determinada denominación (diaguitas, mapuches, coquimbos, churumatos, mitimaes del Inca, etc.), hay un marco jurídico nacional y uno internacional que valida la autoidentidad, reforzada por la calificación social. Los indígenas estaban, se habían hecho “invisibles” y hoy reemergieron. Hay indígenas, urbanos y rurales, (“y hartos”), hay pueblos indígenas “para rato”.
[i] Esta ley reforma a la Nº 19.253, del año 1993.
[ii] II Encuentro Chileno Argentino de Estudios Históricos. Universidad Católica Blas Cañas, Santiago, 16 al 19 de abril de 1997. Ponencia: “Diaguitas chilenos: nuevas consideraciones”. Publicado como “Diaguitas argentinos … y chilenos? Nuevas consideraciones”. En Revista de Estudios Trasandinos Nº 2. Santiago, 1998, pp. 203-233.
[iii] Ricardo E. LATCHAM. Alfarería indígena chilena. Santiago, 1928. Citado por Francisco L. CORNELY. Cultura diaguita chilena y cultura de El Molle. Ed. del Pacífico, Santiago, 1956, pp. 40-41.
[iv] Jorge IRIBARREN CHARLIN. “Relaciones entre las culturas Diaguitas de Argentina y Chile. En Jornadas Internacionales de Arqueología y Etnografía: Vinculaciones de los aborígenes argentinos con los demás países limítrofes. Vol. II, pp. 110-127. Buenos Aires, 1962.
[v] Rodolfo LENZ. Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de lenguas indígenas americanas, Santiago, 1910 (reedición en 1979), p. 69. Samuel A. LAFONE QUEVEDO. Tesoro de catamarqueñismos: nombres de lugar i apellidos indios con etimolojías i eslabones aislados de la lengua cacana. Buenos Aires, 1898.
[vi] Comparar con Concón = Conn có, entrar agua (Moesbach 1991: 57). No sólo existe el conocido lugar de Concón, en la desembocadura del Aconcagua, sino también hay un lugar costino cerca de Cáhuil, en la VI Región, que lleva desde antiguo el mismo nombre (Real Audiencia 2592, pieza 9, fs. 3-8 v.).
[vii] Pedro MARIÑO DE LOBERA. Crónica del Reino de Chile. Colección de Historiadores de Chile, vol. VI, Santiago, 1865, p. 78.
[viii] Ejército de Chile. Instituto Geográfico Militar. Terminología geográfica hispano-americana. Santiago, 1958.
[ix] Archivo Nacional. Santiago de Chile. Real Audiencia (RA) 227, f. 25.
[x] RA 227, f. 28. Una vez más, la autoridad española concedía al encomendero las mismas tierras que habían pertenecido a los indígenas de su repartimiento.
[xi] RA 227, f. 146 v.
[xii] Archivo Nacional. Santiago de Chile. Archivo del Tribunal de Minería. Vol. 2, Pieza 13. Fs. 230-231. Luis RISO PATRON. Diccionario jeográfico de Chile. Santiago, 1924, 216.
[xiii] Diego A. de SANTILLÁN. Gran enciclopedia argentina. Vol. II, Buenos Aires, 1956, p. 621.
[xiv] Id., f. 154.
[xv] John MURRA. “El control vertical de un máximo de pisos ecológicos en la economía de las sociedades andinas”. En Iñigo Ortiz de Zúñiga, Visita de la Provincia de León de Huánuco en 1562, Universidad Nacional Hermelio Valdizán, Huánuco, Perú, 1972. Formaciones económicas y políticas del mundo andino. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1975.
[xvi] Siempre que usemos en esta obra el término “diaguita”, será aceptando convencionalmente su aplicación por razones prácticas, puesto que diferimos de su pertinencia y aplicabilidad, tema que da motivo a un capítulo.
[xvii] Patricio CERDA CARRILLO, Estética, iconografía y diseños: la cerámica prehispánica de la región de Coquimbo, La Serena, 2004, p. 28.
[xviii] Luis RISO PATRÓN. Diccionario jeográfico de Chile. Editorial Universitaria, Santiago, 1924, pp. 295-296. Hemos sustituido la ortografía usada en el libro (que era la que introdujo Andrés Bello por medio de su Gramática) por la moderna.
[xix] Ibíd., p. 53. Cita Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 8, p. 310, id., Nº 11, p. 139.
[xx] Ibíd., p. XXIV.
[xxi] Ibíd., p. 42. Cita Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 8, p. 304, id., Nº 30, p. 77 y a Rodolfo Lenz, Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de lenguas indígenas americanas, Santiago, 2 tomos, 1904-1905.
[xxii] Bajo la voz “Mapuches (Indios)”, Riso Patrón dice que “llegaron de las pampas argentinas no muchos siglos antes de la llegada de los españoles a América, adoptaron el idioma araucano, de la raza que encontraron habitando la región comprendida entre los ríos Biobío y Toltén y no hicieron sentir apreciablemente su influencia hacia el norte del río Itata”. Cita Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 8, pp. 306 y 308.
[xxiii] Gonzalo AMPUERO BRITO, Cultura diaguita, División de Extensión Cultural del Ministerio de Educación, Santiago, 1994, pp. 47 y 55.
[xxiv] Ibíd., p. 52.
[xxv] Estas alteraciones, así como los abusos mancomunados del poder borbónico y de las élites criollas, provocaron la insurrección mapuche de 1769 y la de Tupac Amaru y Tupac Catari.
[xxvi] La Ley reconoce que en Chile existen ocho “principales etnías”, lo que no excluye la presencia de otras minoritarias.
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