Domingo Faustino Sarmiento fue tahúr en Vallenar, mayordomo de mina en Chañarcillo, donde vistió a la usanza minera y tradujo a Walter Scott en forma genial; fue instructor en Pocuro; construyó los primeros silabarios de Chile; fundó en Santiago la primera Escuela Normal de América Latina y fundó la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile; Trabajó para Chile en el extranjero; tuvo una amistad entrañable con el Presidente Manuel Montt. Y convivió con los prohombres de la cultura de nuestro país como Lastarria, Jotabeche y Matta. Después de casi dos décadas, volvió a Argentina donde ocupó los cargos más altos.
Su vida y su obra han generado grandes polémicas; fue partidario que Chile creciera hacia la Patagonia, y estuvo cerca de nacionalizarse. Pero, también, casi incorpora a Argentina a la Guerra del Pacífico contra Chile.
Su obra escritural conocida y desconocida es tremenda y fenomenal; sus opiniones son combatientes y combatidas. Pero, concordamos con Borges que Civilización y Barbarie es un libro capital y no solo de Argentina sino de nuestra América y Recuerdos de Provincia es un canto varonil, una épica jugosa de la construcción de su vida y del fulgor americano.
El copiapino J. Guillermo Guerra hizo esta primera biografía post mortem del Patriarca. Nos lleva a la Odisea de un viajero contumaz; de un intelectual y guerrero que sobrevivió a pestes, malos gobiernos, guerras civiles, caudillos, atentados, lutos y otras locuras; viajero ilustrado que dejó una huella impresionante más allá de su tiempo.
Por, sobre todo: jinete del siglo XIX. “Él amaba lo que el gaucho voceaba: La inmortalidad./ Él amaba el llano pastoso, los ríos navegables, el júbilo/ del hombre en pescuezo del caballo; amaba la infinitud”.
Hasta, ahora, en Chile hay un Sarmiento: rechazado y desconocido. Desde el pueblo del Norte Infinito se está llevando adelante un “túnel cultural”, especialmente con la provincia de San Juan. Se irá develando, en los próximos lustros, el extraordinario aporte de Sarmiento a Chile y, particularmente, a la minería de Atacama. Sarmiento no fue un santo; fue un político e intelectual —entre la civilización y la barbarie— que tuvo el férreo propósito de cambiar el mundo.