Por Susana Pacheco Tirado
“Todo procede de la escuela, que incuba en cada niño el germen de su porvenir; allí se deposita en el gobernante de mañana el principio de su honradez y seriedad administrativas; allí se despierta la iniciativa y la perseverancia que han de emplearse en las industrias o el comercio; allí el patriotismo que inspira al militar; allí se forjan los corazones y los cerebros que forman el alma de la patria” (1).
Cuando nos detenemos a pensar en el Chile del pasado, inevitablemente recurrimos al recuerdo de sus organizaciones, de sus adelantos, de sus necesidades, de sus instituciones y entonces resulta importante volver la mirada hacia la Escuela.
La Escuela que surge para instalar los cimientos de la naciente República aquella que como estructura social ha debido atravesar por muy diversos paisajes y horizontes en la historia del país. La Escuela que supo levantar sus muros en los más diversos y recónditos puntos geográficos y que ha tenido la valentía, la paciencia, la perseverancia para sobrevivir a tantos cambios ideológicos y de paradigmas para finalmente cumplir y estar a disposición de las más grandes transformaciones. Por esta razón podemos afirmar que inevitablemente la historia de la patria ha caminado siempre al alero de la historia de la educación.
Luego de ocurrida la Independencia de Chile, las autoridades plantearon la necesidad de crear un sistema educativo y que en ella debía descansar el nuevo orden republicano. La Constitución de 1833 declaraba a la instrucción pública como merecedora de “atención preferente del Estado” y además establecía el rol que debía cumplir esta nueva institucionalidad. El decreto fundacional decía: “Que la instrucción primaria es la base en que deben cimentarse la mejora de las costumbres y todo progreso intelectual”.
Esta demanda se concreta el año 1842, cuando nace la Escuela Normal como institución “formadora del maestro del pueblo”. A lo largo de su historia, Chile logró instaurar alrededor de 16 Escuelas Normales. Alumnas y alumnos, una vez egresados de ellas tenían la misión de atender una escuela en el punto del país que el gobierno les designara por espacio de cinco años
Llega el año 1860 y por Ley Orgánica se establece la instauración de una instrucción primaria gratuita –aunque no obligatoria- y crea la Inspección General de Educación Primaria, encargada de administrar las escuelas normando así la educación pública y definiéndose claramente el rol del Estado, responsable de desarrollar las políticas educativas que se implantarían. Se daba inicio al Estado Docente, cuya máxima preocupación fue la masificación de la educación.
Con fecha 26 de agosto de 1920 se promulga la Ley de Educación Primaria Obligatoria, llamada Ley Redentora, que tenía como objetivo la formación de niñas y niños chilenos, y en ellos se afianzaría el progreso de la nación. La educación primaria es aquella que sirve de principio indispensable a todas las otras, es la base de todos los conocimientos que el hombre puede adquirir, el origen de todas las ciencias.
En ella se aprende a admirar y gozar de la belleza, a amar la ciudad y sus espacios: “Ama a tu ciudad. Ella es sólo la prolongación de tu hogar, y su belleza te embellece y su fealdad te avergüenza.
Ama, pues, sus calles, que en ningún día dejas de cruzar, y que ella, por hermosa, te ayude a sentir la vida y a amarla como tu maestro quiere que la sientas; alta y espiritual” (2).
Allí, en la Escuela para la democracia se enseñaba a valorar la comunidad y se fortalecía el “nosotros” construyendo diariamente espacios solidarios, logrando hacer realidad el concepto que la educación es en primer lugar una tarea eminentemente humana porque es realizada por el ser humano y va al ser humano; por esta razón ningún adelanto tecnológico podrá desplazar de la tarea de educar al ser de carne y hueso que es la profesora- el profesor. Todo lo demás es instrucción, conocimiento que hoy se encuentra fácilmente disponible.
La educación pública chilena tenía confianza en el trabajo docente bien realizado porque de él dependía en gran parte el progreso material y espiritual de la nación.
Como dice el profesor Humberto Maturana: “la democracia no es una teoría, es un modo de convivir en el escuchar, en el dejarse ver. Todo sustantivo tiene un verbo que lo sostiene: Amor es dejar aparecer, dar espacio”.
Hoy se ha deteriorado la cohesión social y con ello la educación pública año tras año ha sufrido lacerante destrucción, por consiguiente el territorio donde se compartía el compañerismo, la amistad, el respeto, la responsabilidad ya no tienen espacio ni lugar.
Es urgente volver las artes al curriculum porque a través de las artes es posible manifestar aprecio por lo sublime, por la vida, por sus semejantes, porque las artes se hacen para ser entregados al otro como un regalo, es una muy buena herramienta de ayuda en contra del individualismo, es una oportunidad de estar atento a las necesidades del otro.
Todos los niños y niñas son diferentes por tanto es preciso conocer sus emociones, sus inclinaciones, sus debilidades, hay que mostrarles todas las posibilidades y enseñarles que la vida es un eterno aprendizaje.
Estamos rodeados de milagros y que por ello ya no nos maravillan en lo absoluto. El cuerpo humano es uno de esos milagros y aún existe el milagro de la vida, nuestros descendientes siguen naciendo dotados de aquella fuente de inagotable riqueza: que es el cerebro, que está dotado de un poder de conocimiento ilimitado y que sin embargo debe avanzar paso a paso; por esta razón, requiere día a día del apoyo y de la experiencia del maestro (a) quien ha tenido formación profesional para transmitir secuenciadamente los conocimientos. Hoy, el mayor afán se centra en el desarrollo de las praxias que implican el uso del mouse y el teclado, en menoscabo de aquellas que invitan al manejo global del cuerpo en el espacio tridimensional. El espacio virtual que privilegia la imagen visual en que se sumergen los niños, ¿les será favorable? Justo en la etapa en que el juego y la movilidad resultan fundamentales?
Con la finalidad de alcanzar la libertad que le ha de permitir su entera formación como ser humano, el niño necesita de la disciplina que le entregará las herramientas que lo fortalecerán y lo conducirán a su plenitud.
Según Jacques Maritain, la educación, es un arte, pertenece al ámbito de la moral y de la sabiduría práctica. Uno de sus objetivos es guiar el desarrollo de los alumnos en la esfera social Hoy, llama la atención sobre la paulatina depreciación de valores como la cortesía, los buenos modales, pequeños gestos esenciales que al integrarse con los otros dignifican y hacen más felices los días, aquellos que el estudiante adquiría en la Escuela y que trasladaba al hogar, como: saludar, despedirse, dar las gracias.
La urbanidad es uno de los cimientos de la convivencia y ésta es, sin duda, la médula de la paz y la concordia entre los seres humanos. La escuela sigue teniendo, hoy como ayer, campo para trabajar en ello. En las manos de maestras y maestros se coloca el destino de un pueblo por eso deben ser elevados al estatus social que le corresponde como formador del ciudadano de la Patria.
“La educación primaria es el único modo de cicatrizar los males del pasado, de aminorar los del presente, de hacer imposibles los del porvenir. El abecedario es el origen de toda sabiduría como un centavo es el principio de un millón. La suerte del hombre depende de la instrucción del niño. Si queremos que Chile sea rico y floreciente; si queremos que Chile sea virtuoso y feliz es menester que no haya “ignorantes” en su suelo. La educación como el sol, debe brillar para todos. Los niños no permanecen siempre niños, aguardando. La infancia no puede detenerse como no puede detenerse el tiempo, como no puede detenerse la vida”(3).
Por tanto, se deben poner las urgencias allí donde el terreno está aún virgen para formar al nuevo ciudadano, aquel que reconozca el valor del diálogo y de la “palabra empeñada” y se comprometa a poner sus esfuerzos al servicio de esa creciente integración de fuerzas sociales que en todas partes se identifica con el progreso.
NOTAS
- Gabriela Mistral: Pasión de enseñar. Pensamiento pedagógico. Editorial UV de la Universidad de Valparaíso. Chile 2017 p 118.
- Gabriela Mistral. Extracto “El amor de la ciudad” Recopilación de la obra Mistraliana, P. P. Zegers 1902- 1922. p. 439.
- Amunátegui, Miguel Luis y Gregorio Víctor: “De la instrucción primaria en Chile: Lo que es, lo que debería ser”. Imprenta del Ferrocarril. Santiago 1856. Pp 349-350-390.