Por Arturo Volantines
Desde hace mucho tiempo se ha desatado una lucha en torno al sentido de la obra y vida de Gabriela Mistral.
Los gabrielianos han tratado de imponer una idea de santidad y pureza; de la maestra que juega a las rondas con sus frutos a lo Peter Pan; de su prescindencia de lo social, político y de nula injerencia en la realidad; una mujer angelical o santa que está más allá de lo mundano y por sobre los dolores del pueblo latinoamericano. Generalmente, es una opinión sostenida muy de la oligarquía criolla, retrógrada y acentuada en el Gobierno cívico militar.
Los mistralianos, al revés, han tratado de convertirla en amazona, lesbiana; madre que no reconoce a su hijo y lo oculta; radical y violenta; justificadora de la guerrilla y de la Guerra del Pacífico; apologista de Martí y Sandino; odiosa de La Serena y de su hijo ilustre, Gabriel González Videla. Incluso, ahora, han querido convertirla en madrecita tutelar de la región de Coquimbo. El simpático alcalde de Vicuña ha propuesto que la región pase a llevar su nombre.
Hay un mundo común entre estas dos posturas. Instrumentalizar a Gabriela Mistral; volverse “mamones” de esta mujer que sigue dando tributos y diezmos.
Fue odiada, aquí y allá; se le ninguneó. Se le usa para hacer desaparecer a los otros escritores de la región que ella tanto quiso, como Julio Vicuña Cifuentes, Valentín Magallanes, Carlos Mondaca, Manuel Magallanes, Isabel Peralta, Víctor Domingo Silva, etc.
Se le negó la educación formal reiterativamente; se justifican con su rebeldía e, incluso, la ubican como ladrona. Ahora, se hizo una Ruta por la región, por donde ella trabajó, casi arrancando. Sólo falta que la traten de prostituta.
Ahora, las feministas y los homosexuales la están explotando como bandera. Los terroristas, como embajadora de la libertad. El gremio politicastro quiere ganar votos con ella. Dicen: tenemos una deuda con la insigne. Seguramente, a ella le hubiera gustado, que esos recursos y meriendas, que reciben sus apologistas, se los entreguen a los “piececitos azulosos”, o a los más pobres de su región, o simplemente a fomentar la cultura. En fin.
Gabriela Mistral fue una mujer sencilla, laboriosa, profunda; defendió a sus pares y vivió preocupada por ellos. Sus epístolas a sus colegas son profusas. Fue asociativa, generosa. Su obra es asombrosa, tanto en verso como en prosa; es una poeta importante de la literatura de Chile, como otros tantos: una en el bosque, ni más ni menos.
Amó a su región: El Norte Infinito. Hija de atacameño y de descendientes de cuyanos; creció entre las leyendas y tradiciones de este Norte. Por ello, valoró sus gestas, sus luchas; dio cuenta y le dolía nuestra tremenda pobreza material. Ella fue una “regionalista de mirada”; nunca se desligó de su norte, y algunos de sus versos más notables los hizo en este norte.
No es una diosa; fue humana y humanamente la admiramos. Siempre estuvo al lado de los que sufrían y eran abandonados por malos gobiernos, tanto aquí como en cualquier lugar de América.
Aporte bibliográfico, es el texto denominado: Dirán que está en la gloria de Grínor Rojo, donde rompe el cerrojo de los comentaristas tradicionales de Gabriela Mistral, y analiza temas más descarnados y verdaderos, como el erotismo, el ambiguo mensaje de las canciones de cuna, la religiosidad ortodoxa y alternativa, etc., entre las varias materias, que la poeta llama su “locura”. Otro aporte reciente, es la obra denominada: Zapas y merodeos de Walter Hoefler, en el cuerpo tres; donde se refiere a “Escolios mistralianos” y busca ir a “saberes vinculados al (re)pensar a Gabriela Mistral” y a un “nexo impreciso, soslayado, omitido, oscuro, de su biografía…”. Hoefler, además, comenta las preferencias canónicas de Mistral; lo que se denota en ésta, su localismo y generosidad.
Indudablemente, Gabriela Mistral no es “cactus de la montaña” ni “Yastay” sino una “criatura regional” con otros; antes de ella y después de ella.