Una revolución comienza a gestarse lentamente, es una larva que va creciendo por el descontento, la injusticia, opresión, falta de libertades y pobreza, hasta que la angustia existencial se apodera del pueblo, y los hace agruparse para forjar su ideario revolucionario.
La revolución política de 1859 en Chile tenía como objetivo producir cambios profundos y radicales en aspectos sociales, culturales y económicos.
El descontento por el autoritarismo del presidente Manuel Montt se reflejaba en todas las provincias. Los castigos corporales, azotes en la plaza pública a periodistas o distinguidos ciudadanos y fusilamientos sin juicios justos calaban hondo en la mente de los ciudadanos.
Los impuestos a la minería, reformas constitucionales; respeto a la soberanía popular, separación de la iglesia del estado; libertad de culto, leyes del matrimonio civil, y matrimonio laico, mantuvieron la atención permanente de los chilenos cuando Montt estaba llegando a las postrimerías del decenio presidencial y pasaron a ser prioridad para reformar la constitución. El crecimiento demográfico de las provincias, la falta de recurso, el desempleo, más la represión y autoritarismo de la clase gobernante se hacía insoportable. Las condiciones sociales y políticas reinantes contribuyeron a fortalecer a la oposición, que entre sus filas contaban con intelectuales y políticos de gran trayectoria como Tomás Gallo Goyenechea, Manuel y Guillermo Matta, elegidos diputados por Caldera y Copiapó. Por Valparaíso ante el parlamento estaba Ángel Custodio Gallo. Todos copiapinos, inspirados en principios morales y amantes de la tierra que los vio nacer, pertenecientes a familias acaudaladas y dueñas de minerales de plata, educados y dispuestos a dar su vida por la justicia, y la patria.
El 1° de junio de 1858, cuando el presidente Manuel Montt leía su mensaje anual en la apertura del Congreso y afirmaba que, la renovación de los altos Poderes, del Estado, se había realizado sin conflictos para la tranquilidad pública, el diputado Tomás Gallo interrumpe la sesión para demostrar su descontento por lo que considera una falsedad. De inmediato en Copiapó, el fermento revolucionario empezó a moverse como la levadura hasta alcanza su máximo espesor y desde ese momento no cesaron las reuniones clandestinas para tomar acuerdos y generar una revolución.
La creación del periódico de guerrilla “La Asamblea Constituyente”, tenía por objetivo divulgar los puntos de vista de la oposición, “encendería más los ánimos y provocaría graves consecuencias[1]”.
La redacción del periódico estuvo a cargo de Manuel Antonio Matta, Domingo Arteaga Alemparte, Salustio Cobos, Ángel Custodio Gallo, Guillermo Matta y Benjamín Vicuña Mackenna.
El periódico estaba subordinado al “Club de la Unión” creado en Santiago con esta misma finalidad, y en 1958 se funda en Copiapó “El Club Constituyente” con su correspondiente proclama; “Nº 1 Promover dentro de la esfera de la ley, la realización de una asamblea Constituyente para la reforma de la actual Constitución; 2ª Promover la instrucción primaria en las clases menesterosas” El presidente fue don Pedro León Gallo Goyenechea, secretario Nicolás Mújica; tesorero David Martínez; directores Luis Lopendía y Tomás Peña[2].
Los diarios desempeñaron un rol importante en esta época porque se encargaron de divulgar el pensamiento de los opositores y de los gobernantes, manteniendo informada a la población de los detalles de los acontecimientos políticos.
Cuando toda una provincia se ve enfrentada a problemas comunes y contingentes que no pueden ser resueltos de un día a otro sin la colaboración de la autoridad y, si más aún dependen las soluciones del estado, el descontento llega a un pic en que nadie puede parar el motín, las guerrillas y la revolución contra quienes detentan el poder.
Si preguntamos qué rol jugaban las mujeres en todo este suceso, cuando todavía no conquistaban ni siquiera el derecho a la educación; seguían siendo subordinadas al marido, podían ser violentadas sexualmente, castigadas y cargar hasta con el abandono, las solteras continuaban refugiadas en el lar paterno y cumpliendo normas dictadas por el jefe del hogar.
No podemos dudar que aun existiendo estos, y otros problemas vividos por las mujeres, las pertenecientes a la clase tuvieron acceso a una cultura superior, con clases particulares, lecturas selectas, viajes, trato con extranjeros en las tertulias realizadas en sus hogares, produciéndose una interculturalidad que las llevaba a tener un pensamiento más avanzado y hasta podían opinar al interior de sus hogares, ya que muchos de sus padres eran laicos o tenían ideas políticas avanzadas.
Las mujeres del pueblo o ciudadanas de segunda clase como eran consideradas, vivían trabajando al servicio de los hogares pudientes, en el campo, las chinganas, las costureras, lavanderas o artesanas, etc. Ellas, las desposeídas de riqueza material desde su cuna, no pueden ser consideradas ignorantes en los procesos políticos y sociales. Si no sabían leer, oían las conversaciones de los patrones, en su interminable ajetreo cotidiano estaban también sus ideales secretos: derecho a la educación, justicia, un salario justo, equidad, buen trato, dignidad y esto sin duda las llevaba a comprometerse con las causas revolucionarias.
¿Cuántas mujeres han participado en las revoluciones de Chile y de las provincias? o podemos saberlo con exactitud porque los historiadores dan cuenta en algunos libros referentes a las revoluciones ocurridas en Chile del siglo XIX, especialmente de algunos nombres sin tener abundancia de datos.
Así he podido recoger nombres como Candelaria Goyenechea de Gallo, Teresa Guevara, Rosario Ortiz, Rosa Vallejo, Las señoritas serenenses, Inés y Antonia Ossandón, —ya conocidas por la esposa de Napoleón III—, que le obsequian a Pedro León Gallo una bandeja, donde iba tejida la bandera Constituyente ondeando. Todavía sigue ondeando la bandera constituyente en Atacama.
La participación de doña Calendaria Goyenechea de Gallo, como proveedora de recursos, queda de manifiesto durante, larga existencia en una cantidad de obras a la comunidad.
Rosa Vallejo colaboro en distintas actividades políticas de esa época en la revolución de 1859.
Teresa Guevara y Rosario Ortiz fueron valerosas mujeres que estuvieron en el campo de batalla y dejaron una muestra de amor a la Patria y de su gran solidaridad con los revolucionarios.
No se puede desconocer los aportes de Rosario Orrego, cuya pluma también mostro en su revista en su revista literaria algunos detalles en favor de la revolución, lo mismo sucedió con Ursula LBinimelis.
En estas revoluciones podemos decir que las mujeres nunca se mantuvieron al margen, sirvieron de correo, prepararon alimentos, se preocuparon de apoyar a los hombres y de sus hijos, trabajaron para mantener el hogar cuando ellos no regresaron del frente de batalla. Las mujeres fueron y seguirán siendo el complemento perfecto para llevar a cabo cualquier empresa de esta naturaleza.
Teresa Guevara
En Copiapó preguntamos ¿De dónde venías Teresa?
Teresa, llegaste una primavera, volando con un perfume de uvas cristalinas con una cesta de mandarinas áureas, de un antiguo valle a orillas del mar, las abejas zumbaban en la cabellera anudada, dejando las ventanas abiertas a la vida, resaltando la soberanía de la estirpe, otros dicen que, venías de un valle rodeado de cerros carcomidos por el silencio fugaz y las venas de cobre y de plata.
Candelaria te acogió como una madre, fue tu hada “madrina y lo recuerda Juan Nicolás Mújica y don Olegario Carvallo, al comentar que, en su casa “la señora Candelaria, bordaba la estrella dorada al centro de la bandera de seda azul”.
Agrega: “a su lado estaba Teresa Guevara, quien era mucho más que una sirvienta o una mucama, porque la vida entera había permanecido a su lado, adivinándole casi lo que deseaba[3]”.
¡Oh, Teresa! La hermosa bandera despertó en ti, sentimientos que te dio la tierra y los guardaste en el secreto silencio de la tarde. La noche interrumpida por el canto misterioso de un ave nocturna anunciaba horas lúgubres, un temblor o un terremoto o bien, un derrumbe en las minas.
Las noticias se difundían de boca en boca, el rumor recorría los puntos cardinales de la ciudad y de la provincia. ¡Viva don Pedro León Gallo! La asamblea se cargaba de presagios, en un nuevo amanecer se veía alegría en los rostros, ese encanto del triunfo ante algo inesperado. Al atardecer los adolescentes copiapinos que paseaban por la plaza, hablaban de sus anhelos de participación en la revolución.
En un instante la revolución entró de bruces a la casa de los Gallo y doña Candelaria con energía, voluntad y paciencia hizo ver a su hijo Pedro León, su juventud y los sufrimientos posteriores a un alzamiento contra el gobierno central. ¿Se da cuenta hijo que todo el peso del centralismo tratará de aplastarlo? “Traerán soldados y armas. Nadie querrá que un copiapino se alce contra Santiago”
“¿Teme algo, Madre?”, “No sé: sólo pregunto”, La respuesta del hijo no se hizo esperar: “Todo Copiapó está con nosotros Es nuestra causa defender ésta tierra, su minería su desarrollo económico…”. “Tratarán de aplastarlo, hijo…”.
La conversación entre el hijo, tan lleno de optimismo y esperanzas acalló el temor de la madre, “don Felipe Santiago Matta partió a la capital en busca de apoyo político, de armas, de recursos”, “don Pedro Pablo Muñoz, llegó desde La Serena a ofrecernos el apoyo de sus mineros y su fortuna”; don Anselmo Carabantes anda recorriendo los pueblos mineros para solicitarles a la gente que se enrolen en las filas, don Ramón Arancibía fue secretamente al valle del Huasco a preparar los ánimos…“Doña Candelaría escuchó atenta las respuestas de su hijo y con inmenso regocijo respondió:” “Invertiremos toda la fortuna de tu padre, gastaremos todo lo nuestro y estaremos unidos todos los copiapinos”.
Una respuesta de esta naturaleza seguramente congeló la sangre de don Pedro León, aunque jamás esperaba menos de una madre dadivosa y amante de sus hijos.
Si Candelaria consideraba a Teresa parte importante de su existencia, significa que la muchacha conocía algo de aquella conversación, por lo consiguiente no le extrañaba ver entrar y salir gente en la hacienda, mineros, hombres acaudalados que hablaban de sus derrotas por los bajos precios del mineral, u otros que esperaban ser protagonistas en los cambios sociales y políticos, dispuestos siempre a ofrendar sus vidas si fuera necesario por sus ideales.
Los acontecimientos comenzaron a sucederse y Teresa continuaba siendo testigo de los altibajos que se produjeron cuando recibían noticias de la capital, falta de apoyo y armas para la revolución. Sin embargo, la alegría se fue por las calles cuando Pedro Pablo Zapata se tomó el cuartel y Ramón Arancibía abrió las puertas de la cárcel y soltó a los presos. El pueblo día a día conocía los sucedidos, la caída del intendente Silva Chávez[4], su huida, la algarabía propia de los ciudadanos por tenerlo fuera de las fronteras.
Dos mujeres se abrazaron y lloraron de emoción, doña Candelaria y Teresa, al conocer la noticia que recorría veloz como el viento de la tarde, cuando un grupo de copiapinos en la plaza, avivaba a don Pedro León Gallo y con “una ovación cerrada que parecía un dinamitazo que repentinamente hubiese abierto un filón de la riqueza” cuando lo proclamaron Intendente. Ese día memorable; Don Olegario Carvallo extendió la bandera azul con la estrella dorada al centro y la multitud dejó caer una lluvia de aplausos mientras la preciada bandera fue izada sin cantos ni coros, sólo con muda admiración en un hondo silencio.
El momento delirante fue cuando don Nicolás Mújica con voz destemplada declara a don Pedro León Gallo, Intendente de Atacama y jefe del Ejército destinado a apoderarse de Santiago.
Dos días después Anselmo Carabantes partió en tren a Caldera, desembarcó sus tropas y se marchó a ocupar el pueblo. Destituyó a las autoridades, puso a su gente en los puestos públicos y se apoderó de sus bienes, en la aduana confiscó noventa mil pesos para la revolución.
Todo marchaba con celeridad y las mujeres prepararon los uniformes, los hombres reunían las armas; Carabante fabricaba las monedas de la revolución y los fusiles; los zapateros fabricaron calzado para los mineros, sastres y costureras cortaban y cosían el vestuario para el ejército. Las señoras hacían en sus casas escarapelas para los soldados y bordaban hermosas banderas como lo hizo doña Candelaria. El pueblo unido mostraba su fervor en pos de un objetivo común, hacer la revolución para cambiar la constitución y hacer verdaderas reformas al estado chileno.
Una mañana apareció don Olegario Carvallo vistiendo su uniforme y una escarapela en el sombrero, recorría las calles en su potro con la finalidad de reunir caballos, mulas, y burros para llevar pertrechos y víveres al campo de batalla.
Comenzaron a llegar mineros de todas partes, de Paposo, Chañaral, de Chañarcillo, venían caminando, nadie quería quedarse fuera de este gran acontecimiento, formar parte del ejército revolucionario.
Mario Bahamonde dice en su libro El Caudillo de Copiapó; “que todo estaba dispuesto y la alegría aumentó cuando se supo que don Pedro haría un desfile de todo el ejército copiapino para mostrar su disciplina y para hacer la ceremonia de rigor”.
El Intendente Silva Chávez se encontraba en Coquimbo y llegaría a Caldera, con tropas del ejército, entonces había que esmerarse.
El desfile atrajo la atención de toda la ciudad, mujeres y niños esperaban expectantes, nerviosos, y cuál fue su sorpresa al ver aparecer a don Pedro León Gallo montado en su hermoso potro negro, seguido a corta distancia por su Estado Mayor, llegaron a la plaza, desmontaron sus caballos delante de la Catedral y tomaron posición junto a otras autoridades para ver pasar las tropas: El Batallón de Artesanos, dirigido por el sargento Mayor Agustín Ramos; el batallón de Africanos, dirigido por Abdón Garín que tan sólo era un muchacho, los Zuavos Constituyentes de Chañarcillo. Dos batallones de infantería al mando de don Felipe Santiago Matta y del Oficial de Policía, Salvador Urrutia, desertor de las filas de Silva Chávez.
Bahamonde dice: que todo esto, “tenía un halo de gloria”.
Impresionante acto, en que las campanas se lanzaron como gaviotas al vuelo y el cura Bruno Zavala bendijo las banderas constituyentes; don Anselmo Carabantes mostró los cañones fundidos en Copiapó. Una salva de disparos atronó la mañana y los aplausos del público mostraron el júbilo de los ciudadanos.
Desde ese día, la espera fue larga y la gente cantaba la canción Constituyente, escrita por el poeta Ramón Arancibía. La tropa se quedó acondicionada en Pichincha, al lado de Chamonate, con la retaguardia asegurada por los cerros arenosos.
Una columna avanzó sobre Vallenar y se apoderó de la población después de un día completo de guerrilla. “Una valiente mujer del pueblo acompañó a las tropas como cantinera. Teresa Guevara, su nombre ascendió por el corazón Heroico de los hombres como la nueva bandera copiapina[5]”.
¡Teresa! Reina de un día cansado, caminante de senderos polvorientos, fuiste en un viaje secreto, tras la columna de hombres soñadores que amaban la libertad y querían construir una región libre de injusticias.
Allí subida en la barca de sueños, cruzaste el desierto de Atacama envuelta en relámpagos, en tu corazón guardaste el último beso y palabras ardientes del amado, o talvez la incerteza, el dolor de la herida que deja el amante, sus palabras quemantes que laceran el alma, traspasan la piel, sólo queda la ira, cerrada las puertas de la alegría y tú, pensando en matar o vivir. Arrancaste con tus manos esas lanzas de fuego, ibas vestida de arreboles como una mariposa cruzando el desierto tras la columna de hombres que cambiarían el curso de la historia en Atacama.
La revolución siguió su curso y muchos atacameños quedaron prendados de los hermosos luceros de Teresa, de esa mirada luminosa que les inspiraba sentimientos de nobleza y los instaba a tomar el arma, de las palabras amables que mitigaban sus dolores y de las manos de seda que curaron sus heridas.
¿Dónde quedaron tus huesos Teresa?
¿Te quedaste a oscuras tendida en el camino? ¡Oh, no!, o seguiste caminando en el crepúsculo, con tus manos pálidas y frías, recogiste la azucena de la Luna y regresaste a cobijarte en el desnudo silencio de los muros de Chamonate.
Pasajera taciturna, estaba escrito en el libro del tiempo con un lápiz de pimiento que debías morir, que el brujo Mena no podía revivir tu corazón herido y tu boca de miel callaría para siempre.
¿Dónde quedaron tus huesos, Teresa?
Tu cuerpo de trigo y de nardo sin estrellas entre la tempestad de balas abrazó la arena en los Loros. Cambiaste el rumbo por el sueño sempiterno, no hay tumba que lleve tu nombre, ni sostenga tu valor, sólo Sol y tierra amalgamado por la niebla besa tu sombra. Perdura tu nombre en la cruz del silencio y el Silencio amante que cabalga en el viento, te corona de azahares y te vuelve a la vida como la bandera Azul con la estrella dorada de la libertad.
Candelaria Goyenechea de Gallo
Candelaria Goyenechea proveniente de una distinguida familia arraigada en Copiapó en el siglo XVIII, recibió una esmerada educación, estudió latín y filosofía, su amplía cultura general sorprendía, ya que no era común para las mujeres de la época.
Contrae nupcias con don Miguel Gallo Vergara a comienzos del siglo XIX, a la muerte de su esposo en el año 1842, Candelaria queda dueña de una inmensa fortuna y con nueve hijos: José Manuel (1818), Tomás (1822), Miguel (1824), Ángel Custodio (1828), Pedro León (1830), Juan Loreto Guillermo (1834), Víctor Félix (1838), Antonio María (1838); y la única hija: María Quiteria (¿?)[6].
De las raíces de este frondoso árbol, crecieron los retoños, abonados con agua cristalina, con amor y dulzura de esa madre, tierra generosa, los hijos se fueron haciendo grandes en su existencia.
Doña Candelaria abrió su alma a las fuentes bienhechoras de la naturaleza, aspiró las fragancias de la vida, impregnada de una fuerza vital extraordinaria, se dio a todo lo bueno, lo bello de la vida, y siempre estuvo consumida por la angustia de servir, y hay que ver, como sirvió a sus semejantes. Fue por la vida una matrona que vaciaba el ánfora de sus sentimientos, de nobles actitudes, dando agua al sediento y despejando el camino para que otras personas recibieran un poquito de alegría en la orfandad y tristeza.
En Copiapó no había hospital y el año 1847, doña Candelaria cede extensos terrenos para su construcción. Entregó importantes aportes de dinero, para construcción, alhajamiento y sostenimiento del hospital. Una ciudad en crecimiento no podía carecer de un centro de salud, ya que deambulaban cientos de ciudadanos venidos a trabajar a las minas; en casos de accidentes muchos morían sin atención médica, tanto por las distancias como por la escasez de recursos.
En 1849, una visión de futuro y de grandeza por su país hizo que, Candelaria por intermedio de su hijo Tomás, aportara la suma de $100.000 para formar parte de la Empresa del Ferrocarril de Caldera a Copiapó. Sin duda este proyecto revolucionario contribuiría a dar trabajo y bienestar a la población, uniría los pueblos, y podrían abrazarse los hermanos que fueron quedando en otros rincones de la provincia. Este proyecto en que participaba no sería único, tres años después aportaría $600.000 para el ferrocarril de Santiago a Valparaíso.
Recordemos que para la Revolución Constituyente puso casi toda su fortuna y después del desastre de Cerro Grande, ayudó económicamente a las viudas y huérfanos de la revolución.
Candelaria era generosa de corazón, en la Guerra de 1879, colaboró con los soldados que participaron en la Guerra del Pacífico, lo dice el historiador “Roberto Hernández, en su libro: Juan Godoy el descubridor de Chañarcillo” “envío generoso presentes al campamento de Antofagasta, después a Pisagua y a Pocochay, a raíz de la batalla de Tacna y al campamento de la última expedición en vísperas de la campaña a Lima. Además, colaboró con las viudas y huérfanos que había dejado el Atacama.
¿Qué se puede decir de doña Candelaria? Mujer extraordinaria, benefactora y madre grandiosa que logró tener un lugar importante en la vida de los copiapinos.
Candelaria, sembraba con amor, poniendo una guirnalda de esperanza en los corazones del hombre de la mujer y el niño; sembraba en silencio la semilla del bien. Sonriendo ponía rosales en los riscos y abonaba la vida con ternura y bondad, cultivaba la belleza en la huerta de su espíritu y lo más grande y noble, su amor inmenso a la patria atacameña.
Antonia Vallejo Borkosqui
Doña Antonia Vallejo Borkoski, hermana de don José Joaquín Vallejo es considerada por el historiador, Francisco Ríos Cortés, “una de las primeras mujeres del Valle del Huasco que actuaron en política”. Hace esta mención porque ella actuó directamente en política contingente, y agrega en su libro; Por las Riberas del Huasco. que, trabajó y ayudó en forma eficiente a sus hermanas en la campaña a diputado y fue gran partidaria de don Pedro León Gallo, también colaboró con don Manuel Antonio y don Guillermo Matta y en su casa recibía a los intelectuales de esa época”[7].
Las mujeres de la clase acomodada criolla jugaron un papel importante en las luchas civiles, políticas y sociales, ellas sabían leer y escribir, habían recibido una esmerada educación, tenían contacto con extranjeros que llegaban a trabajar a Chile, y se producía una interculturalidad que beneficiaba a la mujer.
Rosario Ortiz
Una de las mujeres chilenas que logró destacarse por sus propios méritos en la lucha social fue Rosario Ortiz, apodada la “Monche”. Nació en Concepción el 10 de octubre de 1827, “fue una de las primeras periodistas de América Latina junto a Úrsula Binimelis integraron la redacción del diario popular de avanzada liberal El Amigo del Pueblo.
El Amigo del Pueblo fue por excelencia el propagador del ideario revolucionario de 1859 en el Sur, difundía las noticias mantenía expectante a la población sobre el curso giro que tomaba la revolución en el país.
Rosario ya había dado demostraciones de su valor el año 1851 en la batalla de Loncomilla, estuvo a cargo de las milicias de Concepción y no vaciló enfrentarse con el fusil en mano y apresar a un oficial enemigo. Encarcelada, perseguida, volvió a tomar las armas y participó en la revolución de 1859. Se le otorgó el grado de capitán del ejército revolucionario, instruía a los soldados igual que un veterano de guerra. “En las fuerzas revolucionarias de Juan Alemparte le correspondió disparar el primer cañonazo contra las tropas de gobierno”.
Pedro Pablo Figueroa escribe sobre la Monche: “Una ilustre y valerosa heroína les acompañaba, vivandera popular penquista, Rosario Ortiz, la que se ha batido al frente de sus filas en el ataque a Talcahuano. Rosario Ortiz peleó con inaudito coraje por la causa constituyente en la capital del Bío Bío, era una Luisa Michel penquista, pues estaba dotada de la misma naturaleza batalladora y de igual entusiasmo tribúnico características que la poderosa propagandista contemporánea de Francia”. Impresionante comentario sobre Rosario Ortiz en una época, en que la mujer era discriminada, sin acceso a la educación secundaria, sin derecho a voto, castigada y con natas restricciones que imponía la iglesia y el estado, etc., etc. Su valor, audacia y sentido de justicia social, las llevara a correr riesgos y perder la vida por las causas sociales.
Derrotada la revolución por las fuerzas gobiernistas, Rosario Ortiz, se refugia en las tolderías de los mapuches, muriendo pobre y olvidada. Está sepultada en Concepción.
Bibliografía
Ríos Cortés Francisco: Por las Riberas del Huasco
Mario Bahamonde: El Caudillo de Copiapó
Oriel Álvarez Gómez: Atacama de Plata
Guillermo Rojas Carrasco: Pedro León Gallo
Pedro Pablo Figueroa: Diccionario Biográfico de Chile
[1] Álvarez, Oriel; Atacama de Plata; Oro Impresor, La Cisterna, Santiago, s/f.
[2] Ibídem, ref.: 1, pág. 191.
[3] Bahamonde, Mario; El caudillo de Copiapó; Editorial Nascimento, Santiago, 1977.
[4] Chaves.
[5] Bahamonde Mario, El Caudillo de Copiapó, pág.40.
[6] Álamos Concha, Pilar; Epistolario de Miguel Gallo Goyenechea, Fuente para la historia de la república, volumen XXVIII; Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2007.
[7] Ríos Cortés, Francisco; Por las riveras del Huasco; impreso, Salesianos, Bulnes, Santiago, s/f.