Por Arturo Volantines
Por el Sureste de La Serena, en torno al Cerro Grande, formó el Ejército Constituyente. De izquierda a derecha, en las murallas de las tierras de Aguirre, el Regimiento n°1 de Copiapó, Los Zuavos de Chañarcillo, La Legión Huasquina, el Segundo de Línea de Copiapó, Los Cívicos de Copiapó y el Primero de Coquimbo. Al frente, formaba el ejército de Gobierno: mucho más numeroso y con mejores armas. Pedro Pablo Muñoz ocupaba Ovalle y Balbino Comella ocupaba Illapel.
Ese memorable día, al amanecer del 29 de abril de 1859, el Ejército Constituyente, —encabezado por Pedro León Gallo, Ramón Arancibia y el Comandante del Coquimbo, Ignacio Alfonso— atacó al ejército del Gobierno, cortando a esas tropas en dos y tomando algunos prisioneros. Recién a las 7 ½ de la mañana pudo el General, Juan Vidaurre recomponer sus fuerzas. Parecía que la batalla se ganaba.
Fue nuestro Waterloo. En el entusiasmo de ganar se les cedió los faldeos de Cerro Grande a las tropas de Gobierno. Pareciera ser que las ventajas de tan afiatada revolución llevaron a la confianza destructiva. Más que perder; no se supo ganar. Así, como la cultura de las batallas fue esencial en los triunfos de Alejandro, pareciera que el Estado Mayor revolucionario no conocía Waterloo.
Tampoco se pensó en el factor de la traición, que siempre ha estado presente en la historia de Atacama hasta el día de hoy. Siempre el traidor aparece desde el mismo intestino, como ayer y como hoy. Como en Cerro Grande, al traidor lo condena el pasado. Quiero decir, si el traidor perteneció dedicadamente a un sector, tiende este a regresar a esa trinchera. Pasa, por ejemplo, con los que estuvieron a favor o en contra del Gobierno de Allende. No podemos culpar sólo a la traición de la derrota de Cerro Grande. Pero, claro, la batalla tuvo un solo y fatal pestañeo de parte del Ejército Constituyente, y eso fue cuando fallaron las armas. Esto lo reconoce, el General de División e Inspector General del Ejército de Chile, Don Francisco Javier Díaz (La Guerra Civil de 1859, Relación Histórica Militar; Imprenta de la Fuerza Aérea de Chile, 1947, Stgo. de Chile.).
La Batalla de Cerro Grande tuvo dos factores más que fueron gravitantes y están relacionados con el armamento. La calidad de las armas del Gobierno era muy superior. El ingenio de Anselmo Carabantes fue notable en la construcción de las armas Constituyentes; pero, también, eran, en cierta forma, armas artesanales, que rápidamente fueron quedando inútiles en la contienda.
Otro factor, fue la actitud de Pedro León Gallo de no repetir el ataque con corvos de la Quebrada de Los Loros. Los corvos permanecieron quietos, y cuando Ramón Arancibia, por cuenta suya, cargó con un puñado de atacameños, ya era demasiado tarde.
Al grito de “Viva la Constituyente”, cayó con múltiples heridas de bala y sable, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Constituyente, el poeta Ramón Arancibia. Con un grupo de soldados atacameños atacó temerariamente cuando la derrota asomaba. Se peleaba cuerpo a cuerpo entre los faldeos del Cerro Grande y las haciendas y murallones del sector. A lo lejos, se asomaba la Portada de La Serena. Ese puñado de atacameños con corvo en mano se batieron a muerte, como había sido fundamental y dramático en el triunfo en la Quebrada de Los Loros, pero ésta vez ya era muy tarde.
El General, Pedro León Gallo no había querido que sus tropas lucharan corvo en mano porque significaba muchas bajas. Esto decidió la batalla de Cerro Grande, y no sólo por la evidente traición, tanto en la pólvora falsa en las armas como por los santiaguinos que no se plegaron a la revolución. Ramón Arancibia comprendió que con un acto de arrojo podía cambiar el destino de la batalla y de la revolución; pero, ya era demasiado tarde, y murió con los versos de “La Constituyente” en sus labios. Era media mañana del 29 de abril de 1859.
La actitud de Pedro León Gallo de evitar muertes se sostuvo hasta el final de la Guerra. Por lo mismo, cuando una parte del Ejército Constituyente sobreviviente, atrincherado adentro de la ciudad de La Serena, encabezado por Elías Marconi, le propuso volver a la carga, Pedro León Gallo se negó rotundamente e, incluso, su actitud frente a la capitulación fue coherente; a pesar que parte del ejército se mantenía intacto en Atacama. Pedro León Gallo siempre fue valiente y mesurado.
Tal vez, también gravitó en él, la negación de plegarse de los revolucionarios capitalinos.
Durante 5 horas de combate, el Ejército Constituyente mantuvo fuerte ventaja. Las tropas de Gobierno no tenían capacidad de movimiento y eran envueltos por los revolucionarios. Así, se mantuvo el combate, con notoria ventaja para los revolucionarios. Los distintos asaltos, tantos del Buin como del Séptimo de Línea fueron rechazados. Varias veces el ejército de Gobierno estuvo a punto del desbande. Sólo que, en algún momento, Vidaurre vio que el centro revolucionario se debilitaba por la falta de fuego, y aprovechó, en pocos minutos, de fusilar la oficialidad revolucionaria. Allí, cayeron los oficiales constituyentes: Manuel María Aldunate, Samuel Claro, Guillermo Parker y varios más. Quirico Romero, uno de los más cercano a Gallo cayó fusilado de pie.
Tal vez, como Napoleón, el General Gallo, confió que la batalla de todas maneras se iba a ganar, y que no le era necesario usar el corvo. La ventaja que mantuvo durante toda la batalla, la perdió en un pequeño momento. Ahí, Vidaurre se alzó con el triunfo, si no la historia de Atacama indudablemente sería otra.
A pesar de la derrota, se quebró para siempre en Chile, la Nación de una sola mirada; nació la visión de otra forma de organizarse y de organizar el Estado.
A partir de esta revolución, el norte atacameño se reconoce a sí mismo, con características propias; toma una primera conciencia de su distinción en el mundo. Y el sueño más grande soñado por Atacama quedó como una semilla.