La publicación del libro Toponimia indígena del valle de Limarí del lingüista Herman Carvajal Lazo, genera un profundo análisis de las verdaderas lenguas que hablaron nuestros aborígenes.
El texto contiene un sin número de topónimos; clasificaciones —según lengua de origen, según relación nombre/lugar, según tipo de accidente geográfico— y aproximaciones estadísticas de las lenguas en la Región de Coquimbo y, especialmente, del Valle de Limarí.
Resulta paradojal los resultados de los estudios lingüísticos de Herman Carvajal Lazo, en cuanto a que no se encontró en este, ni en sus otras obras la lengua “Kakán”, lo que viene a desnudar el viejo mito que el “Kakán” fue la lengua de nuestros aborígenes. Lo que sí aclara la investigación, mayoritariamente, es que el pueblo aborigen de la región hablaba quechua y mapuche; esto demuestra la gran influencia del mundo incaico, comprobando también que los mapuches vivieron más al norte de lo que suponemos.
Además, las referencias que hasta el día de hoy se han usado para explicar que había distintas lenguas en los valles de Atacama y Coquimbo, devienen de la crónica de Gerónimo de Vivar; sin embargo, el prologuista señala, que solo se trataría de diferencias mínimas, como por ejemplo, las que existen entre los distintos hablantes regionales en España.
Este estudio señala que, en la Región de Coquimbo, se habló un crisol de lenguas debido a las frecuentes migraciones e invasiones, incluso el aniquilamiento de las poblaciones cuando llegaron los españoles, y por esto se abre un proceso mayor de investigación, tanto arqueológico como cultural, respecto a los descendientes de nuestros pueblos originarios. La investigación es parte de una saga que ha llevado adelante por muchísimos años el Académico Herman Carvajal Lazo y se completa con las investigaciones correspondientes a los valles de Choapa, Huasco y Copayapu, que serán publicadas, próximamente, por estas mismas ediciones.
En el prólogo, el genealogista Guillermo Pizarro Vega, señala respecto a la obra: “Y arropado de saberes, provisto del compás y la medida, el profesor Herman Carvajal acepta el desafío y se disfraza de chamán para dilucidar los enigmas en sus bases. Le ha llevado tiempo de caminar escuchando, de comparar contrastando; como un paciente orfebre ha pesado y medido sonido y ritmo, color y origen. Y gracias a ello, hoy Limarí comienza a recuperar su voz dormida, deja la pátina gris de los años y reverdece. La ceremonia de los días cobra valor y nos enaltece. Agradezcamos al oficiante. Hay que decir que estos nombres, señalados “toponomásticos amerindios” por nuestro erudito investigador, constituyen auténticos relictos de un lenguaje claramente desaparecido. Junto a los diseminados petroglifos y a la antigua escuela ceramista, que distinguió a los pueblos originarios de nuestros valles transversales, constituyen los escasos elementos distintivos que prueban que hubo un tiempo pasado del cual necesariamente todos somos deudores”.