La revolución de Bernardino Barahona, en Copiapó, fue la última gran gesta del movimiento político y militar de los Igualitarios, a favor del General José María de la Cruz. Jotabeche había logrado, a sangre y fuego, terminar, un poco antes, con los conatos en Chañarcillo. Pero, el 26 de diciembre de 1851, Bernardino Barahona, Germán Yávar, Santiago Díaz, y otros revolucionarios, logran tomarse el poder en Copiapó y en casi todo Atacama. La revolución se sostuvo hasta el 9 de enero de 1852.
Fue la primera experiencia de la república, de la toma del Poder, por parte de sectores verdaderamente populares. Barahona dio muestras de sagacidad, organización, valentía y amor por el prójimo. Esta revolución, también, es parte de la raíz y germen del espíritu del Norte y, especialmente, de Copiapó. A través de un estudio publicado por la Universidad de Santiago, se demuestra: “El carácter popular y social de la Guerra Civil en la Provincia de Copiapó, de levantamiento y de motín peonal, queda de manifiesto en los recurrentes informes que el Intendente Juan Agustín Fontanes envía al Ministerio del Interior acusando de levantamientos populares de mineros en la zona bajo su mando, principalmente en los lugares donde se albergan y concentran una cantidad importante de peones de minas, como son los centros mineros y pueblos aledaños a Copiapó, particularmente Chañarcillo y su villa Juan Godoy. De esta manera, los motines peonales, los conflictos sociales, las revueltas y levantamientos populares, no son algo ajeno o circunstancial a la realidad y cotidianeidad social de la región”. Y, además, se demuestra, al analizar en gráficos a los presos, después de la Batalla de “Linderos de Ramadilla”, que casi la totalidad era de extracción popular[i].
Los obreros del reciente inaugurado ferrocarril se apoderaron de las dependencias impidiendo la movilización de las tropas. Los revolucionarios introdujeron hombres y armas en la ciudad de Copiapó y se hicieron del poder. La Intendencia estaba al mando de Juan Agustín Fontanes, de origen argentino, —cuyo hijo, José Agustín, se llenaría de gloria en la Guerra del Pacífico— el cual se resistió; murieron algunos y, finalmente, tuvo que refugiarse con las tropas argentinas, que se preparaban para volver a luchar contra Rosas.
El Intendente y comandante general de armas provisorio de la provincia de Atacama, Bernardino Barahona, da muestras de capacidad organizativa, pero las derrotas del general Cruz y el término de El Sitio de La Serena, apresuran el fin de la revolución. Sin embargo, alcanza a fundar un diario, a demostrar que las fuerzas populares podían conducir un gobierno, y a no perder el criterio, ya que se condujo con moderación, logrando un gran apoyo popular, incluyendo a muchos intelectuales, encabezados por Alberto Blest Gana y la tolerancia del joven patriota, Manuel Antonio Matta. Su leyenda ha perdurado. Roberto Hernández lo incluye entre los grandes “rotos” chilenos, en su texto recopilatorio[ii].
Con la batalla de “Linderos de Ramadilla”, a cuatro leguas de Copiapó, que costó un centenar de muertos, el 8 de enero de 1852 se truncó el destino de la revolución. Bernardino Barahona se había opuesto tenazmente al enfrentamiento armado, ya que era inútil, por la caída de la revolución en el resto del país, y por estar rodeados por las tropas del Gobierno Central y las tropas mercenarias argentinas. Hoy, la familia Barahona aún persiste en Copiapó y Tierra Amarilla; fue muy destacado don Domingo Barahona, el cual tuvo varias propiedades en el sector central de la ciudad.
Las proclamas, los decretos, las cartas y otras notas del “Gobierno de los Libres” de Bernardino Barahona, que son casi desconocidas, y otros, totalmente desconocidos, vienen a demostrar los propósitos originales de esta Revolución Atacameña. También, son demostrativos del ambiente detonante de la revolución y de los hombres involucrados. Queda en evidencia, y es esclarecedor, la deplorable participación de Jotabeche y de los mercenarios argentinos, contratados por este y por el gobierno chileno, y, que fundamentalmente, estas tropas y sus conductores no son de ninguna manera ni gloriosos ni dignos, como lo quiere demostrar la frondosa bibliografía argentina, especialmente respecto a algunos próceres. Sin embargo, también connota la influencia positiva de algunos intelectuales locales: Caravantes, Bruno Zavala, Alfonso, Manuel Antonio Matta y Alberto Blest Gana, entre otros. La influyente clase educada y liberal de Copiapó, explosionaría absolutamente en la revolución de Gallo[iii].
Desde el principio de la revolución, en el Diario de los Libres, como en las proclamas y los decretos, se revela que se procuró organizar el Gobierno. El día 27 de diciembre de ese año, el Intendente hace publicar el siguiente decreto: “1° Ábranse los almacenes, tiendas, despachos y demás establecimientos públicos./ 2° El dueño de los establecimientos expresados en el artículo anterior, que estando en esta población se oculte y permanezca en este estado hasta las doce del día, se declara cómplice ligado con los que atentan contra el Gobierno de los libres./ 3° Los individuos que hayan pertenecido a la policía diurna y nocturna, que quieran servir, se presentarán a esta Intendencia hoy, a las tres de la tarde, a efecto de incorporarse en sus respectivos cuerpos y cuidar del sostenimiento del orden./ Publíquese por bando, fíjese o imprímase en el Diario de los Libres.// Bernardino Varaona”. Luego, la Intendencia publica la siguiente proclama: “Ciudadanos: El pueblo de Copiapó me ha puesto a la cabeza de una revolución, que tiene por objeto cimentar la libertad y derrotar la tiranía. Ella se ha efectuado sin estrépito alguno; y me cabe la satisfacción de que puedo mantener la tranquilidad y el orden en todos los puntos de mi dominio. Han sucedido desgracias que no ha sido posible reparar, y que yo mismo lamento con todo mi corazón; pero ellas se deben a una imprudencia del ex—Intendente Fontanes que se precipitó al comercio en medio de las balas cuando sólo un esfuerzo sobrehumano podía impedir el buen éxito de la revolución”. Y, a continuación, una proclama dirigida a la tropa: “SOLDADOS: —Ya veis que el pueblo me respeta porque me afianza vuestra moralidad; no faltéis a ella, porque primero os castigaré severamente, antes que el desprestigio se apodere de mi ejército. Vuestra divisa será la libertad, vuestro orden será el orden y la subordinación. Con esta enseña podemos triunfar fácilmente de los partidarios del despotismo y siguiendo la marcha de nuestros hermanos de Coquimbo y Concepción, podremos preparar a Chile días de prosperidad y de ventura, elevando al mando de la nación al ilustre jefe, al benemérito general D. José María de la Cruz. Tales son los ardientes rotos de vuestro compatriota y amigo.// Bernardino Varaona”.
Tal como sucedió en “El Sitio La Serena”, que no hubiese sido tan masiva ni ahora sería suficientemente entendible sin la participación del gran Juan Nicolás Álvarez, “el diablo político”; tampoco se entendería la revolución de Barahona, sin las numerosas publicaciones. Se destaca el decreto, donde se nombra a cargo del reciente inaugurado ferrocarril de Copiapó al escritor Alberto Blest Gana; esto explica por qué su personaje principal, Martín Rivas inicia su periplo desde Copiapó, y la cultura afrancesada y revolucionaria de la misma novela, que era indudablemente el espíritu exquisito de esa época, y que nunca ha vuelto a aparecer en Copiapó.
En seguida, Bernardino Barahona, toma el control del Estanco. El día 29 de diciembre, se publica un decreto nombrando a don Natalio Lastarria a cargo de los intereses fiscales. Luego, aparece una nueva proclama de Bernardino Barahona a su ejército, donde señala: “SOLDADOS: —Ya he sido testigo del entusiasmo con que volasteis a las armas al primer aviso que tuvisteis de que querían turbar vuestro reposo. Felizmente todo se ha desvanecido, pues vuestra inquietud partía solamente desde una quimera. Permaneced tranquilos, ya que estoy seguro de vuestra lealtad y valor. –Seguid tranquilos, os repito, ocupados en vuestras disciplinas militares; y tened entendido que sólo os molestaré, cuando un justo motivo me obligue a desenvainar la espada.// Bernardino Varaona”.
A partir del 30 de diciembre, se desata una profusa correspondencia entre Bernardino Barahona y las autoridades del gobierno central. El gobierno trata de demostrar y persuadirle que la revolución no tiene destino, que en otros lugares Cruz ha sido derrotado, y que a la larga será aplastado, ya que está rodeado por las tropas del Gobierno Central y las tropas mercenarias de argentinos.
Desde Totoralillo, el Intendente depuesto, Juan Agustín Fontanes, le envía carta a Barahona, donde le señala precisamente que: “me acerco en cumplimiento de los deberes de mi cargo”. Luego, expone, que será un movimiento simultáneo, con “otras fuerzas de la República”. También, le exterioriza que “defiende una causa que ha desaparecido”, lo que se refiere a las fuerzas derrotadas de Cruz. Se compromete Fontanes a garantías y le da 48 horas al llegar esta misiva para deponer la revolución, si no iniciará “hostilidades que estén a mi alcance…” y lo hace responsable en dicha carta si “Copiapó fuese entregado al saqueo en esas 48 horas…[iv]”.
El 31 de diciembre, Bernardino Barahona, señala, en el diario local[v], que “Fontanes ha mandado un comisario a quienes despacharé mañana con mis proposiciones energéticas y propias de un jefe de división formidable de hombres valientes, libres, nobles”. Entre tanto, en carta de Barahona al Capitán, don Nicolás Toro, Jefe de la División Pacificadora de Chañarcillo, refleja claramente su prudencia y su determinación[vi]. En otra carta, también indica a don Agustín García para que adquiera pertrechos para el ejército revolucionario[vii].
El primer día de enero de 1852, Bernardino Barahona, le envía la respuesta a don Agustín Fontanes. Parte señalándole: “…U. ha visto incendiarse en la República desde septiembre próximo pasado desde Concepción a Coquimbo a nombre del ilustre general don José M. de la Cruz”. Luego, explica: “encontrándome al frente de un ejército decidido y numeroso, herido en su orgullo nacional por la violación de nuestro territorio por fuerzas extranjeras, contando además con una popularidad y prestigio poderosos de parte de todo este vecindario…”. Además, que les da seguridad a las personas asiladas en el “campamento argentino…”. Por lo que le pide: “debiendo inmediatamente abandonar esas fuerzas extranjeras que han violado nacionalidad y que al no hacerlo en término de doce horas después de recibir esta nota, quedan declarados traidores a la Patria y sujetas a los inevitables resultados”. Fundamentalmente, le señala que, “con esta declaración usted se puede tranquilizar como copiapino y chileno y proceder a protestar como tal contra la conducta infame de caudillos argentinos que han invadido y atropellado nuestro territorio con escándalos de todo buen sentido[viii]”.
El mismo 31, desde Totoralillo, Fontanes le envía otra carta, donde señala que le envía el emisario “Don Santiago Godoy con instrucciones suficientes para arreglar terminantemente nuestras diferencias y evitar a la provincia innumerables desgracias que amenazan su situación actual”[ix]. Desde Copiapó, le responde Barahona: “Señor don Juan Fontanes/ Copiapó, enero 2 de 1852./ Teniendo en nada los poderes del Sr. Godoy en contestación de su última con fecha de ayer, en Totoralillo, expongo./ Que nada más puedo hacer que lo hice saber a U. en mi nota contestación, fecha de ayer, que dejó extensiva en todas sus partes, y que inmediatamente voy a proceder a hacer efectiva en lo que nos convenga./ Luego esperando hasta las 7 de la noche recibo contestación de U. pasado dicho tiempo llevaré adelante mis operaciones en caso de no recibir ninguna./ Guarde Dios a la persona de U. por muchos años.// B. Varaona[x]”.
A partir del 4 de enero, aparece la correspondencia oficial del coronel y comandante de las tropas de gobierno, Victorino Garrido (1796, Segovia, España — 1858, Santiago, Chile), le envía dos misivas: “En marcha” y desde “Linderos de Ramadilla”. En la primera misiva, se refiere a la restauración al orden público de la provincia de Coquimbo, a partir de La Serena al 31 de diciembre. Le adjunta una copia de los supuestos acuerdos de rendición de La Serena. Sabemos que no fue rendición, sino abandono de la ciudad por parte de los revolucionarios. Luego, lo persuade que “resignen a sufrir las funestas consecuencias de una rebelión desatada e infructuosa”. Sin embargo, señala el coronel Garrido: “si sumisos y obedientes se deponen las armas y se acogen a la clemencia de un gobierno benigno y paternal…”. Después lo amenaza: “al frente de una división bastante fuerte que en poco tiempo más puede formarse en un poderoso ejército, para contrarrestar y contener la revolución que ha estallado en Copiapó”. Luego, le manifiesta que encomienda al sargento mayor, José Agustín Valdivieso y al presbítero Bruno Zabala (Zavala) con las misivas para resolver la cuestión[xi]. En la segunda carta, fechada el mismo día, donde Victorino Garrido acepta reunirse con Barahona en la casa de la señora Jesús Sáez, a la una de la tarde; lo acompañarán: un ayudante y siete hombres de escolta[xii]. Este acuerdo fue fundamental para terminar la revolución en forma pacífica y llegar a un acuerdo.
El 6 de enero se reúnen: Tomás Gallo Goyenechea, comandante del batallón cívico de Copiapó; José Simón Gundelach, secretario del Intendente de Coquimbo; José Román Ossa y don Juan Vicente Mira; los dos primeros, propuestos por Garrido y los dos segundos, por los jefes de las fuerzas de la ciudad. Acuerdan poner término a la Guerra Civil en términos muy singulares. Bernardino Barahona, reconoce la legitimidad del presidente Montt, el desarme de sus fuerzas, y que el jueves 8 del presente mes, al medio día, entregará la plaza, confiriendo también el “parque y las demás especies ya artículos de guerra”. Finalmente, dice que será certificado dos horas después, a las doce de la noche del 6, en Linderos de Ramadilla[xiii]. Esto viene a demostrar que Barahona nunca perdió el rumbo; sabía que la revolución no podía continuar y que el derramamiento de sangre era inútil; sin embargo, esto no fue posible totalmente, porque sectores armados de los revolucionarios no quisieron deponer las armas e incluso, atentaron contra la vida del Intendente.
Después de la batalla de Linderos, que costó un centenar de vidas, principalmente por parte de los revolucionarios, el Jefe de la Vanguardia, Victorino Garrido, en carta fechada el 8 de enero, a las dos de la tarde, solicitaba que “los paisanos y militares que de cualquier modo hayan teniendo parte en la revolución y que el término de 24 horas, a más tardar de llegar a noticias de este decreto, se separen de las filas de los revolucionarios, se harán acreedores de la piedad del Supremo Gobierno[xiv]”.
El día 9, después de la batalla, en una sentida carta, Victorino Garrido le señala a Barahona, que “porque no se respira el sacrifico cruento de ayer” y porque “no se ha respetado el acuerdo del día 6, que se me han presentado con esta fecha y declarando que aquella convención será nula y de ningún valor, sino se le da por el jefe de la plaza el más exacto cumplimento”. Luego, dice: “daré fin a esta nota por rogar a nombre de la autoridad al jefe los amotinados que depongan las armas sin malograr los momentos y se sometan a la benignidad del gobierno paternal…[xv]”.
Entonces, don Bernardino Barahona, da instrucciones al enviado don Manuel Palacios, como jefe aún de plaza al comandante del ejército de la república. Contiene cinco puntos para entregar definitivamente la plaza: “se depondrán las armas a las seis de la tarde, que al señor Garrido no vengan argentinos que esto exasperará a los soldados sino también a los vecinos comprometidos con la revolución; garantía para las personas comprometidas con la revolución, libertad para los prisioneros tomados con Garrido; perdón para todos los comprometidos con la revolución; y que los empleados civiles y militares que actualmente puedan estar comprometidos vuelvan a gozar de sus destinos y grados[xvi]”.
Luego, en otro comunicado, Bernardino Barahona, el 9 de enero de 1852, le señala a Garrido, que tiene el control de la plaza. Le señala: “…ya tengo la plaza en disposición de entregarla a disposición del Gobierno Supremo”. No obstante, también le señala en la misma carta que “algunos hombres inobedientes y de aquellos que quisieron atentar contra mi vida se ha separado de mis filas armados y en disposición de defenderse si se les persigue[xvii]”. Luego, en otra carta, fechada ese mismo día, se lamenta Barahona de no haber podido cumplir con los tratados. Luego, comenta que la tropa está en buena disposición. Y, brega por su gente, por los que se han comprometido con la revolución y acepta que “estoy dispuesto a sufrir todo el rigor de la ley[xviii]”. En otra misiva, “se somete a disposición del gobierno o incluso a la pena de muerte…”. Luego, Barahona fue detenido y procesado. O sea, el Gobierno de los Libres no duró hasta el 8 de enero, como se ha establecido hasta ahora, sino hasta el 9, y a lo menos, hasta las seis de la tarde.
También, quedó demostrado en esta correspondencia, el saqueo y el bandolerismo de los mercenarios argentinos, donde “En su marcha saquea y ha despojado todo ej. para servirle en la incursión que había resuelto hacer contra república argentina, amotinado además con los ganados que encuentran en las haciendas del ejército hasta las juntas vamos, y se acampó en la noche[xix]”. Queda muy claro en esta correspondencia que las tropas argentinas, que sitiaron a La Serena, estuvieron también involucradas en el término de la insurgencia en Copiapó, ya que fueron licenciados después que la revolución fuera exterminada. Los insurgentes siempre tuvieron que considerar la amenaza de las tropas argentinas contratadas por Jotabeche en nombre del gobierno y los empresarios.
En El Copiapino, el 23 de enero de 1852, Blanco Encalada informa que algunos presos, que iban deportados a la Isla Juan Fernández, se amotinaron y se apoderaron del barco inglés “James”, para luego, desembarcar en Cobija. Entre ellos iban: José María Zepeda, Ramón Dublé, Juan de Dios Donoso, Sargento del Chacabuco; José Antonio Moraga, id.; Domingo Zamora, id. Cívico de Valparaíso; Marcos Chandía, Justo Iglesias, Mateo Tiznado, José del Carmen La Paz, José Samaniego, Ilarión Toledo, Felipe Contreras, José Manuel Bilbao, Ilario Torrejón, Alberto Álvarez, Simón Goi, Idelfonso Gajardo, Lorenzo Araos, Gaspar Días, Martín Contreras, José del Tránsito González, José María Ureta, Liverato Lara, José Suárez, Juan L. Luburló, Ignacio Farías, Juan Moreno, José María González, Juan Silva, José Antonio Alvarado, Gregorio Domínguez, Manuel Hidalgo, José del Carmen Yañez, Juan Toro, Luis Antonio Varas, Ed. Carmona, Francisco Madariaga, Agustín Marambio, Manuel Campos, José María Corrotea.
En carta, desde la cárcel de Copiapó, fechada el 10 de marzo de 1852, dirigida a las personas ilustres de la ciudad, Bernardino Barahona busca que firmen un documento respecto a su honorabilidad y persuadir al Consejo que lo enjuicia: “Cárcel de Copiapó, marzo 10 de 1852.// Necesitando para mi defensa de que el Consejo tenga noticias de mi conducta en los días de la revolución, por el testimonio de las personas más respetables de esta ciudad, de cómo de esa misma réplica, la sirvieron en primer lugar para escribir y firmar y responder preguntas en caso de ellas con conductas humillantes e indeseables./1° Si es cierto que después de llegar a esta ciudad las noticias del atentado contra los generales Cruz y Formes, mi conducta fue toda arreglada y tendiente a la entrega de la plaza./ 2° Si lo es que desde entonces me puse de acuerdo con los principales vecinos de esta ciudad con el fin de restablecer el orden y que no tomé medida alguna respecto a las fuerzas armadas que estaban a mi cargo sin mi conocimiento./ 3° Si lo es finalmente que el papel el día del movimiento del orden y mantención de la gente armada de la plaza, fue para de acuerdo con los principales vecinos, y meritorios de ellos para contar con asistentes y empeñar con influjo con los demás para reunir contribuciones, precisamente necesarias, cuya medida tenía lugar./ 4° Si lo es asimismo que antes como después, a contar desde el primer día de la revolución, saben y les consta que por mi presencia y amigos de los amotinados había en esta ciudad de los desastres de su saqueo, con peligro por tanto de mi vida.// Espero de Usted esté ungido en bien de / 1° Justicia y equidad; el infrascrito.// B. V.// Atte.// B. Varaona”. Luego, en la misma misiva, abajo fechada, el 20 del mismo mes, se observa firmada por hombres ilustres que dan fe de las aseveraciones de Barahona, que entre otros, dice: “Me consta el contenido de las cuatro preguntas que contiene esta carta: todas son ciertas y lo antes expuesto lo he presenciado en unión de respetables de este pueblo desde el 29 de diciembre último en que llegué a él. Igual declaración estoy dispuesto a dar en firma, Copiapó, marzo 10 de 1852.// Es cierto el contenido de las cuatro preguntas que se realizan en esta carta.// Copiapó, marzo 10 de 1852.// Ramón de la Barra. Manuel Antonio Matta (y otros)[xx]”. Entre los primeros firmantes está el joven Manuel Antonio Matta, que con su actitud y, luego, con muchas más, entre ellas, evitar la revolución que quiso llevar adelante años después, José Tomás Urmeneta, se ganó el reconocimiento público de su época. Tal vez, por todo esto, sea incuestionable su monumento en la Alameda de Copiapó.
Bernardino Barahona se salvó del patíbulo yéndose al destierro, pero dejando un legado en nuestro país y un aura personal, al decir del historiador, Luis Vitale: “La experiencia de Copiapó marca un hito fundamental en la historia social de Chile, porque constituye el primer ejemplo de toma del poder por sectores populares de una zona importante de la república[xxi]”.
El “pueblo de Copiapó” le concedió a Victorino Garrido una “espada de honor[xxii]”. Por su parte, el Gobierno de la República lo gratificó con la embajada del Perú, y a José Joaquín Vallejos lo premió con la embajada de Bolivia[xxiii].
[i] Claudio Pérez Silva; Conflicto Patricio y Violencia Popular en Copiapó durante la guerra civil de 1851, p. 11; Departamento de Historia, Universidad de Santiago de Chile, Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Nº X, Vol. 2; Santiago, 2006.
[ii] Roberto Hernández; El roto chileno, ps.82, 83, 84; Imprenta San Rafael, Valparaíso, 1929.
[iii] Pedro Pablo Figueroa; Historia de la Revolución Constituyente (1859-1859); Imprenta Victoria, de H. Izquierdo y Ca., San Diego 71, Santiago, 1889.
[iv] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 172, 173, 174.
[v] Diario El Copiapino, lunes 5 de enero de 1852.
[vi] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 188.
[vii] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 186.
[viii] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 175, 176.
[ix] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 177.
[x] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 178.
[xi] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 199, 200, 201, 202.
[xii] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 193.
[xiii] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 195, 196, 197.
[xiv] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 208, 209.
[xv] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 203, 204.
[xvi] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 213, 214.
[xvii] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 216.
[xviii] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 211.
[xix] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, pieza: 221.
[xx] Archivo Nacional; archivo Vicuña Mackenna; volumen 30, piezas: 226, 226v.
[xxi] Luis Vitale; Las guerras civiles de 1851 y 1859 en Chile, p.16; Instituto Central de Sociología, Universidad de Concepción; Concepción, 1971.
[xxii] Alcibíades Roldán; Don Victorino Garrido con algunos apuntes sobre su época, p. 124; Talleres de El Imparcial; Santiago, 1940.
[xxiii] Alcibíades Roldán; Don Victorino Garrido con algunos apuntes sobre su época, p. 128; Talleres de El Imparcial; Santiago, 1940.