Por Arturo Volantines
I
Apenas cubierto con ropa de pieles y fibras naturales, el nativo no sólo vio su rostro en el espejo sosegado del agua sino la danza de sus manos entrando al flujo. Luego hizo el mismo gesto, pero con un cuenco recogido de las espuendas. Pero volvió a mirar más allá del espejo del agua y ahí vio a su dios que merodeaba: el rostro felino en el jarro-pato.
Los historiadores del arte se equivocaron con el graffiti; lo reconocieron mucho después que la gente lo había consagrado. Y resulta tremendo el desconocimiento y la parcialidad pensada de “los conquistadores” que no sólo destruyeron pueblos enteros sino que en muchos casos relegaron a lo meramente utilitario al arte primigenio. Incluso, hasta hace poco, algunos ilustres estudiosos indigenistas no reconocían la profunda continuidad artística del llamado pueblo diaguita.
La poesía visual de la cultura diaguita contiene una cosmovisión: la ritualidad y sus dioses, las jerarquías y su relación con la agricultura y el pastoreo, los crucigramas estéticos y sus referencias zoomorfas, la perseverancia de una singularidad; la narrabilidad de un territorio contado a través de la preferencia de los colores negros, blancos y rojos; la religiosidad chamánica cantada en aves, felinos y batracios; y, sobre todo, la inventiva en las grecas donde —no me cabe duda— está contenido el pensamiento del pueblo diaguita.
Los íconos diaguitas son un lenguaje plástico que poseen metáforas y metonimias; una intención profunda del ser nativo en el contexto de comunicar simbólicamente sus esencias: acotado a un metalenguaje, donde el instrumento de la iconología permite empezar a interpretar este cosmos que los Occidentales trataron de eliminar a través del crimen y del obligado olvido. Pero, ya estamos en condiciones de unir el arte ancestral de los diaguitas con el arte posmoderno de sus tataranietos. La iconografía diaguita vuelve a encontrar su presencia a través de la magia del arte: El dios felino de la cerámica diaguita vuelve a despertar.
Este texto denominado: ESTÉTICA; ICONOGRAFÍA Y DISEÑOS —La cerámica prehispánica de la Región de Coquimbo—, escrito por Patricio Cerda, es un flujo potente que ablanda los dogmas en torno a la cultura diaguita: corre la frontera del saber de esta cultura y abre profundamente las expectativas del arte nativo en Chile.
Para la poesía, cambia fundamentalmente el inicio de su quehacer en el país: desde las operaciones luego de la llegada de los españoles a la poesía visual construida por nuestros ancestros. Ya no podemos hablar mezquinamente de una suma de signos del lenguaje vertebrado, sino del lenguaje iconográfico que contiene en el caso de la cultura diaguita la suficiente conexión como para reconstruir una formulación propria de mundo. Vuelve el dios puma a saltar desde la cerámica uniendo el quiebre —genocidio, desconocimiento y desvalorización—, por una nueva línea de tiempo estético que da cuenta de nuestros padres tutelares: ellos eran tremendos artistas, que han trascendido a nuestros días como el suspiro resucitando un árbol de la tierra.
II
Este texto es la tesis de magíster de Patricio Cerda, patrocinada por Osvaldo Silva Galdames, —aprobada con máxima excelencia en la Universidad de Chile y además ganador del Premio publicación del Gobierno de la Región de Coquimbo—. Y es una maduración de una larga etapa de investigación, reflexión y proposición.
Pero este texto también es un inicio de necesarios estudios y hallazgos estéticos del patrimonio primigenio: abre perspectivas poderosas a partir de la iconología, para los artistas del norte chileno, que nunca han estado en las vanguardias y no han hecho un aporte teórico al arte y, aún menos, a la brillante poesía chilena.
Por sus páginas transita una proposición arriesgada; pero rigurosamente reflexiva, documentada y llena de iluminaciones, que indudablemente causara escozor a “las viudas” de la cultura diaguita. Igual que en los “quipus”, estos acomodados conservadores no podrán evitar que las grecas sean descifradas.
Patricio Cerda oriundo de Antofagasta y residente de La Serena, se ha dedicado profundamente a la investigación de la etnohistoria, también con postgrados en sociología. Ha sido activo humanista, cumpliendo funciones de alto nivel, en el contexto de la Regional de Coquimbo, en los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei. Intelectual volcado a los temas de la memoria y de la búsqueda de un mejor destino del hombre latinoamericano.
Lo gravitante es que hoy surge una posibilidad de verificar nuestro ethós, a partir de estos importantes avances, ya que la incuestionable reflexión de Patricio Cerda, permite ir sobre el ser del arte en el norte. Resulta perezoso el trabajo de los especialistas ligados a la tradición empírica; por cuanto, recién, cuando comenzamos un nuevo siglo. Y titila una luz de los importantes hallazgos que desnuda este texto: el cadáver que aún respira en las grecas.
También son oportunos estos resultados, por la profundidad inquietud de los últimos congresos de escritores del Norte, donde ha rondado la disconformidad de la historia de la literatura y la falta de un basamento más historiográfico del norte. Por ello, las reflexiones públicas y congresales de Patricio Cerda han ido también sembrando una inquietud sobre el tema.
Pareciera que el volumen poético de este texto fuese sólo una proposición cuando el rigor del estudio es de lo más clásico. Creo que son muchos y muy gravitante los aportes que pueden verse como algo maravilloso. Pero ha sido fundamentalmente la paciencia de un estudioso, que sin traspasar lo meramente científico, ha visto toda la eternidad, mensaje, puente y esperanza que contiene las formulaciones iconográficas de la cerámica diaguita.
Patricio Cerda tendrá que afirmarse del caballo de la vanguardia, porque todo descubrimiento y cuestionamiento de la tradición provoca una fiera reacción de los celadores bien implementados. Está claro: el tesoro se ha escapado a la gente y cobra vida, y es muy significativo cuando son los artistas del norte los receptores de este tesoro, que, a la vista de las estrellas, nos permitirá encontrar en la greda las señales de un mundo mejor.