Se cumplen 138 de la muerte de Pedro Pablo Muñoz Godoy. Tanto Gabriela Mistral como Jorge Peña Hen son descendientes del aura y de gente que lucharon con el patriarca de la Región de Coquimbo.
Qué ciudadano más leal. Qué hombre más generoso. Qué minero más tesonero y visionario. Qué revolucionario más arriesgado. Qué tribuno más preclaro. Amó su “patria chica” como nadie; arriesgó su fortuna, su vida y su comodidad provinciana. Lo dio todo por cambiar su mundo y, sobre todo, vencer el abuso centralista.
Pedro León Gallo era primo del Presidente Manuel Montt; su familia estuvo con Montt en la revolución de 1851, mientras Pedro Pablo Muñoz estaba en las trincheras de La Serena: resistiendo el bombardeo inglés y de la armada chilena; resistiendo los embates del ejército y, sobre todo, de las tropas mercenarias argentinas encabezadas por Felipe Varela y por el temerario —al decir de Sarmiento— Crisóstomo Álvarez. Sin embargo, Pedro Pablo corrió a Copiapó, en 1859, a apoyar a su hermano regionalista; luchó con él; asumió el destierro y el entierro de muchos de sus coterráneos.
Fue pobre; estudió en el Liceo de La Serena y completó sus estudios en Santiago, donde conoció a Manuel Antonio Matta y otros laicos sansimonianos. Regresó a La Serena; hizo de la industria minera un polo de desarrollo y se volvió adinerado. Financió hospitales, escuelas, el batallón Coquimbo; fue mecenas de la prensa y del arte; hizo casas y le dio sus inmensas tierras a su pueblo. Murió en la modestia. Asumió los costos de las revoluciones; de las viudas y de la persecución. Forjó la “Escuela nocturna de artesanos”; creó la asistencia social y protegió a los trabajadores. Y estos votaron, cabalgaron, blandieron el corvo y murieron por él.
Fue naturalmente revolucionario. Sabía bien lo que significaba el centralismo oprobioso. Se volvió mutualista; de la Sociedad de la Igualdad y de la Sociedad Patriótica y fundó la Sociedad de Artesanos de La Serena. Dirigió como comandante los batallones de mineros y artesanos de Coquimbo; luchó en las trincheras y a caballo con el ovallino, Silvestre Galleguillos; fue héroe en el Sitio de La Serena de 1851; lloró y sepultó a sus muertos. Y, en 1859, volvió a las armas, secundando a Pedro León Gallo; se batió en la batalla más bizarra de Chile, con sus mineros en la Quebrada de Los Loros y mordió la derrota en Cerro Grande, cuando él resguardaba el interior de la provincia con sus tropas y su legendario lugarteniente: Balbino Comella. Vivió como tal, y murió rodeado por su gente de La Serena.
Fue concejal de La Serena. Es memorable su proclama e incitación a la revolución en el cerro Pan de Azúcar. Fundó el partido Radical en la región, y fue su primer representante en el parlamento. Hostigó al centralismo; fue federalista de corazón y quería una nueva constitución para Chile; buscó incorporar a la mujer a la vida social; luchó con el ejemplo para que la educación fuera pública, laica y democratizadora; creía en la patria Latinoamérica; en la probidad, en el autogobierno y en el servicio público. Pero, no dudó al llamado de la Nación en la Guerra del ‘79; organizó con Antonio Alfonso el batallón Coquimbo, envió al capitán Francisco Antonio Machuca, como corresponsal de guerra, para que el pueblo estuviera informado de sus hijos e hizo un hospital de sangre. No hay duda, que ha sido el diputado más importante que ha tenido esta región en su historia.
No solo Lambert, Domeyko o incluso, Sarmiento, fueron sustanciales aportes para que la minería chilena fuera de categoría mundial, sino también Pedro Pablo Muñoz. Este desarrolló un polo minero en La Higuera: cateó la zona, abrió minas, construyó fundiciones, hizo un muelle de embarque, desarrolló un método inglés de piques; hizo una escuela para los adultos y compartió su suerte en la paz con sus mineros. Y en las revoluciones, estos lo siguieron; se armaron de corvo y pólvora, y murieron en los campos de batallas siguiendo a su comandante. Los desmontes y las animitas aún sobreviven y las resonancias de su espíritu indomable.
Al comienzo de la república, emergió el deseo colectivo de consolidar la patria; pero, también, la inconformidad, porque se apoderaba del Estado una oligarquía centralista. Los federalistas, primero, encabezados por los Carrera. Luego, las rebeliones populares, especialmente en Chañarcillo. Y, finalmente, los mutualistas del Norte se sublevaron. Pedro Pablo Muñoz y un cuerpo sólido de hombres descamisados, valientes y visionarios, a pesar de perder las revoluciones, le hicieron un cambio al país e instalaron un movimiento que aún sobrevive: desde un regionalismo de cartón a un federalismo revolucionario. No hay otro hijo de La Serena, en sus 400 años, que haya sido tan decidor en el destino profundo del país; tan generoso con espíritu raudo de vientos e infinitos; tan amante de su Norte.
Por ello, el patriarca de Atacama, Manuel Antonio Matta dijo, tan proféticamente bien, cuando Pedro Pablo Muñoz enfrentaba a la inmortalidad: “En los de la Provincia de Coquimbo, P.P. Muñoz ha grabado profundamente y para siempre la marca de su voluntad y de su inteligencia que se consagran, sin cesar, a la ilustración y a la prosperidad de ella. Y si no ha de alcanzar una página en la historia de la Humanidad; si no puede dársele muchas, en la de Chile, Pedro Pablo Muñoz merece y ha de tener, en la de Coquimbo, muchas de las mejores y más brillantes; y ha de vivir lo que vivan Chile y una de sus más viriles y progresistas Provincias”.