II
Boletín de noticias
a última hora
Hoy se ha hecho otra intentona sobre la plaza por los invasores.
Dos horas treinta i cinco minutos duró el fuego desde las cuatro.
Las trincheras Nº 6, 7, 8 y 9 han sostenido un combate vivo.
El invasor en medio de su furor y su desesperación, por verse rechazado por los defensores de pueblo, recurrió otra vez al incendio con ánimo, sin duda, de reducir a cenizas la población.
La casa de los Edwards, monttistas, ha sido incendiada con agra raz por la furia de la división infernal.
Allí vivía y tenía intereses de importancia la familia de Alfonso, mui señalada en este pueblo por sus virtudes y su patriotismo.
La casa de los Varela también ha sido incendiada.
Serena noviembre 25 de 1851
IMPRENTA DE LA REFORMA.
Un nuevo día asomaba y con él el clamor surgido desde las trincheras. Era angustiante escuchar el ruido de los edificios quemados que se derrumbaban. Desde los pechos ciudadanos surgían las ansias de castigo y venganza.
El mes de noviembre con sus tardes calurosas obligaba a los destacamentos de las trincheras descansar a la sombra de los muros, conversando en voz baja, y así en ese estado de relajo y tranquilidad estaban cuando un confuso tropel y voces de mando y gritos de ¡fuego! Vino a ensombrecer la tarde.
“Eran las compañías de las brigadas de Marina, del Buin y del N°5 que venían por las dos calles que daban acceso a las trincheras N° 7 i 8, en diversos pelotones, avanzando al paso de trote, mientras otros coronaban los tejados que caían sobre las trincheras; asemejándose a una bandada de cuervos que hubiera caído sobre una presa indefensa”[1].
El comandante a cargo de la trinchera ubicó a su gente tras el muro contestando el fuego, repeliendo el ataque que les venía de ambos lados, y sin olvidar de despachar a un emisario para informar al cuartel general de lo que estaba ocurriendo.
El batallón de yungayes, profiriendo sus gritos acostumbrados de ataque, ingresaron a los solares con la finalidad de proteger las trincheras amenazadas las que se vieron abrumadas por el número de los invasores. Tanto atacantes como defensores estaban tan cerca que caían heridos de muerte y quedaban apoyándose en este su último instante.
El claustro de Santo Domingo, cuyas paredes estaban unidas por un ángulo a la trinchera atacada, mantenía en su interior gran cantidad de personas que habían llegado buscando refugio; ellos también prestaban su colaboración comenzando a lanzar piedras por sobre los tejados, mientras los carabineros de José S. Galleguillos sostenían fuego vivo contra los atacantes.
La iglesia comulga con la causa
El Deán Vera
Al Venerable Deán del Cabildo Eclesiástico don José Joaquín Vera, con fecha 7 de octubre de 1851 se le confiere el empleo de Vicario de la dirección Restauradora al Arcedeano de la Iglesia Catedral, a consecuencia del fallecimiento del Obispo de la Diócesis Dr. José Agustín de la Sierra.
Deán Vera era el sacerdote que los pueblos del norte habían santificado por su virtudes morales, su inteligencia; antiguo capellán de ejército, había servido en las campañas del Perú a las órdenes del general Cruz. Acá, en el sitio de La Serena se mantuvo siempre al lado del coronel Justo Arteaga.
“La intervención divina jugó en el sitio de La Serena, rol tan importante. El deán de la Catedral, doctor Vera, bendijo las defensas y durante los combates recorría las calles, llevando al copón con las hostias consagradas”[2].
Nada caracteriza mejor a este hombre sencillo y venerable que la declaración prestada por uno de sus acólitos en el proceso que se le siguió en La Serena. Dice: “El 20 de abril de 1852 compareció al Juzgado don Gaspar Rivadeneira —clérigo de menores— i previo al juramento necesario dijo: que, con respecto al canónigo Vera, le consta:
Que el día 7 de setiembre en la tarde, estando el susodicho canónigo rezando en la Catedral el oficio divino, sucedió el motín, i el canónigo dijo al esponente: “Es necesario que los encomendemos a Dios”, refiriéndose a los amotinados. Así lo hicieron, pero Vera no podía fijar su atención al rezo, impulsado sin duda del deseo de concurrir al cuartel. Concluido el rezo se fue al cuartel, donde fue saludado i vitoreado por la tropa i populacho.
El día ocho siguiente se reunió el cabildo, i allí se leyó el acta revolucionaria que firmó el citado Vera.
Que al tiempo de marchar los revolucionarios a Petorca, Vera colocó al cuello de los soldados escapularios de Mercedes, diciéndoles que por su virtud se librarían de todo peligro, que marchasen, que no tuviesen miedo i que mediante la intersección de la Virjen se librarían de todo peligro.
Que a los pocos días después de haber llegado la división de Atacama, tuvo lugar una procesión dispuesta por el mismo canónigo que salió con la custodia bajo de palio i bendijo con la misma las trincheras.
Que por el mismo Vera se dispuso también una novena con el objeto de implorar el triunfo de la causa que sostenía, de cuya novena recuerda los siguientes pasajes. “Si los principios que se controvierten entre los dos partidos belijerantes no tienden a garantizar la libertad, don del cielo, con que el supremo Hacedor dotó al hombre desde el primer instante de su concepción, haz poderosísima Virjen, que triunfe aquel que lleve al frente la divisa de su proclamación i efectividad. Que al gobierno recientemente constituido lo defiendan nuestras tropas con un valor constante cual antiguos Macabeos. Que la dictadura recientemente sancionada, la veamos desaparecer, como igualmente el yugo ominoso que nos oprime[3].
Vera había nacido en Melipilla, en 1790, teniendo por consiguiente más de 60 años en la época de la revolución. Murió en un convento de Arica en 1855.
Por último, se reconoce que Vera permaneció en la plaza sitiada hasta el momento mismo que la desocuparon los defensores. Como también se conoce que cuando el combate se volvía recio, duro y sangriento el deán Vera se comprometía en incansable faena con un crucifijo en la mano acompañando a los moribundos: así quedó retratado en el lienzo que pintara el joven argentino Gregorio Torres, residente por esos años en La Serena. Pintura que refleja lucha, incendio, paisaje, ayuda, misericordia[4].
Fray José Tomás Robles, prior de Santo Domingo
El claustro de Santo Domingo transformado en el punto neurálgico del ataque de fusilería, se había convertido en el refugio de las familias patriotas y en el centro de las alumnas de la señora Dámasa Cabezón, quien mantenía allí un colegio de señoritas.
Fray Tomás Robles, provenía del barrio de Renca, consagrado por 20 años a la vida religiosa en el convento de la Recoleta Domínica. Llegó a principios de 1850 al convento provincial de La Serena. De prior, más tarde conoció al redactor don Juan Nicolás Álvarez y al ayudante de la intendencia Verdugo, lo que le permitió empaparse de los hechos que motivaron la insurrección coquimbana; por esta razón, el campanario de su convento fue el primero que echó al vuelo sus campanas en la jornada del 7 de septiembre.
Una vez cercada la plaza ofreció al gobernador su ayuda espiritual basada en oraciones y petitorios a la bondad de Dios en bien de la causa, a cambio solicitó se le designara a José Silvestre Galleguillos y su escuadrón como auxiliar y protector de quienes habían llegado hasta su claustro solicitando asilo. El fray José Tomás Robles, con su ancho sombrero y sus flotantes hábitos se le había visto atender a los moribundos y que luego sepultaba en el convento.
El claustro de Santo Domingo
Ubicado en la antigua calle de la Catedral con la barranca del mar– hoy Gregorio Cordovez con Pedro Pablo Muñoz. La tradición señala a esta iglesia como baluarte de los serenenses en sus luchas tanto por repeler el ataque de los piratas y corsarios como en la lucha revolucionaria de 1851.
El capitán Lazo que había venido desde Copiapó fue el único oficial que pereció en el Sitio. Sus restos fueron conducidos al templo de Santo Domingo donde el prior Robles le dio sepultura.
Otra lamentable pérdida fue la del ciudadano Paulino Larraguibel, antiguo vecino del pueblo y que vivía administrando un pequeño despacho el que era sostenido por la familia Zorrilla. Don Paulino, al ver los estragos del bombardeo y comprobar que la casa de sus benefactores, situada fuera de las trincheras, corría peligro de ser asaltada salió en su defensa. Así se convirtió en defensor y custodio, y salía a cazar enemigos fuera de las trincheras, vistiendo siempre su manta verde con forro rojo. Al no ser alcanzado por las balas, terminó creyéndose irreductible. En él se había encarnado el desprecio por la vida y dando vuelta su manta un día era el hombre de la manta verde y al otro el de la manta roja a tal extremo que los jefes de los sitiadores ofrecieron un premio al que capturara a cada uno de aquellos dos misteriosos tiradores.
Debido a que se había establecido, cerca del claustro de Santo Domingo en un camino cubierto, con acceso desde de la plaza, un matadero público; allí llegó un día don Paulino a tomar un cuero fresco que abundaban en el lugar; al sacudirlo y acomodarlo con amplios ademanes fue divisado por los soldados de San Francisco que le seguían los movimientos. Apuntaron y la bala vino a poner fin a la vida de don Paulino. Su recuerdo se ha hecho leyenda y se incorporó a las tradiciones heroicas del pueblo serenense.
En la plaza hasta el día 28 de diciembre, habían fallecido 96 personas, mientras que la pérdida de los sitiadores alcanzaba a más de 300 soldados. El padre Robles habría dado sepultura en su convento de Santo Domingo a todos los fallecidos en el recinto.
“En uno de los claustros que convirtió en campo santo, enterró 117 cadáveres i en otro ángulo del convento 27; en todo 144; más entre éstos había algunos del enemigo i otros fenecidos de muerte natural, resulta que el número de las víctimas, entre los sitiados, no pasó de 100”[5].
El cansancio de la tremenda jornada comenzaba a extender su manto de silencio. El Gobernador de la plaza acompañado por la serena presencia del ex intendente José M. Carrera, ordenó que la tropa se replegara a las trincheras al notar el amenazante desenfreno de la fusilería enemiga.
Terminó esta jornada como la más agresiva de todo el período llamado el asedio. Los cadáveres de las fuerzas sitiadoras quedaron tendidos en las veredas, en los tejados y hasta en el foso mismo de las trincheras, mientras en la plaza se lamentaba la muerte de alrededor de 20 soldados y muchos heridos; pero habían sido capaces de contener el ataque, por esto se sentían llenos de sublime patriotismo.
“En el asalto del 26 de noviembre los soldados sitiadores cargaron una estensión de más de 300 metros sin que en ningún punto hubiese habido bastante tropa para haber tomado una de nuestras trincheras o murallas aspilleradas”[6].
Las PROCLAMAS, publicadas en una hoja suelta. El aliento para los defensores de la plaza.
“¡¡VALIENTES DE LA SERENA!!
Acabáis de dar otra prueba de heroísmo defendiendo la plaza. Vuestro valor no tiene ejemplo!
Amáis a vuestras madres, a vuestras esposas i a vuestros hijos, i por eso habéis rechazado a los bárbaros invasores.
Entre vosotros hemos visto al soldado antiguo de la República i gobernador de la plaza, don Justo Arteaga.
Hemos visto al benemérito Carrera, digno hijo de su padre, al ilustre ciudadano don Nicolás Munizaga, i al mui patriota i valiente comandante Martínez. Hemos visto también a los comandantes Alfonso, Barrios, Galleguillos, Chavot i Zamudio.
Una corona de gloria os prepara la nación! Viva la República!
¡Mueran los traidores!
Serena, noviembre 26 de 1851.
IMPRENTA DE LA REFORMA
Así transcurrían las horas y con ese vigor tomado desde el fragor de la batalla los defensores de la plaza se habían juramentado castigar el cruel episodio del incendio del que había sido objeto la ciudad, cuyos escombros ardían, comprometiendo el aire, la luz y la paz de la ciudad en general.
Boletin de noticias
Nómina de los edificios incendiados, casa, tiendas y despachos de víveres robados por la División Pacificadora del Norte hasta la fecha:
TIENDAS ROBADAS
Don Dámaso Bolados de Castro y Bolados, de Adrián Ramírez, de Francisco Campaña, de N. Medina, de Pedro Allende, de Salvador Zepeda, Herrera y Pulido; Arnao y Hermanos.
DESPACHO DE VÍVERES
De Pedro Cisternas, José Manuel Varela, Agápito Guerra, Raimundo Campos Demetrio Laferte, Santos Valenzuela, Domingo Contreras, José Anjel Tor (asesinado y robado) Antonio Araya (id)
CASA ROBADAS
De la Sra. Ramona Navarro, Rosario Munizaga, de Remijio Álvarez,
EDIFICIOS INCENDIADOS
Casas Sr. Edwards, David Rojas, Varelas, Esquibeles, Antonio Herreros, Pedro Gambin, Pedro Caballero.
Muchas casas de pobres e innumerables chozas de paja, cuyos infelices propietarios han quedado reducidos a una exasperante mendicidad.
CASAS EN COMPLETA DESTRUCCIÓN POR LAS BALAS DE GRUESO CALIBRE.
El Templo de la Catedral; el Templo de Santo Domingo, Casa del fundo de Nicolás Aguirre; casa de don Pablo Ossandón, la del Tribunal de Apelaciones, Palacio, Sala Municipal y Cárcel. La del Prevendado Sr. Meri, la del Deán Chorroco; la de Doña Felipa Mercado; de María Alfonso, del Finado Salcedo, de José María Peralta, Agápito Guerra. De Doña Francisca de Paula de las Peñas. (Continuará).
Luego viene un listado de: “Individuos pasados al campo enemigo y que de consumo influyen en la destrucción del pueblo en que nacieron o recibieron una hospitalidad jenerosa”.
IMPRENTA DE LA REFORMA.
Correspondencia
Suplicamos a V.V. S.S. redactores del Boletín se sirvan dar lugar a las líneas siguientes:
A nuestros enemigos políticos:
Tenéis en vuestro seno a un infame, a un traidor, a un hombre indigno de llevar las insignias de la Patria. Éste es el mayor Fierro que después de haberse rendido a los sostenedores de la bandera republicana, ha tenido la cobardía de entregarse al pillaje, al saqueo como vil bandido.
Le denunciamos ante el mundo que nos contempla. Fierro ha tenido el criminal arrojo de saquear personalmente la casa de un honrado ciudadano, no perdonando ni las pequeñas menudencias, como se ve en la lista que inserto al fin de este artículo. Esta conducta encierra cuanto crimen puede contener el corazón de un malvado.
Rafael Pizarro
Lista de lo robado por Fierro:
Capa de terciopelo negro bordada de seda. Una docena de pantalones de paño, entre ellos uno molderé y algunos de uso militar; un morrión, 2 levitas militares, 16 camisas de hombre, 3 chalecos, un fraque negro, un levita negro 2 pares de botas, cantidad de ropa blanca para uso de mujer que lavaba la sirviente y ropa de esta misma; destruyó loza y libros.
Los cuatro caballos son; uno negro, otro saino, uno bayo y otro colorado.
IMPRENTA DE LA REFORMA.
Boletin de noticias
Serena, Noviembre 20 de 1851 (Núm. 9)
Bando publicado en el campo enemigo.
Palacio de Lazareto noviembre 20 de 1851
NOS considerando:
1º Que el sarjento mayor don Francisco Fierro es un veterano de la Independencia.
2º Que posee en alto grado la fidelidad y amor a la patria.
3º Que es honrado por excelencia.
4º Que si roba es porque hace la guerra en toda forma de derecho.
5º Que es valiente y hábil en todo sentido.
6º Que tiene prestijio en la Quebrada y demás lugares que pertenecen a la División Pacificadora de vida y bolsas.
Se le nombra gobernador de la plaza del Panteón y Comandante general de Armas.
Publíquese por bando y fíjese en los lugares de costumbre; Panteón, Santa Lucía, etc.
Garrido
El aporte de la mujer serenense
El amor a la patria, al suelo coquimbano, se prendió en el pecho de la mujer el que encontró vertiente en la abnegación y en el sacrificio de lo que se es posible entregar. La mujer serenense sintió florecer en su vida el sublime afecto al terruño, acompañó al padre, al ser amado, al hijo y su compromiso traspasó todas las clases sociales.
Boletin de noticias
Serena, octubre 25 de 1851
La nueva Candelaria
“En Yungai, hubo una heroína llamada Candelaria que acompañó al ejército en todos los peligros. Aquí tenemos otra, Francisca Baraona: esta célebre republicana, mujer de un soldado de artillería, le acompañó al pié del cañón en el combate del día quince. Luchó con el mismo valor que su marido, y no retrocedió hasta la retirada de nuestra fuerza.
Esta heroína del pueblo merece un premio: tenemos el honor de recomendarla a la autoridad. Sepa el Dictador que en la Serena hay mujeres tan republicanas como valientes.
IMPRENTA DE LA REFORMA.
Son indiscutibles ejemplos de esta noble entrega, las señoritas Pozo y Larraguibel quienes se dedicaron a la costura de sacos de metralla y a preparar vendajes para los heridos.
Las señoritas Montero, salvadoras de una sorpresa que pudo ser fatal para los sitiados.
La señora Dámasa Cabezón junto a sus alumnas al interior del claustro de Santo Domingo, dedicadas sólo a atender a los heridos y enfermos.
Las donaciones entregadas por la señora Aguirre de Munizaga junto a las mujeres del pueblo quienes participaban en el mismo campo de batalla: “Durante el sitio perecieron cinco mujeres i tres niños heridos por las balas de los sitiadores. Dato comunicado por el prior Robles que los enterró en su claustro”[7].
Es indispensable traer al recuerdo aquella mujer, al decir de la época, de “fácil reputación” y a quien todos conocían como la Colorada, por el especial color de su pelo.
“Los oficiales arjentinos que cercaban la plaza no habían tardado en procurarse sus “mozas” que llevaban continuamente a las ancas de sus caballos según la usanza de su tierra, i aquella chilena de cabello i de alma roja, había tocado en suerte al teniente Pereira, gaucho feroz i dado a la doble ebriedad del licor i de la crápula”[8].
Asediada la Colorada por las mil finezas del oficial Pereira, decidió poner a prueba su verdadero interés en ella, le propuso que lo demostrara ingresando a las trincheras y azotara a sus contrarios con las “riendas de su mejor recado”. El gaucho le hizo saber que esa era una muy pequeña prueba para el enorme amor que sentía por ella. La Colorada mandó aviso a la plaza que al día siguiente recibirían un “regalo” de su parte.
El gaucho cumplió su promesa, pero antes, debió recurrir al estímulo y a la valentía que da el licor; así muy de mañana se podía ver abierto el portalón de una trinchera y por allí, encabritando su caballo ingresaba el gaucho enamorado: era el regalo de la Colorada que quedaba prisionero al abrigo de las trincheras de los sitiados.
Llegaba a su fin el mes de noviembre, la ciudad había sufrido el asedio, el incendio, el pillaje y como puede comprobarse, lo más siniestro y lamentable es que se atacó a la población indefensa; todos los barrios de la ciudad que el cañón de las trincheras no protegía, ni estaban bajo el resguardo de las patrullas de la plaza, todos habían sido entregadas a una nueva atrocidad: el saqueo; siendo los escuadrones de Atacama los más feroces protagonistas de esta nefasta consumación.
Ni los templos habían escapado de aquella jornada de desfalco y de profanación. Desde las trincheras, los soldados podían registrar en su memoria lo que ocurría en el lugar del coro de San Francisco, indignos bacanales.
“Soldados cuyanos fueron vistos- comer su rancho con las patenas de los cálices mientras otros desalmados se entretenían mutilando las esfinges de las iglesias, hasta el estremo de montar en un burro la imajen de San Agustín i fusilarlo en la mitad del día como patrón de los sublevados”[9].
Así como el incendio devoró las propiedades, el crimen y el saqueo abrieron su manto profanando los hogares de la población serenense. Desde este sentimiento de incalculable pesar, fue creciendo un volcán de tribulación cuyo común denominador tuvo una sola palabra: VENGANZA!
Una vez recogidos los datos por los defensores de la ciudad y comprobar que la cuenta era inconmensurable y horrorosa, la fecha y la hora del castigo que pedían a gritos las familias serenenses, estaba ya fijada.
Mientras esto ocurría en este lugar de la ciudad, los soldados que lograron escapar llevaron la noticia al cuartel general del Lazareto al Coronel Vidaurre. Noticia que llevó la voz de alarma provocando desbandada entre los soldados que deambulaban sin destino por el barrio de la Pampa, por la vega y hasta la playa.
En cambio, dentro de la línea de los defensores de la plaza, se pedía llegar hasta el Lazareto para, de una vez por todas, terminar con el enemigo. Envanecidos con el reciente suceso en el asalto de la batería enemiga, planificaron la nueva sorpresa para el día 29 de noviembre: arremeter contra la trinchera que el enemigo había instalado a una cuadra hacia el oriente de San Francisco.
Se iniciaron las acciones a las 9 de la mañana, comenzaron a avanzar por dentro de los solares de las dos manzanas paralelas. Encargados de la misión los capitanes Barrios y Chavot. Los dos destacamentos de fusileros se desplazaban a paso de trote; el acuerdo consistía en que Barrios atacaría desde los techos de las casas de la esquina oriental de la manzana más próxima a la plaza.
Chavot, en tanto, debía derribar la puerta de calle del solar opuesto, para salir por la calle, una vez que Barrios hubiese empezado el combate. Asomado el destacamento de Barrios a los aleros del tejado comenzó a disparar granadas de mano sobre la trinchera objetivo. Sorprendidos los enemigos se retiraron de tal manera que cuando Chavot llegó, la trinchera estaba desierta. Se dio el placer de desprender el cañón volante de su cureña y lo arrastró hasta la plaza como gran trofeo. Chavot en su inquieto y precipitado proceder, olvidó recoger los destacamentos a su cargo. Uno de éstos, a cargo del “maestro platero Toro, antiguo artesano, mui popular en la Serena, no vio cuando sus compañeros se retiraban i quedó firme en su puesto”[10].
Desde el Lazareto observaron que este piquete no abandonaba el lugar, entonces la Brigada de marina se lanzó sobre estos 11 bravos defensores de la plaza que junto a su jefe Toro, tras una rotunda descarga, cayeron sin pronunciar las palabras de rendición que se les exigía.
El Comandante de la División Pacificadora Coronel Juan Vidaurre, comunicó al gobierno de la capital a través de un despacho fechado el 29 de noviembre que el sitio de La Serena quedaba terminado.
El mes de Noviembre había finalizado y con él se había vivido combates sin tregua, asaltos nocturnos, pero aún faltaba por vivir la “segunda parte del sitio de La Serena”.
Ya en estos instantes de la historia se habían profundizado las divergencias entre los jefes de plaza y ya no era preocupación la defensa, los soldados salían al campo a pelear por su cuenta.
“Los enemigos, no pudiendo estrecharse con los sitiados en un combate serio i noble, porque no hai en ellos cabeza, ni corazón, han cambiado el papel de guerreros por el de asesinos. Las órdenes dadas a los verdugos de las torres que ocupan son de muerte para todas las personas que andan por las calles, cualquiera que sea su sexo o edad. En el templo caen balas i se interrumpe la oración del católico que ruega a Dios contra los bárbaros i por la vida del pueblo”[11].
El ingenio de los sitiados no descansaba en estos días y así como los mineros planeaban abrir un socavón desde la plaza hasta el Lazareto con la finalidad de hacer desaparecer el cuartel general del enemigo y de una vez por todas aniquilar a la tropa y el armamento; de igual forma, cansados de recibir el asedio desde la torre de San Francisco, el Capitán Carmona solicitó autorización al prior para dispararle con sus cañones; tiro que resultó tan acertado que bajó rodando la enorme campana, arrastrando en su caída maderas, y soldados. Pero, al fin se terminaron los tiros asesinos y aleves que salían desde la torre.
“El periodiquito de la plaza”
Diálogo entre dos Sarjentos de las trincheras que tuve el gusto de oír desde una ventana. Sarjento 1ºCamarada, desde que se llevó Satanás a esos invasores malditos de Dios yo he dormido bien, porque he llegado a perder la esperanza de que esas aves de rapiña vuelvan a aletear a la vista de mi trinchera.
Sabrás que me incendiaron mi casita, e ignoro donde se halla mi pobre familia. Tengo una hijita de tres años. ¡Quién sabe si habrá perecido en las llamas! La idea sola de tan terrible suceso me ha llenado de furor contra esos bárbaros. ¿Qué dice usted del sitio en que nos encontramos?
Sarjento 2º He visto las atrocidades cometidas por los invasores, y como coquimbano y padre de familia estoi resuelto como usted.
Sarjento 1º Permita, mi camarada, que le interrumpa. ¡Como coquimbano! Dice usted. ¿Qué no pertenece a la causa de la nación. Que no es usted soldado de la patria?
Sarjento 2º Cuando tomé las armas en esta plaza, no pertenecía a partido alguno: ni a Montt, ni a Cruz. Más, los hechos horribles de nuestros enemigos que no respetan ni los templos, ni los vasos sagrados, que roban e incendian, me han convertido en enemigo del que los ha mandado.
Sarjento 1º. Un abrazo camarada. Juremos morir por el pueblo de la Serena en que nacimos.
A los cívicos
Pequeñito soi: así nace el hombre, y así he nacido yo de la prensa el día que se me ha antojado, al revés del nacimiento natural.
He nacido en medio de la tempestad, en medio de la muerte, sobre cadáveres. ¡Fatal nacimiento!
Pero he querido aparecer bajo estos horribles auspicios, por ayudaros en vuestra heroica empresa. En pocos días os habéis hecho dignos de que se ocupe de vosotros la fama. Habéis empeñado la gratitud nacional. ¡Seguid adelante!
IMPRENTA DE LA REFORMA.
Este pequeño y gran periódico también propone artículos en el que la reflexión y el análisis estaban presentes.
El periodiquito de la Plaza
(Año 1) Serena, diciembre 5 de 1851 (Núm. 2)
El mundo no vale un comino
El mundo material sin duda que es una maravilla de la creación. Con observar en él los grandes objetos que contiene, las montañas, los mares, ríos, volcanes, etc. y el desenvolvimiento de los seres, siguiendo una lei de la naturaleza nos hemos convencido todos los que tenemos ojos y razón. Pero hai sobre este precioso planeta una creación más sublime, sin duda, que es el hombre. El hombre es el rei de la creación: así quiso el Padre del universo que lo fuese, y le dio todas las prerrogativas que constituyen su poder soberano sobre los demás seres credos. ¿Pero, el hombre ha correspondido a las perfecciones con que Dios le señaló sobre la tierra? ¿Observa sus leyes? ¿Ama y respeta la justicia? ¿Ama a los de su especie? ¿Les deja gozar plenamente de sus derechos?
Yo en la historia he visto al hombre marchando por un sendero distinto del trazado por Dios, y fuera de la historia también he visto y veo hechos que le hacen bajar en la escala de la creación hasta confundirse con las bestias feroces.
En el presente siglo, que se llama de plena luz, en mi patria, en este pueblo tengo a mi vista los comprobantes de mi proposición.
Chile, por ejemplo, ha pedido su libertad; el gobierno no sólo se la negó, sino que bien armado se dispuso a proteger al candidato de un partido sin otra fe, ni otra convicción política que su orgullo y su conveniencia.
Armáronse también los pueblos, armóse la Serena, y he aquí abierto el campo de batalla. Han traído la muerte y todo tipo de males a sus hermanos lejítimos.
¿Y habrá quien sostenga que el mundo vale algo?
Viendo las calles cubiertas de cadáveres, los templos dominados por la soldadesca despiadada, sirviendo de depósito de las casas robadas, no puedo menos que afirmarme en mi juicio de que el “mundo no vale un comino”.
Correspondencia
Al Periodiquito de la plaza.
Imperio Infernal: El mismo día en que apareció Ud., Sr. Periodiquito de la plaza, vino a mis manos. Inmediatamente reuní a mi consejo, y puse en su noticia aquella novedad. Asistieron Felipe 2º, Fernando 7º y algunos personajes de por allá, mis amados hijos.
Aquellos célebres Monarcas, y los ilustres caudillos de esa tierra recibieron la noticia con el más notable entusiasmo. Los primeros se felicitaron de ver a un pueblo de Chile sufriendo el cruel azote de la tiranía.
Yo, por mi parte, os doi la enhorabuena por la revolución de Chile; de esta manera vendrán a mi imperio nuevos huéspedes, y el número de los tiranos, que forman mi corte se aumentará. Aunque el jeneral (no puedo nombrarle por haberme rebelado contra D (tampoco puedo pronunciar esta palabra) haya triunfado, trabajaré porque la guerra civil no se sofoque. Tengo poder para ello. Voi a conferenciar los medios con mi corte, y os comunicaré su resolución.
yo, el diablo
IMPRENTA DE LA REFORMA
Humor entre trincheras
Se había dado forma a otra manera de propagar las noticias: desde la torre de Santo Domingo solían arrojar puñados de hojas conteniendo estos mensajes de mofa y de burla hacia los enemigos y desde allí, el viento se encargaba de vocear su mensaje, en tanto en el campo enemigo se había establecido como medida disciplinaria la pena de cien palos para aquel que recogiera aquellas hojas que venían a alterar el orden y las demandas de las autoridades del gobierno.
Otra simpática estrategia que usaron desde el sitio de la plaza era la de elevar volantines en los cuales entramaban los boletines y una vez calculada la distancia para que estos cayeran sobre los patios del lazareto, les cortaban el hilo y lanzaban el volantín con su mensaje,
El sitio de la Plaza de La Serena era un hervidero de creatividad, de dinamismo y de pasión por la causa.
Un día por la trinchera Nº7, despacharon a un muñeco, llevando en sus bolsillos proclamas. Montando un burro, en calidad de diplomático y portando la bandera blanca de parlamento llegó hasta el lugar de los sitiadores, los que al grito de ¡el enemigo! Pudieron advertir la burla de que habían sido objeto.
A veces jugaban con un maniquí vestido de soldado al que manejaban cual marioneta y lo hacían recorrer todas las trincheras el que era acribillado cada vez que se asomaba lo que causaba grandes risotadas a los defensores de la plaza.
El 17 de diciembre, el campamento del escuadrón de Atacama, acantonado, desde el comienzo del sitio en la fundición de Carlos Lambert, ubicado en la margen norte del río Elqui, fue atacada por el comandante José S. Galleguillos y sus carabineros junto a una fuerza de infantería al mando del gobernador Arteaga, provocando un desordenado escape de las fuerzas enemigas.
Éste fue el último combate que dieron los sitiados, porque cuando los oficiales de la plaza solicitaban con urgencia el permiso para una salida desde las trincheras para entablar combate, el gobernador se disculpaba aduciendo que estaba ocupado planificando la destrucción completa del enemigo.
En este estado la situación, el coronel Vidaurre ya había manifestado al gobierno de la capital su congoja al comprobar la nula colaboración de los ciudadanos serenenses para poner fin al sitio.
El día 23 de diciembre al anochecer, se presentó en una de las trincheras un parlamentario trayendo documentos desde el cuartel enemigo. El Gobernador de la plaza se pudo informar a través de su visita, que el General Cruz, después de una horrorosa batalla, había depuesto las armas en Purapel el día 16 de diciembre. Además se incluía una carta en la que se invitaba al pueblo de La Serena a deponer también las armas.
Desde el instante de tomar conocimiento de esta situación, el gobernador tomó su decisión; si la campaña del sur estaba fracasada, la defensa de La Serena era sólo un episodio que debía cerrarse también. Considerando que él debía obediencia a los ciudadanos de La Serena, citó a reunión al Consejo del Pueblo.
El día 24 de diciembre, reunido el Consejo se resolvió no dar una respuesta definitiva a esta sugerencia de pacto que pedía el Jefe del Estado Mayor de la División pacificadora del norte, Coronel Victorino Garrido y con la finalidad de despejar dudas frente a la situación presentada por él y pensando en obtener mayores ventajas en el caso que hubiera que entregar la plaza, se contestó el despacho del Coronel Garrido haciéndole ver la inquietud de no contar con la circular en que el General Bulnes decía había enviado a todas las autoridades para que no se persiguiera a los ciudadanos participantes de esta revolución.
Se resolvió, entonces, que el Gobernador solicitara, a nombre del pueblo de La Serena, que una comisión viajara a Valparaíso con la misión de conocer las bases de la rendición de la plaza.
El Coronel Garrido estaba resuelto a que la plaza se entregara a la brevedad posible y sin condiciones porque él sabía que las garantías ofrecidas a un pueblo que depone las armas, se convierten en letra muerta pasando por sobre solemne juramentos.
El día 25 de diciembre, en la mañana, se firmó un armisticio entre el Coronel Garrido en representación de la división pacificadora del norte y Antonio Alfonso, comisionado por el señor comandante general de Armas de la Plaza de La Serena, Justo Arteaga. En él convinieron la suspensión de las hostilidades hasta el 27 de diciembre, inclusive, pues ese día regresaba la comisión con las nuevas noticias.
Ese día 27 se reunían Arteaga y Vidaurre para acordar sobre la manera en que debía retirarse
de la plaza. Desde este momento el Gobernador dio terminada sus funciones, mientras los defensores de la plaza, especialmente los oficiales a cargo de las trincheras, se mantenían en sus puestos vacilantes y dudosos con la expectación de los sucesos por venir. Amanecía el día 28 de diciembre y en todas las trincheras se manifestaba la resuelta actitud de continuar la defensa. Indignado el Comandante Vidaurre escribió a las autoridades de La Serena una nota en la que amenazaba con renovar las hostilidades si no recibía en su campamento las bases de la rendición a que debían someterse los defensores de la plaza. Mientras el Consejo del Pueblo se había reunido el mismo 28 de diciembre en la mañana para discutir por última vez la resolución más adecuada a tomar, a la que asistió también Justo Arteaga. Al advertir su presencia en la sala se solicitó que explicara su posición a lo que declaró que toda defensa de la plaza era totalmente inútil y dimitió a su cargo.
Pero sus razones no encontraron justificación ni aceptación unánime. Pedro Pablo Muñoz hizo oír su voz de oposición, su pensamiento le decía si no sería egoísmo dejar el mando en el momento en que tal vez comenzaría el ultraje, la deshonra, la infamia.
A las tres de la tarde del día 28 de diciembre, cuando llegaba a la plaza la nota de intimidación de Vidaurre ya se encontraba en pleno desempeño de su puesto de gobernador don Nicolás Munizaga quien debió responder a esta avalancha de amenazas del jefe sitiador.
El día 29 de diciembre se presentaba en el cuartel general del enemigo don Tomás Zenteno, acreditado por el Consejo del pueblo llevando los siguientes puntos de conciliación a proponer:
“Que se reconocía la autoridad del Presidente de la República electo ultimamente. Que no se hiciese cargo alguno a los revolucionarios por los gastos fiscales. Que hubiese una amnistía completa por todos los acontecimientos políticos ocurridos desde el día 7 de setiembre. Que los empleados existentes en aquella época i que hubieran seguido prestando sus servicios durante la revolución, se conservasen en sus destinos.
Que se pagase a la guarnición su sueldo desde el 7 de setiembre.
Que la entrega de la plaza se hiciese con los mayores honores que la guerra concede al vencido, noble i valiente, a cuyo fin, el estado mayor de la división pacificadora debiera entrar a la plaza tres horas antes que la tropa para tomar posesión de las armas que se encontrarían formadas en pabellón en el centro de la plaza, con los terciados pendientes de las bayonetas.
El tratado sería garantido solemnemente por la intervención del comandante Pouget i el vice-cónsul francés Mr. Lefevre, que representarían en este acto a la República francesa”[12].
Pero el Coronel Victorino Garrido designado plenipotenciario del gobierno, no aceptó ninguno de estos puntos e hizo redacar un nuevo documento en el que suprimía todo lo que podría significar alguna honra para los sitiadores y declaraba que la plaza debía ser entregada en la forma acostumbrada en tiempo de guerra.
Documento núm.: 39 Capitulación de la plaza de La Serena.
Reunidos los señores coronel don Victorino Garrido, jefe del Estado Mayor de la división pacificadora del Norte, i don Tomás Zenteno, nombrado por el señor Comandante de las fuerzas que guarnecen la plaza sitiada, para fijar las bases i formalidades con que ha de verificarse la entrega de la espresada plaza.
Han estipulado los artículos siguientes:
Art. 1º El jefe de plaza, tanto a su nombre como al de las fuerzas que manda, reconoce la autoridad legal del Excelentísimo señor Presidente de la república don Manuel Montt.
Art. 4º La entrega de la plaza se hará a las diez del día de mañana i se hallarán presentes para verificarlo el Comandante jeneral que la manda i los cuerpos con los respectivos jefes i oficiales que la guarnecen, i pasará a tomar posesión de ella el jefe del Estado Mayor de la división pacificadora con sus ayudantes i correspondientes escolta.
Art. 5º Para la libre entrada a la plaza se abrirá la puerta de una trinchera, i las fuerzas de artillería con que están servidas todas las demás se hallarán colocadas i reunidas en el centro de la misma plaza.
Art. 6º Al tomar posesión de la plaza se hallarán las armas de la guarnición sitiada formando pabellones, colgando de ellos las fornituras, i tanto los jefes i oficiales, como los individuos de tropa, podrán retirarse a sus casas.
Art. º7 Para entregar i recibir el parque, armamentos i todas las demás especies i artículos de guerra i de cualquiera otra clase que pertenezcan a la guarnición, se nombrará un comisionado por el jefe de la plaza i un Ayudante por el jefe del Estado Mayor a fin de que la entrega i recibo se haga bajo los respectivos inventarios i con las formalidades necesarias.
I no teniendo más que agregar, lo firmamos en la Serena a las seis i media de la tarde del día 29 de diciembre de 1951.
Victorino Garrido – Tomás Zenteno[13].
Nicolás Munizaga devolvió el documento explicando que no se puede aprobar por cuanto en él no se da la garantía necesaria de queno serán perseguidos, ni en sus personas, ni en sus intereses, los ciudadanos comprometidos en la revolución del 7 de septiembre.
Al caer la noche del día 29 de diciembre alarmantes sucesos comenzaron a ocurrir al interior de la plaza. La guarnición se había sublevado contra toda autoridad que dijera que la plaza de La Serena iba a rendirse al enemigo. Mientras atravesaba las trincheras esta nube de documentos, despachos, amenazas, los soldados se mantenían en sus puestos.
En la mañana del día 30 de diciembre corrió el rumor de que la plaza se rendiría este día. Al gobernador Munizaga le correspondió la triste misión de presentarse en las trincheras para comunicar esta determinación, y al deán Vera conmover a los soldados en el nombre de la misericordia divina que consintieran deponer las armas.
Por el Documento Nº 40 el gobernador Munizaga comunica su imposibilidad de entregar la plaza por la rebelión de la guarnición.
Ya entrada la noche del día 30 la agitación, el desorden y el desenfreno se apoderaron de la ciudad: el saqueo, la embriaguez, los asaltos recorrieron la ciudad, rompiendo el cerco de las trincheras se esparcieron por la Vega, por la Quebradad de San Francisco, por las torres por los barrios serenenses buscando a los traidores.
José S. Galleguillos hacia los últimos esfuerzos para contener a los más decididos de sus jinetes y que intentaban sumarse a los que se habían congregado en el recinto de la plaza.
El Coronel Vidaurre escuchaba desde su campamento y su inquietud iba en aumento al comprobar lo difícil que iba a resultar someter la plaza y a su guarnición enardecida. En un momento de desesperación despacha la proclama, mediante la cual comunica que tanto los cívicos como los demás individuos podrán salir desarmados de la plaza para sus casas o al lugar que ellos elijan y compromete su palabra de honor de que no serán molestados en lo más mínimo.
Llegaba a su fin el año 1851, comenzaba sobre la bella ciudad de La Serena, el nuevo día —31 de diciembre—. La plaza había perdido completamente la serenidad, la tropa deambulaba con aspecto sombrío y con el ceño de la desilusión. Los almacenes que habían sido respetados durante el sitio gracias a una permanente vigilancia fueron allanados por la muchedumbre. Así fue que tanto sitiados como sitiadores se unieron para dar curso al más deleznable acto de pillaje. Entre esta maraña de confusión y desorden llegaba la noticia del levantamiento de Copiapó que había tenido lugar el 26 de diciembre. Los mineros, una vez conocida esta situación, decidieron marchar para reunirse con sus compañeros de Huasco y Copiapó.
En tanto, el Coronel Vidaurre impartía un bando en el que decretaba que “todo soldado enemigo que fuera tomado con las armas en la mano o con especies robadas, después de las 12 del día, sería en el acto fusilado. Llegado el momento del desenlace en la plaza serenense, teniendo a su tropa lista para actuar, dio la voz de marcha a sus columnas e ingresó a la plaza al mediodía en medio de un silencio sepulcral con visible sobresalto e inquietud en los soldados temerosos de encontrarse con aquellos peligrosos “Infiernillos” que los defensores de la plaza habían construido para protegerla.
Terminaba el día 31 de diciembre de 1851 en la hora de “la oración”, la castigada ciudad con sus trincheras abandonadas, los hogares enmudecidos y silenciosos veía concluida su heroica resistencia. Todo permanecía bajo la historia de escombros, de cenizas, de sacrificio, el que había sido protegido por el baluarte de los sueños, por la lucha por la justicia, y honorabilidad de los hombres de la provincia de Coquimbo. Aquella guarnición conformada por soldados improvisados por la revolución, por heroicos voluntarios en quienes la disciplina militar no había tenido tiempo de echar raíces; por aquellos soldados que no había internalizado la ordenanza militar ni aprendido la obediencia vertical y pasiva; pero todos crecieron juntos en el acto de acatar y cumplir sin observaciones.
La plaza de La Serena no se rindió, sólo fue ocupada por los sitiadores cuando la soledad y el silencio reinaban dentro de sus trincheras, abandonadas, pero no vencidas.
Bibliografía
Periódicos
- Boletín de Noticias. Imprenta de La Reforma, La Serena octubre: 8–17–25 de 1851, noviembre: 20–24–26 de 1851. Diciembre: 3 de diciembre de 1851
- El Periodiquito de la Plaza. Imprenta de La Reforma, La Serena diciembre: 1–5–10 de 1851
- La Voz de Chile – Santiago – octubre 6–9 de 1862.
- El Ferrocarril- Santiago – octubre 20 de 1862.
Libros
- Concha, Manuel: “Crónica de La Serena. Desde su fundación hasta nuestros días 1549–1870”. – Reedición Fondo Cultura GORE Coquimbo 2010
- Edwards, Alberto: “El gobierno de don Manuel Montt; 1851–1861” Editorial Nascimiento.
- Santiago. Chile 1932
- Encina, Francisco A.: “Historia de Chile”. Tomo XIII Editorial Nascimiento Santiago. Chile 1949• Encina Francisco, Castedo Leopoldo: “Historia de Chile”. Tomo II Séptima edición. Editora Zig – Zag S.A. Santiago Chile.1968.
- Fuentes Jordi y Cortés Lía: “Diccionario histórico de Chile” Editorial del Pacífico S.A. Santiago 1965.
- Vicuña M. Benjamín: “Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt”Tomo 1° Imprenta Chilena Santiago. 1862.
- Vicuña M. Benjamín: “Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt” Tomo 2° Imprenta Chilena Santiago. 1862.
Monografía
- Iturriaga Jiménez, Ruth: “La Comuna y el Sitio de La Serena en 1851”. Empresa Editora Nacional Quimantú Ltda. Santiago Chile – 1973
Sitios web visitados
- www.oocities.org/alloni1/biografiasarg.htm Fotógrafos de esta colección activos en Argentina por Andrea L. Guarterolo.
- www.diariodecuyo.comar/home/new_noticia.php?noticia_id=236766 Diario de Cuyo
Lugares visitados
- Archivo Nacional – Santiago
- Biblioteca Nacional – Santiago
- Museo Histórico Gabriel González Videla, La Serena.
[1] Vicuña M. Benjamín, tomo II, pág. 64.
[2] Encina F.A., Historia de Chile, pág. 110.
[3] Encina F.A. Historia de Chile, pág. 110.
[4] Hacemos la salvedad de que esta pintura está registrada en el museo como perteneciente a la Batalla de Cerro Grande, ocurrida en 1859; podemos asegurar que en él está reflejado el ambiente que se vivió en el sitio de La Serena el año 1851 y el cerro que aparece corresponde al Pan de Azúcar. Gregorio Torres —1814— 1879— nacido en Mendoza, estudia con el pintor Raymond Monvoisin. En 1858 se encontraba en Mendoza época en que junto al fotógrafo Bartolmé Bossi realizaron un relevamiento gráfico de Mendoza, tarea que le llevó dos años.
[5] Vicuña M. Tomo II, pág. 194.
[6] Antonio Alfonso. La Voz de Chile, octubre 1862.
[7] Vicuña M., Benjamín. Tomo II, pág. 51.
[8] Vicuña M., Benjamín Tomo II, pág. 52.
[9] Vicuña M., Tomo II, pág. 75.
[10] Vicuña M., Tomo II, pág. 87.
[11] Vicuña, tomo II, pág. 126.
[12] Vicuña M., tomo II, pág. 126.
[13] Vicuña M., tomo II, págs. 276-277.