La reciente lluvia vino, nuevamente, a mojar y desnudar la desastrosa situación que —desde hace muchos años—, vive el llamado “casco histórico” de La Serena. Sistemática y literalmente se va cayendo a pedazos.
La iniciativa de un “Paris Chico” soñado por su Presidente Gabriel González Videla se va al suelo, porque no existe una política de Estado al respecto. Sin embargo, en las nuevas autoridades y nombramientos recientes, se percibe una orientación distinta y voluntad de cambiar lo que es sine qua non que debe cambiar.
Si visita Oaxaca, Tucumán o Arequipa verá lo reluciente y atractivas que son sus casas centenarias, barrios y balcones floridos. En Tucumán, solo son algunas cuadras, y vaya que lucen. Es preferible que el patrimonio protegido sea más pequeño y remozado, que grande y abandonado, como si casi fuera la guerra en Ucrania.
No fue algo irracional el sueño de Gabriel González, sino que vio, tal como en Paris, el mismo clima y sus calles con nombres ilustres. Allá de escritores, y aquí de héroes de las revoluciones del 51 y 59.
Se ha procurado desde el Estado y, especialmente, desde la institucionalidad cultural, algunos programas y acciones para recuperar fachadas e inmuebles. Pero, el adobe se vuelve barro con las lluvias, la humedad costera y el abuso de sus habitantes. Muchas de estas casonas se han vuelto cité, amontonando mucha gente, que, además, hacen colapsar a los viejos colectores y alcantarillados.
Si usted pasa, por ejemplo, por la calle Infante, vera cómo el agua servida corre de las grietas de estas casas, incluso arriesgando a las vecinas y a todo el barrio. Además, de la gratuita hediondez. Otro caso similar es —subiendo por La Recova—, la calle Cantournet: un urinario, cada rincón o saliente, en sus deslindes.
Cuántas casas, donde nacieron y vivieron chilenos ilustres, se han venido abajo o se han incendiado por falta de previsión. Pero, también, por falta de resguardo desde el ámbito público.
No hay dudas que el casco histórico es un atractivo para los flaneur del mundo, que, a pesar de la situación, la siguen visitando. Relatos de Manuel Concha y de muchos otros cronistas la hacen legendaria. Sin embargo, podría cuidarse más y ser faro del turismo, y romper su vieja estacionalidad.
Poco puede hacer el municipio, porque no tiene recursos ni atribuciones. Además, el municipio tiene las manos amarradas por los reglamentos y la ley de Monumentos (17.288), que es anacrónica y centralista: su reglamento tiene más de cien años y la ley más de cincuenta.
Se juntan miles de expedientes en el burocrático y controvertido Consejo de Monumentos Naciones (CMN). Es, principalmente, el responsable de lo que le pasa a La Serena y, en general, con el patrimonio chileno, especialmente de las provincias. El centralismo oprobioso tiene ojos que no ven y la flojera de sus burócratas, que lo vuelven el embudo perfecto.
Es absolutamente necesaria una nueva ley: actualizada, que dé pie de lo que sucede en el siglo XXI. Una ley asociativa que dé cuenta del patrimonio tangible e intangible, descentralizada y con Consejos Regionales resolutivos.
Son los hijos e hijas del Norte Infinito los que verdaderamente pueden aquilatar, sostener y proyectar lo qué hay que conservar, no solo para nuestro desarrollo integral, sino como legado portentoso: brújula para las nuevas generaciones.