Digno de Ripley.
Un virus microscópico e insignificante nos golpea en cuerpo y alma obligándonos a acuartelarnos y a repensar todo canon de convivencias, egos afectos y pertenencias, desatando una verdadera pandemia mundial, con millones de infectados y miles de fallecidos. Nuestro planeta, y, en especial, nuestra loca geografía, ha debido soportar diversos tipos de epidemias a lo largo de su historia. La viruela rex, la peste negra, la bubónica, la amarilla la gripe española, la aviar, el sida, etc. Todas ellas, escapadas al control sanitario humano. Se cree que el actual virus Covid–19 huyó de un laboratorio chino o producto del consumo de carne animal y, lo peor, aún sin antídoto. Lo increíble, ligados siempre a europeos blancos o asiáticos.
Ha sido siempre así, desde Las Cruzadas a la Conquista de América, tras la porfía de Colón y sus barquichuelos, apestando nuestro virginal continente. Hoy, la peste viaja en lujosos aviones y mega transatlánticos. Esto es muy serio. No es el pequeño resfrío de Trump, o la insensatez de Bolsonaro. Puede significar la hecatombe de la Humanidad.
La viruela es antiquísima, se remonta a unos 8.000 años de antigüedad cuando se descubrieron pústulas en el rostro en la tumba de Ramsés V, en el antiguo Egipto. En 293 A.C. solo Roma. En 795 pasó a Oriente e India. En 1539 arriba al Chile Colonial, en bultos de ropa, desde Perú, en 1759 se fondea al barco El Soplo, a la isla Quiriquina, por contagio. En 1762 se obliga al Valdiviano a cuarentena, en la Bahía La Herradura, Coquimbo. En 1895 en Mialqui, –Limarí– la peste hizo estragos.
En la crisis del Salitre de1929 –me lo contó mi abuelo que fue apir y barreta del gringo Joseph Lambert–, en el distrito minero de El Brillador, se tuvieron que fabricar féretros de madera rústica y, a golpes de aguardiente, trasladar los fallecidos a los cementerios cercanos, donde eran rechazados y obligados a cremarlos en tumbas colectivas, a la vista de Carabineros. Cundió la desesperanza y el temor colectivo.
En La Serena se crearon lazaretos adosados a los hospitales y ladera del cementerio Municipal. En 1973 hubo contaminación por ratadas, en el fundo Ceres, pero la Dictadura Militar negó el hecho. En 1879, en la zona del gran Concepción fue desolador y arrasó con los mocetones en edad de cargar armas y no hubo soldados para la Guerra del Pacífico, siendo enrolados jóvenes mapochinos y mapuches.
Pero en el Norte, estaban los valientes de Atacama y Coquimbo —hermanados en la antigua Provincia— con puertos con incipientes exportaciones de minerales de ley, aguardientes, sebo, charqui y animales para las duras faenas de la pampa.
Fueron estos aguerridos mineros, con la sola fuerza de sus brazos y arrojo de su desarraigo y la fe en sus madrecitas protectoras: Candelaria, Andacollo o El Carmen y guiados por industriales mineros afortunados, tribunos ilustrados y poetas de contagiante de espíritu patriótico, se rebelaron al centralismo abusivo el ’51, en el Sitio de La Serena. Y, en la Revolución Constituyente y su Ejército Libertador del Norte el ’59 —en la Batalla de Los Loros y Cerro Grande—, y en la Guerra del Pacifico: los mismos que en 1881 entraron victoriosos a Lima, ofrendando sus vidas a golpes de heroísmo y soroche. Fueron los mineros de Chañarcillo, Domeyko, La Higuera, El Brillador, Lambert –centenaria placilla del distrito minero–, guiados por industriales mineros afortunados, tribunos ilustrados patriotas, editores y poetas alcanzaron justa gloria cuando la injusticia, el centralismo y la patria les requirió. Con solo las fuerzas de sus brazos, la convicción de su bravura y heroísmo, ofrendaron sus vidas por un mundo mejor y descentralizado.
Victoriosos en heroísmo vale la pena nombrar a estos mineros: Zuavos de Chañarcillo, Vallenar, Freirina, Domeyko, La Higuera, El Brillador, Lambert –centenaria placilla del distrito minero de El Brillador–, Condoriaco, Lomas de Arqueros –Elqui–, etc. Ellos apostaron solo a la bravura de su raza. Un virus no puede derrotar la esencia de este crisol. Ni menos a su estirpe y gallardía.
En estos negros momentos, que no sea la especie humana signo de destrucción sino de reflexión y renovación de confianzas: en lo que somos y podamos construir.
Sergio Godoy con los poetas Zumarán y Volantines