Juan García Ro.
Las ciudades nacen, viven y crecen gracias a los seres que las habitan, pero sobre todo, por los artistas que recorren sus calles y que día a día le dan el prestigio, el talento y su respiro, así ha pasado siempre; por eso cuando leo El Proceso, me imagino ver a Kafka recorriendo Praga en busca de una salida para el señor K, también a Fernando Pessoa y sus heterónimos, los cuatro juntos por las arterias de Lisboa, incluso al Cholo Vallejo, muriendo un jueves por les rues de París y con aguacero. Antofagasta no está ajena a estos caminantes, pues también los pasos de Gaytán Marambio marcaron la ciudad, siempre con un proyecto de libro en la mente, porque como dijo Machado, se hace camino al andar.
¡Qué desgracia!, se nos ha ido el Negro, hace tan solo unas semanas que lo vimos con su última obra, olor a tinta todavía, bajo el brazo, rescatando las voces de las olvidadas. Se fue el viejo gruñón que peleaba con todos, cascarrabias, avinagrado buscando la perfección, tirando para arriba la literatura nortina, buenazo pal tinto, formador de periodistas y escritores, maestro de tantas generaciones, académico con esa honesta vocación por las letras y el lenguaje, a pesar de sus garabatos a flor de labio. Con sus infinitas lecturas, ¿Cuántos kilómetros de letras, palabras, frases, versos, párrafos habrán pasado frente a sus ojos? Husmeando, como polilla intelectual, entre rumas de papeles, diarios, revistas tratando de ver lo que el resto no vemos; amante incondicional del Norte Grande, ahora nos ha abandonado. Sin embargo, quiero pensar que Sabella y Bahamondes se sentían solos o no tenían con quien hablar de la Perla del Norte, y lo llamaron para que les hiciera compañía, tal vez ya está haciendo ¡Horza! con ellos.
Porque la muerte, amigos míos, es otro gaje del oficio del vivir, no hay nada que hacerle, solo llorar un poco y seguir los pasos que este nos dejó en la memoria, ejemplo de que la vida sin pasión no tiene sentido.