La publicación del libro de Toponimia Indígena del Valle de Choapa, del lingüista Herman Carvajal Lazo, genera un profundo análisis de las verdaderas lenguas que hablaron nuestros aborígenes.
Este texto viene a completar una trilogía de la Región de Coquimbo, ya que recientemente se había publicado: Toponimia Indígena del Valle de Elqui, con prólogo del arqueólogo Gastón Castillo y Toponimia Indígena del Valle de Limarí con prólogo del genealogista, Guillermo Pizarro.
Este tercer libro, de casi 200 páginas, contiene un enjundioso prólogo del historiador oriundo de Los Vilos, Joel Avilez Leiva, y es un tributo al fundador del Museo de La Serena, Francisco Cornely Bachmann, con la cerámica N°3 de su arte decorativo preincaico, correspondiente a los llamados Diaguitas Chilenos. La portada se refiere a una “mujer indígena, preparando un cuero”; foto de autor no identificado de 1904, proveniente del Archivo Colección Museo Histórico Nacional de Chile.
El libro fue publicado por Volantines Ediciones, con un equipo compuesto por: Catherine Trigo, Miriam Marín, Eva Tapia y Arturo Volantines. Cuenta con el patrocinio de la Sociedad de Creación y Acciones Literarias Región de Coquimbo (SALC), Sociedad Patrimonial Pedro Pablo Muñoz Godoy (SPPMG) y la Agrupación Cultural y Ecológica Corazón Verde de La Serena.
El texto contiene un sin número de topónimos; clasificaciones —según lengua de origen, según relación nombre/lugar, según tipo de accidente geográfico— y aproximaciones estadísticas de las lenguas en la Región de Coquimbo y, especialmente, del Valle de Choapa. Resulta paradojal los resultados de los estudios lingüísticos de Herman Carvajal Lazo, en cuanto a que no se encontró en éste, ni en sus otras obras la lengua “Kakán”, lo que viene a desnudar el viejo mito que el “Kakán” fue la lengua de nuestros aborígenes. Lo que sí aclara la investigación, mayoritariamente, es que el pueblo aborigen de la región hablaba quechua y mapuche; esto demuestra la gran influencia del mundo incaico, comprobando también que los mapuches vivieron más al norte de lo que suponemos. Además, las referencias que hasta el día de hoy se han usado para explicar que había distintas lenguas en los valles de Atacama y Coquimbo, devienen de la crónica de Gerónimo de Vivar; sin embargo, el prologuista señala, que solo se trataría de diferencias mínimas, como por ejemplo, las que existen entre los distintos hablantes regionales en España.
Este estudio señala que, en la Región de Coquimbo, se habló un crisol de lenguas debido a las frecuentes migraciones e invasiones, incluso el aniquilamiento de las poblaciones cuando llegaron los españoles, y por esto se abre un proceso mayor de investigación, tanto arqueológico como cultural, respecto a los descendientes de nuestros pueblos originarios. La investigación es parte de una saga que ha llevado adelante por muchísimos años el Académico Herman Carvajal Lazo y se completa con las investigaciones correspondientes a los valles de Choapa, Huasco y Copayapu, que serán publicadas, próximamente, por estas mismas ediciones.
El prologuista, señala respecto a la obra: “¿Dónde están nuestros ancestros aborígenes en el Choapa? ¿Quiénes eran y a qué nombres respondían? ¿Fueron aniquilados completamente? ¿Fueron dóciles ante los incas e hispanos? ¿Es verdad lo que nos cuentan desde el colegio, que eran “diaguitas” en el interior y “changos” en la costa? Hemos visto que su arte, arquitectura y cosmografía han sido monstruosamente cercenados de nuestra geografía provincial, tanto por los avatares del tiempo como por la acción humana, completándose con el atentado industrial antes señalado. Por ahora, es momento de revisar nuestro alrededor, abrir los sentidos y buscar en la investigación científica la resolución de estas problemáticas que involucran nuestra identidad como Provincia, desde el germen romano en adelante. Curiosamente, y para reconocer las formas en que las poblaciones nativas lograron sobrevivir a la conquista europea debemos señalar, además, que el componente nativo se encuentra representado entre nosotros de una forma poderosa e interesante: “Elqui: 58,91%; Limarí: 49,05%; Choapa: 47, 16% (…) la composición genética de las poblaciones que habitan los valles de Elqui, Limarí y Choapa han conservado en 50% su acervo genético original precolombino, lo que implica que desde la llegada de los españoles las frecuencias génicas de estas poblaciones han ido cambiando lentamente”.// Según el citado texto de Troncoso, en la zona de Illapel se han identificado 136 sitios arqueológicos, que incluyen incluso el radio urbano de la ciudad (sitio Estadio Municipal); Mucho antes de ello, incluso mucho antes de “diaguitas”, “changos”, “mapuches” o como se llamen, existieron culturas que habitaron el Choapa, cuyos registros artísticos culturales descubiertos por la arqueología han dado alguna luz sobre lo que fueron; las Culturas “Huentelauquén” 7.000 a 5.000 A.P. – esta última denominada actualmente sólo como “Complejo Huentelauquén”, dada las dudas existentes en si debe catalogarse como “cultura” que encierra una mayor complejidad social y de desarrollo humano – y “Molle” 200 a.C. – 800 d.C., todas ellas denominadas por el sitio geográfico en que fueron ubicadas, siguiendo la tradición de las excavaciones arqueológicas del s. XIX. Pero si de antigüedad se trata, los restos de la quebrada de Quereo (que significa “tordo” en mapudungun, pequeña ave negra, su nombre en mapuche dio origen a su nombre científico por el notable naturalista chileno, el abate Juan Ignacio Molina, precursor de Charles Darwin), ubicada a 2 km., de la ciudad de Los Vilos, donde en 1899 el señor A.G. Philips emitió al Museo Nacional de Historia Natural de Santiago varios huesos pertenecientes al esqueleto de un mastodonte encontrado en la Quebrada de “Queredo” (sic). En 1904 estos hallazgos fueron publicados por el geólogo noruego Lars (Lorenzo) Sundt (1839 – 1933) en un artículo denominado “Resto de un mastodonte encontrado cerca de Los Vilos”. Sundt era un conocedor de la geografía vileña ya que en 1883 había sido contratado para revisar los ingenios mineros de Casuto del cual también tenemos registros. Las excavaciones a principios del siglo XX, corrieron a cargo, en 1913, del ingeniero Julio Acuña Castro, y luego, en 1915, por el ingeniero Emilio Dugast (que buscaban instalar la red de agua potable para el puerto), quienes encontraron los primeros restos de humanos y, que, posteriormente datados, señalan el poblamiento temprano de la zona, de 12.000 años A.P., en faenas realizadas en 1972 por los arqueólogos Julio Montané y Raúl Bahamondes, interrumpidas de golpe en 1973 y retomadas por un equipo liderado por Lautaro Núñez, en 1978 . Ellos demostraron que en Quereo hubo caza de fauna hoy extinta, como el caballo americano, mastodontes, paleolama, ciervo artífer y otras especies menores, aunque claro, existía mayor abundancia de agua – una megalaguna – y vegetación abundante, siendo considerado hoy en día como el sitio más representativo del período Paleoindio para el norte de Chile, aún cuando éste se encuentre en peligro inminente, dado el crecimiento urbanístico de la ciudad, que ya llega a unos metros del bosque.// En el cuarto año del reinado de Augusto, en la localidad de Asiento Viejo, Illapel, se encontró, de forma casual, un sitio arqueológico, mientras se efectuaban excavaciones para una plantación de nogales. Un grupo de entusiastas jóvenes se dieron cita en el lugar (los hermanos Luis, Oriel y Gilberto Villarroel Núñez, junto a su amigo Manuel Osorio), que al llegar encontraron a los obreros extrayendo fragmentos de un jarro antropomorfo de cerámica negra incisa, junto a huesos, presumiblemente humanos. Era un hecho trascendente para la arqueología nacional; por primera vez se encontraban vestigios de la cultura “molle” tan al sur, y con una estrecha relación al arte Copiapó y un “importante emparentamiento con culturas indígenas argentinas, específicamente con la Cultura Condorhuasi…”.