La provincia de Chañaral fue pivote para extraerle las riquezas al desierto. Almeyda, Ossa, Chango López y otros cientos de atacameños se inmortalizaron en el vientre de esta. Se hizo imponente Chañaral, incluso quiso disputarle a Copiapó su primacía regional, pero no pudo frente a una cultura tan dispar.
Lo que sí se ganó: el odio del Alicanto. La maldición se apoderó de esta. Maremotos, terremotos, tsunamis, incendios, contaminaciones y otras maldiciones han caído sobre su entereza, incluida una saga de malas, muy malas corporaciones mafiosas. Y ahí está Chañaral: resistiendo, entre su mar contaminado y su cielo sulfurado.
Es una nave envejecida y encallada que resiste. Pero, no morirá. No morirá, porque sus poetas la echan al mundo con el corazón que solo pueden tener los verdaderos atacameños por su tierra. Principalmente, su poeta más importante que la eleva desde su canto, ya sea en la Bretaña, en Normandía o el lugar en que se encuentre. Y la inmortaliza.
Sergio Fernando Olave nos trasmite su desgarro lugareño; pero, también, expande a Chañaral como una gaviota, como un zeppelin, como un bosque de aerolitos preciosos que iluminan el ser atacameño.
La reedición de Para no ser Río Seco de Sergio Fernando Olave publicado en Italia (2022) contiene la portada de Angélica Riquelme; prólogo acertado de su coterráneo Pedro Serazzi y traducción de la mayoría de estos poemas del francés al castellano por Anne Cécile Le Ninivin y por el mismo autor.
Sergio mantiene un tono desafiante, amoroso y cuestionante. Su poesía es la continuación de su proceder de habitante de dos mundos: ética y estética del que partió con sus botas al exilio. Sin embargo, tiene gran parte de su alma en el Norte Infinito.
Olave se le encuentra en el café con su sombrero mientras llueve acero y nostalgia del cielo bretón. Pero, además, se le encuentra en las trincheras de Paris y en los arreboles de América Latina.
Su poesía es contingente: exilio, terruño y amor desatado: por un mundo mejor. Su destierro en Francia, indudablemente, ha marcado su balada con influencia de esa lengua y de esos parajes. Sin embargo, su tierra aparece en cada gesto y en cada verso: endulza su estructura poética así el arrope de chañar. Los mantos de su poesía, como el abrigo de sus cerros originarios, transmiten amor: pasión por la pareja, por los amigos y por lo viviente. Este poeta es conocido por abrazar la vida con lo sagrado de lo cotidiano, de lo breve y de lo latiente del cielo colmado de estrellas.
En su texto: Tomando el mundo de las mechas (págs.:34, 35, 36), asevera, dialoga, indaga a favor de los extraviados y huérfanos. Dice, por ejemplo: “Hoy, he sacado el mundo de su huerto/ Para tomarlo de las mechas y sacudirlo,/ Para murmurarle que ha sido la sonrisa de los niños/ Lo que dio luz a las estrellas./ Fue en el susurro melodioso de la mujer/ En el que la luna abrió su ventana oscura a la noche,/ Y a través del canto del hombre/ Donde derribó muros el sol para hacer abrir el día…”.
La Bretaña francesa es arbórea, huele a tierra recién sembrada y llovida, con lustrosos castillos y construcciones de piedras, menhires y cafés que sobresalen en sus esquinas. Por sus pequeños pueblos aún suele sentirse el paso de las Cruzadas. En poema dedicado a Jean Le Guennec, Poeta de Saint Caradec (pág.: 46), señala en su segunda estrofa: “Poeta de voz carnosa con olor a campo,/ Tu canto solía ser miel juvenil escurriendo por los manzanos./ Me hablabas de París, Montmartre, de esos viejos cafés./ De aquellas largas noches poéticas con estrellas bohemias./ Chispeabas con locura esas tertulias nocturnas de poesía/ Que te permitía entrar victorioso a la luz natural”.
Pero su mayor intensidad está, específicamente, en el capítulo dedicado al puerto de Chañar, donde demuestra su huerfanía, su amor incondicional y su puesta y apuesta de que Chañaral sea un lugar visible del mundo. Señala, en Chañar al puerto (pág.: 59): “Me abriste las puertas de tus calles/ Y las ventanas de tus cerros…”. Luego, manifiesta: “Eres la principal entrada celeste del cielo/ Donde el gran norte abre sus brazos a las montañas/ Y extiende sus grandes colores/ Para que la noche acaricie/ El penetrable bostezo del desierto…”.
Sergio Fernando Olave es poeta militante de Atacama y de la odisea por una humanidad mejor, desde el pueblo y no desde los “niños bien” que dicen representarnos. Su obra se consolida en la poesía, tanto de allá como de estos lares del Norte Infinito. Sobre todo, lo encontramos, como un chañar en el desierto, dando sus frutos de oro: en la cuestión de la resiliencia de Chañaral y llevando a esta, como un barco por el horizonte.
Con esta poesía no podemos atisbar a esta Puerta del Desierto, agónica y a punto de desaparecer, a pesar que seguirá siendo azotada por las mareas lobistas y la furia de la naturaleza. No morirá, Chañaral. No morirá, mientras tenga poetas, como Sergio, que la reconstruyen desde el amor.
El loco Olave .
Partió con madrigal de dos mundos .
Saludos