Desde 1991, junto al poeta Arturo Volantines, otros copiapinos y profesionales que residían en La Serena con el recuerdo de sus procesos formativos en las Escuelas de Minas y Normal de Copiapó, nos convocábamos en diciembre de cada año para recordar el establecimiento de la villa de San Francisco de La Selva, más tarde ciudad de Copiapó y, desde 1842, capital de la provincia de Atacama.
Volantines llevaba para esas ocasiones una bandera azul en cuyo centro lucía una estrella dorada, motivo para recordar sucesos épicos cuya perenne asociación con La Serena, quedaba identificada en los espacios que hoy son parte de su traza urbana: las batallas de Los Loros y Cerro Grande, piedras angulares que justificaron, con sangre y entrega de vidas, los reclamos del regionalismo chileno, cuya raíz queda situada en este territorio semiárido, nuestra patria chica, minera por naturaleza, agraria por circunstancias y, proveedora de numen y brazos cuando ha sido necesario acometer las grandes tareas del país.
Entonces y ahora pensamos que los momentos conmemorativos y la emblemática, juegan papel fundamental en la construcción simbólica de una nación moderna.
Los símbolos conllevan una carga afectiva que nutre el sentimiento de pertenencia.
A su vez que —como lo advierte Miguel Laborde— los conmemoran quienes tienen fe en el futuro.
La fe que nos desafiaba era rescatar de la sociedad global los rasgos constitutivos de nuestra identidad; sacudirnos el injusto sobrenombre de Norte Chico; acreditar la existencia de una población con patrones culturales potentes y capacidad pensante. Impedir que se siguiera patentando el injusto olvido a que nos condenaron quienes escribieron y enseñaron la historia de Santiago, haciéndola aparecer como historia de Chile, para reforzar el centralismo asfixiante que en 1849, Pedro Pablo Muñoz Godoy, desde la capital de Coquimbo, junto a otros idealistas, procuró derribar proponiendo crear la República de los libres, ideario que años más tarde, Pedro León Gallo, en Copiapó, procuraría ampliar con “una serena voluntad de progreso regional” y “conciencia batalladora”.
Al mencionar estos dos nombres que ligan la convocatoria reflexiva del presente texto, recuerdo que sólo aquellos que logran representar el alma nacional son los que traspasan el tiempo y llegan a nosotros.
Cuando hacemos una evocación alegórica de Francia, decimos “la Francia de Voltaire” o la Italia de Garibaldi, la Inglaterra de Byron, o Shakespeare.
Notarán que cuando se alude a Copiapó, se habla de “la tierra de los Matta y de los Gallo”, de modo que no estuvo errado ni fue vano el paso dado en enero de 1859; y tampoco es desproporcionado que, hoy o mañana, exaltemos un suceso que la dimensión del tiempo nos permite aquilatar mejor en lo que significó como mancomunidad entre intelectualidad y pueblo, para derivar a una gesta mayor.
Al hablar de los aportes de la provincia de Coquimbo a la Revolución Constituyente, no se trata de reclamar paternidades. Más bien es aproximarnos a la idea de que aquel suceso, que ya sumó 150 años, tiene para ambas regiones una trascendencia que no sólo compromete las organizaciones de Copiapó.
Siguiendo una feliz asociación que un diputado hiciera en el sepelio de Guillermo Matta, debemos recordar que a quienes murieron en los hechos de armas, se les hizo nacer para la historia nacional como ejemplo de una generación donde el pueblo —en la concepción de Fuenteovejuna—, librepensadores y liberales moderados, nos señaló de modo certero e indesmentible, que los ideales de justicia y equidad serían las grandes motivaciones de las nacientes fuerzas políticas, asociaciones doctrinales, clubes y organizaciones extendidas en el Chile decimonónico, el XX y en los desafíos del presente.
Las ideas que en su momento plantearon Bilbao y Arcos, van a tener una profunda radicalización en La Serena entre 1849 y años siguientes, y; en la decidida y tremenda aventura acometida en Copiapó en 1859, donde se ordenan y esgrimen como principios los anhelos de una libertad de credo e imprenta —con todas sus legítimas consecuencias—, la organización universal y democrática de la Guardia Nacional, la defensa de la instrucción primaria gratuita y obligatoria y; la organización americana.
Demandándolos con el poder de la palabra y defendiéndolos con la fuerza de las armas luego que el centralismo, como ya había sucedido antes, procuró acallarlo e impedirlo a sangre y fuego.
Esta idea de emancipación es un proceso evolutivo que representa un territorio medido entre las riberas de los ríos Salado y Choapa, al cual su primer dominador hispano, Francisco de Aguirre, aspiró convertir en República, integrándolo con Cuyo y Tucumán en sueño bioceánico.
Este mismo personaje se encargó de echar las bases para un segundo componente aglutinador, al ingresar parientes formados en las ideas de los comuneros españoles que reclamaron al Rey respeto a sus regionalismos.
Así, Copiapó, Huasco y La Serena, heredan un componente común como constante respuesta para resolver, de modo grupal y cohesionado, el manejo de sus destinos.
El caso de los Gallo es un buen ejemplo:
A mitad del siglo XVIII llega a La Serena el italiano José Antonio Gallo, que casa con una hija de la familia Vergara Santelices, dedicada al trabajo cuprero.
Un concuñado de Gallo, Tadeo Badiola, que tiene importantes intereses mineros en Copiapó, le abre el camino para que algunos descendientes suyos se asocien a dicho territorio, con las connotaciones que tienen como poder social, el acceso al poder y la cultura.
Esto último es el un tercer factor, generador de ideas.
En 1795, un canónigo serenense, don Clemente Morán, colocó, en la puerta de una de las iglesias, un panfleto llamando a rebelarse contra el sistema monárquico español. Tomaba como ejemplo la Revolución Francesa.
Fue llevado preso a Santiago y sometido a juicio en un proceso que no se resolvió porque murió algunos años más tarde.
Poco después, los productores de oro y plata de Coquimbo y Atacama, se negaron a enviar las pastas a Santiago para su amonedación.
En el Procomún que redacta el Cabildo de La Serena en 1811, junto con pedir la apertura de un puerto mayor para conectarse al mundo, se plantean líneas claras de poder generar sus propias autoridades y definir alternativas de crecimiento.
Este sentimiento vuelve a tomar consistencia desde enero de 1823 bajo aliento del Intendente de Coquimbo, Francisco Antonio Pinto, quien, comprobando el nulo interés de Santiago por atender las justas causas de nuestra región, estimula hacer causa con Concepción, planteando la exigencia de que O`Higgins abandone el mando del país; llegando, incluso, a desconocer los instructivos nacionales, proponiendo la elección de su propio Intendente y convocando a una Junta Provincial que suma representantes de toda la zona.
Dos años más tarde, este mismo cuerpo colegiado, declara que se reserva el derecho a rechazar las leyes o decretos inconsultos emanados del poder central.
No hablamos de una oposición cerrada y negativa. Muy por el contrario; desde 1811, a través del primer diputado que representó a Coquimbo y Atacama, el presbítero don Marcos Gallo Vergara, colaboró en la redacción de los cuerpos legislativos, sumando sapientes coquimbanos: Marín, Egaña, Argandoña, entre otros, para dar forma a los reglamentos y estatutos que sirvieron como ensayos de cartas constitucionales antes de 1833.
La resistencia a decisiones del poder central y su arbitrario manejo para responder a manejos santiaguinos, llega a un clímax en 1829, cuando fuerzas locales se alzan en armas, toman detenido en Coquimbo al gobierno en pleno.
La fuerte cohesión de un conjunto de familias que a su vez tiene la fortuna de desarrollar el naciente auge cuprero y de la plata, se hace sentir en decisiones que muestran una voluntad territorial muy definida: Samuel Frost Havilland imprime billetes propios; los empresarios de Huasco y Chañarcillo siguen su ejemplo, Charles Saint Lambert plantea el derecho de los trabajadores mineros para no ser enrolados en el ejército. Gregorio Cordovez abre una Casa de Moneda que alcanza a producir los famosos pesos de Coquimbo.
El activo comercio marítimo y la llegada de numerosos extranjeros, sumando matrimonios con criollas, acarrea un flujo de ideas y novedades que refuerza el tremendo auge económico de las minas, acicateando el interés por cambiar los modelos de vida y la participación política con propuestas para los nuevos tiempos.
Todo este desarrollo regional no siempre es acogido por la fronda capitalina que actúa o maneja La Moneda.
Así como Copiapó va a tener su instante dorado con intelectuales de la talla de Valentín Letelier, Serapio Lois, Antonio Carvajal, los hermanos Matta y tantos más, en La Serena prende la idea de asumir el manejo social acorde con los grandes movimientos de Europa.
Las semillas las traen alumnos liceanos enviados a perfeccionarse a París en 1844, cuyo regreso coincide con el arribo de algunos franceses e intelectuales de la ciudad que también fueron parte de las trincheras de opinión santiaguina: José Nicolás Álvarez, primo de Jotabeche, José Miguel Munizaga, Pedro Pablo Muñoz y, prácticamente todo el clero capitular del naciente obispado que, tendrá como su primer obispo a don José Agustín de la Sierra y Mercado, pariente directo de los Gallo.
La presencia del francés, Paul Baratoux, que había participado en la revuelta de los comuneros de París, agrega la idea de establecer algo más amplio que los clubes de la reforma, propuestos por Francisco Bilbao en Santiago.
Los serenenses anhelan instalar la “República de los Libres” y desarrollar un plan de transformaciones donde se considere a los artesanos como componente social participativo. Para ello postulan la creación de una sociedad de beneficencia, un banco de rescate para trabajadores y una escuela nocturna.
Este caldo revolucionario calza a la perfección con los movimientos gestados en Coquimbo y Concepción para oponerse a la asunción del Presidente Manuel Montt, a cuyo partido acusaron de fraude electoral para hacerse del poder en el inicio del decenio de 1851.
La rebelión tomó forma armada, La Serena destituye al Intendente y las autoridades judiciales; forma una tropa y se embarca en una increíble aventura liderada por jóvenes y respaldadas con recursos de influyentes mineros
Su ejército es derrotado en Petorca en octubre de 1851 y como Concepción se desiste de continuar, La Serena queda sola ante Chile. Como es sabido, es sometida a sitio y durante más de dos meses lucha, negocia y transa a costa de subido precio, no pocas muertes y traiciones.
Aquí es donde se explica la tibia resolución que una parte de la población serenense adoptó en 1859, al llegar las tropas de Gallo.
Una fuerza de cazadores, junto a una compañía de argentinos refugiados en Copiapó, marchó en octubre de 1851 contra la capital de Coquimbo, trabando combate en Peñuelas, y luego participando en el cerco hasta diciembre del mismo año, con un luctuoso capítulo protagonizado por la tropa de Varela contra los rendidos tras el acuerdo logrado en Vidaurre y Munizaga.
Con todo, la llegada del ejército de Gallo en marzo de 1859, aparejó el inmediato apoyo de los mineros de La Higuera y Brillador, de los hermanos Juan y Pedro Pablo Muñoz. Y en particular por don Vicente Zorrilla, quien, a nombre de las fuerzas de ocupación, asume como Alcalde unipersonal e Intendente. Tal disposición habría que entenderla en la consecución de su tradición familiar, encabezada por Francisco Sainz de la Peña, quien, en 1829 encabezó la revolución de La Serena (revolución que Uriarte) que también feneció en un combate habido en Petorca.
En marzo de 1859 La Serena acogió a sus parientes y paisanos, aceptando la circulación de papel moneda y la ocupación territorial.
Incluso, en un rapto de comprensible lirismo, el músico Fidelis Pastor Solar, compuso un conjunto de marchas, galopas y cuadrillas que relatan el avance de cazadores, zuavos e infantes. Es una obra musical de gran vuelo, conocida como Música de Guerra de La Serena, que se tocó en los salones hasta el 900 y, ocasionalmente, hasta el presente, como ilustración y evocación de una época.
El proceso inicial del regionalismo de Atacama y Coquimbo, su desarrollo y clímax, significó un fuerte impulso; comenzando por el acceso de la pequeña burguesía y la posibilidad de que sus hijos con talento, pudiesen realizar sus aspiraciones y convertirse en grandes profesionales.
También para ampliar la mancomunidad de intereses, generar nuevas instancias y tribunas.
Y que, junto a sus primos hermanos, como ocurrió desde 1855 en adelante, en la formación de fuerza laboral y, los bravos batallones mineros del ‘79, partieran en la monumental aventura de dar consistencia y razón al Norte Grande.
Bibliografía
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-Edward Vives Alberto: La fronda aristocrática en Chile. -Bravo José Alberto: Francisco Bilbao.
-Vicuña Mackenna Benjamín: Los diez años de la administración de Montt.
-Actas Legislativas del Congreso: Las Juntas Provinciales desde 1825 a 1831.
-Concha Manuel: Crónica de La Serena.
-Apéndice: La Revolución de Uriarte.
-Cavieres Eduardo: La Serena en el siglo XVIII. La dimensión de un poder local en una sociedad regional.
-Villalobos Sergio: Pedro León Gallo. Minería y política.
-Lastarria José Victoriano: Diario político 1849—1852.
-Collier Simon: Historia de Chile 1808—1894.
-Encina Francisco: Introducción a la historia de la época de Diego Portales 1830—1891.
-Moraga Fernando: Gente de La Serena.