Por Susana Pacheco
El propósito de esta biografía contextualizada es honrar la enorme influencia de este héroe en la vida y obra de Pedro Pablo Muñoz Godoy y en los diversos hechos de armas acaecidos en la Región de Coquimbo.
La Serena inició su cruzada, tan pronto como el vapor le trajo la primera noticia de aquel tremendo descontento entre los capitalinos y demostrada en aquella sangrienta protesta que se ha llamado la jornada del 20 de Abril. Los derrotados de la capital fueron llegando ocultos, aumentando así los adeptos a la rebelión. Aquí se refugiaron —entre otros— don Benjamín Vicuña Mackenna, don José Miguel Carrera Fontecilla y don Ricardo Ruiz.
El entusiasmo por la causa proclamada se estampó en el corazón del pueblo coquimbano y en el campo revolucionario se procedió al nombramiento del gobierno provisional. Se adoptaron las medidas más urgentes con la finalidad de que el movimiento se generalizara y se designaron Comisionados que debían ocupar con la mayor agilidad todos los departamentos de la provincia de Coquimbo: hasta Vicuña por el Oriente y hasta Illapel por el Sur. Para tal efecto la noche del 7 de septiembre de 1851 salía un piquete formado por 15 jinetes del Yungay con dirección a Elqui; cometido que tuvo un desenlace rápido y armonioso.
Para intervenir los departamentos del Sur hasta el río Choapa fue comisionado don Benjamín Vicuña Mackenna cuya misión sería más bien de informar, de convocar y de persuadir a los habitantes de estos departamentos a hacerse fuertes por el derecho a la legalidad y a la igualdad. En ningún caso invadirlos. Salía del cuartel con 13 hombres del Yungay.
Desde los cerrillos de Pan de Azúcar el comisionado Vicuña Mackenna despachó a Ovalle un emisario portador de una misiva dirigida a los vecinos liberales de ese poblado en la que le comunicaba la verdadera misión y les ponía en conocimiento los hechos acaecidos en relación con el levantamiento de que eran protagonistas. Ovalle les recibió con entusiasta adhesión; y se procedió de inmediato al nombramiento del Gobernador. El día 10 de septiembre los preparativos para continuar estaban concluidos.
“y emprendió su marcha, llevando en las pistoleras de su silla dos paquetes de onzas de oro, que hacían una suma de dos mil doscientos cincuenta i cinco pesos, colectados aquella mañana por el gobernador con otras sumas más considerables. Sólo el propietario de la famosa hacienda de Limarí, don Calisto Guerrero había erogado mil pesos i los SS Aristía de la hacienda Sotaquí enviaron espontáneamente al nuevo gobierno la suma de mil quinientos pesos”.
Vicuña Mackenna, Benjamín.
“Historia de los Diez Años de la Administración de don Manuel Montt”, pp.: 126.
La noche de aquel día la pequeña división acampó en el pueblo de la Chimba acompañados por los vecinos adheridos al movimiento.
“Allí recibió la presencia de un numeroso escuadrón de caballería que reunidos en torno a su “Comandante don Marcos Barrios, joven patriota i rico, que, como sus hermano don Valentin i don Juan Bautista, había sido comprometido en la revolución. Gran parte de las fuerzas de aquel escuadrón habían sido colectadas en la hacienda de Frai Jorje, propiedad de los SS Barrios i en las aldeas de Pachingo i Tongoy, situados en el litoral; Vicuña se contentó con dar las gracias a aquellos voluntarios i aceptó sólo llevar consigo a 20 mozos resueltos que salieron a su voz de las filas. A la cabeza de estos adelantóse un joven de simpática i espresiva fisonomía que montaba un brioso caballo i llevaba a la cintura un sable bruñido i sonoro. Era este, el sarjento JOSÉ SILVESTRE GALLEGUILLOS, de inmortal memoria en los anales del heroísmo coquimbano”.
Vicuña M, Benjamín (Op. Cit.), pp.: 127.
Don José Silvestre Galleguillos Contreras, nació el año 1823, en el departamento de Ovalle. Algunos investigadores indican que el lugar de su nacimiento fue la Hacienda Lagunillas; en tanto otros declaran que nació en el poblado de Huamalata donde su padre don José Gregorio Galleguillos Valdivia —agricultor— tenía una finca situada entre la quebrada “Juan El Godo” hasta el camino que atraviesa el río para ir a Villaseca y además otros sitios en el pueblo, con derecho cada uno a una teja de agua. Don José Gregorio fue el creador del canal de Tuquí.
Su madre doña Gertrudis Contreras —oriunda del valle de Elqui— era educacionista: enseñaba a leer, escribir y bordar. Tocaba el arpa y la vihuela.
Se crió entonces, el joven José Silvestre en Huamalata hasta los 15 años y después se fue a vivir al pueblo de Limarí con su abuelo don Patricio Galleguillos, quien era el administrador del fundo de los hermanos Guerrero. Posteriormente fue contratado como mayordomo debido a su inteligencia y don de mando. Pero sus ingresos no sólo eran por ese concepto, pues además en Chiripe, tenía tropas de mulas que cargaban madera de sauce para enmaderar las minas de Tamaya —especialmente el famoso socavón Lecaros— lo que resultaba ser un excelente negocio.
“Don José Silvestre Galleguillos, a pesar de sus múltiples quehaceres, no dejó de lado sus deberes cívicos, integrándose al Regimiento Nº 1 de Caballería Cívica, al mando de don Calixto Guerrero, que ostentaba el grado de Coronel. En ese tiempo las fuerzas militares de la zona estaban subdivididas en “partidos”, correspondiendo la Caballería de Limarí al partido de La Torre, donde era instructor José Verdugo y José Silvestre Galleguillos era sargento.
El «Valiente Galleguillos» como jefe de la tropa de su compañía, conocía y manejaba a su gente «con sus pelos, marcas y señales», hablando en términos usados por los huasos.
De Limarí, ya casado don doña Juana Galleguillos Malebrán, se vino empleado a la Haciendo La Chimba, de propiedad de don Juan Bautista Barrios. Estaba en este empleo cuando estalló la revolución, en que le tocó desde el comienzo tomar una participación tan activa como temeraria”.
Silvestre, José “Reminiscencias”, pp.: 103.
La topografía de la comarca que se extiende entre el valle de Coquimbo y el de Aconcagua, presenta cadenas de montañas que se extienden a veces en suaves planicies y se alzan otras en cumbres ásperas y tortuosas como la cuesta de Cabilolén que cierra el valle de Choapa, la de las Palmas, que encierra el riachuelo de Quilimarí y por último la formidable de los Ángeles que guarda el valle de Putaendo; ruta difícil e ingrata para la división de Vicuña.
El día 11 de septiembre el destacamento —después de atravesar los llanos de Punitaqui— llegó a dormir al poblado de Huilmo. El Comisionado Vicuña debía ocupar Combarbalá en la tarde del día siguiente; por tal motivo envió una nota al gobernador de Combarbalá don Francisco Campos Guzmán en la que le invitaba cordialmente a asociarse a la revolución. Cuando el emisario llegó a la villa, Campos Guzmán había abandonado el pueblo para adherirse a las fuerzas del gobierno de la capital.
Invadida la provincia de Coquimbo en una jornada de ocho días; la misión revolucionaria estaba asegurada. El joven comisionado —Vicuña Mackenna— que no se había quitado las botas desde su partida de La Serena dormía por fin sobre dos pellones; cuando se presentó un vecino para informar que las fuerzas que mandaba el gobernador Campos Guzmán acampaban en Quilimarí. Se despachó una partida de 20 hombres a cargo del capitán José S. Galleguillos con la misión de explorar ya que la situación se presentaba delicada y preocupante.
El día 24 de septiembre se recibía a un miliciano de Ovalle que llegaba con un mensaje del intendente, José M. Carrera F., fechada el día 22 en ella instruía a Vicuña Mackenna lo siguiente:
“Te recomiendo la calma i la estrategia, antes de hacer uso de las armas. No olvides que nuestra misión es pacífica antes que armada. Es preciso evitar sangre i retardar por ahora encuentros. Evítalos en cuanto sea dable, sin empañar el pabellón de la libertad”.
Vicuña M, Benjamín (Op. Cit.), pp.: 152.
Junto al despacho de Carrera se recibía también desde los puestos de avanzada de la cuesta de Cabilolén en tiras de papel los ardientes partes en su propia sencillez y que eran un llamamiento sonoro e irresistible que les pedía salir al campo. El nombre que los firma era por si sólo un grito de Combate:
“Mi comandante, mucho siento que nos hayan tomado el punto de encima de la cuesta. Subieron como que era de ellos el camino. Yo siempre vengo entreteniéndolos. Son pocos; se ve son como ciento. Los caballos sí que son hartos. A mí me encontrarán en el río de Choapa. Los que habimos acá no tenemos mucho miedo”.
De U. GALLEGUILLOS
“Mi comandante, (añadía el 2º boletín) lo que pasé el río, les comencé a hacer fuego i quizás creyeron que estaba toda la fuerza aquí i sujetaron su marcha. Me parece que se acamparon en la puerta de aquel lado del río. Yo pienso acamparme en la boca del callejón de Cuzcuz, porque quizás den vuelta al río i por esta razón voi a ponerme donde le digo, si U. lo tiene a bien, o de no me pongo, donde me ordene. Ellos hasta ahora se vienen con miedo, porque en la última casa que es donde ellos están, dije que era mucha desconsideración de mi jefe que sólo me mandaba mil hombres cuando tenía cinco mil.
De U. GALLEGUILLOS
Vicuña M., Benjamín (Op. Cit.), pp.: 152- 153.
La división —entonces— tomó el camino que conducía hacia los lomajes de Cuzcuz. Por los mensajes enviados por Galleguillos se sabía que la división de Aconcagua no pasaba todavía el río Choapa.
Bien entrada la noche el lejano ruido de fusilería les despertó sobresaltados; era Galleguillos que, habiendo sido atacado por una descubierta enemiga de cuatro granaderos y 10 carabineros de los Andes, se replegaba, haciendo una retirada a vivo fuego con cinco o seis fusileros que aún le quedaban porque todos los milicianos de caballería se le habían desbandado en el camino. Fue preciso bajar hasta el río para socorrer a Galleguillos. Hasta verlo aparecer con la cara envuelta en un pañuelo que él se ataba de una manera particular. En un tiroteo de escaramuza se habían perdido municiones, y lo que es peor la vida de varios soldados:
“Ráfagas de rubor, de despecho i amargura comenzaban a inundar mi pecho sumiéndome en el desaliento, cuando vinoseme a la memoria el vago aviso que había recibido de que el coronel Arteaga se había puesto en marcha desde la Serena para reunírsenos i formar en Illapel la división de vanguardia. Al momento resolví replegarme, i la infantería con conocido desgano, seguida por el pelotón de milicianos de Ovalle, tomó el camino que conduce al norte”.
Vicuña M, Benjamín (Op. Cit.), pp.: 160.
Al amanecer del 5 de octubre, el infatigable Galleguillos, que había ascendido al grado de mayor, se adelantó con una partida para practicar un reconocimiento sobre Illapel y regresó con el aviso de que el camino quedaba expedito.
“El día 9 de octubre, hicimos la travesía de la cuesta de Cabilolén, llegando a puestas del sol al punto llamado la Mostaza, a seis leguas de la aldea de Quilimarí. La división se formó esta vez en línea de batalla en la cima de una encumbrada meseta. Aquella misma tarde supimos por nuestros espías i los partes de la descubierta del mayor Galleguillos, que el enemigo, reforzado considerablemente nos esperaba en el costado sud del estrecho i profundo valle de Quilimarí, cuyo angosto paso barrían sus cañones.
Lo que había sucedido, por la extraordinaria actividad del gobierno de la capital, era que la pequeña columna de Campos Guzmán se había transformado, como de improviso, en una división respetable i cambiado de un solo golpe la perspectiva de la campaña”.
Vicuña M, Benjamín (Op. Cit.), pp.:207.
El día 12 de septiembre había llegado a la capital la noticia de la revolución de la Serena. Con la finalidad de sofocarla se embarcó vía Valparaíso —en la fragata Chile y en la Corbeta Constitución— una división de más de 600 veteranos, compuesta de tres compañías del batallón Buin, de la brigada de marina y dos compañías del batallón Chacabuco, más una brigada de artillería. Además, se despacharon por tierra numerosos cuerpos de milicia de la provincia de Aconcagua que fueron llegando sucesivamente y cuyo principal destino era proporcionar movilidad a la división de mar
El curso de la campaña revolucionaria quedaba de hecho cambiado por aquella noticia. La intrépida columna del norte debía abandonar desde aquel instante su cometido para mantenerse a la defensiva. La marcha había sido encaminada siempre hacia el oriente, ocultándose del todo al enemigo gracias a la diligencia y temeridad del mayor Galleguillos, que con unos pocos jinetes se adelantaba hasta cerca de Quilimarí, persuadiendo al enemigo con la osadía de sus movimientos que su destacamento era la descubierta de la división del Coronel Arteaga.
El Comisionado Benjamín Vicuña meditaba el plan que adoptaría si hubiera que oponer resistencia. Tenía órdenes estrictas de no atacar; por esta razón se replegó sobre unos peñascos y ahí ubicó a su tropa con la resolución de defenderse hasta el último trance. De pronto escucharon un estruendo profundo y prolongado. Se había producido el encuentro de la vanguardia al mando del Coronel Arteaga con las fuerzas del Gobierno, en hora y lugar no calculado. Y aunque se ha dado el nombre de batalla al encuentro de Petorca cuando en realidad fue más bien la heroica captura de un puñado de reclutas.
“Inspeccionábamos el campo con el mayor Galleguillos para dar aviso al coronel Arteaga cuando vimos aparecer en la cima del portezuelo dos carabineros de la partida de los Verdes, que bajaban precipitadamente por el sendero, trayendo cada cual un caballo ¡Señor venimos derrotados! Aquellos dos jinetes eran los primeros dispersos de Petorca, que llegaban.”.
Vicuña M, Benjamín (Op. Cit.) pp.: 314.
Los restos de la división coquimbana destrozada en Petorca deambulaban por las gargantas salvajes de aquellas serranías.
Cerrada la noche un jinete —el manco Bustamante— vino a ofrecer sus servicios para guiarlos por el cerro de la Achupaya donde se verían libres de todo riesgo. Allí en el corazón de la cordillera recibieron la generosidad del capataz de la hacienda de Vicuña Mackenna que por prodigioso milagro volvían a encontrarse. Ventura Atencio subió desde el valle llevando una bolsa de azúcar y un cuero de sancocho, nombre que se daba en el valle de Putaendo a un mosto grueso. Luego decidirían si debían regresar a Coquimbo o buscar asilo en Valparaíso.
“Tiritando de frío, nos dormimos al fin, i cuando aclaró el nuevo día (20 de octubre), observé con sorpresa que Galleguillos estaba a mis pies, que había cubierto con su propia manta. Al saludarme, me pareció notar en su sonrisa un dejo melancólico, síntoma de desaliento o de una amarga resolución. Lo interrogué, con esa brusca insinuación permitida al camarada, sobre su tristeza, pero bajó sus grandes ojos pardos i me dijo con voz conmovida estas palabras que iban a ser el eco de un supremo adiós.
“Estoi triste porque hasta aquí sólo puedo acompañarlo. Desde este punto, hai rumbo directo al camino de la Serena, i yo debo irme a juntar con mis amigos, porque mis servicios pueden necesitarse, mientras que si vo a Valparaíso, nada podré hacer…”
Aquella resolución no tenía otra respuesta que un abrazo de adiós. I después de haber ensillado nuestros caballos, estrechamos nuestros brazos con efusión, no sin que sollozos comprimidos traicionaran el dolor de aquella separación del infortunio i de la amistad. Galleguillos bajó precipitadamente por la falda septentrional de la sierra de Santa Catalina, donde nos hallábamos, mientras Lastarria i yo continuamos nuestra marcha a Valparaíso”.
Vicuña M, Benjamín (Op. Cit.) pp.: 321- 322.
José Silvestre Galleguillos encontrándose con el comandante Pedro Pablo Muñoz en la hacienda San Lorenzo resolvieron seguir rumbo a la Serena; llegando a la Chimba el día 27, justo una semana después que se había separado de Vicuña en la sierra de Santa Catalina. El día 29 llegaron a Ovalle siempre con la dedicación de encontrar recursos para entrar armados a La Serena y poder resistir a las avanzadas que patrullaban los caminos.
Tomando el rumbo de travesía por las montañas de Andacollo, los jóvenes revolucionarios consiguieron aproximarse a La Serena.
El día 30 de octubre se avistó un grupo de jinetes que bajaba desde las colinas que rodean la ciudad de La Serena y se dirigía a las trincheras. Los artilleros sorprendidos corrieron a sus cañones con la finalidad de abrir fuego cuando una voz los detuvo ¡¡ Es GALLEGUILLOS!! Era en verdad el mismo sargento de la caballería de Ovalle ascendido a mayor en la campaña de Petorca el que regresaba y el que tendría la misión de transformarse en el Comandante de Carabineros, cuerpo que él debía formar en base a los hombres montados que en esa tarde le seguían y que sería fundamental para sostener la defensa de La Serena.
Resulta conmovedor el retrato que dibuja don Benjamín Vicuña Mackenna de este hijo de Ovalle, noble ciudadano quien ha quedado para personificar el heroísmo de su suelo. Así como en Atacama ha quedado como impronta don Rafael Torreblanca, hijo de Copiapó, en Ovalle ha quedado registrado como encarnación heroica la vida del soldado José Silvestre Galleguillos Contreras.
“JOSÉ SILVESTRE GALLEGUILLOS, tenía la edad, la talla, el rostro del héroe. Era como un tipo del adalid moderno. Esbelto sin ser alto, ajil i agraciado en sus movimientos, no tenía esa fragilidad descarnada de los miembros, defecto de las organizaciones nerviosas; su rostro era ovalado i de color cobrizo: su boca grande, sombreada por un bello negro i sedoso, pero que no alcanzaba a caer sobre su labio superior en la forma de bigotes; sus ojos grandes, de un negro apagado i melancólico, que pestañas largas, crespas i firmes sombreaban profundamente, daban a toda su fisonomía una espresión grata, en la que la modestia velada i la audacia sin reboso parecían hermanarse, confundiéndose en un solo tinte fijo de enerjia i benignidad. Su sonrisa tenía el atractivo particular de una intima benevolencia, i este reflejo retrataba su alma, porque era el más lúcido dote de su índole el ser bueno, compasivo, jeneroso, i aun magnánimo. Era un valiente, i el coraje en los hombres de guerra es el hermano varonil de la clemencia. Su frente era espaciosa, cuadrangular, cortada en sus perfiles como a golpe de cincel. Lo que más caracteriza su rostro era lo que se llama en lenguaje habitual, la simpatía, que es la beldad del alma traducida en el tosco molde de las formas; pero no era por esto un hombre ni hermoso ni arrogante.
Se había dado poco al ejercicio de las armas, afición que ya hemos visto no prevalece en el norte de nuestro territorio, ni en teoría, ni menos en la práctica. El joven mayordomo no había tenido tampoco en derredor suyo, la tradición del pasado, que mantiene en los pueblos, con el relato de las hazañas de los mayores, el culto del heroísmo. Hoy ese culto existe, i Galleguillos contribuyó con mejores títulos que otro alguno a su gloriosa iniciación porque no hubo en l revolución del norte una figura más conspicua que la suya, como tipo militar, i no la habría habido acaso en toda la campaña de la revolución. Sus camaradas de servicio i de gloria, Roberto Soupper, Benjamin Videla, Ramón Lara, Alarcón, Urízar i los 13 oficiales del Guía dejados en el campo, hicieron en un solo día proezas inmortales. Galleguillos, las había repetido casi día a día, durante tres meses de combates, en los que su caballo era siempre el que galopaba mas delante de las filas.
Pero Galleguillos no era solamente hombre de hígados pujante. Tenía otra cualidad militar de alto valor, que era acaso el sello distintivo de su jenio de soldado: la prudencia. Antes de pelear, era frío, subordinado, observador.Sabía retirarse en buen orden; cargaba pocas veces Debióse a esto, que mui rara vez le mataran un soldado en los diarios encuentros que sostuvo durante el sitio de la Serena. Era humano hasta la benevolencia. Estorbaba, no sólo la carnicería del combate, sino la mofa i la humillación de sus triunfos de avanzada, i a esto debe atribuirse el que no solo los soldados enemigos, sino hasta los gauchos arjentinos que rodeaban la plaza asediada, le cobraran, más bien que el encono de la guerra, amor i respeto. Los Cazadores a caballo que él sacaba al campo i paseaba cada día varias leguas; i aquellos bravos chilenos, que se sintieron siempre humillados de hacer brillar sus sables en las mismas filas, en que los cuyanos tremolaban sus banderas de pillaje, preferían alistarse entre los defensores de la plaza, consintiendo de preferencia en que se les llamara traidores a la bandera de su rejimiento, antes que serlo al estandarte de la patria.
Tal era José Silvestre Galleguillos, aquel humilde mancebo, que rendido a los pies de su camarada, velaba su sueño i le protejía contra la intemperie, mientras él tiritaba transido de frío. Tenía ya en su frente el presajio de la gloria, aguijón irresistible, que punzaba su pecho por dar la vuelta del hogar amenazado… I así, cuando sofocando sus sollozos, bajaba de la sierra, galopando por entre las breñas i dando gritos de adiós a sus compañeros, hubiérasele creido el jenio de la guerra que descendía sobre los valles de su suelo, para levantarlos a los gritos de la patria encadenada i de la libertad despedazada por la metralla del formidable bombardeo, que, a su llegada, iba a estallar sobre la Serena.
Vicuña M., Benjamín (Op. Cit.) pp.: 322-323-324-325.
La historia sabe que el heroísmo pertenece a ciertas familias llamadas por la Patria. Hay soldados que han inmortalizado sus nombres siguiendo la herencia de su sangre. Así es el caso de la familia Galleguillos. Dos hijos de José Silvestre Galleguillos C. participaron gloriosamente en la guerra de 1879 contra Perú y Bolivia.
Rafael Torreblanca, capitán del Regimiento “Atacama” le escribe a su hermano y relata su participación en Pisagua, durante la Guerra del Pacífico (1879):
“El cerro es medanoso, así es que llegamos ahí estenuados de fatiga. Después de algunos minutos de descanso i de fuego, asalté la primera línea del ferrocarril. De ahí destaque un cabo de mi compañía José S, Galleguillos, con diez hombres, para que hicieran desocupar la carretera inferior hacia el lado de la población desde donde se hacía un vivísimo fuego sobre los botes”.
“Cometeríamos al llegar aquí, una omisión culpable, si no recordáramos en este lugar que el cabo Galleguillos, mencionado en la presente pájina por su subteniente, era hijo de aquel José Silvestre Galleguillos que de simple sarjento de un escuadrón de milicias de Ovalle, elevóse al rango de teniente coronel en el sitio de La Serena, i fue su alma su temple i su heroísmo.”
“El cabo 1º de la 1ª compañía del Atacama José Silvestre Galleguillos, cayó en efecto, en la carga a la bayoneta de San Francisco, i con estoica resignación de su puesto humilde había escrito a su esposa doña Dolores Vergara, desde el campamento de Dolores el 9 de noviembre de 1879 estas palabras que podrán tomarse como el eco de todos los heroísmos anónimos i desinteresados.”
“Bien puede ser que algo se mencione a tu viejo que se ha mostrado como el finado de su padre… aunque a un pobre siempre se le repica con campanas de palo”.
Vicuña M. Benjamín;
“El Álbum de la Gloria de Chile”; pp.: 32- 580.
Don Benjamín Vicuña Mackenna honró su memoria, en 1858, dedicando al recuerdo de su nombre la “Historia de los Diez Años de la Administración de don Manuel Montt”, que escribió en los calabozos de la Penitenciaría.
“A LA MEMORIA DE JOSÉ SILVESTRE GALLEGUILLOS”
Sarjento de la Guardia Nacional de Ovalle en septiembre de 1851, Comandante de Carabineros en el Sitio de La Serena, tres meses más tarde.
“No al poderoso ni al hombre de los que fascinan por su prestijio o por su orgullo, sino a ti, sombra del héroe i del amigo, consagro estas páginas. Ellas forman el pálido rejistro de las glorias de un pueblo tan ilustre como fue desventurado, pero ellas también te pertenecen más de cerca como el laurel pertenece al valiente, la honra al leal, la fama a las proezas heroicas, i también ai ! el llanto a la tumba, que se ha cerrado sobre la juventud, la lealtad, i un porvenir que prometía al hombre tanta gloria i tanto lustre a la patria” Ahora la mano del que fue el camarada, el amigo, el admirador del mártir, viene a colocar sobre la tierra que cubre sus restos, esta corona, emblema de amor para el uno, de inmortalidad para el otro, i si bien frágil i oscura como la cruz de madera que antes le consagrara la caridad del caminante, pura al menos como ofrenda del corazón, austera en su propósito de verdad i patriotismo , santa también si es santo el amor a la justicia i el culto de la libertad, en cuyo altar la hemos consagrado.
Acéptala, sombra querida, i se habrá llenado un voto de mi alma, antiguo, intimo i ferviente.”
Benjamín Vicuña Mackenna.
Santiago, diciembre 1º de 1858.
Vicuña M. Benjamin (Op. Cit.) pp.: 5- 6.
Después del sitio de La Serena en 1851, José S. Galleguillos, como Comandante de Carabineros y de los ideales del liberalismo, hizo un postrero esfuerzo para organizar en el Departamento de Ovalle una nueva montonera, pero fue sorprendido en su intento y enviado a prisión por varios meses. El 1º de enero de 1852, se le desterró a la Argentina. Volvió a Chile y se refugió en las breñas de Quilimarí donde lo sorprendió la muerte.
José Silvestre Galleguillos, falleció en la Hacienda Palo Colorado, el 6 de marzo de 1855, a la edad de 32 años. Fue sepultado sigilosamente en Quilimarí. En el año 1862 sus restos mortales fueron exhumados por solicitud de don Pedro Pablo Muñoz y llevados a La Serena, donde fueron sepultados en el cementerio local.
“A don Francisco Campos Guzmán, ex Gobernador de Combarbalá y que luego sería nombrado por las fuerzas del gobierno Intendente de la Provincia, le dedicaron según la tradición popular varias estrofas, recordándose en forma especial la siguiente:
Campos se va a La Serena
A recibir la Intendencia
Y los pipiolos le tienen
Muy bien la camita hecha.
Si lo llegan a pillar
Lo cortan presa por presa,
Le cortará la cabeza
Con doscientos mil martirios,
Si lo merece en sus manos
El valiente Galleguillos”
Silvestre José: (Op. Cit.) pp.: 104.
Bibliografía:
– Figueroa, Pedro Pablo: “Diccionario Biográfico de Chile”; Tomo II; Imprenta Barcelona, Santiago Chile, 1897.
– Figueroa, Virgilio: “Diccionario Histórico Biográfico y Bibliográfico de Chile” 1800- 1928; Tomo III; Balcells & CO. Santiago, Chile ,1929.
- Silvestre, José. “Reminiscencias”, Memorialista Popular, 1861-1933; Museo del Limarí, Ovalle, 1992.
– Vicuña Mackenna, Benjamín: “Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt”; Imprenta Chilena, 1862.
– Vicuña Mackenna, Benjamín: “El álbum de la gloria de Chile”; Imprenta Cervantes, Santiago Chile, 1883.
- José Silvestre es un seudónimo. Es el nombre con que las letras conocieron a don Pablo Enrique Galleguillos (1861-1933) es uno de sus descendientes que ha continuado las tradiciones de la familia y honrado el apellido con su pluma. Fue un investigador, un cronista de sus tiempos. Sus escritos aparecen en la prensa de Ovalle en los finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.