Por Jorge Nene Carrizo[i]
Aún está en mí aquel jueves de esa fría madrugada. Toda esa madrugada los dos despiertos con los temores en nuestras almas.
Te recuerdo acomodar tus ropas, tus pocas ropas que apreciabas como las únicas que abrazaban un infinito cuerpo dolorido.
Acomodabas un momento y al rato desarmabas aquella mochila viajera, que lucía cansada de tanto peregrinar. Lo último que guardaste fueron aquellos cassette de Soda y los Enanitos que te regalé. Me miraste agradeciendo mientras secabas tus lágrimas de ese bello rostro moreno. Te mordiste tus labios de sal, intentando sujetar el llanto, y yo solo pude abrazarte. Mirábamos avanzar la madrugada por la ventana de aquel edificio y entre tazas de café batido, yo te ensayaba las preguntas que te haría el oficial de migraciones. Bromeaba un poco tratando de espantar ese horror que te poseía de saberte ilegal en mi país. Se hicieron casi las seis de la mañana y la claridad redondeó nuestros ojos. Ya es hora de irnos -dije. Revisaste tu pasaje, tomaste aquella visa vencida y te volviste hacia mí envolviéndome entre tus brazos y tu ser. En ese momento yo también mordí mis labios.
Nos dispusimos a salir, entonces te diste vuelta y recorriste con la mirada aquella habitación. Yo te miraba en silencio, te veía besar tus dedos y dejar esos besos estampados en las paredes de aquel cuarto, en una lenta despedida. Entonces tomé tu mochila y la cargué en mi espalda. Tú te colocaste unos anteojos de sol por sobre el pelo y bajamos las escaleras de aquel departamento que quedaba vacío. Emprendimos la caminata de madrugada inspirando el aire frío de esa mañana y, también, la incertidumbre a cada paso que avanzábamos. Teníamos un tiempo de recorrido de casi una hora hasta la oficina de migraciones. Ambos sabíamos que no nos quedaba posibilidad de gastar un centavo en un pasaje de colectivo, ya que habíamos logrado juntar entre los ahorros de trabajos de Janett y la plata destinada a mi alquiler, el monto exacto para pagar aquella multa en migraciones por tener la visa vencida durante tres años.
En el camino Intercambiamos por ratos aquella mochila peregrina que tenía todo el peso de la angustia.
Así fuimos durante casi una hora caminando. Al Llegar a la esquina de la Plaza San Martín eran casi las siete de la mañana. La claridad nos dejó observar una cola interminable de gente sobre la calle Necochea, que superaba la cuadra esperando ser atendida en la oficina de migraciones. La angustia se nos hizo evidente sabiendo que el bus con destino a Chile partía a las ocho y toda esa gente estaba por delante de nosotros y además debíamos seguir caminando hasta la terminal. Allí fuimos avanzando en aquella cola, rogando a la gente que nos permitieran pasar y ser atendidos ante la urgencia evidente. Así fue que implorando pude conseguir que la atendieran a Janett, faltando diez minutos para las ocho. Entre preguntas incomodas del oficial de migraciones, por aquella visa vencida, el tiempo parecía eterno, el oficial de migraciones miró todo lo que tenía que mirar en papeles y corroboró el pago de la multa que pareció disfrutar, entonces estampo un último sello en la visa de Janett Ivonne Navarro Galleguillos.
Apurados por la falta de tiempo y la angustia, salimos corriendo de allí hasta llegar a la plaza España. Yo cargaba su mochila peregrina, cruzábamos las calles entre los autos, y no paramos de correr durante siete cuadras. Al llegar a la plazoleta Alem, la tomé de la mano y seguimos corriendo mirando que el reloj marcaba las ocho y aún faltaban unas cinco cuadras y también nos faltaba el aire, pero no paramos de correr. Por fin llegamos a la terminal pero diez minutos tarde y el corazón se nos salía por la boca.
Al acercarnos a la plataforma vimos el bus de Tas Choapa con todos los pasajeros dentro y un chofer que observaba su reloj y nos veía correr. Me faltaba un pasajero -dijo.
Allí se paralizaron nuestros corazones, nos miramos apurados y las palabras no salían, entonces Janett solo dijo: “no me olvides…”
En un abrazo eterno de nuestras almas sentíamos nuestros corazones romperse en esa despedida.
Subió aquel colectivo llorando y no paró de decir: “Te quiero y no me olvides”, regalándome sus besos con su mano a través del vidrio de la ventanilla. Ahí comprendí que no hay consuelo, porque yo también lloraba…
Mis días transcurrían recordando lo compartido con ella durante casi diez meses, pero fue más que esos meses, tal vez ahí me di cuenta que el vacío era ausencia. Su ausencia.
Yo había descubierto a Janett a través de un vidrio. Ella trabajaba limpiando unos grandes ventanales de un local comercial que estaba debajo del departamento que yo alquilaba con otros compañeros estudiantes y en ocasiones al pasar la saludaba.
Llegado el fin del cursado de la facultad, aquel día yo viajaba a reencontrarme con mi familia y al llegar a la terminal de colectivos, la veo con su mochila peregrina recostada en un banco. Me acerqué a saludarla recordándole que yo era aquel que la saludaba a través del vidrio donde ella trabajaba. Me respondió cordialmente con ese lindo hablar de las chilenas. Ahí entablamos una charla de minutos, contándole que yo viajaba a mi pueblo, entonces le pregunté si ella también viajaba, ya que la vi con su mochila, dudó en su respuesta diciéndome -No aún- y no entendí, insistí con el tema, se quedó callada un instante y luego me explica que llevaba 2 noches en que se estaba viniendo a la terminal a pasar las horas por que se quedó sin dinero para pagar una habitación y donde trabajaba aún no le pagaban.
Enmudecí atragantado por un nudo en la garganta y en ese mismo instante anunciaban la salida de mi colectivo a las seis horas de la plataforma 32.
En un rapto de no sé qué, metí mi mano al bolsillo y saqué las llaves de aquel departamento, enredado a esas llaves un único y mísero billete de estudiante. Le dije que era peligrosa la terminal, que yo le daba esta llave para que se fuera a quedar allí, que yo volvía en unos días, que yo era el último de los estudiantes que viajaba ya que los otros se habían ido unos días antes. Se negaba rotundamente a recibir las llaves, diciéndome que estaba loco que ni siquiera la conocía, a lo que le respondí – esto me basta para saber quién sos.
Como ya era hora de irme, le dejé las llaves a su lado y salí corriendo a subirme al colectivo que partía. Ella siguiéndome detrás con las llaves en su mano decía “estay loco”, pero no me alcanzó.
La saludé desde el colectivo, y ella con señales de que yo estaba loco me fui.
Sabía que aquella muchacha no me defraudaría. Yo había visto su mirada…
Pasé las vacaciones en mi pueblo y retorne casi a los 30 días.
Al abrir la puerta de aquel departamento, observé que las escaleras tenían un brillo que jamás lo habíamos visto los cuatro estudiantes que allí vivíamos. Subí y quedé impresionado por el orden, la limpieza de nuestros cuartos y toda nuestra ropa limpia, planchada, incluyendo los calzoncillos de los cuatros atorrantes, lo que confieso me dio mucha vergüenza.
En el living teníamos un sillón sofá-cama, en el que me di cuenta que Janett había dormido todo el tiempo allí y a su costado estaba su mochila peregrina.
Pasado el mediodía, Janett volvió de trabajar y nos encontramos; entre sonrisas nos dimos un gran abrazo y con un poco de pudor le agradecí por todo lo que ella había transformado dentro de ese departamento, a lo que ella con ese bonito hablar de las chilenas me decía que de esta forma retribuía esa locura mía.
La convencí para que se quedara hasta que volvieran los otros amigos estudiantes, lo cual aceptó y en ese tiempo fuimos compartiendo nuestros almuerzos de una beca de comedor estudiantil y también la vida. Pasados unos días, cuando ya habían llegado los demás compañeros, la conocieron y todos la convencimos que se podía quedar con nosotros a vivir. Yo le di mi cuarto y pasé a dormir al living.
Aquel tiempo de compartir la vida con Janett transformó mi ser.
Me contó que había llegado a la Argentina a principio del ’86, huyendo de la Dictadura de Pinochet, en la cual sufrió detención, y vejámenes de los milicos. Salió de Chile en forma clandestina por el paso de Atacama, en una travesía hostil y cruel. Aquel paso fronterizo le permitió el ingreso a Jujuy por el noroeste Argentino.
Allí permaneció un tiempo trabajando y luego comenzó su deambular por Argentina
Me contó que viajó con camioneros ocultando su identidad y su pena. Así fue sobreviviendo, recorriendo las provincias del noroeste y llegó a Mendoza, siempre en búsqueda o siempre huyendo.
En las nocturnas horas hablábamos de su Viña del Mar, de su Miraflores, de su Población y de ese marinero griego que llegó al puerto de Valparaíso y enamoró a su madre.
Yo voy a ir Grecia en barco a ver a mi padre cuando regrese. Tengo el amor de los marineros -Me dijo.
Me hizo saber que aquel 5 de Octubre del ’88 fue hasta la Plaza Chile y cantó el manifiesto de Víctor Jara, junto a otros compatriotas ocasionales.
Con esta nueva esperanza se animó a enviar noticias a su madre para avisarle que estaba en Mendoza, pero esperaba un mejor momento para su retorno.
Transcurrían los meses del ’89 y Janett quería estar para las elecciones de diciembre, aunque temía por su vida, aquella salvaje dictadura seguía en el poder.
Sus relatos eran para mí un grito de humanidad, de justicia o de injusticias soportadas…
Aquellos años tiñeron nuestras vidas y nos hizo buscar la democracia para sanar las heridas de un pasado vergonzoso y cruel.
Janett, hermosa morena chilena no te olvidé.
Aún guardo aquella flor que cortaste en el camino y me dijiste que era “la flor de pensamiento”…
Volví varias veces a buscarte, a tu Población de “Sol Naciente” en Viña y también a tu puerto de Valparaíso y siempre vuelvo…
Las noticias me dicen que te fuiste un 7 de Agosto del ’92 en un hospital de Valparaíso por causa de un Tumor Cerebral…
Quiero
que sepas que Yo no creo en las noticias…
[i] Jorge Nene Carrizo. Poeta. Originario de Jáchal (San Juan, Argentina). Vive en Mendoza. Director de Servicios Comunitarios Seguridad Vial y Defensa Civil de la municipalidad de Guaymallén.