Por Claudio Canut de Bon
En el Museo Gabriel González Videla, en La Serena, se conserva un cuadro al óleo, de 120 por 80 cms, que representa una imagen de una de las defensas construidas en las calles de La Serena, durante los 70 días de asedio a la ciudad, por las tropas gobiernistas de Manuel Montt, venidas de Santiago, y las montoneras irregulares argentinas procedentes de Copiapó.
En el cuadro se observa, de fondo, un cerro cónico que es el Pan de Azúcar, visible al sur de la ciudad mirando desde la actual calle Matta (ex Calle del Colejio). La imagen de casas incendiadas corresponde a sucesos en esta olvidada batalla que se inició desde el 22 de Octubre de 1851 hasta el 29 de Diciembre del mismo año. Aunque la revolución serenense se inició el 7 de Septiembre de 1851, se puede fijar el 22 de Octubre el inicio del Sitio de La Serena por la decisión tomada por Arteaga de fortificar el centro de la ciudad de La Serena, en sus 9 manzanas centradas en la Plaza de Armas.
El autor del cuadro ya indicado es el pintor argentino Gregorio Torres (1814 – 1879); nacido en Mendoza, llega a Chile para educarse. Fue discípulo del pintor francés R. Monvoisin en 1844, en su academia de pintura en Santiago. En esos años aún no perfeccionaba su técnica y composición pictórica según Pedro Lira, pintor chileno, pero posteriormente cambió de opinión. Estaba en La Serena en 1847; existe un cuadro el óleo “Retrato de un caballero” fechado en ese año y que se conserva en la pinacoteca de una antigua familia serenense (G. Díaz P. – M. Cortés Monroy). Durante esos días de 1851, se mantuvo en La Serena colaborando en su defensa aunque era argentino; hay que tener en cuenta que en las tropas sitiadoras, había grupos de argentinos, residentes en Atacama que habrían formado tropas llamadas Carabineros y Lanceros de Atacama. Eran refugiados exiliados de la tiranía del gobernante Rozas y que trabajaban en minas alrededor de Copiapó; participaron en grupos armados paramilitares que se unieron a la tropa gobiernista, procedente de Santiago, que atacaba a los revolucionarios serenenses. No gozaban de ninguna simpatía entre los sitiados; fueron combatidos con especial encono.
En el cuadro mencionado (erróneamente referenciado como batalla de Cerro Grande, 1859) aparecen unas diez figuras humanas retratadas. En el centro el personaje principal, por su traje y apostura, que sería el ciudadano serenense Nicolás Naranjo como jefe del estado mayor; o también, posiblemente, podría ser el ingeniero de minas Antonio Alfonso. A la derecha se observa un grupo que atiende un caído donde la figura sacerdotal sería el cura J. Vera, deán de la catedral. A la izquierda, la figura de una mujer de sombrero, personificando, muy posiblemente, la destacadísima actuación y apoyo que prestaron las mujeres serenenses a los vecinos y mineros que reforzaron las defensas. En el extremo izquierdo del cuadro, se ve la figura típica de un minero, distinguible por su característicos atuendos de bonete y faja de color rojo, posiblemente representando al minero Gaete, de la mina “Brillador”. Tenemos así la presencia figurada de dos personas del mundo de la minería local.
La población de la ciudad de La Serena habría sido insuficiente para sostener un enfrentamiento armado prolongado; el refuerzo que significó la llegada de un par de centenares de mineros, que bajaron de los cerros cercanos fue reconfortante para la plaza sitiada. Se trataba de gente aguerrida, sin temor a las peleas, habituadas al uso de la pólvora y el corvo, y que sabrían enfrentar riesgos. Esto es una característica minera que se ha repetido en muchos países: los mineros se organizan en funciones múltiples cuando se trata de luchas armadas que la parecen justas.
El principal y más cercano centro minero, a sólo 15 kms. al norte de La Serena era la profunda mina “Brillador”, de propiedad del ingeniero empresario francés (alsaciano) Charles Lambert desde 1830; los minerales de cobre, de alta ley, eran procesados en varios hornos de fundición ubicados en el poblado La Compañía, en la ribera norte del río Elqui, de 4 kms. al Este de La Serena. El personal de trabajo superaba los doscientos, sin contar los maestros ingleses de la empresa de C. Lambert provenientes de Cornwall (llamados los “cornicos”), fundidores y mecánicos. La principal exportadora de cobre metálico fundido en barras era este complejo minero–metalúrgico, que podemos considerar la primera empresa de la Revolución Industrial en Chile; el cobre metálico se embarcaba en el vecino puerto de Coquimbo empezando así, aquí en La Serena, el historial exportador de cobre chileno a Europa. Este cobre fue fundamental para fabricar balas de cañón por los serenenses.
Otros centros mineros alrededor de La Serena eran de Arqueros, con muchas pequeñas minas productoras de minerales de plata, a 40 kms. al NE de la ciudad, sobre un área montañosa alta. No tenía caminos y su acceso era una larguísima jornada de un día a caballo. Por el lado sur de La Serena, se tenía el centro minero de Andacollo; más al sur, a 60 kms., estaba la mina Tamaya, de cobre, cercana a Ovalle; en este lugar el afortunado minero J. T. Urmeneta habría hecho un túnel, a mano y pólvora, demorando 18 años hasta que descubrió la veta de cobre en 1848; posteriormente instaló fundición y ferrocarril Ovalle – Tongoy en 1848. Los mineros de Tamaya no llegaron a reforzar La Serena.
Los lejanos acontecimientos políticos en Santiago, durante 1850 y 1851, tendrían trágicas consecuencias para el norte cercano, provincias de Coquimbo y Atacama, en sus ciudades y en las placillas mineras de los cerros. La política es una actividad más centrada en ciudades capitales; la proclamación de la candidatura presidencial de Manuel Montt fue hecha por movimientos de tendencia conservadora, pero fue vista por la oposición de provincias, con nuevas ideas liberales, con desconfianza, como una imposición de sectores centralistas ligados al poder de las clases dirigentes santiaguinas. Además la Sociedad de la Igualdad, habría sido declarada disuelta por revoltosa; militaba ahí Francisco Bilbao que se inspiraba en ideas más liberales infundidas por la revolución francesa de 1848. Surgió entonces, como alternativa presidencial desde Concepción (ciudad rival de Santiago) la candidatura del general José María de la Cruz (10 – febr. – 1851), que la oposición, en caso de tener que llegar a imponerse por medios militares, vio como un caudillo, según visión de Vicuña Mackenna. Ya, el 20 de Abril de 1851, los levantamientos armados civiles, en Santiago, fueron controlados violentamente con un saldo de 200 víctimas más estado de sitio decretado por el presidente M. Bulnes. En las elecciones presidenciales del 25 de Junio sale elegido en Santiago M. Montt; en La Serena no consiguió mayoría. Los opositores en la capital y provincias declaran el acto nulo y viciado. Se comienzan a gestar las causas de los movimientos revolucionarios en Concepción y en La Serena, las dos ciudades más antiguas de Chile después de Santiago. El 30 de agosto el Colegio Electoral de la capital designa, por mayoría, a M. Montt como presidente de Chile, el primero civil; en Concepción el Colegio Electoral local designa al general Cruz. Esta situación desencadenaría resistencias locales en provincias contra la proclamación presidencial de Santiago; los mineros en los cerros ya comentarían estas situaciones no favorables a las provincias.
La rebelión del 20 de Abril en Santiago había terminado mal para los opositores; los impulsores tuvieron que escapar, entre ellos José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del prócer de la Patria Vieja de 1812 y Benjamín Vicuña Mackena, entre otros. Llegaron a La Serena el 18 de julio, viajando de incógnito, para proseguir en el norte la lucha, para mantener los ideales de su causa contra la imposición de un gobierno que consideraban tiránico. Ambos eran jóvenes, Carrera tenía 31 años y Vicuña Mackenna de 20 años, bachiller en derecho y y autor de obras históricas (“El Sitio de Chillán” de 1813). Este último había sido apresado, condenado y pudo fugarse. En La Serena, como miembro de la prohibida “Sociedad de la Igualdad” se encontró con otros revolucionarios jóvenes como Pedro Pablo Muñoz, minero empresario, de 24 años, Antonio Alfonso, ingeniero de minas, serenense y con estudios en Francia, de 25 años, ciudadanos locales dedicados a la minería. Mencionaremos también, entre muchos otros, al ovallino José Silvestre Galleguillos, de 28 años, que se había asociado al movimiento revolucionario en las filas de los cuerpos armados. Hijo de la tierra, valiente y audaz, apasionado en la lucha, increíble jinete en las incursiones guerreras, una figura de esas gentes olvidadas como dijo el historiador y cronista Fernando Moraga 150 años después. Todos pasaron a ser compañeros de armas en El Sitio de La Serena.
El 7 de septiembre de 1851 en La Serena se inicia el movimiento revolucionario impulsado por la Sociedad de la Igualdad con José Miguel Carrera Fontecilla y Vicuña Mackenna, el primero de los cuales fue designado como Intendente provisorio. Si la revolución llegara a triunfar en el sur y norte se crearían gobiernos provinciales con asamblea constituyente. Para estos líderes, que ya llevaba casi dos meses en La Serena, era su primer contacto con el mundo nortino, más cercano a la actividad minera y su gente. Los vecinos serenenses, en número de casi 300 suscribieron un acta revolucionaria que, en principio rechazaba la elección. Se formó una junta con el nombre de Consejo del Pueblo. Se reciben noticias de Concepción, donde el 13 de septiembre se declaraba la segunda sublevación rebelde, donde proclaman al general De la Cruz como Jefe Supremo, el cual sólo el 19 de septiembre se integra cuando recibe noticias favorables de la rebelión serenense que llegaron en el vapor Fire Fly con comisionados de esa ciudad (había sido tomado por los rebeldes, contra los deseos de su dueño Charles Lambert, quien recurrió a la Armada Inglesa).
Todos estos acontecimientos ciudadanos, quizás un tanto lejanos, deben haberse comentado en los centros mineros de los cerros cercanos, donde su población vería con interés las novedades, pero quizás aún no había un suceso más fuerte que despertara el sentimiento de sentirse abusado por injusticias y ponerse al lado del más débil, o sea en este caso los ciudadanos serenenses. El 17 de septiembre en Santiago asume la presidencia de la república Manuel Montt; también recién llegaban noticias de los movimientos revolucionarios en La Serena. Ya habían partido tropas a sofocar el movimiento en Concepción al mando de Manuel Bulnes.
En La Serena, la fuerza revolucionaria se había organizado con 335 plazas en 3 batallones de infantería llamados el “Igualdad” con 145, “Restaurador” con 100 y el Batallón N° 1 de Coquimbo con 90 infantes. El general era José Miguel Carrera y el Jefe de Estado Mayor, el antiguo vecino serenense Nicolás Naranjo. No eran esencialmente militares, aunque Carrera estuvo en la academia militar (alférez) y edecán del presidente Francisco A. Pinto; el 19 de Septiembre llega el coronel Justo Arteaga a ponerse a disposición de la revolución aportando su experiencia. Existía además la caballería con el Escuadrón de la Gran Guardia, con 60 jinetes, y el de artillería, una brigada con 3 cañones, 30 artilleros y 30 fusileros. Eran 455 soldados más oficiales y personal de ayuda. Posteriormente al inicio de la lucha atrincherada (2 noviembre), se sumarían unos 200 mineros formando el batallón “Defensores de La Serena”, que se auto-denominaban los “yungayes”. Durante octubre, los revolucionarios quisieron llegar a Aconcagua y Santiago, pero fueron derrotados en Petorca con 30 muertos, 42 heridos y 340 prisioneros. Tuvieron que retroceder a La Serena. Por otra parte, se supo que fuerzas gobiernistas, más tropas irregulares de jinetes argentinos venían de Copiapó, lo que amenazaba la revolución, aislándola y encerrada en La Serena. Llegan a Coquimbo el 14 de Octubre, y no pudieron ser desalojados. Una salida de fuerzas serenenses obtuvo la victoria en Peñuelas.
El 21 de octubre, Carrera y Arteaga retornan a La Serena por vía marítima. Arteaga organiza el mando de la ciudad, como gobernador militar transformando el centro urbano de las 9 manzanas centrales en una plaza fuertes con trincheras, fortificaciones de muros de adobes y sacos de arena atravesados en la calle, y trampas explosivas con pólvora (“infiernillos”): aparatos ingeniados por mineros. Simultáneamente, organizaron talleres de maestranzas y reparación, fábrica de balas, hospitales y abastecimiento para resistir un sitio. Se considera que la fecha 22 de octubre, el inicio del Sitio de La Serena por su decisión en fortificarla con muros en las calles.
Se designó al ingeniero de minas Antonio Alfonso (alumno de Ignacio Domeyko) como jefe encargado de las obras y construcción de las defensas, atravesadas al eje de la calle, de muro a muro, con parapetos de adobe coronados con sacos rellenos con arena con las siguientes ubicaciones: la N° 1 ubicada en Calle Nueva (actual Edo. de la Barra con Prat); la N° 2 en Calle del Teatro con calle de la Barranca (calle Brasil con P. P. Muñoz); la N° 3, calle del Teatro con calle del Colegio (actual calle Brasil con Matta); la N° 4 en calle Los Carreras esq. calle del Teatro (actual calle Carreras con Brasil); la N° 5 en calle San Agustín con calle de la Merced (actual calle Prat con Benavente); la N° 6 en calle Catedral con calle La Merced (actual Cordovez con Benavente); la N° 7, más escondida para evitar disparos de fusil desde la torre de la iglesia San Francisco, estaba entre la Catedral y calle de San Francisco (actual Carrera entre Prat y calle Eduardo de la Barra), y la N° 8 en la bocacalle del Colegio con calle San Francisco (actual calle Matta con Edo. de la Barra. Se instaló artillería en las barricadas N° 1, 3, 5, 6, 7, 8 y 9. Había entre 20 y 40 soldados en cada una, en promedio.
Esta noticia del atrincheramiento de las fuerzas revolucionarios, más la población de familiares y vecinos, incluyendo mujeres y niños, debe haber despertado los sentimientos de indignación y rebeldía de los mineros de Mina Brillador, la mayor y más numerosa cercana a La Serena, a la vista de ella, y los debe haber motivado para empezar a descender de los cerros y sumarse a la fuerza defensora. Eran hombres decididos y resistentes, en el trabajo y la pelea, expertos en el manejo de la pólvora, sus oficios de barreteros y apires perforando y subiendo rocas los hacía más duros que un campesino. La presencia de esta fuerza debe haber sido un refuerzo a la esperanza de luchar y resistir, a la espera de acontecimientos favorables (cuyas noticias suponían debían llegar de los otros rebeldes de Concepción).
El 30 de octubre, llegan las tropas gobiernistas desde Santiago, al mando de Vidaurre y se reúnen 600 soldados con los de Copiapó y cercan La Serena, traían artillería pesada. Ofrecen a Carrera que rinda la plaza y amnistía a los subversivos, ofrecimiento que es rechazado. No hubo acuerdo y se da comienzo al asedio. El 5 de noviembre se instala la artillería gobiernista en las dos colinas prominentes más cercanas al centro de La Serena, la del Lazareto (detrás del actual hospital) y la del Alto de Campos, colina donde está el actual Liceo de Niñas de La Serena. Se hacen disparos de prueba de alcance.
El día 7 de noviembre de madrugada se inicia el bombardeo sistemático de la artillería santiaguina sobre las casas centrales de la plaza fuerte de La Serena, donde había población civil que no habían abandonado sus familiares, esposos e hijos mayores, que militaban en las fuerzas revolucionarias defensivas. La trayectoria de los proyectiles describía un arco desde el emplazamiento en las colinas altas hacia las manzanas centrales y edificio de la Catedral, Plaza de Armas y otros; era una distancia en línea recta de 800 a 900 metros y fácilmente cubría todo el centro fortificado con sólo girar el cañón unos pocos grados horizontales. Benjamín Vicuña Mackena califica esta acción como “bárbara y atroz”; este hecho que duró todo un día elevó la indignación de los civiles, soldados y los mineros que reforzaban las trincheras. El fuego fue respondido con los cañones instalados en las barricadas. El bombardeo negó la posibilidad de armisticio.
El coronel Arteaga veía la necesidad de reforzar trincheras dañadas por el cañoneo; le preocupaba la escasez de municiones; los proyectiles de grueso calibre escaseaban y se llegaba a recoger las del enemigo. Es del caso hacer notar que se fabrica con balas de cobre para sus cañones en la maestranza improvisada en el recinto sitiado. Seguramente la experiencia de los trabajadores metalúrgicos de la cercana fundición de C. Lambert debe haber sido muy útil.
Después de siete días de cañonazos intermitentes, reacomodos y reparaciones se reanudó el bombardeo sistemático el día 14 de Noviembre con mayor fuerza, concentrándose en la trinchera N° 7, cercana a la iglesia San Francisco. Se avisó un posible asalto de infantería por las tropas externas que fracasó por la recia defensa de los serenenses sitiados. Se comentaba que artilleros ingleses estaban en las fuerzas gobiernistas. Según el historiador Francisco Antonio Encina: “fueron 12 días implacables de bombardeo persistente sobre trincheras”; podemos agregar y la ciudad.
En la noche del día 18 de noviembre se desarrolló uno de los más recios y sangrientos combates en la trinchera N° 7 (posición actual en calle Carrera, entre Cordovez y Eduardo de La Barra); estaba ubicado en la mitad de esa cuadra, a resguardo del tiroteo de francotiradores ubicados en la parte alta del edificio de la Iglesia San Francisco. El ataque fue feroz, con fuego de fusilería y disparos de dos cañones volantes de fácil transporte. Se pretendía asaltar la plaza pasando por sobre las barricadas. Se dio aviso al cuartel general y el mayor de plaza, Antonio Alfonso, corrió acompañado de todos sus guardianes mineros acudiendo a reforzar la brecha.
Es de imaginar la escena del combate que se desarrolló en la oscuridad: fogonazos que resaltaban siluetas, ruido de disparos de fusil y cañonazos, gritos de órdenes y de los heridos, silbido de balas, toques de clarín y soldados que caían. En este combate, Vicuña Mackenna, deja registrado sucesos notables y curiosos, al llegar el “auxilio de los mineros Yungayes”, en tropel, a reforzar las trincheras, que resistían disparos y cañoneo, con “varios artilleros muertos caídos sobre sus cañones”.
Un defensor (sigue relatando), de apellido Zamudio: “al colocar un saco de arena sobre una brecha que había hecho el cañón enemigo, recibió en el centro de aquel la segunda bala que venía asestada con la misma puntería, i como su cuerpo era pequeño y débil, fue levantado en el aire junto con el saco, i envuelto en una nube de polvo desde la que cayó exánime en el suelo; más, recobróse luego, sin haber recibido otra lesión que algunos dientes que se le quebraron con el golpe. En la misma trinchera había sido herido dos veces en aquel combate, el capitán Gaete, aquel valeroso caudillo de los mineros de Brillador i que se distinguía no menos por su bravura que por su traje, en que resaltaban dos enormes charreteras de lana roja i un culero, cuyos recortes se veían por entre los faldones de su uniforme de antiguo soldado del Yungay”.
En los muros cercanos al claustro de la iglesia Santo Domingo, se desarrolló también un feroz combate al interior de la manzana por fuerzas de asalto infiltradas que habían llegado también hasta casi la trinchera N° 7, y se logró contenerlos al costo de muchas pérdidas humanas después de dos horas de combate nocturno. Al día siguiente, el valor demostrado por los soldados defensores, y reforzados por los mineros yungayes que llegaron corriendo con Antonio Alfonso, fue reconocido en una proclama. Quedó la sensación de que se podía lograr un triunfo.
En los siguientes días, 24 de noviembre, comenzaron los incendios de casas en la línea de defensa del perímetro serenense, cerca de las trincheras vecinas a la iglesia de San Francisco. Las tropas gobiernistas querían así debilitar la resistencia a los asaltos de las barricadas por ese lado. Ya era necesario también reforzar el apoyo moral y espiritual a los defensores, por lo que el cura Vera daba su bendición a las barricadas y se preocupaba de los caídos durante los combates.
El día 25 de noviembre el enemigo atacó simultáneamente las trincheras Nº 7 y Nº 8 (ubicadas en actuales calle Matta esquina Eduardo de la Barra y en calle Carrera a media cuadra al sur de la Catedral). La defensa fue reforzada con el escuadrón de mineros “Los Yungayes”, animándose con sus usuales chivateos o gritos de guerra. Su brava presencia siempre levantaba el entusiasmo defensivo, pues garantizaban tener victoria. No sólo había disparos de los carabineros de José Silvestre Galleguillos, sino que también, apedreos de vecinos desde casas aledañas sobre la tropa asaltante. La lucha fue feroz; el prior Robles y el dean Vera recogían y socorrían heridos. Se luchaba desde los tejados de las casas con tiroteos; las trincheras estaban llenas de caídos. Se empezaron a arrojar granadas de mano, los temidos “infiernillos” que habían preparado los mineros defensores y que fueron efectivos. Quedaron más de treinta cadáveres de la tropa sitiadora en la calle, tejados y trincheras, más veinte defensores serenenses muertos, además heridos y mutilados por cañones calientes que reventaron. Se decía que el centro de La Serena era “pira y tumba”. Casi todos los muertos mezclados fueron enterrados en el recinto de la iglesia Santo Domingo. Este fue uno de los feroces combates que, muy seguramente, inspiró desde la memoria al pintor Gregorio Torres, en su retiro en Argentina.
De la defensa del recinto, las fuerzas necesarias pasaron al ataque. Esa era una táctica más del gusto de los defensores mineros, ir a buscar la pelea en lugar de estar esperando el ataque. Hacen una salida y capturan un cañón; en esta acción participa Antonio Alfonso con sus mineros; José Silvestre Galleguillos clavó otro cañón y capturan tres artilleros ingleses.
Ya al 29 de noviembre, llevaban más de 20 días resistiendo el bombardeo a las casas y defensas, además de los incendios. La ruina de las casas por la suma de efectos entre las granadas y el fuego, tenían al centro de La Serena en ruinas. Lo peor era, además, saber de los destrozos, saqueos y abusos que se cometían por tropas gobiernistas y, según informaciones o rumores, por los refuerzos de montoneras argentinas que apoyaban a los atacantes. Debe haber sido un factor más de indignación y rabia contra el gobierno centralista que permitía que eso sucediera.
Internamente empezaron los conflictos de mando en la plaza sitiada. La experiencia militar del coronel Arteaga como jefe de plaza le hacía ver que la situación de asedio era difícil de resistir, pero el entusiasmo revolucionario de Carrera (pero sin experiencia militar), hacía mantener la situación de resistir y no perder tanto sacrificio humano y material. Termina renunciando a su cargo de Intendente y lo reemplaza el vecino Nicolás Munizaga. El coronel Arteaga era apoyado por el deán Vera, quien cumplía labores de capellán castrense y apoyo a los serenenses y otros vecinos, incluyendo a la familia de Antonio Alfonso con su batallón de los mineros y su guardia. Por otro lado, la influencia de Munizaga era con el batallón de los cívicos y los del empresario minero Pedro Pablo Muñoz con su cuerpo defensor de los llamados igualitarios.
Las discusiones internas no eran buenas para la moral defensiva, que hacían disminuir la resistencia, pero los mineros no iban a rendirse. Al final Arteaga queda de Intendente y gobernador. Carrera es arrestado. Por otra parte, se esperaban noticias del sur de Chile. La situación de la provincia, era de desorden; bandoleros y montoneras saqueaban poblados y haciendas. En Ovalle, se resistió a un ataque de grupos procedentes de la mina Tamaya. En el Valle de Elqui, hubo que controlar otras montoneras.
En La Serena, la acción bélica había derivado a enfrentamientos locales defensivos, ataques a puestos avanzados, emboscadas, disparos de francotiradores, cañoneos aislados entre trincheras, en fin, una guerra de sitio, sin batalla organizada de ataques frontales masivos y coordinados.
Un defensor muy notable y destacado en El Sitio de La Serena fue el valeroso ovallino José Silvestre Galleguillos, otro héroe olvidado. Jinete consumado, con su escuadrón de carabineros y lanceros, cada día salía por los alrededores de la ciudad a perseguir argentinos, traer víveres, capturar ganado, obtener pólvora de mina para los cañones y, lo más notable, traía barras de cobre para hacer balas de cañón que eran fundidas en la plaza serenense. El ganado era faenado al lado del recinto de la iglesia Santo Domingo.
Ya en esa fecha (19 de diciembre), la situación estacionaria del sitio obligaba a pensar en alguna acción audaz o desesperada para decidir la lucha. Entre las ideas desesperadas que circulaban, aparte de asaltos a objetivos locales cercanos, los mineros, siguiendo su oficio y costumbre, habían propuesto desarrollar un socavón subterráneo, o sea un túnel, bastante largo, desde el borde de la plaza, pasando bajo la quebrada de San Francisco (actual Avda. de Aguirre) hasta llegar bajo el Lazareto (actual Hospital de La Serena), rellenarlo al final con barriles de pólvora, hacerlo explotar y volar por los aires al comando central de las tropas gobiernistas santiaguinas, con cañones, soldados y general incluido.
En el interior de la plaza, por otra parte, tenían que sobrevivir en constante zozobra por los disparos enemigos de fusil, de tiradores apostados en lo alto de la torre de la iglesia San Francisco, fuera del recinto defensivo pero demasiado cerca de la plaza. Aburridos de esta mortal molestia prepararon especialmente un disparo con un cañón muy bien disimulado, se le apuntó cuidadosamente a la torre de la iglesia, se le cargó con la mejor pólvora gruesa de mina muy bien taqueada, se escogió la mejor bala de cobre (más pesada que las de hierro) fundida en el recinto y, antes del disparo, se le pidió al prior Robles de Santo Domingo, la absolución, ya que se cañonería un recinto sagrado, pero que ya estaba profanado. No hubo problema de parte del cura, el fuego purificaría y, por lo demás, se trataba de una congregación de la competencia. El disparo retumbó, la bala le acertó y la torre se derrumbó con vigas, escaleras, soldados y campana incluida. Se acabaron los disparos asesinos sobre soldados, mineros y población civil.
En la plaza circulaba un pequeño periódico de hojas, era el “Periodiquito de La Plaza” con noticias y proclamas. De paso también, era enviado a las tropas contrarias usando volantines para esparcirlo sobre el área enemiga.
En esos días, se reciben noticias de las batallas perdidas en el sur de Chile por los revolucionarios. El Consejo del Pueblo, en La Serena, ve difícil continuar como única resistencia. Los acontecimientos políticos se precipitan. Se acuerda un armisticio el 25 de diciembre. El militar Arteaga renuncia y se embarca en un vapor. Asume Nicolás Munizaga. La Serena no se rinde, sólo fue ocupada el 29 de diciembre, porque los defensores abandonaron, en especial los mineros, que se retiraron hacia el norte, a Copiapó. Se fueron con rabia, sintiéndose abandonados; a pesar de todo Arteaga había resistido el asedio desde, el 7 de noviembre hasta mediados de diciembre. Fueron 70 días, desde el atrincheramiento hasta el retiro y abandono de defensas. Resistió varias semanas de bombardeo e incendios de casas y bodegas.
Posteriormente vinieron las represalias políticas, cárceles en varios lugares del país para vecinos serenenses que participaron o lucharon, huidas y exilio para los que pudieron escapar, masacre de mineros rendidos en cuesta La Arena, cerca al norte de La Serena de los que huían al norte.
En el Museo Gabriel González Videla, hay un cuadro que conserva un curioso plano dibujado, seguramente por orden de gobierno para un informe oficial. Según este plano topográfico del centro de La Serena realizado el 4 de enero de 1852 por el agrimensor de la Universidad de Chile, 4 días después del abandono de la ciudad por las fuerzas defensoras, se muestra que la superficie del recinto que encerraba las nueve cuadras del centro de La Serena, con la Plaza de Armas como punto central, con ocho cuadras edificadas de 400 pies de frente cada una; se cubría así un área de unos 160.000 m2, donde se encerraron y atrincheraron unos 600 soldados y mineros combatientes más (estimamos) unos 400 civiles, familiares refugiados, mujeres y niños. En total podrían haber sido unas 1.000 personas bajo fuego del bombardeo de la artillería santiaguina que caía indiscriminadamente sobre las casas. Muchas residencias perimetrales fueron incendiadas intencionalmente por orden del Ministro de Justicia M. Mujica que había llegado a La Serena por las fuerzas sitiadoras; las casas se comunicaban entre sí por pasillos a través de muros derrumbados de los huertos interiores colindantes. Como no había acceso a algún cementerio externo, se calcula que por lo menos unas 100 personas, entre soldados y mineros muertos, incluyendo algunas mujeres y niños heridos de muerte por granadas del bombardeo, fueron enterrados en el suelo del recinto del claustro de la iglesia Santo Domingo, oficio piadoso del que se encargó el sacerdote Robles de esa congregación. Se señala también la posibilidad de entierros en algunos huertos de las casonas serenenses sitiadas, lugares hoy olvidados. En total la historia o relatos consignan que en la iglesia indicada, convertida en campo santo o cementerio para el caso, se enterraron 117 cadáveres en uno de sus claustros y en otro ángulo del convento a 27 más, totalizando 144 e incluyendo algunos atacantes y otros que fallecieron naturalmente, quizás producto de las penurias.
El bombardeo de artillería originó otra situación; fueron como 10 a 15 cañones que en el lapso de 60 días enviaron proyectiles sobre la ciudad. Las balas de los sitiadores eran de mayor calibre que la de los cañones de los serenenses, por lo tanto no las podían reutilizar devolviéndolas. En cambio, los proyectiles de cobre que los sitiados disparaban a las tropas gobiernistas santiaguinos eran buscados y recogidos por los sitiadores porque eran vendidos. En La Serena, después del sitio, en una sola manzana fueron recogidas más de 200 balas de cañón según consigna Vicuña Mackenna. Estos detalles podrían dar lugar, a confirmar que en La Serena se defendió con balas de cobre serenense, y la revolución copiapina usó balas de plata (8 años después).
Ignacio Domeyko pasó por La Serena meses después del sitio (1852) y escribió en su diario que al visitar el Liceo de Hombres, donde él enseñó minería desde 1838 a 1844, se encontró con su laboratorio químico destrozado, el local arruinado por su uso como cuartel (detrás de iglesia San Agustín) y su huerto de árboles frutales desaparecido. Le preocupó saber de su ex alumno Antonio Alfonso refugiado en el extranjero; Domeyko sabía de guerras y exilio y debe haberle admirado su valor en las trincheras.
¿Qué quedó de todo este terrible capítulo histórico en la historia de Chile y, en especial, en la memoria cívica de La Serena?
Salvo los libros escritos (1862) de B. Vicuña Mackenna, con detalles vividos personalmente, o como en el extenso tomo XIII de la historia de Chile de Francisco Antonio Encina (1949) pocos disponibles para el público general, o el escaso libro de R. Iturriaga (1973), resumido pero directo y preciso, el resto de la literatura escrita en la capital omite el detalle de este combate que duró casi 60 días. Mucho más largo, que los dos o tres días del sitio de Rancagua de la Independencia. El libro “La Artillería en Chile” (2000) no menciona en absoluto El Sitio de La Serena y su bombardeo.
Los revolucionarios jóvenes que no cayeron tuvieron que ponerse a salvo en el exilio; otros sufrieron prisión. El dean Vera (1790 – 1855), de 60 años en el sitio, murió en Arica y sus restos fueron traídos años después a La Serena ¿dónde estarán?
Antonio Alfonso se exilió en Perú, donde trabajó en minería. Fue Intendente de la antigua provincia de Coquimbo en 1859, alcalde de La Serena en 1879, ingeniero militar en la Guerra del Pacífico, agricultor y minero en Ovalle. Falleció 1891, a los 65 años. Su tumba está en el Cementerio de La Serena, a pocos metros de la de Pedro Pablo Muñoz.
La historia siguió, el tiempo pasó, nuevas generaciones, los relatos familiares de sobremesa de los abuelos fueron terminando y sobre casi todos esos héroes cayó el olvido ciudadano. No hay ninguna placa recordatoria de bronce para que perdure, que recuerde colectivamente este trágico pero heroico hecho de armas del pueblo y mineros serenenses.
A modo de recuerdo, vendría al caso citar, un párrafo de la obra “Henry V”, de W. Shakespeare, donde el rey arenga a sus compañeros soldados ingleses al inicio de la Batalla de Agincourt (1415) en Francia. En esencia les dice: “somos una banda de hermanos y quien derrame su sangre hoy conmigo será mi hermano por muy humilde que sea”.
Este libro es otro paso creativo de un grupo de escritores locales, un trabajo de estudiosos, con el orgullo de rescatar, para la memoria colectiva, una acción de recopilación, valorizando en detalle la historia local, muchas veces minimizada o ignorada por la visión centralista de Chile.
Bibliografía
1.- Collier, Simon. “La construcción de una república 1830 – 1865”; Editorial U. Católica de Chile; Santiago, 2005.
2.- Domeyko, Ignacio. “Mis Viajes”, Tomo II; Editorial Universitaria; Santiago, 1977.
3.- Domeyko Lea-Plaza, Paz. “Ignacio Domeyko. La vida de un emigrante. 1802 – 1889; Ed. Sudamericana; Santiago, 2002.
4.- Duchens, Myriam. “El Presidente Manuel Montt. 1809 – 1880”. Andros Impresores; Santiago, 2009.
5.- Encina, Francisco A. “Historia de Chile”. Tomo XIII. Edit. Nascimento; Santiago, 1949.
6.- Figueroa, Pedro Pablo. “Diccionario Biográfico de Chile”. Tomo I, II, III. (4° Edición). Impr. Barcelona; Santiago de Chile, 1897.
7.- Iturriaga Jiménez, Ruth. “La Comuna y el Sitio de La Serena en 1851”. Ed. Quimantú; Santiago, 1973.
8.- Lira, Pedro. “Diccionario Biográfico de Pintores”. Impr. Esmeralda. Santiago. (1902) pág. 391.
9.- Moraga Acevedo, Fernando. Diario “El Día”. La Serena cotidiana (crónicas). “Gente olvidada”, 20 – Mayo – 2002.
10.- Roldan, Alcibiades. “Don Victorino Garrido”. Santiago de Chile, 1940.
11.- Suárez, José Bernardo. “Tesoro americano de Bellas Artes”. Impr. Chilena. Santiago, 1872, pág. 92.
12.- Vicuña Mackena, Benjamín. “Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt”. Tomo I y II. Imprenta Chilena; Santiago, 1862.
13.- Volantines, Arturo, y otros. “Revolución Constituyente 1859 – 2009”. SPPMG. La Serena, 2009.
14.- Índice de profesionales de la Fac. de Cs. Fis. y Mat. (1838 – 1930). Prensas de la Univ. de Chile; Santiago, 1932.
15.- Jan Ryn, Zdzislaw. “Ignacy Domeyko. Ciudadano del mundo”. Ed. Univ. Jaguelonica. Cracovia, Polonia, 2002.
16.- Ejército de Chile. “La Artillería en Chile”. Inds. Gráficas, 2000.
17.- Pizarro Vega, Guillermo. “Formación de la Sociedad Ovallina”, 1999.
Espectacular toda esta gran y documentada narración, muchas gracias y felicidades