La literatura de los ´80 en La Serena venía en clara decadencia, porque los próceres del Círculo Carlos Mondaca habían muerto y las restricciones del Gobierno Militar y sus disposiciones prohibitivas de reunirse, acentuaban la dispersión y las dificultades de difusión.
Sin embargo, en el SERVIU, el poeta Ricardo Rozas y otros, crearon el Taller y revista Preludio. Me incorporaron, a pesar de mi barba frondosa, porque hablaba en la lengua de los libros. Pero, el taller quería salir al espacio público. Y trajimos a Roque Esteban Scarpa. La respuesta del público fue apoteósica. Y, nos entusiasmamos, para crear un taller fuera del SERVIU.
Con el poeta Ricardo Rozas, Patricio Rodríguez, Maruja Foster, creamos el Taller Lapislázuli.
Yo había traído desde Antofagasta la revista Poetas del norte y, en su último número, graficada por Iván Lamberg. Hicimos una revista de poesía exactamente igual, con el afán que esta continuara la saga.
Después, incorporamos a otros poetas, hasta llegar a ocho. Cuando mi poeta preferida, Sylvia Villaflor no aceptó ser parte, incorporamos al carabinero, Manuel Cabrera, el cual había tenido a compañeros de tertulia, en Illapel, a algunos detenidos desaparecidos. Hubo resistencia. Sin embargo, pensamos que era un reguardo frente a las restricciones de reuniones y el miedo a caer preso por sospecha.
Un par de años después, pasaría esto: uno de los integrantes fue detenido por subversión. No nos sirvió de nada. El poeta carabinero había sido asignado como actuario de la fiscalía militar.
En esa época, lo más difícil era tener un lugar dónde llegar y dónde reunirse. Tampoco, había un lugar dónde tomarse un café de grano. Solo en la cafetería Tito’s, en la esquina de Cordovez con O’Higgins, y no siempre el dueño nos toleraba.
Pero, en la calle Manuel Rodríguez, entre Cantournet y Las Casas, detrás del Liceo Gregorio Cordovez, en el barrio Santa Lucía, en un chalet muy lindo, vivía Maruja Foster: poeta; pero, sobre todo, artista plástica. Había sido académica de la UTE, y pasaba el mayor tiempo frente a su caballete, en el segundo piso de su casa.
Era bella. Vivía sola. Sus hijos estaban exiliados en Venezuela. Moraba con una pregunta en la boca. Cuestionaba todo, especialmente el arte. Era devota de Madame de Staël. Hablaba con propiedad de los cenáculos europeos, de las técnicas artísticas, escuelas y vanguardias. Éramos pollos al lado de ella.
Era cultísima. Su casa olía a trementina. En su caballete siempre había una idea. Tenía tremendas dificultades para expresar pictóricamente sus observaciones. Su preferencia estaba en el muralismo y en el arte abstracto. La escuchábamos con atención. Muchas veces tuvimos largas conversaciones sobre arte; sabía con maestría explicar muy bien el proceso artístico, los fenómenos asociados a los misterios del arte.
Saltábamos en la conversación desde el arte a la política, y, siempre, contextualizada con el exilio de sus hijos en Venezuela. Así, aprendimos a saber historia y geografía de ese país en forma profusa. Era muy amorosa pero rotunda; no le gustaba que no le llevaran el ritmo y el interés. Era agnóstica, y creía en la salvación a través del arte.
Su obra fue profusa. Seguramente sus hijos conservan la mayoría de sus cuadros. Los murales de la calle Infante son el reflejo de su importancia. Yo tengo un par de cuadros. Le hizo un retrato a mi hijo, que está extraviado.
La Serena le debe un reconocimiento. Y no solo por su aporte a la plástica sino a la literatura local. El Taller Lapislázuli dio origen a un movimiento literario en la región, y traslado su literatura del otro siglo a este siglo. De allí nacieron las agrupaciones: Fernando Binvignat, SECH regional, Poetas de Guayacán, SALC y otros. Además, fue faro en un momento de peligro, de diáspora, de falta de diálogo y de apoyo a muchas artistas, que hoy son parte del panorama del arte chileno.
Pero, lo que más destaco: su generosidad. Podíamos llegar en cualquier momento a su casa; siempre había un café, incluso, un brazo de reina; ya que, en esa época, a media mañana siempre o a media tarde, el hambre era un hermano menesteroso. Siempre, me encontraba allí con otros. Detrás de la casa vivían: el poeta, Patricio Rodríguez y el ceramista y filósofo de la greda, Rafael Paredes. Casi siempre estaban: Tristán Altagracia, Ricardo Rozas, Viviana Benz y otros.
También, inventaba comidas y reuniones, donde, varias veces, la sangre casi llega al río, pero la sintonía poética y la solidaridad de estar unidos contra la dictadura nos hacía flexibles. La mayoría, habíamos sufrido la diáspora de la dictadura; veníamos del norte y otros del sur, arrancando literalmente de ser apresados. También, cooperó, al fervor, la apertura del mineral de El Indio y la creación de la Universidad de La Serena.
Tiempo después, el Grupo Salar fue desperdigándose, y Manuel Cabrera quedó como secretario. Maruja Foster, se fue donde su familia a Santiago, que había vuelto del exilio. Los poetas más destacados de ese momento dejaron el oficio. Pero, las obras notables de Maruja Foster me siguen hablando desde la memoria, desde sus óleos y desde las paredes de la calle Infante.
Hola Mu has Gracias, soy nieta de María Luisa Foster de ACLE