Probablemente lo mejor sea partir hablando de los nombres, en la medida que ellos, como se enseña en el primer libro de todos los libros, el Génesis, instauran y dan forma a las realidades primordiales. Las del primer día.
Por esta senda, un acercamiento a la onomástica de los pueblos originarios afincados —decía Subercaseaux—, en el Próximo Norte de nuestra geografía loca, a poco de la conquista española, parece volver más hacedero cualquier análisis de la identidad de los diaguitas de Chile.
Puede comenzarse por Tomás Lafone Quevedo, para el cual el predicho gentilicio sería una corruptela de la forma sustantiva tiakitas o, más cabalmente, de tiyaquitas (de tiya: morar)[i]. Siendo el étimo tiyana denotativo de trono o asiento, es probable —postula— que el etnómino tiyaketas haya identificado a los pueblos “que vivían asentados en el país” sedentariamente; en este caso, en varias de las provincias argentinas que quedaron comprendidas, en los años tempranos de la conquista, en la vasta pan-unidad geográfica llamada Tucumán[ii]. De todas formas, por razones que sería demasiado largo repasar sospechamos que la raíz de la palabra está más cercana al quechua que a alguna de las lenguas indígenas de la geografía tucumana. O, en otros términos, sería más un exó que un endónimo.
Tales “naciones” fueron, tal vez, las primeras en ser rotuladas, distorsionando la fonética india, como diaguitas por los peninsulares. Tiyaketas, supone Lafone Quevedo, primitivamente sirvió para nombrar a las etnias aborígenes agrarias asentadas de manera estable en los territorios tucumanos; una forma verbal de distinguirlas de las bravías bandas errantes que solían depredarlos[iii][iv]. Mucho nervio le presta a esta interpretación del asunto el que la administración civil española se refirió reiterativamente al núcleo físico en comento con el epígrafe tripartito de provincias de Tucumán, Juríes (o Xuries) y Diaguitas. O sea, vinculando mediante conjunción, a dos etnias con poca cosa en común: los juríes, sociedad de bandas, nómades y movedizas, y los diaguitas del antiguo Tucumán, pueblo agro-alfarero, de aldea, hecho al maíz y a la greda y, por consiguiente, territorialmente estable.
Al final, el término diaguitas sería una distorsión del fonetismo castellano que terminó prevaleciendo en el uso coloquial y en la escritura americana.
La voz diaguitas, por tanto, parece haberse adjudicado primeramente a etnias transcordilleranas, particularmente a las que se expresaban en lenguas o dialectos cacanos, extendiéndose luego a Chile por una razón que se nos escapa, donde se utilizó para designar sobre todo a un grupo étnico islario del partido de La Serena, si bien en 1562, pero de paso y excepcionalmente, Rodrigo de Quiroga lo atribuyó a toda la comunidad indígena del Norte Chico. Cristóbal de Molina, llamado el Almagrista, v.gr., cronista de la columna invasora de Diego de Almagro, habla de la incursión española y dice, “la provincia de Chicoana, que es de los diaguitas” en 1535[v]. Por el contrario, vela las voces con que se nombraban las parcialidades del Norte Chico, restringiéndose a evocar a los habitantes meramente como “los naturales” o simplemente “estos indios” de Copiapó, Huasco y Huaguingo (Coquimbo)[vi]. Lo propio hicieron los seguidores de Almagro que acudieron el étimo diaguitas para referirse a los territorios nórdicos argentinos andados en 1535[vii], pero nunca lo usan para mentar a los pueblos ni a las provincias del lado Chile, ni a guisa de antropónimo ni de topónimo[viii].
Góngora Marmolejo y Mariño de Lovera, en Chile, sólo lo hacen para la jurisdicción del norte argentino[ix]. Después de Pedro de Valdivia, las autoridades de Chile retuvieron la jurisdicción, según decían, sobre “estas provincias de Chile e Nueva Extremadura, Tucumán, Juríes e Diaguitas”[x], y la potestad de nombrar tenientes de gobernador en esas tres provincias trasandinas y “poblar de la otra parte de la Cordillera”[xi]. En 1551, al levantarse nuevamente por Núñez de Prado la ciudad de Barco en el valle Calchaquí, sus nuevos habitantes declararon que ella se alzaba:
“en la provincia de los Diaguitas”[xii].
Los mismos partidarios de Francisco de Aguirre, hablando de la gobernación del Tucumán, concedida a éste en 1551 por Valdivia, se referían a ella como:
“la tierra de los Diaguitas desaotra parte de la cordillera nevada”[xiii].
Ni Aguirre ni sus oficiales, en cambio, atribuyen igual nombre a los aborígenes y a la jurisdicción de La Serena, de la que también el lugarteniente de Valdivia era, desde 1549, mandatario[xiv]. La administración civil hispana adoptó, alternativamente, la fórmula “gobernación de las provincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas” para definir a los territorios sujetos a la autoridad de Aguirre en las regiones trasandinas y no para las que administraba en la cabecera norte de Chile[xv]. No cabe duda pues que la voz se utilizó de temprano en los departamentos nor-occidentales de la gobernación del Río de la Plata, foco de origen de la denominación, derramándose más tarde a Chile, reino en el que tuvo un uso muy estrecho. En él, solamente R. de Quiroga, la asume y pasajeramente. Nadie más lo hace tratándose de denotar globalmente a las etnias boreales de la gobernación. Es factible cavilar, incluso, que las voces tucumán, tiakitas y xuríes fuesen conocidos en el Perú precolombino a través de los incas, dueños otrora del Tucumán, y que estuviesen ya presentes en el lenguaje imperial hacia el asalto de Pizarro[xvi].
Propiamente los diaguitas, se decía en otro tiempo, dominaban el suroeste de Salta, Catamarca, los valles occidentales de Tucumán, el centro— norte de La Rioja, una fracción de San Juan y la comarca de Santiago lindante con Catamarca, siendo reservado el apodus de calchaquíes para los moradores de los valles de Santa María y su continuación meridional, Quimivil, quedando así apenas como una parcialidad de los diaguitas[xvii]. Ahora, se les autorizan alcances más estrictos: solamente lo serían los aborígenes protohistóricos de la porción central del nor-oeste argentino, legatarias de las sociedades tardías de Santa María, Angualasto y Belén y afines, que poseían el cacán, habla fraccionada en tres divisiones lingüísticas: diaguita o cacana propiamente en el centro, calchaquí al norte y capayán en el mediodía[xviii]. Canals Frau presume que los cacanos o draguito-calchaquíes, según los nombra, serían tres pueblos unificados por la lengua: pulares, calchaquíes y los diaguitas, complejo lingüístico que se extendía por el valle de Salta (pulares), extremo norte de la entidad, los de Calchaquí y Yocavil (calchaquíes), al centro, y gran parte de Catamarca y franjas aledañas de La Rioja (diaguitas), al sur[xix].
De todas formas, en Chile también se empieza a hablar de poblaciones diaguitas bajo la gobernación de García Hurtado de Mendoza. En rigor, los había. Durante la visita de los inspectores del licenciado Santillán a los repartimientos de La Serena, se hace referencia a la encomienda y pueblos de “los Diaguitas[xx]”, la que se replica azarosamente en el XVII y XVIII[xxi], e incluso la rúbrica es aplicada durante el 1900 al villorrio y a su vecindario[xxii], pero siempre en relación a la misma congregación y aldea, y nunca ensanchándola a la población étnica vecina, nombrada con los exónimos chiles (nombre que se daba en el corregimiento a los nativos trasladados desde el valle de Aconcagua o de Chile) y huarpes (es decir naturales de Cuyo desterrados y reducidos en el distrito serenense).
El que se diferencie a cada conglomerado según el gentilicio propio que tenían en su país de origen, y que al menos, en dos casos, dichos núcleos aborígenes incumban a forasteros entronizados en la región, hace sospecha que tales diaguitas debieron ser justamente naturales trasandinos de esa filiación, aunque no sabemos si su inserción en el Norte Chico responde a que llegaron allí en posición de mitimaes del inca y perseveraron en el territorio tras la instalación española o si fueron injertados por los mismos iberos mirando a atenuar en algo la fuerte penuria de fuerza laboral originada en la jurisdicción de La Serena tras la ocupación blanca. Como quiera haya sido, esta clase de grupos importados son los que portan consigo el membrete de diaguitas. En 1562, sin embargo, al declarar en la probanza de servicios de Santiago de Azócar, el gobernador del reino, Rodrigo de Quiroga, y en relación a la acometida indígena sobre Santiago el 11 de septiembre de 1541, dejó asentado que la ciudad capital fue cercada:
“Por toda la gente de guerra de esta provincia (Santiago) y mucha parte de los indios diaguitas a quienes éstos habían mandado a llamar para que les ayudasen para destruir esta ciudad”[xxiii] .
No sabemos si la referencia de Quiroga fue un dislate o empleó el gentilicio, porque acaso entonces, se les daba también a los aborígenes de Chile septentrional. También es incierto si lo que hizo el mandatario fue acudir a una aplicación liberal del nombre inspirado en algunas plausibles coincidencias etnográfica e idiomáticas entre los naturales de aquella parte de Chile y los de las comarcas transcordilleranas de Juríes y Diaguitas. Esta última opción tiene algún asidero en que ciertos atributos visibles de algunas comunidades del extremo norte de la gobernación llevaron al cronista, Jerónimo de Lizárraga, que conocía bien el punto, a aseverar tajantemente, mucho después que Quiroga, que:
“El primer pueblo de la jurisdicción de Chile es uno de indios, en el valle llamado Copiapó, y el pueblo así se llama(…) es valle angosto y pequeño; el río, fértil de mantenimientos, y se dan en él cañas dulces de donde el amo saca buena miel. Nunca tuvo muchos indios; agora tiene menos; fueron belicosos y lo son, por ser casi parientes de los de Calchaquí, mas como se han apocado, también sus fuerzas; los pocos, poco pueden”[xxiv].
Los calchaquíes de citas fueron reconocidos en la colonia e incluso en la propia etnografía histórica posterior, como una de las parcialidades de los diaguitas argentinos[xxv]. Incluso, en algún momento se dejó de hablar de estos últimos en tanto tales, incrustándolos arbitrariamente dentro del gran conjunto calchaquí[xxvi]. La glosa de Lizárraga deja entrever que era factible divisar afinidades (quizás de data prehispánica considerando la larga historia de contactos y flujos humanos entre las etnias locales con las sociedades agro-cerámicas del noroeste argentino) y no podemos desestimar que los hidalgos de La Serena que después sirvieron con Aguirre en la conquista y colonización del Tucumán también hayan atisbado y difundido tales analogías. No obstante, Lizárraga tal vez esté hablando de un contingente mudado desde la jurisdicción calchaquí a la de Copiapó durante la colonización hispana del pequeño norte chileno y no de la nación prehispánica que lo había sojuzgado.
En todo caso, no habla en pro de un carácter endógeno, es decir “chileno”, del término invocado por Quiroga el que nadie le diera, a la par con éste, un empleo simultáneo al mismo como nomenclatura global de las etnias afincadas en el Norte Próximo y sólo se le asignara propiamente a la gente del pueblo y encomienda de “los diaguitas” localizada al interior de Elqui. Si toda o buena parte del agregado étnico serenense hubiera sido de la misma cepa no tendría sentido que se destinara singularmente el gentilicio a los oriundos de un solo “repartimiento de indios” ¿Por qué llamar diaguitas privativamente a éstos y no a los nativos remanentes? La mayoría gruesa de ellos habrían sido tomados por tales en la documentación y no se habría precisado hacer distinciones.
De allí que Santillán y con él otros tantos sigan nombrando así apenas un solo contingente, muy acotado geográficamente (en torno al poblado de Vicuña), manifiesta el designio de enaltecer que este núcleo reducido sí era diaguita y no las restantes parcialidades de Elqui y de otras demarcaciones de La Serena. Sin embargo, de todo esto algo se mantiene de pie. Cuando Quiroga apellidó a los naturales del norte chileno con el gentilicio diaguitas, ciertamente los había allí. Eran los mismos que los funcionarios de Santillán apuntaron en 1558, con patronímicos análogos a los que se encuentran en el N. O. argentino. Es dable que hubiera otros en Huasco y en Copiapó, de aceptar las acotaciones de Lizárraga y los listados de apellidos indígenas transmitidos por José María Sayago (idénticos los atesorados por Schuller)[xxvii], en parte de los cuales, de cualquier forma, se puede sospechar la figura de raíces quechuas.
Conjeturo que por caminos y causas diversas (probablemente relacionadas con la instalación europea) en ciertos valles del Norte Chico, principalmente en los tres más septentrionales, se había ido apostando una población trasandina cuya procedencia la acopla de cierto modo con alguna de aquellas que en Tucumán y regiones aledañas componía el complejo de pueblos diaguitas o cacanos; no hay demasiada incertidumbre, de acuerdo a los registros de la tasa santillana, que éstos tenían con presencia histórica en los Valles Transversales durante el 1500, y la siguieron manteniendo, si bien no podríamos certificar que otro tanto haya sucedido antes.
Innegablemente, la instalación de enclaves étnicos diaguitas “orientales” por el régimen hispano y las importaciones directas de mano de obra faltante por los encomenderos provinciales es altamente probable, aunque eso no exceptúa otras modalidades implementadas en tiempos diferentes. De ser así, en parte de la región semiárida se habría hablado, hasta su extinción, el cacán, entre otras lenguas indígenas. Probabilidad que, ciertamente, no implica que éste fuera, según se creyó antaño, la lengua principal o general de los llamados, por la arqueología moderna, diaguitas chilenos, los cuales parecen haber presentado otras variedades y, de poseer una lengua franca para asegurar los entendimientos longitudinales en medio de la dialectología dominante, no es imprescindible que fuese la cacana[xxviii].
Inicialmente Latcham, entendiendo con buena lógica que la voz diaguita se adjudicó primero a etnias trasandinas y más tardíamente a entidades de Chile boreal, llegando a pensar que su empleo al occidente de la cadena andina había derivado de facciones diaguitas argentinas trasladas desde Tucumán al Norte Chico por Francisco de Aguirre[xxix], mirando a potenciar las encomiendas territoriales, demográficamente desvastadas, sospecha que pretendía tener cierto apoyo en el registro escrito[xxx]. Decía a propósito el etnólogo anglo-chileno:
“Todavía quedan indicios de la difusión de estos indios, y hasta el día de hoy existe el pueblecito de Diaguitas en el valle de Elqui, a pocas leguas al oriente de Vicuña”[xxxi].
Después, alentado por los sondeos arqueológicos que hiciera en la provincia, Latcham terminó por postular que el gentilicio debía ser aplicado de jure a los antiguos nativos de la misma[xxxii], toda vez que creía divisar entre ellos una estrecha identidad ergológica con los transcordilleranos. Pese a la cadena andina, creía, “las dos zonas (diaguitas) separadas formaban una provincia cultural continua”, desde el siglo VII d. C. al menos[xxxiii], lo que incluía la mancomunidad de lengua cacán con los diaguitas transcordilleranos[xxxiv]; en lo cual seguía estrechamente las tesis de Schuller, que sustentaba, asido a fuentes parroquiales y civiles de la era colonial, la identidad idiomática de ambas entidades étnicas[xxxv]. Los estudios posteriores han puesto en cuestión que la lengua original de los diaguitas chilenos protohistóricos fuera el cacán[xxxvi], pese a que la idea todavía cuenta con seguidores de linaje[xxxvii]. Lo mismo hizo la etnología y la arqueología siguiente, empezando, entre otros, con la notable inquisición que en 1949 Manuel de Ugarriza Araos[xxxviii] hizo al postulado de Latcham.
La clave del asunto se hallaría no en la homogeneidad sino en su concepto opuesto. Horacio Larraín, que captó velozmente el contrasentido, opina, por lo mismo, que:
“Por el relato de Bibar, el más explícito al respecto, uno se queda con la fuerte impresión de que existían entre todos estos valles diferencias, al menos en la lengua o dialecto, atribuibles al aislamiento propio de cada uno de ellos por la presencia de interfluvios extensos, prácticamente deshabitados. No recibe uno la impresión, para nada, de alguna forma de identidad cultural (…) Esta puede ser precisamente la razón por la que no se les asigne un nombre genérico que englobe a todos estos valles. Las fuentes no nombran aquí a los “diaguitas” como si fueren una unidad étnica. Tenemos pues la impresión formada de que esta zona eco-cultural queda constituida por varias agrupaciones étnicas, que poseían un cierto nexo entre sí, de tipo cultural, pero no eran comparables, en modo alguno, a los diaguitas de allende Los Andes, los que si son considerados desde temprano como una bien marcada unidad étnico-cultural”[xxxix].
Atentos a esta diversidad y en relación a los diaguitas etnohistóricos del siglo XVI, pensamos que la descubierta en 1536 y 1540 por los hispanos conformaban una entidad uniformada por el tipo de cultura material sincrética (i. e. de la síntesis de la inca y la regional) constituida durante el Diaguita III, pero articulada por conjuntos diferentes, que para 1550 eran, por lo mínimo:
a) Las propias poblaciones de la sección comprendida entre Huasco y Choapa que serían responsables de las fases I y II características de la cultura diaguita (conglomerado humano que podría incluso presentar variedades étnicas más acusadas de atenernos a los datos de Vivar).
b) Los copiapoes que siendo sido una etnia independiente hasta los siglos XIV o XV d. C., había sido diaguitizada tardíamente durante el Diaguita III.
c) Un grupo de naturales del noroeste argentino implantados en fecha imprecisa (posiblemente en tiempos hispanos) en el valle de Elqui y probablemente en Huasco (y no podemos descartar que también lo hayan estado en otros distritos). No han sido los iniciadores y mantenedores de las tres facies prehistóricas de la cultura diaguita chilena, pero terminaron inmersos en ella, de suerte que su descendencia, notablemente, se reivindica (jurídicamente reconocida) como pueblo originario del Norte Chico —diaguitas de Chile—, grupo que admite tener fuertes vínculos genealógicos con comunidades trasandinas[xl].
Dijimos que Latcham tenía la convicción que dichos naturales fueron traídos forzadamente a la región desde el Tucumán por Francisco de Aguirre antes de 1552, siendo de extracción “calchaquí” o diaguita rioplatense, aunque la venida de este contingente pudo ser posterior o anterior (incluso a la invasión hispana), cuestión que aquí no vamos a zanjar[xli]. De cualquier forma ese acontecimiento deshace la hipótesis de Latcham en orden a que los naturales de los Valles Transversales fuesen una y la misma etnia con los Tucumán, Juríes y Diaguitas, visto que los nativos de dichas provincias argentinas en el lado chileno de la cordillera son “desterrados” y no originarios (vale decir son “diaguitas” trasandinos, únicos aborígenes a los que los peninsulares aplicaron siempre ese gentilicio, el cual no otorgaban a los de Chile, con excepción de Rodrigo de Quiroga).
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(e) Profesor Asociado de la Universidad de Chile. Profesor e Investigador de la Dirección de Investigación y Relaciones Internacionales y de la Escuela de Historia de la Universidad Bernardo O´Higgins. Historiador, especialista en la Historia Indígena. Publicó el libro “Historia General de la Frontera de Chile con Perú y Bolivia”. Actualmente se desempeña como docente en los departamentos de Historia de las Universidades de Chile, Concepción, Arcis y Bolivariana. Reside en Santiago.
[i] Lafone Quevedo, 1927,
[ii] Id.
[iii] Id.
[v] Id.
[vi] Molina, ca. 1552, 21.
[vii] Id., 21-23.
[viii] Cf. CDIHCh, Iª, vol. VII, 270, 333-34.
[ix] Mariño de Lovera, 1595, 342, 409, 417. Góngora Marmolejo, 1575, 122.
[x] Cf, provisión dada por Francisco de Villagrán del 27. 09. 1561, apud Morla Vicuña, 1903, documentos y Pruebas, 180. También íd., 182.
[xi] Nombramiento de Pedro del Castillo por teniente de gobernador de las provincias de Cuyo por García Hurtado de Mendoza, 22. 11. 1560, apud Morla Vicuña, 1903, Documentos y pruebas, 156.
[xii] Apud Medina, 1896, 4.
[xiii] CDIHCh, Iª, vol. X, 101.
[xiv] Id., 101, 105, 107, 114.
[xv] Mss. Sala Medina, Biblioteca Nacional, Santiago, vol. 86, Leg. 1139, fol. 281 et seq.
[xvi] Lafone Quevedo, 1927, 105.
[xvii] Márquez Miranda, 1951, 281.
[xviii] González y Pérez, 1990, 95.
[xix] Canals Frau, 1953, 472-73.
[xx] Santillán, 1558, 165.
[xxi] ANS, RA, vol. 227; CG, vol. 8, fs. 104v
[xxii] Cornely, 1956.
[xxiii] CDIHCh, Iª, vol. XII, 107.
[xxiv] Lizárraga, 1605, 242-43, destacado nuestro.
[xxv] Márquez Miranda, 1951, 281; también 1936.
[xxvi] Ambrosetti, 1899.
[xxvii] Schuller, 1907, 99, cita los nombres cacanos de Copiapó extractándolo del listado que da Sayago en su bien documentada y extensa “Historia de Copiapó”, que trae mucha información sobre las comunidades indígenas locales.
[xxviii] Carvajal, 1999.
[xxix] Latcham, 1909, 261.
[xxx] Id., 302, nota 1; Latcham dice apoyarse en papeles del viejo archivo del cabildo de La Serena.
[xxxi] Id., 262.
[xxxii] Latcham, 1928, 102.
[xxxiii] Latcham, 1937, 18, 21.
[xxxiv] Latcham, 1909, 261.
[xxxv] Schuller, 1907, 61-63, 99-100.
[xxxvi] Iribarren, 1962, 110-27.
[xxxvii] Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato, VV. AA., 2003, 54. Zapater, 1978. Villalobos, 1980. Larraín, 1987.
[xxxviii] Ugarriza, 1949, 20-23.
[xxxix] Id., 128.
[xl] Así, llamativamente, personajes públicos connotados de la Región de Coquimbo de alcance nacional, han reivindicado altivamente su ancestro diaguita ancestral, a partir de apellidos como Sulantay y Campillay, que corresponden a viejas genealogías “diaguitas” argentinas, y que formaron parte del corpus de datos aplicado por Schuller (1907, 99, 100) y por Latcham (1928) para defender su tesis de la identidad entre ambas sociedades y la extensión del cacán hacia las dos vertientes de la cordillera.
[xli] No desestimamos que llegaran como guarniciones o colonias en tiempos incásicos, pero la presunción requeriría de evidencia arqueológica.