El Sitio de La Serena, guardado como uno de los episodios más heroicos de la historia del norte de Chile, ha permanecido mudo o tal vez indiferente a la historia regional de nuestros días. Este episodio debió vivirse en cada apelación como una nueva experiencia, un nuevo desafío, una nueva amenaza. La población hubo de presenciar sangre, tormento y desconsuelo.
Hoy escribimos para reactivar los hechos y guardar la memoria, buscando ser, en lo posible, fidedignos y rigurosos en el estudio. Nos hemos reunido en sesiones de discusión centrados en el tema al que todos hemos aportado con lectura, indagación y sobre todo, dedicación y esmero.
Traer al presente estos episodios ha sido la razón fundamental que ha movido a la “Sociedad Patrimonial Pedro Pablo Muñoz Godoy”, para que el sello de esos días cobre vida, se conozcan y sean valoradas por las nuevas generaciones que conforman esta bella y moderna ciudad de La Serena.
Con la finalidad de representar los hechos lo más cercanos a la época, trataremos de efectuar un retrato físico de la ciudad de La Serena, lugar donde ocurrieron los hechos que marcaron la historia en lo que se denominó el Sitio de La Serena.
“La ciudad, como actualmente se encuentra, está edificada en anfiteatro formado por dos mesetas; en la primera, a la altura de diez y seis metros sobre los terrenos de la vega, se halla la parte principal, estando dividida, casi por mitad, por la quebrada de San Francisco, que corre de oriente a poniente, transformada en la actualidad en un bellísimo paseo público. En la segunda, superior a ésta 10 metros aproximadamente, se encuentra el extenso barrio denominado Santa Lucía”[i].
El bello conjunto armonizado por las siluetas de las elegantes palmeras y las torres de los templos, mientras la cima del cerro Santa Lucía nos muestra la última pincelada del paisaje.
Internándonos en la ciudad, Manuel Concha nos ilustra: “hasta el año 1850, las calles de la población, no tenían nombres determinados, distinguiéndose por los templos o por el de algún vecino acaudalado o antiguo” y tan sólo el 12 de agosto de 1850 la municipalidad había aprobado la denominación de las calles por lo que fue necesario colocar rótulos que se importaron por un valor de seiscientos pesos. Posteriormente, en el año 1857, se ordenó numerar las casas. Las dos calles consideradas principales eran las de San Agustín y de la Catedral. La Serena de la época contaba con una población de 11.334 habitantes.
En el contexto de adelanto y de comodidades con las que convivieron los defensores de la ciudad el año 1851, podemos agregar un nuevo dato:
“Desde que la Serena se alumbró de manera digna data solamente desde el año 1819; y en 1864, don Manuel Wallace se comprometió con la municipalidad a alumbrar la ciudad por medio de gas hidrógeno. Cada farol con una luz de fuerza de doce velas de esperma”[ii].
Así, en esta bella ciudad, de florecimiento social y cultural se incubó y creció el descontento en base a factores que desde hace un tiempo se hacían notar: por una parte, la clase propietaria regional se sentía sacrificada por el centralismo de Santiago; y por otra, su importante contribución al erario nacional no retornaba en algún avance para la provincia. Chile, además, se regía por el sistema político presidencial basado en el régimen electoral censitario; vigente entre los siglos XVIII y XIX basado en el dotar del derecho a voto sólo a la parte de la población que contara con ciertas características tanto en el ámbito económico como en el social. La administración de Manuel Montt venía a ser la continuidad de la de José Joaquín Prieto y luego la de Manuel Bulnes (sobrino de Prieto), en un osado traspase del poder.
En La Serena la insurrección había quedado acordada una vez organizado el Club revolucionario, en el que tomaron parte Pedro Pablo Muñoz G., presidente de la Sociedad de la Igualdad, José Miguel Carrera Fontecilla, Juan Nicolás Álvarez, Santos Cavada, Nicolás Munizaga, entre otros; quienes pretendían que el movimiento debía tener un carácter exclusivamente popular, el que se iniciaría con el asalto al cuartel cívico por los integrantes de la Sociedad de la Igualdad.
Pactando que volverían a reunirse el día en que el toque de generala convocara a los ciudadanos a la plaza.
¡Hoy es domingo, siete!
Era un día domingo, y como era costumbre en la ciudad de La Serena, lucían las veredas limpias, los sirvientes regresaban desde el mercado, la ciudad se llenaba de actividad, las campanas de las iglesias tañían llamando a las familias a celebrar la santa misa; las jóvenes ocultas bajo el mantón caminaban teniendo en el pensamiento una razón y en el sentimiento el deseo de éxito en aquella jornada que se había planificado.
“Se había divulgado de tal manera en todas las clases del pueblo el plan de la revolución, que esa mañana, siendo domingo 7 de setiembre, oíase a los muchachos decir por las calles, en los tambos, aludiendo al conocido adagio español- ¡Hoy es domingo, siete!”[iii].
El día 7 de septiembre alrededor de las dos de la tarde se produjo la toma del cuartel cívico por un número de “paisanos armados siendo conocidos dos músicos Ramos, un platero Toro, un herrero Ríos, dos jóvenes Muñoz, un Trujillo, dos Olivares, un músico Chabot i otros”[iv] y a la voz de Viva la República! ¡Viva la Igualdad! La insurrección abrió sus puertas y se hizo general en todo el pueblo.
Un cañonazo disparado desde la plaza de La Serena fue el preludio al movimiento en la ciudad. “Oíase los alegres repiques de las campanas i flotaban al viento en las portadas de las casas i en las galerías de las torres las banderas que el pueblo tremolaba en señal de su triunfo”[v].
Luego, se redactaron órdenes necesarias para ocupar los establecimientos públicos, para recolectar las caballadas de los alrededores de la ciudad y además se tomaron las medidas con el fin de difundir el movimiento en toda la provincia. Fue preciso nombrar comisionados quienes debían llegar hasta los departamentos de la provincia de Coquimbo con la nueva situación.
La noche del 7 de septiembre salía el primer comisionado hacia Elqui; en tanto, Benjamín Vicuña M. llevaba el cometido de intervenir los departamentos del sur hasta el río Choapa.
El 8 de septiembre a las diez de la mañana se abrieron las puertas de las salas del Cabildo hasta donde llegaron los ciudadanos para celebrar una sesión presidida por el juez de letras Tomás Zenteno además del personal municipal, del cabildo eclesiástico presidido por su deán, de los jefes de la guarnición, los más respetables vecinos y mucha juventud incluso alumnos del Instituto. Desde esta sesión se conforma y organiza la ciudad y se proclama por unanimidad a José Miguel Carrera Fontecilla como Intendente de La Serena.
Inmediatamente se procede a redactar el acta revolucionaria que sería la base de la organización política de la provincia. Queda suscrita con fecha 8 de septiembre de 1851.
Se acordó que el nombramiento de estas autoridades tendría carácter provisorio, porque tomaron parte en él solamente los habitantes del departamento de La Serena. Una vez que adhirieran a la revolución todos los departamentos, se nombraría una Asamblea provincial y se elegiría una Junta provincial de gobierno, hasta que la República se organizara en Asamblea nacional Constituyente.
Septiembre fue el mes en que se consolidaron los planes de los serenenses. Revisando los escritos que circularon encontramos las siguientes Proclamas:
Proclamas
Serena, setiembre 17 de 1851
No es posible pues, que los grandes días de la patria pasen desapercibidos. Ya que las circunstancias no han permitido solemnizarlos con todos aquellos espectáculos que nos inspirará nuestro patriotismo y los gloriosos recuerdos de nuestra independencia.
Ya que no está más que comenzada la “grandiosa obra de rejeneración”, vamos al menos a colocarnos en torno del tricolor y entonemos ese himno májico que recuerda las pasadas glorias de la patria y augura nuevos días de felicidad.
I vosotras ¡Bellas de la Serena! Id a encender con vuestras abrazadoras miradas el ardor bélico que reboza el corazón del Coquimbano que presto va a combatir en el campo de honor, para reconquistar la libertad y la paz de su hermoso Chile.-
Teatro
A fin de celebrar de alguna manera el “aniversario de nuestra independencia”, se ha decidido Don Pablo Ferreti a dar cuatro conciertos en compañía de su Sra. Esposa, en los días 17, 18, 19 y 21 del presente. Las funciones se anunciarán por los carteles de costumbre.
IMPRENTA DE LA REFORMA.
El teatro se había hecho construir por esfuerzo de don José Monreal y don Félix Marín y se concluyó definitivamente el 13 de enero de 1851. Está situado en la parte media de la calle que lleva su nombre[vi].
Luego de disfrutar en el recién inaugurado teatro de la ciudad, la población de La Serena sufriría el asedio de dos fuerzas poderosas: una, la enviada desde Copiapó integrada por mercenarios argentinos y otra, la llamada División Pacificadora del Norte conformada por divisiones del ejército enviada por el Gobierno.
He aquí una proclama repartida y dedicada al pueblo de La Serena:
Al Pueblo
Serena, Octubre 8 de 1851
Apenas circulara la noticia que venían a invadir nuestro suelo los vándalos del norte, cuando a porfía corrieron presurosos a alistarse los valientes e intrépidos Coquimbanos, amigos del órden y de la libertad.
Un nuevo cuerpo compuesto de lo mas escojido de nuestra juventud, se improvisó en el acto, todos resueltos a sacrificarse antes que se profane el suelo de los libres por la planta inmunda de los cobardes del norte. Vengan en buena hora esa fuerza de forajidos CUYANOS, Nada temáis ilustres matronas de la Serena!!
Artesanos de la Serena!! Vosotros que os habeis conducido con un valor ejemplar y una conducta acrisolada, mostraos ahora dignos defendores de la libertad.
El estandarte tricolor que llevaron nuestros Padres al campo de la victoria, va con vosotros valientes coquimbanos. La posteridad agradecida consignará en la historia el recuerdo de vuestro valor y patriotismo.
IMPRENTA DE LA REFORMA.
Así presentados los acontecimientos iniciaremos un viaje rememorando los hechos que emanaron desde el Sitio de La Serena, en forma cronológica:
Con fecha 21 de octubre de 1851 habían logrado aproximarse a La Serena José Miguel Carrera Fontecilla, Benjamín Vicuña Mackenna, Justo Arteaga a tan sólo una semana de los lamentables encuentros con las fuerzas del gobierno en Petorca. La división coquimbana, destrozada hacía esfuerzos por aproximarse a La Serena. Recogidos en Tongoy y desembarcados al norte de Coquimbo, fuera del alcance de las patrullas del comandante Ignacio José Prieto, enviadas por el intendente de Atacama, ingresaron a la ciudad: José M. Carrera y Benjamín Vicuña Mackenna se aproximaron por el camino de la Pampa para ingresar por la Portada; en tanto Justo Arteaga cruzó la Vega y haciendo el recorrido por la playa ingresó a La Serena.
El día 22 de octubre José Miguel Carrera Fontecilla reasume su cargo de intendente de manos del honorable ciudadano serenense Vicente Zorrilla; y se da comienzo a la organización para la defensa de la ciudad:
“Decreto: Serena, octubre 22 de1851: Para la mejor espedición de los negocios militares, se nombra al señor don Justo Arteaga, gobernador militar de esta plaza i de todos los otros puntos del departamento, hasta donde crea necesario estender su autoridad.- José Miguel Carrera”[vii].
La defensa de la plaza estaba iniciada, pero era preciso completarla y complementarla respetando las reglas del arte militar la que se hizo atendiendo a la indicaciones acotadas en el plan de defensa presentado por el distinguido “militar científico” don Justo Arteaga.
Todo se concentró en las tareas de construir trincheras y organizar las fuerzas con que se contaba; nada debía faltar para el mejor servicio de las fortificaciones; sin descuidar la instalación de todo lo indispensable para la defensa y mantenimiento de la ciudad; es decir disponer un almacén de víveres, una maestranza para la fabricación de proyectiles y reparaciones varias, un hospital con su personal para atender a los heridos, y lugares para el refugio de la población, etc.
Todo el pueblo salió al encuentro del preparativo que fuera capaz de resistir a fuerzas tan superiores; concurriendo con sus propias herramientas de trabajo, y otras de uso común: lo importante era ponerse a disposición de la causa.
En cuanto a la tropa que iba a sostener la defensa de la plaza, se contaba con un centenar de changos; además soldados de la brigada de artillería; 300 hombres que conformaban el batallón cívico que se distribuirían entre las 9 trincheras y con 200 mineros del mineral Brillador; batallón que se conoció con el nombre de “Defensores de La Serena”. El total de la guarnición se calcula en alrededor de 600 hombres. Se formó un cuerpo de voluntarios, casi todos adolescentes, que se armaron por su cuenta; una especie de guardia móvil de la revolución coquimbana; al mando del ciudadano Francisco de Paula Díaz.
Como mayor de plaza, se nombra a Antonio Alfonso Cavada, ingeniero de minas, catedrático de química del liceo de La Serena.
En tanto el gobierno pone sus esfuerzos en la organización de la que denominó División Pacificadora del norte, designando como Comandante General de esta División al Coronel Juan Vidaurre Leal y en el cargo de Jefe del Estado Mayor al Coronel Victorino Garrido.
El coronel Juan Vidaurre Leal organiza una división conformada por alrededor de 400 a 500 hombres la que consideró en número suficiente para dominar la insurrección del norte. El 28 de octubre se embarca la tropa en Papudo a bordo del vapor Cazador y en la corbeta Constitución.
Mientras, los fatigados soldados que se desprendían de los sinsabores vividos entre las serranías de los valles de Cuz Cuz, resolvían tomar el camino de regreso a casa[viii].
En la ciudad, todo estaba planificado y organizado sólo faltaba un pequeño cuerpo de caballería para completar la defensa de la plaza:
“Cuando de un modo prodijioso; en la tarde del 30 de octubre avistóse un grupo de jinetes que bajaba desde la altura del Panteón i se dirijía a una de las trincheras como para asilarse contra la persecución de las partidas enemigas, que desde aquel día comenzaban a estrechar la plaza. Los artilleros sorprendidos i sospechando una emboscada, corrían a sus cañones, i cuando ya iban a aplicar el lanza-fuego sobre la columna de 30 o más desconocidos que galopaban por la calle, una voz los detuvo, esclamando ¡Es Galleguillos!
Era Galleguillos el mismo sarjento de la caballería de Ovalle ascendido a mayor en la campaña de Petorca, que regresaba ahora a ser el comandante de carabineros de la plaza”[ix].
Referente a la nobleza entre José S. Galleguillos, su desempeño brillante y su amistad con Pedro Pablo Muñoz, don Antonio Alfonso nos aclara:
Antes de entrar me será permitido agradecer a Ud. un servicio, no personal sino, de oficio. Es Ud. en efecto, el primero en entrar en la arena de la “discusión histórica” después de haber visto la luz la narración de los hechos.
Su carta es el primer fragmento público de esa segunda parte integrante de la historia contemporánea, que no sólo la depura sino que la completa.
Así, al menos, he comprendido yo la misión de historiador en nuestra patria. Ya lo hemos dicho.
Preparamos la tela, mezclamos los colores, diseñamos las figuras, i hacemos esto en el taller de la
plaza pública, para que todos vean que no hai engaño i cada cual puede corregir los yerros. Lo único que se exige en este caso: “la buena fe”.
Por esto también alcanzaremos al fin el gran propósito que perseguimos de ahogar el chisme (carcoma del hogar i de la cosa pública en Chile).
MUÑOZ I GALLEGUILLOS:- que fuera el primero o el segundo el que condujo el auxilio de Ovalle a La Serena, es cuestión en la que no me detendré. Ambos eran dos valientes i se amaban como hermanos. El que ha sobrevivido de ellos, ha recojido de la tierra los huesos del mártir i los conserva aún bajo su techo, esperando el día de la reparación. Pedro Pablo Muñoz nunca tendría celos de Silvestre Galleguillos, el sarjento de Ovalle, el más modesto i el más bravo de los soldados de Coquimbo en 1851.
Ud. cree aproximarse más a la verdad diciendo “que siempre se ha agradecido a Muñoz aquel servicio” Yo creo haber estado más cerca de la historia cuando he contado que ese pequeño esfuerzo a uno i otro de esos nobles mancebos[x].
En tanto, los jefes de las divisiones del Gobierno como la de Copiapó decidieron aunar fuerzas y marchar sobre La Serena. Antes del desembarco, Victorino Garrido envió una altanera misiva en la que ponía énfasis en las fuerzas de su tropa, en su disciplina, en su moralidad y en la convicción de la causa justa que defienden, todo lo cual garantizaban la victoria.
Los principales vecinos de la ciudad reunidos en el “Consejo del Pueblo” acordaron por unanimidad rechazar aquella nota de intimidación a rendirse. El Intendente don José M. Carrera Fontecilla despachó una respuesta esa misma tarde:
“Intendencia de la provincia de Coquimbo”
Serena, octubre 30 de 1851
“Con esta fecha acabo de recibir una nota de U. en que intima rendición a esta plaza, ofreciendo la clemencia del gobierno a los que hayan tomado parte o armas para sostener el movimiento revolucionario de este pueblo, efectuado el 7 de setiembre.
Si el señor Comandante tiene sentimientos de patriotismo i humanidad; sino quisiera ver regado este suelo con sangre; si su deseo es que descuellen en él la industria i el comercio, puedo asegurarle que nunca he pensado de otro modo desde que se me hizo la honra por el pueblo de depositar en mí su confianza”.
Dios guarde a U.
José Miguel Carrera
Al Comandante de la vanguardia de la división del Norte”[xi].
El 31 de octubre el Consejo del Pueblo confiere al gobernador militar de la plaza, general Justo Arteaga, amplias facultades para que se entienda con los jefes de la fuerza enemiga en la forma que estime conveniente. Se inicia, entonces una fluida correspondencia entre los coroneles Garrido y Arteaga relativa a encontrar acuerdos antes de establecerse el sitio. Apelaban a su vieja amistad de soldados, pero cada instante y relación estaba cruzado por la oscura nube de la desconfianza.
La división pacificadora del norte había comenzado su avance hacia la ciudad. El Coronel Vidaurre había establecido su cuartel general —desde el 3 de noviembre— en el edificio del Lazareto, un antiguo hospital de La Serena, colindante a la iglesia de San Juan de Dios, hoy Balmaceda con Juan de Dios Pení. Mientras, el Coronel Garrido se mantenía en el campamento de Cerro Grande.
Historia y Transformación del Lazareto.
Desde tiempos mui remotos este pueblo se veía periódicamente devorado por la maligna epidemia llamada viruela. Algún Intendente, movido del espíritu de la caridad pública, tuvo la filantrópica ocurrencia de establecer una casa donde se auxiliase a los acometidos por la viruela, preservando del contajio a la población.
Llamóse esta casa Lazareto, nombre tomado de Lázaro aquel cuyas llagas curó Jesucristo. Cuando se fundó este asilo de la caridad, no pudo preverse que llegara una época en que sirviera para deliberaciones políticas y militares.
Para el año cincuenta y uno estaba reservado este prodijio. La revolución de La Serena obró esta metamorfosis. Allí se confeccionaron los bandos de muerte y de terror; resolvieron allí poner fuego a la ciudad, arrojar bombas, y autorizar todo crimen. En el lugar, consagrado a la humanidad aflijida, se sancionó la destrucción del pueblo.
El pueblo ardía, y allí se celebraba su ruina. Apestados mas funestos que los invasores no los tendrá jamás el Lazareto.
El Periodiquito de la Plaza:- Año 1. Serena, diciembre 10 de 1851 (Nº 3).
La prensa y su contribución:
Boletín de noticias
Serena, diciembre 3 de 1851
“Cada vez que tomamos la pluma, temblamos al pensar que es para describir hechos que la civilización del presente siglo condena.
En medio de la civilización del siglo; cuando la barbarie ha desaparecido vemos en Chile a un poder empecinado en perpetuar su funesta dominación contra la voluntad de todos los pueblos. Vemosle mandar un ejército a encadenar al pueblo de la Serena por haberse declarado independiente. Este pueblo, ha sido vejado en las últimas elecciones porque no se sometió a la nueva tiranía que entonces amparaba el ex presidente Bulnes.
Para castigarlo se lanza sobre él la muerte y la destrucción, se entrega al saco de la división llamada pacificadora.
Trincheras
Nueve hai en la plaza de la Serena; cada una tiene un valiente jefe que la defiende con bravos soldados.
Nosotros no pertenecemos a ninguna: no tiramos balas al enemigo. Nuestra arma es la pluma. No arrojamos la muerte por el cañón. Nuestra misión es publicar sucesos de la plaza, los hechos del enemigo.
Nuestras frases que son nuestras balas, ellas tendrán la fuerza de la convicción y de la verdad.
Nuestro corazón va envuelto en ellas. Nuestra trinchera antigua es la prensa.
Por nuestra trinchera sólo podrán penetrar: la razón, la verdad, la justicia, el noble desprendimiento patriótico y la democracia”.
IMPRENTA DE LA REFORMA Al Pueblo
Apenas circulara la noticia que venían a invadir nuestro suelo los vándalos del norte, cuando a porfía corrieron presurosos a alistarse los valientes e intrépidos Coquimbanos, amigos del orden y de la libertad.
Un nuevo cuerpo compuesto de lo más escojido de nuestra juventud, se improvisó en el acto, todos resueltos a sacrificarse antes que se profane el suelo de los libres por la planta inmunda de los cobardes del norte.
Con un valiente batallón de milicianos bien disciplinados, un grueso cuerpo de artillería, y con los escuadrones de la caballería, nada tenemos que temer. Vengan en buena hora esa fuerza de forajidos CUYANOS, Nada temáis ilustres matronas de la Serena!!
Artesanos de la Serena!! Vosotros que os habeis conducido con un valor ejemplar y una conducta acrisolada, mostraos ahora dignos defendores de la libertad.
El estandarte tricolor que llevaron nuestros Padres al campo de la victoria, va con vosotros valientes coquimbanos. La posteridad agradecida consignará en la historia el recuerdo de vuestro valor y patriotismo.
Serena, Octubre 8 de 1851
IMPRENTA DE LA REFORMA
Boletín de noticias
(Año 1) Serena, Octubre 17 de 1851 (Núm. 3)
Con las falsedades que han circulado ayer, publicadas por el “Mercurio”, ya los miserables conservadores ostentaban su necio orgullo por las calles de esta ciudad. Se anunciaba por ellos que el Jeneral Bulnes había derrotad la vanguardia del ilustre protector de la República, Jeneral Cruz. El “Mercurio” diario pagado por el ministerio para hablar cuanto le conviniese en los conflictos en que le ha puesto la nación desde que reclamó su “poder soberano”. La política del gabinete ha sido siempre la mentira, la impostura y la calumnia.
De un momento a otro se hallarán los conservadores pidiendo perdón de sus crímenes políticos.
IMPRENTA DE LA REFORMA
Es de justicia destacar que la prensa tuvo fundamental misión para mantener el alma del sitio y lo heroico del día a día con proclamas, con mensajes.
La Imprenta de La Reforma publicó en La Serena, desde el 1º de diciembre de 1851: “El Periodiquito de la Plaza” con 7 números. Su redactor fue Juan Nicolás Álvarez quien también editó “SERENA” con 88 números desde la imprenta La Serena. Juan Nicolás Álvarez, el Diablo Político. Periodista audaz, vehemente “creador, hasta cierto punto, de una escuela nueva en la prensa política. Álvarez escribía en el periodismo, hace veinte i cinco años, no como habían escrito hasta entonces los más altos a nombres de la prensa, sino como se escribe hoy día por las más brillantes intelijencias. En este sentido, él así es fundador original del periodismo moderno, i cábele por ello no poca gloria. Se hizo reconocer como el patriarca de la prensa liberal del norte de la República”[xii].
Ardientes proclamas y boletines cruzaban la plaza, encendiendo el ánimo de los encargados de las trincheras. El 1º de diciembre comenzó a circular entre las trincherasaquella hoja escrita como un mensaje y que era tan apreciada por los defensores de la plaza. Una cuartilla de papel, impresa por sus cuatro costados a dos columnas y se presenta defendido por sus dos lemas, inscritos ambos lados:
“El periodiquito de la plaza”:
(Año 1) Serena diciembre 1º de 1851(Núm. 1)
“El pigmeo de la prensa no tiene día fijo”
“El pueblo no se rinde al tirano”
El título es proporcionado a mi tamaño: mis ideas como las balas rojas que vienen del Lazareto, palacio de los invasores, sobre la ciudad.
Mi corazón a propósito para aborrecer a los enemigos de la patria, para combatirles con la palabra escrita. Me he sentido con inspiraciones, y no quiero que la posteridad coquimbana se prive de ellas. ¡Perdón, lectores míos! Si escribo disparates no por eso dejaré de decir verdades de más calibre que los cañones del Dictador Montt a quien Dios guarde lejos del poder.
Ahora lo que conviene es hablar claro para que no se quede a oscuras el menos entendido de la plaza a quien dedico reverentemente este papelucho.
IMPRENTA DE LA REFORMA
Las notas que a continuación redactamos para exponer los hechos acaecidos durante el Sitio de La Serena, se verán vigorizados por las publicaciones de la prensa antes mencionada.
Observando el perímetro que debía fortificarse para lograr la protección de la plaza serenense que sería el punto neurálgico de la defensa vemos que:
“Junto con las cuatro manzanas que se apoyan en sus costados, abrazaba un circuito de nueve cuadras, en cada una de ellas debía levantarse una trinchera. Para construir las trincheras, se desempedraron todas las veredas de granito del recinto fortificado i se colocaron, trabadas con barro, hasta la altura de dos varas i media (4 metros aproximadamente), dejando otro tanto de espesor, por el frente; se cavó un foso de una vara i media de profundidad i otro tanto de ancho, i en el centro de la trinchera se dejó un portalón abierto para colocar el cañón que debía defenderla. La parte superior estaba coronada por sacos de tierra i arena que se levantaban a dos o tres varas sobre el cimiento de piedra. Cuatro de las trincheras eran semi-circulares, de modo que podían hacer fuego a dos calles distintas, a cuyo fin, dos o tres de estas tenían dos cañones, o uno solo jiratorio”[xiii].
En su carta aclaratoria a los textos escritos por Benjamín Vicuña Mackenna; Antonio Alfonso corrige y agrega datos importantes que permiten conocer otra mirada de lo ocurrido en el Sitio de la Serena:
“En el plano adjunto al tomo 2º de Vicuña Mackenna hai error en la numeración de las trincheras: era número 1 la que es señalada Núm. 9; la núm. 1 era la 2, etc.; por eso es que no concuerdan con el plano algunos documentos publicados.
La trinchera Núm. 4 era saliente i sus fuegos barrían la calle del Teatro.
La Núm. 6 entrante, i no en la esquina”
Antonio Alfonso
Diario La Voz de Chile- Santiago- octubre 6 de 1862 Contestación al Señor don Antonio Alfonso.
Plano de La Serena
“Trabajamos este bosquejo Pedro Pablo Muñoz, Silvestre Galleguillos y yo en 1852, en un lugar de campo donde estábamos asilados; como ninguno de nosotros tuviera conocimientos de topografía, ni siquiera de dibujo, me parece que más es de notar la exactitud de sus detalles que el pequeño error de la numeración de las trincheras que Ud. Designa.
Posteriormente hice un calco en Paris del plano inédito de la Serena que dibujó i posee el distinguido S. Gay, i realmente que mui poco habría que cambiar al que Ud. critica, comparándolo con el último”.-
Benjamín Vicuña Mackenna La Voz de Chile, Santiago octubre, 9 de 1862.- Nº 174.
Describiendo el paisaje físico de la ciudad diremos que alrededor de las trincheras se encontraban los barrios de Santa Inés y de Santa Lucía por el norte y el oriente respectivamente. El barrio de Santa Inés ubicado a lo largo de la barranca del río y Santa Lucía en la colina que corona la ciudad donde hoy se ubica el Regimiento “Coquimbo”.
Por el Oeste encontramos la barranca del mar y el espacio que se llamaba la Vega.
Podemos advertir que el terreno crítico lo representaba la quebrada de San Francisco que baja por el lado sur de la plaza separando la ciudad de la colina de Cerro Grande. Las trincheras de este costado de la plaza serían las más castigadas por los sitiadores, especialmente por los escuadrones de Copiapó, particularmente la turba de mercenarios argentinos que los acompañaba. Era frecuente escuchar los tiroteos especialmente de los carabineros de Galleguillos y las emboscadas de infantería que salían de vez en cuando a batirse con aquellos por toda la margen del río hasta la playa.
“Los ricos mineros de Atacama eran en 1851 adictos a la causa del Gobierno y; desde que se supo en Copiapó el levantamiento de La Serena las autoridades y los particulares de la provincia se prepararon con ardor no sólo para repeler una agresión posible de parte de los rebeldes, sino también para ir a combatirles si llegaba la oportunidad. El ilustre escritor José Joaquín Vallejo era el alma de ese movimiento”[xiv].
Dejamos establecido que —con fecha 30 de octubre— los coquimbanos ya estaban dentro de sus trincheras.
La maestranza, bajo la dirección del mayor don Pablo Argandoña, había quedado instalada en un edificio anexo a la Catedral; El claustro de la catedral servía de cuartel general al coronel Justo Arteaga; en tanto el convento de Santo Domingo sirvió —además de refugio a las familias más desvalidas del pueblo que quisieron quedar al interior de las trincheras— también como hospital militar y campo santo.
Es destacable el ingenio y la creatividad del soldado serenense. Bajo la dirección del oficial Lagos Trujillo construyeron unas pequeñas granadas de mano con materiales tan rudimentarios como tarros de lata llenos de pólvora y fragmentos de fierro. Para procurarse este material recogían restos de bombas, granadas y metrallas disparadas por el enemigo. Parece ser un fuerte ejemplo de reciclaje en pleno siglo XIX. Eran lanzadas a mano sobre los parapetos enemigos quienes atribuían a estas pequeñas artefactos gran poder destructivo al creer que eran preparados con sustancias químicas venenosas, lo que puso en fuerte alarma a los sitiadores.
El ingenio y el entusiasmo se hicieron presentes al concebir las primeras minas personales, que preparaban, enterrando depósitos de pólvora en el exterior de las trincheras las que eran activadas desde el interior a través de una mecha subterránea; fueron bautizadas como “infiernillos” Resultaron muy eficaces para contener el ataque del enemigo.
Luego se estudió un camino cubierto circular que comunicara a todas las trincheras por el interior de las casas y solares adyacentes a la plaza. Se abrieron “aspilleras”, es decir boquetes en los muros que daban hacia la línea exterior de la fortificación. Allí fue posible instalar fusilería a resguardo del enemigo. Con tierra y “fajina” (haz de ramas) construyeron fuertes.
El gobernador militar de la plaza Justo Arteaga, no dejó nada al azar; todos los trabajos que se hacían para la defensa de la plaza se ejecutaban bajo la inmediata dirección del mayor de plaza ingeniero Antonio Alfonso y durante el tiempo que duró el sitio hasta se llegó a sellar moneda.
Se tuvo especial cuidado para resguardar la pólvora de mina la que fue almacenada en Punta de Teatinos, lugar a orillas del mar y hacia el norte fuera de la ciudad.
El perímetro que debía fortificarse para proteger la plaza de armas de la ciudad, considerado como el centro de defensa, obedecía a la siguiente planificación:
“Junto con las cuatro manzanas que se apoyan en sus costados; abrazaba un circuito de nueve cuadras, en cada una de las cuales debía levantarse una trinchera”.
Documento núm. 15
Estado del número de fuerzas que existen en cada una de las trincheras de esta plaza de La Serena
Trinchera nº 1
Infantería Cívica
1 Sarjento Mayor graduado 4 Cabos
1 Teniente 28 Soldados
5 Sarjentos
Artillería
1Sarjento mayor graduado 2 Cabos
1 Tenientes 4 Artilleros
2 Alféreces 12 Agregados
2 Sarjentos
El Comandante de esta trinchera, lo es el sarjento mayor graduado don Balvino Comella.
Trinchera nº 2
Infantería cívica
- Subteniente 3 Cabos
2 Sarjentos 11 Soldados
El Comandante de esta trinchera lo es el subteniente don José Arnados.
Trinchera nº 3
Infantería cívica
1 Teniente 4 Cabos
3 Sarjentos 20 Soldados
Artillería
1 Alferes 2 Artilleros
1 Sarjento 8 Agregados
1 Cabo
El Comandante de esta trinchera lo es el teniente don José María Covarrubias.
Trinchera nº 4
Infantería cívica
4 Sarjentos 14 Soldados
5 Cabos
El Comandante de esta trinchera lo es el sarjento don José María Vega.
Trinchera nº 5
Infantería cívica
1 Sarjentos 12 Soldados
2 Cabos
Artillería
2 Oficiales 2 Soldados
1 Sarjento 4 id. agregados
2 Cabos
El Comandante de esta trinchera lo es el alférez don José María Lazo.
Trinchera nº 6
Infantería cívica
1 Capitán 3 Sarjentos
1 Teniente 6 Cabos
1 Subteniente 17 Soldados
Artillería
1 Sarjento mayor graduado 2 Cabos
1 Alferes 8 Soldados
1 Sarjento
El Comandante de esta trinchera lo es el sarjento mayor don Isidoro A. Morán.
Trinchera nº 7
Infantería cívica
1Sarjento mayor graduado 5 cabos
1 Subteniente 30 Soldados
7 Sarjentos
Artillería
1 Teniente 1 Cabo
1 Subteniente 8 Artilleros
1 Sarjento
El Comandante de esta trinchera lo es el sarjento mayor graduado don Candelario Barrios.
Trinchera nº 8
Infantería cívica
1.Sarjento mayor graduado 4 Cabos
2.Sarjentos 12 Soldados
Artillería
1.Capitán 1 Cabo
1.Teniente 6 Soldados
2 Sarjentos
El Comandante de esta trinchera lo es el sarjento mayor graduado don Miguel Cavada.
Trinchera nº 9
Infantería cívica
1 Teniente 4 Cabos
3 Sarjentos 23 Soldados
Artillería
1 Teniente coronel graduado 1 Sarjento
1 Capitán 2 Cabos
1 Alferes 10 Soldados
El Comandante de la trinchera lo es el teniente coronel graduado don Ricardo Ruiz.
(De los papeles privados del coronel Arteaga)[xv].
Amaneciendo el día 3 de noviembre comenzaron los movimientos conducentes al asedio de la plaza por la división sitiadora, quien instaló la artillería y el cuartel general en la meseta de CerroGrande; la caballería se desparramó por los arrabales mientras la infantería intentaba aproximarse a las trincheras.
Desde temprano se observaba, que una partida de jinetes argentinos- integrantes del Escuadrón de Cazadores a cargo del teniente coronel Ignacio José Prieto «un centenar de bandidos arjentinos cuya bandera es la matanza i el robo”[xvi].
Avanzaban hacia la Portada como en protección de un pelotón de fusileros que se dirigía a ocupar el importante punto estratégico de la torre de San Francisco.
José Silvestre Galleguillos había llegado tan sólo cuatro días antes ya había organizado un escuadrón de carabineros, basado en la tropa que había reunido en Ovalle y que más tarde llegó a contar con cerca de 80 integrantes. Salió Galleguillos con su milicia por la calle que va desde la plazuela San Francisco hasta la Portada, con la finalidad de entablar un tiroteo que permitiera atraer a la caballería enemiga y conducirla hasta una calle lateral donde se habían ocultado 100 fusileros escogidos desde la tropa del mayor de plaza don Antonio Alfonso.
Para cumplir con este cometido José S. Galleguillos emprendió el ataque a las 9 de la mañana con la cautela y la calma que se le conocían:
“Se adelantó i a la cabeza de un puñado de jinetes, el campeón de la Serena hizo así los primeros disparos del glorioso sitio, como había sido también él quien había hecho silbar las primeras balas de la revolución del norte a orillas del río Choapa, en la noche del 24 de setiembre, cuando era un simple capitán de avanzada”[xvii].
Los argentinos contestaron el fuego, protegiéndose tras los arcos de la Portada. A la primera descarga, cayó atravesado de una bala el caballo de Galleguillos, luego de recuperarse y reunir a sus hombres, intenta un nuevo asalto, pero como la obstinación era ya infructuosa, recibió la orden de replegarse a la plaza, lo que ejecutó junto con la tropa de Antonio Alfonso.
“El sitio se abría con la hazaña de un bravo. El intendente, el gobernador de la plaza i los principales jefes de trinchera fueron aquella mañana al alojamiento de Galleguillos a presentarle sus parabienes, i se le confirió aquel día, como sobre el campo de batalla, el grado de sarjento mayor efectivo de caballería”[xviii].
Era tarea de J. S. Galleguillos salir con los carabineros y en emboscadas de infantería batirse con los argentinos que merodeaban por la margen del río y hasta la playa por el lado de vega. Se comentaba que los Cazadores a caballo parecían evitar todo encuentro con los Carabineros que Galleguillos sacaba al campo cada día.
Para asegurar el edificio del Lazareto donde se había establecido el cuartel general de Vidaurre, los sitiadores decidieron apoderarse de la torre del convento de San Francisco, la que era defendida desde el día 4 por diez fusileros ubicados en el campanario; en tanto en la torre de San Agustín, aunque más alejada de las trincheras, también fue rodeada por la tropa enemiga.
Ocupadas estas posiciones deciden romper fuego sobre las trincheras de la plaza al amanecer del día 5 de noviembre.
“Los sitiadores instalaban su artillería en las posiciones que permitieran dominar la ciudad por el sector de la quebrada de San Francisco. Las patrullas de caballería se encargaban de impedir el abastecimiento en tres direcciones: la infantería se había posesionado de los arrabales, inclusive las torres de los conventos de San Francisco y San Agustín, encerrando a los sitiados en las 9 manzanas centrales”[xix].
A las cuatro de la mañana del día 7 de noviembre; el asedio había terminado, y la ciudad completa recibe el castigo violento del bombardeo, “Un grito de indignación i de rabia reventó en los pechos de los sitiados al ver aquel estrago. Los sollozos de las mujeres, el llanto de los niños, las plegarias i las lágrimas que regaban cada hogar, al pasar las familias de aposento en aposento, huyendo de los proyectiles que llovían en todas direcciones”[xx].
El recio cañoneo de uno y otro lado se hizo sentir durante todo el día 7 decreciendo levemente en la madrugada del día 8. Al atardecer de aquel día los sitiadores valoran como triunfo la destrucción de algunos edificios, en la alegría incomprensible de quienes siendo hermanos, son enemigos.
Según relata Benjamín Vicuña Mackenna: una vez que el fuego hubo cesado, “el Coronel Victorino Garrido, el diplomático i director político de la campaña, bajó al Lazareto desde su campamento en Cerro Grande” y se puso en contacto con el ciudadano serenense Nicolás Osorio, conocido porque su nombre había figurado en las listas de uno y otro partido político cuando quiso postular su nombre a la presidencia. Luego de enviarle varias cartas, las que atravesaron la quebrada de San Francisco gracias a la colaboración de mujeres del pueblo, Osorio aceptó servir de “secreto intermediario” en el campo enemigo y de mantener al corriente de lo que pasaba en la plaza a los jefes sitiadores.
El Coronel Garrido solicitó a través de Osorio un armisticio el que fue denegado por los jefes serenenses debido a las consecuencias del bombardeo. A su vez Osorio advirtió a los sitiadores del ambiente de patriotismo y unidad que se vivía entre los defensores de la plaza como también pudo comunicar el peligroso ambiente de rivalidad que se pudo advertir entre el Gobernador Militar de la Plaza don Justo Arteaga y el Intendente José Miguel Carrera Fontecilla.
Siendo el motivo más concreto el deseo del Coronel Arteaga de aceptar la proposición de armisticio ofrecida, dado que él consideraba necesario para reforzar las trincheras, aprovisionarse de municiones debido a que sólo se contaba con “cinco mil tiros de fusil i unos pocos tarros de metralla; mientras que los proyectiles de grueso calibre estaban agotados”[xxi].
Para los ciudadanos, estas razones no encontraron eco, y sólo se pensó y se dijo que ocuparían todo su aliento para defenderse o morir. El Intendente Carrera Fontecilla hizo levantar un acta con este compromiso y lo del armisticio quedó sólo en suspender las hostilidades por un breve plazo.
El día 14 de noviembre a las 4 y media de la mañana estalló sobre La Serena el fuego continuo, siendo la trinchera Nº 7 la más castigada recibiendo el fuego tanto desde el Lazareto como de los fusileros situados en la torre de San Francisco.
“A las diez de la mañana la trinchera núm. 6 estaba destruida por el cañón enemigo; no había lugar para abrigo de los centinelas, esperábamos por momento un asalto por esa brecha, que no se intentó, lo que prueba que el jefe sitiador hacía cañonear sin objeto. En la tarde de ese día, la trinchera quedó reconstruida bajo el cañón y fusilería de los sitiadores, i mucho más fuerte de lo que antes estaba. Me ayudaron en ese trabajo mui particularmente el comandante Pedro Pablo Muñoz i el capitán Candelario Barrios”[xxii].
Alrededor de las 9 de la noche el cerco se fue estrechando, cuando la infantería enemiga comienza a agruparse en un costado de la plazuela de San Francisco, a tan sólo una cuadra de la trinchera Nº 7. La casa de la familia Edwards ocupaba el costado norte de esta plazuela, y desde allí los jefes sitiados observaban los movimientos del adversario tratando de comprender sus intenciones.
Observando con agudeza, el gobernador de la plaza i el intendente lograron ver la luz de una ventana y notaron que desde esa habitación se deslizaba un lienzo que tenía escrito en grandes letras negras visibles a la luz de la lámpara interior: “El enemigo va a atacar las dos trincheras de San Francisco. Son más de 300”[xxiii].
La presencia de la mujer coquimbana, representada en este episodio por las señoritas Montero, quienes habiendo quedado fuera de las trincheras, la defendían con el mismo heroísmo y la misma astucia del soldado comprometido con ellas. Este aviso oportuno permitió controlar la situación y el enemigo se retiró en el mayor desorden.
El Coronel Vidaurre, que al comienzo de las acciones pensó que esto sería cosa de días, escribe al Ministro de Guerra el 16 de noviembre 1851:
“Atribuyo, señor Ministro, la demora en la toma de la plaza, a la resistencia continua que oponen los sitiados, favorecidos por el conocimiento que tienen del terreno; atribúyolo también, a que obtienen de los vecinos que les permitan hacernos fuego impunes detrás de ventanas i puertas”[xxiv].
El día 18 de noviembre, una extraña calma reinaba en las trincheras, los soldados dormían, los centinelas iban de trinchera en trinchera moldeando el circuito de la nueva ciudad dibujada por las trincheras.
Alrededor de la media noche el grito de ¡A formar! ¡El enemigo! Destrozó el descanso. El enemigo se hacía presente en toda la línea de trincheras del costado sur; desde el claustro de Santo Domingo. Pensaron que derribando una pared del claustro era posible ingresar a la plaza. Debido a que no dio resultado este abordaje, entonces se volcaron sobre la trinchera Nº 7 que estaba a cargo del capitán Francisco de Paula Carmona, con pelotones de infantería y dos cañones volantes. La sorpresa había calado hondo en el ánimo de los sitiados. Varios artilleros habían caído muertos sobre sus cañones,
El punto central del ataque se concentró en esa especie de ciudadela en que se había transformado el claustro de Santo Domingo, lugar donde habían llegado a refugiarse muchas familias. Allí se vivieron momentos muy críticos; las tres trincheras atacadas recibieron el auxilio de toda la tropa. Como eco de esta jornada la noche estuvo acompañada por el toque del clarín de alarma el que según acuerdo con la tropa sólo sonaría en caso de riesgo inminente.
Aquella noche el combate se prolongó más de lo esperado y como su furor no disminuía el Intendente Carrera al observar que éste se concentraba en la trinchera N° 7 ordenó que el capitán Chavot saliera por la trinchera N° 8 con un piquete de 25 hombres llevando la orden de atacar en la seguridad que la línea enemiga se encontraba fatigada. Así fue como alrededor de las dos de la mañana sólo se oían algunos tiros pausados de cañón lo que indicaba que las fuerzas de ataque se retiraban.
Los sitiados aquella noche celebraron al interior de las trincheras que habían logrado repeler a los sitiadores y se animaban entonando los versos de la Coquimbana, nombre popular con que se conoció el Himno Patriótico del Ejército Coquimbano, cuyo compositor fue José María Chavot:
“Incrustad en el alma el principio
De la santa, fraterna igualdad;
De la patria en las aras divinas,
De los libres el himno entonad!”.
Carrera depuesto
Dentro de todo proceso de relaciones humanas afloran las buenas y nobles afinidades desde las cuales se fundamenta la unidad, el compromiso y la lealtad. Pero, el diario devenir de los hechos, el enfrentarse a situaciones extremas conlleva a que, también, afloren las envidias, las mezquinas rivalidades. En este trozo de la historia serenense, no ha habido excepción. Surgieron dos bandos que, aunque irreconciliables, nunca perdieron de vista el propósito común, cual fue la defensa de la plaza y sus bases fundamentales por las que luchaban.
Las hostilidades en realidad tuvieron su causa en celos de autoridad, sentimiento que nació entre las dos personas más relevantes de la revolución del norte: el Intendente de la provincia José Miguel Carrera Fontecilla y el Gobernador Militar de la plaza, Comandante Justo Arteaga.
Carrera había acogido a su antiguo compañero Arteaga nombrándolo su segundo en el mando de la división; aun cuando el coronel Arteaga había llegado a la plaza de La Serena cargando el reciente fracaso en la jornada de Petorca, tanto así que fue recibido por los soldados entre murmullos de descontento.
Pero una vez ocurrido el asedio de la plaza, estas dos personalidades entraron en serio conflicto: la autoridad del Intendente netamente civil, dependía exclusivamente del Gobernador militar y se hizo concreta el mismo día en que la división sitiadora se aproximaba a la plaza; cuando se recibió la nota enviada por el Coronel Garrido exigiendo la rendición, Arteaga consideró que sólo a él le correspondía contestar la nota.
Carrera cedió, pero el coronel Arteaga continuó manteniendo correspondencia y celebrando reuniones con el jefe de las fuerzas sitiadoras. Carrera entonces, decidió renunciar a la intendencia poniendo en su lugar a Nicolás Munizaga.
El coronel Arteaga, valiéndose de un ínfimo pretexto, amonesta al intendente Munizaga, lo acusó de haber omitido el trato de U.S. en una nota que le había enviado con fecha 20 de noviembre. Así fue que por esas dos letras mayúsculas U.S. que el Intendente Munizaga había omitido, el Coronel Justo Arteaga redactó su renuncia al cargo de Gobernador de la Plaza; la que finalmente fue aceptada. Entonces, Carrera debe asumir la intendencia.
La mañanadel21 de noviembre, cuando Carrera iba a asumir su cargo en la Intendencia y al mismo tiempo deponer a Arteaga se encontró con que un centinela le impedía salir de su habitación.
Detenido Carrera, el Coronel Justo Arteaga hacía despachar a las trincheras, oficiales de su confianza llevando la orden de que la guarnición le debía obediencia, mientras él permaneciera en el cuartel general.
Pero, la mayor parte de los jefes de trincheras se negaron a obedecerle y se despachó a un joven emisario para que fuera de trinchera en trinchera notificando que era preciso revelarse “contra el traidor Arteaga” cuyo plan fuera “vender” la plaza al enemigo.
El conflicto se presentaba muy comprometido y ya estaba por darse la orden de desarmar por la fuerza a quienes se resistieren, cuando se hace presente en el cuartel general Nicolás Munizaga, quien, decidido a dar un vuelco a la situación, recorrió las trincheras poniendo calma evitando que el enemigo se entere de este impasse entre las fuerzas de los sitiados.
Carrera permanecía detenido, acusado de haber querido vender la plaza y malversar los caudales de la provincia. Mientras, sus compañeros Ruiz, Muñoz y Vicuña habían sido puestos en un calabozo, además de los ciudadanos Vicente Briseño, José Antonio Cordovezy el capitán Sepúlveda.
Con esto el Coronel Justo Arteaga se proclamaba autoridad suprema de la plaza.
Desde los sucesos del 21 de noviembre, Nicolás Munizaga, permanecía en un ambiente de
respeto aún cuando su posición se veía débil e impotente. Sus amigos en prisión acrecentaban su inquietud hasta que una mañana decidió presentarse ante el gobernador para solicitarle un salvo conducto que le permitiera retirarse de la plaza donde le era ya imposible permanecer.
Este petitorio llevó a Arteaga a insultar a Munizaga llamándole traidor lo que desembocó en una acalorada discusión la que finalizó retándolo a duelo. Dado que Munizaga no era militar y nada sabía del manejo y destreza de las armas, se reunió el Consejo del Pueblo el que decidió: “nos oponemos al duelo”. Se levantó un acta en que se dejó establecido que Munizaga permanecería libre, pero sin autorización para salir de las trincheras.
Arteaga había logrado sus objetivos: Carrera detenido, Munizaga deambulando por las trincheras, preso en la plaza aún sin estar detenido.
Carrera: “Desde mi encierro no dejo de prestar algún servicio a la causa; escribo a los amigos pidiendo faciliten recursos, que tengan paciencia, se desentiendan de todo, i que no intenten nada que tienda a otro objeto que no sea el de destruir al enemigo”. Carta de Carrera a su esposa, fecha 12 de diciembre de 1851[xxv].
He aquí la aclaración que efectuó Antonio Alfonso al libro de Vicuña Mackenna, a través de carta enviada al diario “LA VOZ DE CHILE”:
“Carrera i Arteaga:- Público fue el desacuerdo entre Carrera i Arteaga en los primeros días de noviembre, con motivo de la contestación a Garrido.
El jefe sitiador se dirijía al jefe de hecho en la Serena, i ese jefe era Carrera; a él le tocaba pues contestar i sentimos la debilidad del intendente, al acceder a las pretensiones del gobernador de la plaza Justo Arteaga. Ese desacuerdo produjo en la guarnición mui mal efecto i hubo jefes i personas notables que propusieron quitar todo mando a Carrera i Arteaga.
Con anticipación me vio Carrera, para hacerme saber el cambio de gobernador que pensaba efectuar, i como yo recibiese con frialdad esa mudanza, me preguntó si seguiría desempeñando el cargo que tenía, a lo que contesté que sí, porque servía a la causa de la revolución i no por persona alguna.
También vio a Ignacio Alfonso, i al comandante le hizo ver las dificultades del cambio, porque la guarnición reconocía en Arteaga el gobernador más apropósito para las circunstancias: “¡Equivocación! Dijo carrera, por ahora nada hace Arteaga que valga algo” El gobernador no era ya para el intendente el hombre necesario.
Nos vimos con Arteaga cuando se hacía saber el nombramiento de Munizaga en su lugar; habían con él muchos oficiales, i todos dijeron no permitirían semejante cambio. Dijo entonces el coronel Arteaga: “Señores, hagan ustedes lo que les parezca mejor para el buen servicio de la revolución; si es necesario mi separación me retiraré inmediatamente; si mis servicios pueden ser útiles dispongan como quieran de mí.
Salimos para reunir los jefes vecinos notables i arreglar buenamente la crisis que se preparaba. Los comandantes Alfonso, i Zepeda impartieron órdenes a los oficiales de sus cuerpos de las diferentes trincheras, para que no obedeciesen otras que las que ellos les mandasen. Llega Carrera al salón del tribunal donde estaba reunido el consejo, i hubo un mui desagradable altercado entre Carrera i el canónigo Vera; retirándose pronto mui irritado el primero. Entró al poco rato Munizaga, intentando acallar todo i llegar a un acuerdo amigable”[xxvi].
Conoceremos además la versión de Justo Arteaga a través de la carta respuesta a Antonio Alfonso:
“Dice Alfonso en su carta: Ese desacuerdo produjo en la guarnición mui mal efecto i hubo jefes i personas notables que propusieron quitar todo mando a Carrera i a Arteaga”. Jamás llegó a mis oídos tal especie. La conducta que observó conmigo el Consejo del Pueblo en que se encontraban todos los vecinos respetables de la ciudad.
Deseando poner fin a las desavenencias hice dimisión del cargo de Gobernador ante dicho Consejo, el cual, en vez de aceptarlo, me envió una comisión de su seno para instarme a continuar en el mando de la plaza. La comisión se componía del venerable canónigo Vera, de los comandantes Ignacio Alfonso, Martínez, Espinoza, del mayor Barrios del recomendable ciudadano don Nicolás Osorio i del secretario don Narciso Meléndez”.
Justo Arteaga [xxvii]
El mismo día 21 de noviembre se toma conocimiento de la llegada al puerto del vapor Cazador trayendo al Ministro de Justicia don Máximo Muxica, emisario del gobierno. Una vez instalado en el campamento de Cerro Grande, ordenó proceder a incendiar los puntos más vulnerables de la línea de defensa, comenzando por la casa de la familia Edwards ubicada en la plazuela de San Francisco. Vecina esta casa se encontraba la del vice- cónsul inglés don David Ross, comprometido con el bando del gobierno; por esta razón, antes de cumplir con la orden del enviado del gobierno era preciso rescatar el archivo del vicecónsul. Con el pretexto de salvar esta documentación se solicitó al gobernador de la plaza un salvoconducto para llevar a cabo esta diligencia.
El día 24 de noviembre “Tuvimos noticia anticipada de que íbamos a ser atacados por nuestra casa; creyendo sería por el lado sud, se dispuso un cañón i la suficiente fuerza de infantería, para resistir cualquier ataque que hicieran por ese lado. Al amanecer del 24, una bala de cañón atraviesa la puerta de calle de la casa; éramos atacados por el costado oriental, la puerta estaba fuertemente atrincherada con sacos de harina i resistió cuatro horas de cañones. El coronel Juan Vidaurre había colocado sus cañones a 15 varas de nosotros. Nosotros habíamos colocado convenientemente nuestro cañón e infantería para rechazar a los asaltantes. Los soldados cantaban la canción nacional, algunos desafiaban a los de afuera diciéndoles dejasen un momento de tirar, que les abrirían las puertas ya que ellos no podían echarlas abajo; cuando de repente se ve salir mucho humo i luego las llamas del incendio”[xxviii].
Fue así como a las ocho de la mañana de ese día 24, los soldados ubicados cerca de la torre de San Francisco comenzaron a arrojar lienzos empapados de aguarrás sobre los techos de la casa de Edwards. En pocas horas aquel hermoso edificio, ardía con una voracidad espantosa mientras los defensores de la plaza desde sus trincheras presenciaban impotentes el avance de las llamas.
Los sitiadores, pensando que todas las fuerzas de la plaza se habían concentrado en el lugar de la trinchera que había sido atacada por el fuego, se lanzaron sobre la trinchera N° 6 a cargo de capitán Candelario Barrios. Desde la vecina torre de la iglesia de la Merced se ordenó avanzar por el interior de las casas de la manzana opuesta, para trepar a los techos y desde allí hicieron llover balas sobre los sorprendidos centinelas. Contando con que esta maniobra impediría a los defensores de la plaza salir de las casas y desplazarse por las veredas dejando, por tanto, indefensa la trinchera. Así, ellos podrían ingresar a la plaza; pero el Capitán Candelario Barrios reaccionó al instante y seguido de sus hombres, saltaron a la calle y obligaron al enemigo a retirarse.
Entre el fragor de esta situación se destacaba la figura del ex intendente José M. Carrera, quien una vez depuesto el 21 de noviembre se mantenía en arresto voluntario en la casa que servía de cuartel a la trinchera N° 6 del capitán Barrios.
Versión entregada por Antonio Alfonso, en carta respuesta a Vicuña Mackenna:
“Al retirarme de mi casa que las llamas consumían me encontré en el patio interior al coronel Arteaga. Y arranqué de él, el consentimiento para una salida sobre las baterías enemigas. Convenimos en que yo saldría con 100 hombres sobre la batería de doña Antonia Campos, i el capitán Barrios con otros 190 hombres, saliendo por la calle de San Miguel, caería sobre la batería que batía nuestra trinchera núm. 7 para juntarnos en el cuartel jeneral enemigo después de haber clavado sus cañones en las baterías. Se fijó la noche del 25 al 26 para la empresa.
A las once de la noche del 25 la tropa espedicionaria estaba lista, i se comunicó sólo entonces a los jefes de los cuerpos que se habían presentado en el cuartel jeneral el plan de ataque convenido. Se formó una seria discusión, de la que resultó un cambio mui notable en el plan, i Arteaga dispuso que, en lugar de ir a atacar dos baterías, saliésemos para tomar una sola, la de Santa Lucía.
Tomé el mando de la tropa, llevando por segundo a José Silvestre Galleguillos, por ayudante al subteniente Silvestre Salamanca. La columna se componía de las dos compañías de mineros a cuyas cabezas iban el teniente Chavot i el capitán Antonio María Fernández i la compañía de cazadores cívicos del capitán Barrios, en todo 160 hombres.
Barrios con su compañía caminó por la calle de Colón. Los mineros fueron por la de Almagro con el fin de tomar una avanzada de caballería enemiga, lo que no se consiguió; se escaparon abandonando sus armas.
Al subir a Santa Lucía, vinieron a reconocernos i Chavot contestó como usted lo ha dicho (imitando el acento argentino).
Mandé a Barrios por la calle sola para que entrase por delante, mientras yo con los mineros seguía derecho para penetrar por la retaguardia.
Antes de llegar a la entrada para la batería estuvo a punto de caer en nuestro poder un oficial a caballo, que se escapó milagrosamente, pero tomamos al asistente, un granadero que, interrogado me dijo: “estaban los cañones sin infantería, que la brigada de marina andaba por las inmediaciones i también el coronel Vidaurre”. Seguimos avanzando i luego vimos a un hombre agazapado contra la muralla; se aproxima a él Galleguillos i le toma por las piernas; este valiente oficial clava su espada sobre la espalda al agresor que suelta inmediatamente, echándose sobre mí para que lo salve, i reconozco al sarjento Viveros, un traidor.
Interrogado Viveros dijo ser sarjento de la brigada de marina, que se encontraba en la calle inmediata, habiendo venido para observarnos, que los artilleros estaban solos, un cañón vuelto hacia nosotros i el otro hacia la plaza. Mandé inmediatamente entrar y cargar a carrera sobre la batería, cuyos cañones tomamos sin dificultad con un oficial i tres artilleros ingleses.
La tropa entusiasmada me pedía los llevase adelante hasta el cuartel jeneral enemigo: pero no lo hice porque la orden que recibí fue de volver a la plaza tan luego como hubiese clavado los cañones i también porque había corrido mucho tiempo desde que fuimos sentidos, i calculaba que el jefe sitiador podía ya haber reunido muchos de sus soldados i mandarlos contra nosotros.
El pánico se apoderó de los sitiadores, i si se hubiese llevado adelante el primer plan el sitio se habría concluido aquella noche, i habríamos tomado armas para formar una división de 1500 hombres”.
Antonio Alfonso[xxix].
[i] – Concha Manuel, Crónica de La Serena, pág. 163.
[ii] Concha, Manuel. Op. Cit., pág. 176.
[iii] Vicuña, M. Benjamín. Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt. Tomo I, pág. 70.
[iv] Vicuña M. Benjamín, op. cit., tomo II, pág. 281.
[v] Vicuña. M. Tomo I, pág. 82.
[vi] Concha Manuel, op. cit., pág. 381.
[vii] Vicuña M., Benjamín. Op. Cit., Tomo I, pág. 299.
[viii] El comandante Pedro Pablo Muñoz y José S. Galleguillos encontrándose en la hacienda San Lorenzo decidieron seguir rumbo a La Serena. El día 29 de octubre llegaron a Ovalle siempre con la dedicación de encontrar recursos para entrar armados a La Serena y de este modo, resistir a las avanzadas que patrullaban los caminos. Tomando el rumbo de travesía por las montañas de Andacollo, los jóvenes revolucionarios consiguieron aproximarse a La Serena.
[ix] Vicuña M, Benjamín (Op. Cit.) tomo I, págs.306-307: El comisionado Benjamín Vicuña Mackenna había sido nombrado para intervenir los departamentos del sur, hasta el río Choapa cuya misión sería más bien de informar de convocar y de persuadir a los habitantes de estos departamentos en hacerse fuertes por el derecho a la legalidad y a la igualdad. En ningún caso invadirlos. El 9 se septiembre de 1851 salía un piquete formado por 13 jinetes en dirección a Ovalle. Allí conoció a José Silvestre Galleguillos Contreras, se ungió como el hombre de honor, el patriota, el héroe que, desde los puestos de avanzada en el valle de Aconcagua persuadiendo al enemigo con la osadía de sus movimientos les hacía creer que su destacamento era la descubierta de la división del ejército Restaurador al mando de Justo Arteaga. En 1858, Benjamín V. Mackenna honró su memoria, dedicando al recuerdo de su nombre la obra: “Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt”.
[x] Vicuña M, Benjamín: LA VOZ DE CHILE, octubre, 9 de 1862.- N° 174.
[xi] Vicuña M. Benjamín. Op. Cit., tomo II, págs. 12-13.
[xii] Vicuña M, Benjamín. Op. cit., tomo I, págs. 29- 30.
[xiii] Vicuña M., Benjamín. Op. Cit., tomo I, págs. 300-301.
[xiv] Edwards, Alberto: “El gobierno de don Manuel Montt” 1851 – 1861. Editorial Nascimento, Santiago, Chile, 1932, pág. 85.
[xv] Vicuña M. Benjamín. Op. Cit., tomo I, págs. 368 – 369 – 370.
[xvi] En las diversas épocas del sangriento cataclismo de allende Los Andes, la provincia de Copiapó ha sido asilo de todas las derrotas, el refujio de todas las persecuciones; la meta de todas las fugas de aquellas luchas de sangre i barbarie. Sus bajos pasos de cordillera han servido por muchos años de cauce a esa emigración del terror. Los criminales de todos los rangos, desde el guerrillero degollador de vacas, hasta el bandido degollador de hombres, encontraban también en la inmunidad de aquel territorio, gobernado por leyes harto laxas, una garantía a sus atentados. Se concibió la idea maquiavélica de servirse de nuestra revolución, ofreciendo al intendente de Atacama Sr. Fontanes sus servicios para emprender una campaña contra la provincia de Coquimbo. Vicuña M. Benjamín, Op. Cit., tomo I, pág. 267.
[xvii] Vicuña M, Benjamín, tomo II, pág. 21.
[xviii] Ídem anterior, pág. 22.
[xix] Encina, Francisco A. Historia de Chile. Tomo XIII, pág. 109.
[xx] Vicuña M. Benjamín. Op. cit., tomo II, pág. 29.
[xxi] Vicuña M. Benjamín, tomo II, pág. 32.
[xxii] Alfonso, Antonio. La Voz de Chile, Santiago 6 octubre 1862.
[xxiii] Vicuña M. Benjamín. Op. cit., tomo II, pág. 35.
[xxiv] Vicuña M. Benjamín. Op. Cit., pág. 37.
[xxv] Vicuña, tomo II, pág. 121
[xxvi] Antonio Alfonso, La Voz de Chile, octubre, 1862.
[xxvii] El Ferrocarril de octubre 20 de 1862.
[xxviii] Alfonso Antonio: La Voz de Chile, octubre de 1862.
[xxix] Alfonso Antonio: La Voz de Chile, octubre de 1862.