La iniciativa de Gonzalo Ampuero de rescatar la memoria histórica, a inicios del siglo XXI, del viaje de los hermanos Heuland a Chile, efectuado a fines del siglo XIX (hace 213 años) tiene la importancia de poner en las manos de las nuevas generaciones nortinas el primer informe histórico documentado de la minería y geología coquimbana y atacameña. Esta relación antecede en varias decenas de años a los que haría Ignacio Domeyko posteriormente.
Para el mundo minero y geológico, tanto académico o profesional, historiador o curioso, representa la oportunidad de tener acceso a una interesante y deliciosa descripción de nuestras regiones, entre Copiapó y Aconcagua principalmente, que nos hace viajar atrás en el tiempo hasta ver el Chile minero de 1795, con la mirada científica de dos profesionales europeos de la época.
La lectura de este relato (escrito como informe final), del viaje de Conrado y Cristian Heuland, nos hace ver que los conocimientos académicos mineralógicos ya tenían desarrollo, basado en los avances de la química, para conocer la composición de minerales metílicos y de rocas. Se usan nombres que aún hoy los encontramos en el vocabulario profesional minero. Otro aspecto notable que resalta es el encargo especial por orden real, de recolectar muestras representativas de los diferentes tipos de minas, minerales cristalizados y rocas de cada mina visitada, con sus descripciones.
El objeto principal del viaje es observar y describir los productos mineros y las medidas necesarias para fomentar un aumento de la producción; al monarca español Carlos IV le interesaba esta actividad económica por los impuestos que producía su derecho del quinto real, o sea el 20% del valor de la producción. También existía un real interés en suministrar las técnicas necesarias para una mejor explotación minera.
Teniendo conocimiento de los nuevos métodos de beneficios de minerales de plata desarrollados en Alemania, y como la actividad del ramo de la minería había decaído en América, propició ya en 1785, el envío de expertos metalúrgicos alemanes a sus colonias, entre ellas Chile. Ellos provenían de Freiberg, donde ya existía una de las academias de minas más antigua, fundada en 1765. Por azares climáticos cordilleranos, la llamada expedición mineralógica de Nordenflycht, de Argentina no pudo pasar a Chile y se desvió todo su personal a Perú; allá experimentaron varios años los métodos metalúrgicos europeos sin resultados positivos. Tuvieron dificultades químicas, problemas idiomáticos de comunicación y las naturales desconfianzas de romper rutinas laborales. Aunque desde Chile el Gobernador Ambrosio O`Higgins insistió hasta 1794 solo consiguió un experto venido de Perú, que experimentó sin resultados definidos. Posteriormente, con algunas variantes, la amalgamación en barriles reemplazó el método de patios para minerales de plata.
En ese tiempo llega a Chile por la misma ruta de la época (Buenos Aires — Mendoza — Santiago) el viaje científico de estos nuevos expertos alemanes, los hermanos Heuland habían llegado a España en 1792 y se habían relacionado con el personal del Real Gabinete de Historia Natural en Madrid, o sea lo que nosotros conocemos como un museo. Este tenía interés desde 1793, que fueran a las Américas personas comisionadas por el Rey para hacer recolección de minerales, cristales y fósiles y clasificarlo para los muestrarios del museo. Este especial encargo, más una descripción detallada de la ruta del país que cruzaran, el detalle de la relación de procedencia de la muestra del yacimiento mineral, marcan la diferencia con comisiones de expertos anteriores. La misión de los hermanos Heuland es netamente científica, mineralógica y geológica; la descripción que hacen de las muestras minerales nos informan de un lenguaje profesional, propio de una academia, y que nos muestra el vocabulario en uso del estado del arte o del conocimiento avanzado del mundo mineral en Europa.
Es interesante indicar, además, otros detalles del viaje, se les entregó, un instructivo o manual de procedimientos y protocolos con las autoridades locales del país donde llegarán y se presentarán. Destaca el respeto que debe tenerse al ubicar alguna muestra notable de minerales, en especial cristalizados. Se debe solicitarla con el permiso del dueño de la mina, y si es muy especial y apreciada debe compensarse un valor, indicando además que es una adquisición para el gabinete real, y que recibirá los agradecimientos correspondientes. Eso habla de un correcto tratamiento real, a través de funcionarios, a los súbditos reales.
Volviendo al texto escrito o informe final de los Heuland, o sea su relación histórica y geográfica de su viaje entre 1795 y 1796, nos preguntamos sobre su contenido y que vigencia tendrá para su lectura actual. Nos daremos cuenta, con una lectura lenta y detallada, de la relación entre conceptos y palabras del vocabulario minero de ahora, tanto técnico como coloquial, con las que se usaba hace doscientos años y que aún aparecen en conversaciones mineras actuales. Son palabras de actual uso profesional, y también académico, que llegaron de España para nombrar minerales y rocas, como también trabajos o situaciones del oficio minero.
Las palabras bronce, galena, pirita, cinabrio, antimonio, se refieren a minerales sulfurados metílicos; chorlo, feldespato, granito, pórfidos, se refieren a minerales silicatados y a nombre de rocas los dos últimos. En trabajos mineros tenemos las palabras laboreo, cantera, desmontes, disfrute, cancha, tajo abierto, socavón, bocamina y planes, aún en uso. En formas del cuerpo del yacimiento se habla de veta y manto, agregándose el término remolino cuando es de forma irregular y amplia. Con respecto al beneficio del mineral o proceso metalúrgico tenemos las palabras amalgama, azogue, lavadero, buitrón. El aspecto del mineral se describe en sus colores como “pecho de palomo” (irisado), atabacados (café), azulillos y hierro micáceo, reconocibles hoy para el ojo de un mineralogista. De sus contenidos metílicos, o calidad de un mineral, antes y ahora se usa la palabra ley del mineral. En términos legales se habla de veta desamparada (sin dueño) sin estacas (linderos).
Otros términos han caído en desuso como las palabras llanga y llangados (silicato de cobre según I. Domeyko), pallacos, espato pesado (baritina). Para medir por su peso la cantidad de mineral explotado se habla de cajón (2.944 kilos) y su ley en marcos de plata por cajón (un marco eran 230 gramos).
En otros aspectos en esta lectura histórica los Heuland nos mencionan la tecnología ya común en Inglaterra, como es la bomba a vapor para desaguar minas inundadas; esta fue inventada por Thomas Newcomen`s en 1712 y perfeccionada por James Watt en 1769 en Escocia. La Revolución Industrial aún no llegaba a Chile a finales del siglo XVIII para ser aplicada a la minería.
Por último, la relación del viaje jornada a jornada, día a día, a tranco de caballería y mulas, es descrita con profusión de detalles geográficos, con nombres de cerros, quebradas, aguadas y minas. Sería posible revivir algunos de esos trayectos con un mapa detallado (escala 1:50.000) lo que haría las delicias aventureras para su recorrido por senderos para quien tenga un alma mezcla de geólogo, geógrafo y montañista. Hay descripciones que dan indicaciones interesantes de explorar para coleccionistas de minerales o cateadores del desierto. La relectura del diario de viaje de los hermanos Heuland, quizás los primeros observadores geológicos con experiencia académica, después de doscientos años nos llega para quienes conocemos el Chile nortino, coquimbano y atacameño, adentrándonos por caminos laterales en el país profundo donde no todos llegan. Con este libro viajamos al pasado, lo cual es un privilegio imaginarlo al leer este relato de mucho interés local y ahora publicado en La Serena, Chile.